Londres, 9 de mayo de 1915
La casa estaba desierta. Hércules se había ido temprano sin avisar y Lincoln había partido con la idea de ayudar a Sherlock Holmes y el doctor Watson en sus investigaciones sobre el robo. No la habían invitado a unirse al grupo y Alicia era demasiado orgullosa para pedírselo directamente.
La mujer tomó un libro de la biblioteca y comenzó a leer, pero su cabeza regresaba una y otra vez al misterio del robo del códice. Sin duda aquel misterio era muy atractivo, pero los había separado. Dejó el libro sobre la mesita y se aproximó a la estantería. Los libros de la casa pertenecían al antiguo dueño, y fueron una de las razones por las que decidieron alquilarla.
En las estanterías había muchos libros de historia, pero pocos trataban de América. Extrajo un tomo de William H. Prescott y lo ojeó por unos instantes, pero antes de que comenzara a leerlo escuchó la puerta de la calle y a alguien que subía precipitadamente las escaleras. Por los andares pensó que se trataba de Hércules. Subió a la segunda planta y llamó a la puerta.
—Sí.
—¿Hércules?
—Adelante.
—Te oí llegar.
—Sí, he regresado más pronto de lo esperado.
—¿Dónde está Lincoln?
—Imagino que con ese charlatán de Sherlock Holmes.
—Creo que te estás comportando como un crío, ese detective es una celebridad, posiblemente el hombre más inteligente de nuestra era.
—Lo lamento, pero yo no soporto sus pretensiones.
Alicia observó por unos instantes a su amigo, lo conocía desde niña, cuando sus padres vivían en Cuba y Hércules era el mejor amigo de la familia. Sus canas apenas avejentaban sus rostro moreno de ojos oscuros, el pelo comenzaba a estar demasiado largo para un caballero, pero él siempre había sido un hombre que se comportaba al margen de reglas establecidas.
—Lincoln quiere resolver el caso del robo. ¿No tienes curiosidad? —preguntó Alicia.
—Churchill nos pidió que le ayudáramos en el caso del Lusitania. Yo creo que es más importante descubrir la causa de la muerte de cientos de personas que encontrar un códice.
—Tienes razón, pero por lo que contaron Holmes y Watson no se trata de un códice común, y tampoco es corriente la forma en la que actuaron los ladrones.
La puerta de la calle se cerró bruscamente y los dos se callaron. Sin mediar palabra descendieron a la planta principal. Lincoln entró en el recibidor con el rostro demudado.
—¿Qué sucede, Lincoln?
—Alguien ha atentado contra la sede de Scotland Yard, el prisionero ha huido.