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Madrid, 8 de mayo de 1915

El salón del Ritz estaba repleto cuando Diego Rivera bajó a cenar con su amigo don Ramón del Valle-Inclán. El mexicano buscó por las mesas al general Huerta, pero al no encontrarlo se sentó junto a su acompañante en una mesa para dos muy próxima al jardín iluminado.

—Hace una noche muy agradable. Casi hubiéramos podido cenar en el jardín —dijo Diego.

—A mi edad hay que evitar la humedad y el fresco —contestó Valle-Inclán.

—¿Su edad? Todavía le queda mucha guerra que dar.

—En este país te entierran pronto. A muchos no les gusta que no recorra los cafés o no me presente en todas las veladas literarias que se organizan. Piensan que es por prepotencia, pero únicamente se trata de aburrimiento.

—Su esposa también contribuirá a su retiro voluntario.

—Ella está muy liada con sus papeles de actriz —dijo Valle-Inclán.

—Ardo en deseos de conocer su tierra.

—Galicia es uno de los pocos sitios en los que me encuentro a gusto, aunque a causa de mis huesos solo voy en verano.

—¿Quiere cenar algo? —preguntó Diego cuando el camarero se acercó para tomar nota.

—¿A estas horas? Bueno póngame un pescadito.

—Pues yo también, merluza para los dos y un vino espumoso para acompañar.

El camarero se retiró. Por unos instantes los dos amigos permanecieron en silencio, con la vista perdida en el horizonte, hasta que una voz aguda y desagradable les sacó de su ensimismamiento.

—Diego Rivera y don Ramón —dijo el hombre—. No esperaba ver tanto bueno por aquí.

Diego Rivera levantó la cabeza y contempló la figura enjuta del general. No lo veía desde hacía más de tres años, y apenas pudo reconocerlo. Su piel apergaminada, sus ojos pequeños detrás de las lentes y su delgadez le confundieron por unos instantes.

—General Huerta, me alegra mucho verlo de nuevo —dijo Diego levantándose y abrazando al general.

—¿Puedo unirme a ustedes? —preguntó el hombre, acercándose una silla.

—Naturalmente —dijo Diego.

—México necesita a hombres como usted, Diego. Nuestra patria está en peligro constante, pero no hablemos de política esta noche. Cuénteme qué hace por Madrid.

¿Cómo marchan sus cuadros?

Diego respiró hondo, definitivamente no servía para espía. Era demasiado transparente para engañar a un hombre, y menos a uno de los más inteligentes de México.