Londres, 7 de mayo de 1915
Los cuatro indígenas vestidos de aztecas aparecieron al fondo de la calle y entraron sin problemas en la fiesta organizada para celebrar la inauguración de la exposición. La Royal Academy of Arts de Londres había reunido cientos de piezas únicas que jamás habían sido expuestas. Lo más granado de la sociedad londinense estaba aquella tarde presente en el museo. Desde la exposición de 1824 nadie había visto tantas piezas de los mexicas juntas en Europa.
Frente a la impresionante fachada de la Royal Academy los coches se amontonaban mientras las fortunas más brillantes de Inglaterra intentaban olvidarse por unos días de la guerra. El edificio, con sus contundentes formas cuadradas, parecía un poco ennegrecido por el clima y la espesa atmósfera de la ciudad, pero aquella tarde centelleaba por la iluminación de la fachada.
Dos hombres y una mujer parecían contemplar las vitrinas en la que se exhibía una de las joyas de la exposición. Se trataba del Códice de Azcatitlán; estaba colocado sobre una blanda superficie recubierta de terciopelo granate.
Los cuatro indígenas vestidos al modo azteca cruzaron sin dificultad la sala, se acercaron hasta la vitrina y de con golpe de maza destrozaron el cristal y recogieron el códice. El estruendo acalló las voces de los invitados y por unos segundos la multitud miró atónita a los cuatro hombres pequeños y morenos. Los disfraces rituales tapaban por completo sus rostros, tan solo sus labios carnosos sobresalían de la máscara de jaguar.
La gente abrió aterrorizada un improvisado pasil lo y los cuatro indígenas caminaron tranquilamente desafiando a la multitud. Al aproximarse a la puerta, un bobby comenzó a soplar su silbato. En ese momento, uno de los aztecas extrajo de su cinto un cuchillo de obsidiana y se lo clavó directamente en el pecho. El policía observó asombrado como la sangre manaba de su uniforme. Con un rápido movimiento, el azteca arrancó el corazón palpitante del agente y lo sacó con la mano izquierda.
El pánico se extendió por todo el museo y la multitud corrió hacia la salida. En la estampida varias personas cayeron al suelo y fueron arrolladas por la multitud. Los cuatro indígenas aprovecharon la confusión para desaparecer por uno de los laterales de la sala y esfumarse en mitad del desconcierto.