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Londres, 8 de mayo de 1915

Las luces de la sala iluminaron a los cinco personajes. Alicia se había aproximado al resto del grupo. La investigación del robo le hizo olvidar sus deseos de regresar a España y separarse definitivamente de sus dos amigos. Sherlock Holmes era un hombre francamente interesante. Con sus modales refinados y su aguda inteligencia era capaz de despertar la curiosidad en el ser más indiferente de la tierra.

—Entonces son cuatro militares, con botas del ejército norteamericano, mexicanos, vestidos de aztecas y robando un códice —resumió el doctor Watson.

—Eso se acerca mucho a la verdad, pero hay otro detalle que no debemos dejar escapar —dijo Holmes apurando su pipa.

—¿Cuál? —preguntó Lincoln. —Esos hombres le dieron un despiadado escarmiento al policía que intentó detenerles. Le arrancaron el corazón —dijo Holmes.

Hércules se puso en pie y con muestras claras de contrariedad se dirigió al resto del grupo.

—¿A qué juega? Arrancar el corazón a sus víctimas es una ceremonia común entre los aztecas y otros pueblos de América. Eso es del dominio público.

—Cierto —dijo Holmes.

—¿Se cree que nos vamos a quedar boquiabiertos ante sus deducciones?

—¡Hércules! —gritó Alicia.

—Lo siento, pero creo que es mejor que me retire —comentó Hércules con la cara desencajada.

—Veo que no está acostumbrado a que le lleven la contraria —dijo Holmes.

El español le miró fijamente a los ojos, pero al final salió de la sala y dio un fuerte portazo.

—Discúlpelo —dijo Alicia—. Hace unos meses sufrió una pérdida irreparable y estuvo a punto de morir.

—No se preocupe, me hago cargo.

Un molesto silencio invadió la sala hasta que Lincoln comenzó a hablar.

—¿En qué consistían esos rituales aztecas?

—Los aztecas sacrifican a seres humanos debido a sus creencias. Se piensa que habían adoptado esta costumbre de algunas de las culturas que les precedieron. Los olmecas, los teotihuacanos, los mayas y los toltecas hacían sacrificios humanos, aunque la forma y la práctica eran distintas —dijo Holmes.

—¡Qué crueldad! —apuntó Alicia.

—Es fácil criticar a otras culturas, pero su cosmología, la manera que tenían de entender el universo y las fuerzas que lo mueven los llevó a esta clase de prácticas. Los olmecas sacrificaban niños para contentar a los dioses, especialmente a los de la fertilidad y las lluvias. Los mayas sacrificaban a sus prisioneros de guerra, como los aztecas, a los que solían decapitar. Los aztecas crearon un complejo sistema de sacrificios —dijo Holmes.

—Durante mi estancia en África varios misioneros me hablaron de prácticas parecidas entre los negros de Sudán —dijo el doctor Watson.

—Los mexicas o aztecas practicaban sacrificios humanos para venerar a uno de sus dioses más temidos: Tezcatlipoca, el señor del cielo y de la tierra. Éste era uno de los dioses creadores junto a Quetzalcóatl —dijo Holmes.

—Pero ¿siempre practicaron estas costumbres? —preguntó Alicia.

—No, el baño de sangre se introdujo tras la revelación que experimentó uno de sus sacerdotes llamado Tlacaélel. Éste fue uno de los sacerdotes supremos a finales del siglo XV. Tlacaélel predijo que el quinto sol se apagaría muy pronto y la única manera de retrasar su desaparición era a través de atl-tlachinolli —dijo Holmes.

—¿Qué significa eso? —preguntó Lincoln.

Holmes tardó unos segundos en contestar, como si intentara suavizar sus palabras.

—Sangre, querido amigo, sangre humana.

—Entonces, ¿la única manera de retrasar el fin del mundo era por medio de sangre humana? —preguntó Alicia.

—Sí, la sangre ha sido un elemento muy importante en las culturas. Siempre se la ha considerado un elemento purificador. En el cristianismo la sangre de un hombre ha salvado al mundo —dijo Holmes.

—Pero me temo que eso es diferente —dijo Lincoln, ofuscado; hijo de un pastor baptista y creyente, no le gustaban según qué comentarios.

—No quiero comparar el sacrificio de personas inocentes con el sacrificio de Jesucristo, simplemente apuntaba el hecho —dijo Holmes arqueando una ceja.

—De acuerdo.

—Sigamos; los aztecas creían que cuantas más víctimas desangraran en sus altares, más se retrasaría el final del mundo. Pero a los aztecas se les planteó el problema de conseguir tantas víctimas y crearon las guerras floridas —dijo Holmes.

—¿Las guerras floridas? —preguntó Watson.

—Se sucedieron las guerras para conseguir víctimas y los aztecas fueron uno de los pueblos más odiados de la época. Después de matar a sus víctimas las desollaban y los sacerdotes se ponían su piel —dijo Holmes.

—Qué asco —comentó Alicia.

—Todo el ritual comenzaba cinco días antes. Los sacrificadores se hacían cortes a sí mismos, como si con ello propiciaran la atención de sus dioses, después se realizaba una danza de los cautivos, en donde se obligaba a bailar a los prisioneros un día antes de su sacrificio. La última noche, las víctimas la pasaban en vela junto a sus verdugos. También les cortaban mechas de cabello como trofeo. El día del sacrificio se descubría el pecho de las víctimas, después subían de una en una la gran pirámide. El oficiante las colocaba sobre la piedra de sacrificio y mientras sus ayudantes las sujetaban, les extraía el corazón —describió Holmes.

—¡Qué canallas! —dijo el doctor Watson.

—En otros casos se las troceaba, y la sangre corría por los escalones de la pirámide hasta su base. Podían asesinar a sus víctimas de múltiples formas, pero la más común era la extirpación del corazón en vida. Los españoles también hablaron en sus libros de que los mexicas se comían a sus víctimas después de hervirlas, pero esto no está demostrado —apuntó Holmes.

—Los que asaltaron el museo practicaron algún tipo de rito ancestral —dijo Alicia.

—Exacto, fue mucho más que un robo. Observe esto —dijo Holmes sacando un periódico del bolsillo.

Alicia leyó en voz alta los titulares:

—«Se encuentran varias víctimas con el corazón extirpado en Nueva York y Nueva Jersey».

—¿Cree que son los mismos?

—Yo no creo, querido Watson, simplemente deduzco.