XXIV

MUERTE DEL DRAGÓN

EL PRIMER «SAN JORGE».

Ya he dicho que la palabra Kur designaba, entre los sumerios, el espacio vacío comprendido entre la corteza terrestre y el Mar Primordial que se hallaba debajo y que agitaban permanentemente furiosas tempestades. Pero, según parece, con esta misma palabra también se designaba al Dragón monstruoso encargado de domeñar esas Aguas subterráneas.

La lucha con el dragón seguida de su muerte es un tema que se encuentra en la mitología de la mayor parte de los pueblos. Especialmente en Grecia, donde abundan las leyendas dedicadas a dioses y a héroes, no hay casi ninguno de esos personajes fabulosos que no haya dado muerte a su dragón; Heracles (por otro nombre Hércules) y Perseo fueron los más célebres de entre ellos. En la época del cristianismo fueron los santos los encargados de realizar esta hazaña, como lo atestiguan la historia de san Jorge y todas las demás que se le parecen. Sólo varían los nombres de los personajes y las circunstancias que rodearon el hecho, según el país y las leyendas. Pero ¿de dónde vienen todos estos relatos? Como la lucha a muerte con el Dragón era un tema familiar de la mitología sumeria ya desde el tercer milenio a. de J. C, tenemos derecho a suponer que, tanto las leyendas griegas como las que vemos reaparecer al principio del cristianismo, se habían originado en Sumer.

Conocemos actualmente tres versiones, al menos, de la lucha a muerte con el Dragón, tal como la referían hace más de treinta y cinco siglos los mitógrafos sumerios. Los protagonistas de dos de estas versiones son dioses, pero el héroe de la tercera, Gilgamesh, es un mortal como san Jorge, de quien es lejano antepasado. Por otra parte, resulta ser en el prólogo de un poema dedicado a otra hazaña de Gilgamesh[80] donde se evoca la leyenda de Enki y el Dragón. El combate tuvo lugar, según parece, poco después de haberse separado el cielo y la tierra. En cuanto al dragón, también parece que se trata, ni más ni menos que de aquel demonio de las Aguas de quien ya hemos hablado. Digo que parece ser ese personaje, porque, desgraciadamente, sólo disponemos de una docena de líneas lacónicas para poder reconstruir la leyenda.

Habiendo, pues, Kur raptado del cielo a una diosa, Ereshkigal (y ello hace pensar en el rapto de Perséfona), Enki embarca y se dirige a su encuentro. El monstruo lucha con furor, tira piedras contra Enki y su barca y desencadena contra ellos las aguas del Mar Primordial que estaban bajo su mando:

Después que An se hubo llevado el cielo;

Después que Enlil se hubo llevado la tierra;

Después que Ereshkigal hubo sido raptada por Kur, como su presa;

Después de haberse hecho a la vela, después de haberse hecho a la vela,

Después que el Padre se hubo hecho a la vela contra Kur,

Después que Enki se hubo hecho a la vela contra Kur,

Contra el Rey, Kur lanzó pedruscos,

Contra Enki disparó grandes piedras,

Sus pedruscos, piedras de la mano,

Sus grandes piedras, piedras de las cañas «danzantes»,

Aplastaron la quilla de la barca de Enki

Combatiendo, como una tempestad al asalto.

Al ataque del Rey, el agua de proa

Devoraba como un lobo,

Al ataque del Rey, el agua de popa

Embestía como un león.

El autor del poema no dice nada más. No le interesaba extenderse sobre la historia de Enki y el Dragón en un poema que él dedicaba a la leyenda de Gilgamesh. Ignoramos, por consiguiente, cuál fue el resultado del combate. Pero es casi seguro que la victoria se inclinó por el lado de Enki. Y podemos muy bien suponer que el poeta inventó el mito del Dragón, con el propósito de explicar por qué, en los tiempos históricos en que él vivía, se consideraba a Enki como un dios del Mar, y por qué su Templo de Eridu se llamaba el Abzu, término que, en sumerio, significa «el mar».

Volvemos a encontrar el mismo tema del combate a muerte con el Dragón en otro poema de una extensión de más de 600 líneas, titulado: La gesta del dios Ninurta. Para reconstruirlo se han utilizado muchísimas tablillas y fragmentos, de los cuales muchos todavía no se han publicado.

Esta vez, el «personaje antipático de la pieza», el «villano», no es el monstruo Kur, sino Asag, el Demonio de la Enfermedad, que mora en el Kur, es decir, en los Infiernos. El héroe del relato es Ninurta, el dios del Viento Sur, quien pasaba por ser el hijo de Enlil. Pero el que desencadena el drama es Sharur, personificación de las armas del dios.

Por un motivo que ignoramos, el tal Sharur es el enemigo del demonio Asag. Empieza alabando largamente las virtudes heroicas y las hazañas de Ninurta y a continuación exhorta al dios a atacar al monstruo y matarle. Ninurta sale al encuentro de Asag, pero, a lo que parece, su contrincante es demasiado contrincante para él, puesto que Ninurta «huye como un pájaro». Sharur le endilga otro discurso para tranquilizarle y darle ánimos, con tan brillante efecto que, seguidamente, Ninurta ataca furiosamente al demonio con todas las armas de que dispone y lo mata.

Pero la muerte de Asag provoca un desastre en Sumer. Las aguas furiosas del Mar Primordial se lanzan al ataque de la tierra e impiden que el agua dulce se extienda por los campos y jardines; y los dioses que, hasta entonces, llevaban «el pico y el cesto» de Sumer, o sea, dicho en otras palabras, que velaban por el buen funcionamiento de la irrigación y los cultivos del país, están desesperados. El Tigris ya no tiene crecidas; y el agua que transcurre por su cauce ha dejado de ser «buena».

