Londres, 7 de mayo de 1915
Hércules se levantó del suelo y, tras poner a salvo a Alicia, corrió con su revólver en mano hacia la salida del museo. Su amigo Lincoln se puso en pie y lo siguió hasta las escalinatas. Los dos observaron la multitud que corría por Picadilly, y vieron a los cuatro indígenas que destacaban por sus suntuosos trajes. Corrieron tras ellos hasta llegar al parque St. James. Los cuatro hombres se perdieron entre los árboles.
—¿Dónde se han metido? —preguntó Hércules desconcertado, su amigo Lincoln se encogió de hombros. Hércules había perdido su sombrero en la carrera y su pelo blanco y largo caía sobre los hombros, mientras gotas de sudor perlaban su frente.
—Se han esfumado.
Un segundo antes de que desaparecieran de su campo de visión, Hércules los vio salir del parque.
—Se dirigen hacia el río —dijo Lincoln, y echó a correr de nuevo.
Los indígenas se acercaron a uno de los pequeños embarcaderos y se dirigieron a una de las barcas a motor fondeadas en el río.
Lincoln y Hércules llegaron justo antes de que subieran a bordo. Hércules se lanzó sobre uno de los indígenas y Lincoln hizo lo mismo con otro de los hombres. Desde el barco comenzaron a disparar sobre ellos y uno de los indígenas fue alcanzado, el motor de la embarcación se puso en marcha y una nube negra tiñó el cielo casi despejado. Hércules logró controlar al otro indígena mientras Lincoln intentaba responder a los tiros del barco con su pequeña pistola Beretta.
Cuando el barco desapareció río abajo, media docena de policías llegaron con sus porras en las manos.
—¿Se encuentran bien? —preguntó el sargento.
—Creo que este jaguar no está muerto —comentó sarcásticamente Hércules mientras seguía aferrando su presa, que, desenmascarada, ya no parecía tan feroz.