Londres, 9 de mayo de 1915
Las luces del teatro se apagaron y Hércules se recostó en la butaca. Después de mucho insistirle había accedido a ir al teatro con sus amigos. Le incomodaba compartir palco con los dos detectives, pero había decidido comportarse civilizadamente al menos por el momento.
Aquella noche se estrenaba una reposición del Julio César de William Shakespeare. Uno de sus autores favoritos. Aquel drama reflejaba la miseria y grandeza del ser humano, la valentía de Marco Antonio y la cobardía de los asesinos de César.
—Creo que vamos a disfrutar de la función —dijo Lincoln mirando a Hércules.
—Eso espero —contestó Hércules, indiferente.
Alicia los miró de reojo y les pidió que bajaran la voz. Su despampanante vestido verde resaltaba sus inmensos ojos. Tenía el pelo recogido y la nuca descubierta, su piel blanca brillaba en medio de la oscuridad.
—Está usted muy bella esta noche —dijo Holmes.
Lincoln frunció el ceño e intentó no dar mucha importancia al comentario. El detective era un hombre mayor, aunque aún conservaba aquella aura de misterio que tanto gustaba a las mujeres.
—Gracias, caballero.
Alicia sonrió a Holmes. Lincoln se la imaginó entre sus brazos. En dos ocasiones había estado a punto de pedirle matrimonio, pero en el último momento se había echado para atrás. La quería demasiado para hacerla sufrir, y casarse con un hombre negro suponía una vida difícil para ella y los hijos que tuvieran.
Mientras la miraba, Alicia giró la cabeza y sus ojos se cruzaron unos instantes. Lincoln sintió como el corazón se le aceleraba e intentó pensar en otra cosa y concentrarse en la función.
En el escenario, los enemigos de César planeaban su muerte. Buscaban excusas para matarle, pero a los hombres no les hacían falta muchas razones para matar a otros, pensó Lincoln.
Cuando terminó el primer acto, los cinco se dirigieron al salón principal. Allí Hércules vio a Churchill y se acercó hasta él.
—Querido Hércules, déjeme que le presente a algunos amigos.
Hércules saludó a las dos personas que estaban con el inglés, pero enseguida hizo un gesto para hablar con Churchill a solas.
—Si me disculpan.
Los dos hombres se pusieron en un rincón de la sala y Hércules fue directo al grano.
—Fui a ver a su colaborador directo y me informó sobre la causas del hundimiento del barco, entre otras cosas me contó que fue usted el que ordenó la retirada de escoltas al Lusitania.
—Es imposible que le haya dicho eso. No es cierto en absoluto, alguien ordenó la retirada de la escolta, pero no fui yo.
—Las órdenes están firmadas por usted.
—¿Por qué cree que les pedí ayuda? Alguien dentro del almirantazgo emitió órdenes en mi nombre.
—¿Quién podría querer hacer algo así?
—Algún enemigo político. Las cosas en Galípoli no están marchando como esperábamos. La guerra se prolongará más de lo deseado y cada día se hace más necesario que los Estados Unidos entren en el conflicto.
—¿Está insinuando que un miembro del Gobierno permitió el hundimiento del Lusitania para provocar a Estados Unidos y destruirle a usted políticamente?
—Eso es lo que creo —dijo Churchill muy serio.
—Pero eso es imposible. Nadie sacrificaría cientos de vidas inocentes por sus propios intereses.
—Querido Hércules, el ser humano es capaz de las cosas más mezquinas. Por otro lado, el cargamento del barco no presagiaba nada bueno. Estaba cargado de material bélico para nuestros chicos.
—¿Armas?
—Sí, miles de fusiles, balas y todo tipo de armas.
—¿Por qué traer armas en un barco civil cargado de pasajeros?
—Fue una de las ideas de nuestros servicios secretos, nadie pensó que los alemanes hundirían el barco —dijo Churchill cruzándose de brazos.
—Pero, unos días antes de la partida del barco, Alemania advirtió de la posibilidad de hundirlo.
—No podíamos fiarnos de la amenazas, si hiciéramos caso a cada insinuación alemana no dejaríamos a ningún barco navegar.
—¿Sabía que en el barco viajaba William Broderick Cloete?
—No hasta que me llegó el informe de las víctimas.
—Este hombre tenía intereses en México, poseía las minas más importantes del país
—¿Qué importancia tiene eso en la investigación? —preguntó extrañado Churchill.
—Puede que sea mera casualidad, pero al parecer, por lo que me ha contado Lincoln, antes de la partida del Lusitania de Nueva York, murieron varios marineros víctimas de un ritual ancestral, les arrancaron el corazón en vida, lo mismo que le hicieron al policía en el robo de la exposición.
—No veo la conexión.
—Las víctimas de Nueva York eran miembros de la tripulación del barco —dijo Hércules.
—¿Del Lusitania? —Sí.
—Puede que se trate de una coincidencia.
—Demasiadas coincidencias. Un grupo de mexicanos realiza sacrificios humanos en Londres y Nueva York, las víctimas en Estados Unidos eran miembros de la tripulación del Lusitania, alguien ordena que el barco se quede sin escolta, en él viaja un empresario inglés con intereses en México, el mismo día se produce un robo realizado por mexicanos revolucionarios y emplean el mismo método para asesinar…
—Dicho así, parece tener algún tipo de conexión, pero todos los hechos son meras conjeturas, tendrán que investigar más a fondo —dijo Churchill nervioso.
La campana llamando a la función resonó en toda la sala y la gente se dirigió rápidamente a sus palcos. Hércules acompañó a sus amigos por las escalinatas, pero su mente seguía dando vueltas a todo el asunto.
—¿Estás bien? —preguntó Alicia a Hércules.
—Sí, estoy bien. No te preocupes.
Se sentaron en el palco y esperaron en silencio hasta que todas las luces se apagaron. Apenas a unos metros de allí, dos hombres desenfundaban sus pistolas a la espera que la música amortiguara el ruido de las balas.