Londres, 8 de mayo de 1915
Alicia escuchó ruido en la planta baja, los invitados ya debían estar en la casa. Se miró al espejo, recogió su pelo rojo en un moño y por unos instantes sus ojos verdes reflejaron la intensidad que bullía en su interior. Lincoln se había comportado fríamente con ella desde su regreso de Estambul. Su amistad se disipaba como la niebla de la ciudad al mediodía. Aunque lo peor de todo era que ella no tenía fuerzas ni ganas de cambiar las cosas.
Alicia descendió por la escalinata de madera hasta el recibidor y después entró con paso decidido al salón. Lincoln estaba sentado en uno de los sillones; a su lado se encontraba el doctor Watson, mientras que Hércules y un marinero al que no conocía permanecían en pie. Cuando la vieron entrar, el marinero inclinó la cabeza y dio un paso hasta ella.
—Señorita Mantorella —dijo con su penetrante pero fría voz.
—¿Señor Holmes? ¿Es usted? No le había reconocido con esa ropa —contestó la mujer levantando la mano.
El doctor Watson se levantó y repitió el saludo.
—El señor Holmes y el doctor Watson han venido a visitarnos para hablar del robo en la Roy al Academy of Arts y el hundimiento del Lusitania —dijo Lincoln.
La mujer hizo un gesto con la cabeza, como si realmente le interesara el asunto y se sentó en un sillón apartado, al fondo de la sala.
—Entonces, ¿a qué conclusión han llegado? —preguntó Lincoln al detective.
Holmes arqueó una de sus cejas y pidió permiso para encender su pipa.
—Espero que no les moleste el humo. El hombre se rodea de certezas cotidianas para sentirse más… seguro.
Hércules y Lincoln asintieron, Holmes encendió la pipa y un aroma dulce invadió la estancia. La tarde comenzaba a apagarse detrás de los ventanales y la luz, un bien escaso en Inglaterra, apenas dibujaba la silueta de Holmes cuando comenzó a hablar.
—Un robo, ¿estamos ante un robo? La naturaleza del delito es siempre el primer escollo en una investigación policial. Algunos creen que lo primordial es encontrar al culpable, pero lo realmente esencial es definir bien el delito.
—Es evidente que estamos ante un robo —dijo el doctor Watson.
—Un robo y unos ladrones que se han hecho con un botín —dijo Lincoln.
—Robo y botín, parece claro, pero hay muchos matices que me gustaría desgranar con su ayuda —dijo Holmes mirando a todos, pero deteniéndose en Hércules.
—No es un robo —dijo tajante Hércules—. Esos hombres no eran ladrones.
—¿Por qué cree eso? —preguntó Holmes.
—Su fin no era robar para lucrarse, cumplían una misión.
—¿Usted cree?
—Sí.
—Pero ¿lo cree, lo intuye, lo sabe? —preguntó Holmes.
—Lo deduzco de varios factores. En primer lugar, esos hombres tenían preparación militar.
—¿Preparación militar? —preguntó Lincoln.
—Sí, actuaron como un comando. Su primer objetivo era pasar desapercibidos —dijo Hércules.
—¿Desapercibidos? Vestían como guerreros aztecas —dijo el doctor Watson.
—Sí, pero en una exposición azteca. Sabían que con esos disfraces entrarían en el edificio sin problemas —dijo Hércules.
Holmes se sentó en uno de los sillones y escuchó a sus colegas.
—Pero los ladrones también se disfrazan para conseguir sus objetivos —dijo Lincoln.
—Por lo poco que pude observarlos me di cuenta de que actuaban bajo un mando, un mando militar —dijo Hércules.
—Los ladrones también tienen un jefe al que obedecer —dijo el doctor Watson.
—Las botas —dijo de repente Alicia.
Todos se giraron y contemplaron a la mujer apoyada en el sillón. La única lámpara encendida de la estancia estaba en una mesa auxiliar a su derecha, por lo que su pelo rojo ardía delante de ellos.
—¿Cómo? —preguntó Holmes.
—Llevaban botas del ejército. No sé de que ejército, pero no eran botas civiles.
Holmes se puso en pie y se acercó hasta la mujer.
—Botas militares. Ésa es la primera pista. Pude tomar muestras de algunas pisadas. Las botas son unas Michael del ejército de los Estados Unidos de Norteamérica.
Todos miraron a Holmes intrigados.
—¿Botas norteamericanas? —preguntó Lincoln.
—Botas fabricadas para el ejército norteamericano —dijo Holmes.
—¿Eran norteamericanos? —preguntó el doctor Watson.
—Aunque no podemos descartar por completo esa opción, me inclino a pensar que más bien se trataba de un grupo de revolucionarios mexicanos —dijo Holmes.
—¿Revolucionarios mexicanos? —dijeron todos sorprendidos.
—Sí, el Gobierno de los Estados Unidos ha vendido material militar a los mexicanos. Esas botas pertenecen a una partida de ese material; si encontramos al suministrador de las botas encontraremos a esos hombres.
—¿Para qué iban a robar unas obras de arte azteca unos revolucionarios mexicanos en Londres? —preguntó Alicia.
—Me temo, señorita Mantorella, que eso tiene que declararlo el detenido. Los detectives somos científicos, no adivinos.