Durante los últimos veintisiete años me he dedicado a las investigaciones sumerias, especialmente en el campo de la literatura sumeria. Los estudios que expongo a continuación ya han sido publicados anteriormente en forma de libros altamente especializados, de monografías y de artículos dispersos en diversas revistas eruditas. El presente libro reúne (para el humanista, el universitario y el público educado, en general) algunos de los resultados más significativos, procedentes de las investigaciones sumerológicas y publicados en revistas especializadas.
El libro consiste en veinticinco ensayos ensartados en un hilo común: todos ellos tratan acontecimientos genéricos, pero cuyo denominador común consiste en que son los primeros que registra la Historia. Son, por consiguiente, de un valor incalculable y de una gran significación para seguir la historia de las ideas y para estudiar los orígenes de la cultura. Pero esto es sólo accidental y secundario; es, como si dijéramos, un producto accesorio, un producto derivado de la investigación sumerológica. El propósito principal de estos ensayos es el de presentar una visión panorámica de las realizaciones culturales y espirituales de una de las civilizaciones más antiguas y creadoras. Todos los aspectos más importantes del esfuerzo humano están aquí representados: gobierno y política, educación y literatura, filosofía y ética, ley y justicia, hasta incluso agricultura y medicina. Hemos esbozado los textos que tenemos en un lenguaje que esperamos que se considere claro y concreto. En primer lugar, se ponen los antiguos documentos ante los ojos del lector, ya en su totalidad, ya en forma de extractos básicos, de modo que pueda percatarse de su estilo y de su gracia, y al mismo tiempo pueda seguir la línea general del argumento.
La mayor parte del material reunido en este volumen está preparado con mi «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor»; de ahí la nota personal que vibra en todas sus páginas. El texto de la mayoría de los documentos fue reunido y traducido por mí antes que nadie, y en no pocos casos he sido yo mismo quien ha identificado las tabletas en que se basan y hasta he preparado las copias manuscritas de las inscripciones en ellas contenidas.
Sin embargo, la sumerología no es sino una rama de los estudios cuneiformes, y éstos ya se iniciaron hace más de un siglo. En el transcurso de los años sucesivos ha habido muchísimos eruditos que han aportado innumerables contribuciones, las cuales son utilizadas por el cuneiformista moderno para construir un cuerpo de estudio, cada día más considerable, a veces incluso de un modo inconsciente. La mayoría de estos eruditos ya han muerto, y el sumerólogo de hoy en día no puede hacer sino inclinarse en un gesto de sencillo agradecimiento al utilizar los resultados de la obra de sus predecesores anónimos. Pero pronto los días del moderno sumerólogo van, a su vez, a tocar a su fin, y sus hallazgos más fructíferos entrarán a formar parte del acervo colectivo de la sumerología, y, por ende, de los progresos cuneiformistas.
Entre los cuneiformistas últimamente fallecidos, hay tres de quienes me siento especialmente deudor: el eminente sabio francés François Thureau-Dangin, quien ha dominado la escena del cuneiformismo durante medio siglo y ha sido dechado y ejemplo de mi ideal en cuanto a erudito, o sea, una persona productiva, lúcida, consciente del significado de cada cosa, y más dispuesto a confesar ignorancia que a pretender teorizar en exceso; el segundo es Antón Deimel, del Vaticano, hombre poseedor de un agudo sentido del orden y organización lexicográficos, y cuya obra monumental, el Sumerisches Lexikon, me ha sido utilísima, a pesar de sus numerosos defectos; y a Edward Chiera, cuya visión y diligencia allanó mucho el camino de mis investigaciones sobre literatura sumeria.
Entre los cuneiformistas vivientes hoy en día cuyos trabajos me han sido valiosísimos, especialmente desde el punto de vista de la lexicografía sumeria, debo citar a Adam Falkenstein, de Heidelberg, y a Thorkild Jacobsen, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. Sus nombres y sus obras aparecerán con frecuencia citados en el texto del presente libro. Además, en el caso de Jacobsen resulta que se ha desarrollado entre nosotros una estrecha colaboración, como consecuencia de los hallazgos de inscripciones en la expedición conjunta que el Instituto Oriental y el Museo de la Universidad realizaron a Nippur durante los años 1948-1952. Las estimulantes y acuciadoras obras de Benno Landsberger, una de las mentalidades más creadoras en estudios cuneiformes, han sido para mí una constante fuente de información y orientación; en especial, sus obras más recientes, que constituyen otros tantos imponderables tesoros de lexicografía cuneiforme.
Pero es a Arno Poebel, la máxima autoridad en sumerología del pasado medio siglo, a quien mis investigaciones deben más. Hacia el año 1930, como miembro que era yo de la redacción del Diccionario Asirio, del Instituto Oriental, estuve sentado a sus pies y bebí sus palabras. En aquellos días en que la sumerología era una disciplina poco menos que desconocida en América, Poebel, maestro indiscutido de metodología sumerológica, me ofreció generosamente su tiempo y sus conocimientos.
La sumerología, tal como ya puede suponer el lector, no se cuenta entre las asignaturas esenciales de las universidades americanas, ni aun entre las mayores de ellas, y el camino que yo escogí no estaba precisamente alfombrado de oro. La ascensión hacia una cátedra más o menos cómoda, pero relativamente estable, iba marcada por una constante lucha con los medios económicos disponibles. Los años que van desde 1937 a 1942 fueron muy críticos para mi carrera universitaria, y, de no haber sido por una serie de donativos por parte de la «John Simón Guggenheim Memorial Foundation» y de la «American Philosophical Society», mi carrera habría podido terminar prematuramente. En estos últimos años, la «Bollingen Foundation» me ha facilitado el poder contar con alguna ayuda de tipo secretarial y científico para mis investigaciones sumerológicas, y al mismo tiempo me ha proporcionado las posibilidades para poder viajar por el extranjero, en relación con mis estudios.
Estoy profundamente agradecido al Departamento de Antigüedades de la República de Turquía y al Director de los Museos Arqueológicos de Estambul, por su generosa cooperación, ya que hicieron posible poner a mi alcance las inscripciones literarias sumerias del Museo del Antiguo Oriente, cuyos dos conservadores de la Colección de Inscripciones, Muazzez Cig y Hatice Kizilyay, me han sido constantemente de una ayuda considerable, especialmente por el trabajo que se han tomado al copiar varios centenares de fragmentos inscritos con porciones de obras literarias sumerias.
Finalmente, deseo expresar mi profunda gratitud a la señora Gertrude Silver, quien me ayudó a preparar las hojas mecanografiadas que forman este libro.
Samuel Noah Kramer
Filadelfia, Pensilvania.