2

Cerca de las costas de Irlanda, 7 de mayo de 1915

El capitán William Turner observó las lejanas costas de la isla y suspiró aliviado. Durante toda la travesía el temor al ataque de algún submarino alemán le había rondado la cabeza. Las advertencias, unas semanas antes, de la embajada alemana en los Estados Unidos, habían sido concisas; el Lusitania podía ser interceptado y hundido antes de llegar a Liverpool.

Después se alejó del puesto de mando y se dirigió a su camarote, para intentar descansar un poco. Aquél era su primer viaje con el Lusitania, aunque conocía aquellas costas como la palma de su mano. Durante años había pilotado el Mauritania, el hermano gemelo de su actual barco.

Se acercó al escritorio y comenzó a escribir, pero uno de los marineros lo interrumpió.

—Señor, hemos entrado en unos bancos de niebla. ¿Mantenemos la velocidad y el rumbo?

—Diga al piloto que reduzca la marcha a quince nudos, no podemos arriesgarnos a chocar contra alguna roca.

El marinero salió del camarote y cerró la puerta. El capitán miró el papel a medio garabatear y decidió dejar la carta para otro momento. Se sentía cansado por la tensión de los últimos días. Se aproximó a la cama y después de desabrocharse la chaqueta se recostó en la cama. Apenas había cerrado los ojos cuando una fuerte explosión lo arrojó al suelo. El barco viró bruscamente. Se puso en pie de un salto, pero no había logrado recuperar el equilibrio cuando una segunda explosión lo lanzó contra el escritorio.

El capitán salió al pasillo y comenzó a correr hacia el puesto de mando, pero una tercera y violentísima explosión se lo impidió. El barco viró a estribor y el viejo oficial percibió como se hundía la proa. Entonces supo que solo le quedaba rezar y encomendar su alma a Dios.