Terrible era el hambre; no se producía nada.

Nadie se «lavaba las manos» en los arroyos.

Las aguas no subían.

Los campos no estaban irrigados:

No se cavaban fosos de irrigación,

No había vegetación en todo el país;

Sólo crecían las malas hierbas.

Entonces el Señor aplicó a esta situación su espíritu vigoroso;

Ninurta, hijo de Enlil, creó grandes cosas.

Ninurta entonces amontona las piedras en el Kur, y edifica con ellas una gran muralla para proteger Sumer; las «poderosas» aguas del Mar Primordial quedan contenidas y ya no pueden remontarse más a la superficie de la tierra. Inmediatamente, Ninurta recoge las aguas que habían inundado el país y las hace desaguar en el Tigris. El rio se desborda, y su crecida vuelve a irrigar los campos:

Lo que había dispersado, él lo ha reunido;

Lo que se había dispersado del Kur,

Él lo ha conducido y echado luego al Trigis.

Las altas aguas, el Trigis las vierte sobre los campos.

Y he aquí que entonces todo lo que hay en la tierra

Se ha alborozado a lo lejos, a causa de Ninurta, el Rey del país.

Los campos han producido grano en abundancia,

La viña y el huerto han dado sus frutos,

La mies se ha amontonado en las colinas y en los graneros.

El Señor ha hecho desaparecer el luto que reinaba en la tierra

Y ha henchido de gozo el espíritu de los dioses.

No obstante, Ninmah, madre de Ninurta, se entera de las heroicas hazañas de su hijo, y al pensar en los peligros que ha corrido se siente presa de una gran zozobra; está tan impaciente por verle de nuevo que ya no puede conciliar el sueño en su «dormitorio». Ella quisiera que él le permitiese que acudiera a visitarle y a contemplarle. Ninurta escucha su ruego. Cuando ella llega, él la contempla con el «ojo de la vida» y le dice:

«Oh, Señora, porque tú has querido venir al Kur,

Oh, Ninmah, porque a causa de mí,

tú quisieras penetrar en este país hostil,

Porque tú no temes el horror de la batalla

que se desarrolla a mí alrededor,

Quiero qué la colina que yo, el Héroe, he amontonado,

Tenga por nombre Hursag[81] y que tú seas su Reina».

Entonces bendijo Hursag la montaña, para que pudiera producir toda clase de plantas, además de vino y miel, árboles de diversas especies, oro, plata y bronce, ganado mayor, carneros y todas las demás variedades de «animales de cuatro patas». A continuación, Ninurta se dirige a las piedras: maldice a aquellas que tomaron partido contra él mientras combatía al demonio Asag, y bendice aquellas otras que le permanecieron fieles. Por su estilo y su acento, este pasaje recuerda aquel otro, en el Génesis (capítulo XLIX), en el que los hijos de Jacob son benditos y malditos alternativamente. El poema termina con un largo himno a honor y gloria de Ninurta.

La tercera leyenda sumeria que evoca la lucha a muerte con el Dragón está relatada en un poema que yo he titulado Gilgamesh y el País de los Vivos. El texto está incompleto; las catorce tablillas y fragmentos descubiertos hasta la fecha no permiten más que la restitución de 164 líneas, que, sin embargo, bastan para persuadirnos de que este poema debió de ejercer, tanto desde el punto de vista afectivo como del artístico, un doble atractivo considerable sobre el público sumerio, que, por lo demás, si de algo peca era de ser excesivamente crédulo. La obra en cuestión deriva su fuerza poética de su tema principal: la angustia del hombre ante la muerte, y la posibilidad que tiene el hombre de sublimarla procurándose una gloria inmortal. El autor supo elegir muy inteligentemente las peripecias de su argumento, y los detalles con que la adorna son los más apropiados para realizar los penetrantes acentos que en él predominan. También el estilo es muy notable; el poeta ha logrado obtener el efecto rítmico apropiado, utilizando hábilmente los procedimientos de la repetición y del «paralelismo». En resumen, este poema es una de las más bellas obras literarias sumerias que han llegado a nuestro conocimiento. Se puede resumir del siguiente modo:

El «señor». Gilgamesh, rey de Uruk, sabe muy bien que llegará un día en que tendrá que irse de este mundo, como todos los mortales. Pero, antes de morir, quiere, al menos, «elevar su nombre», y, en consecuencia, toma la decisión de dirigirse al lejano «País de los Vivos», sin duda para talar los cedros y llevárselos a Uruk. Confía este proyecto a su fiel servidor y amigo Enkidu, y este último le aconseja que no emprenda nada antes de haber comunicado sus intenciones al dios del sol, Utu, quien vela por el país de los cedros.

Gilgamesh sigue el consejo de Enkidu; lleva ofrendas a Utu y le pide su ayuda y asistencia en el curso de su viaje al «País de los Vivos». Al principio parece como si Utu dudara que Gilgamesh tuviera nada que hacer en dicho país. Pero el héroe insiste con tal elocuencia que consigue convencer al dios. Utu le promete su apoyo; el texto nos permite suponer que el dios se propone neutralizar a siete demonios muy ariscos (personificación de los meteoros destructores) que podrían poner a Gilgamesh en peligro cuando éste atravesara las montañas que se levantan entre Uruk y el «País de los Vivos». Gilgamesh se pone loco de alegría y reúne en Uruk a cincuenta compañeros, personas todas ellas sin trabas ni lazos familiares, que no tienen ni «casa» ni «madre», y están dispuestos a seguirle dondequiera que vaya y haga lo que haga. A continuación les hace confeccionar las armas indispensables, y acto seguido la pequeña tropa se pone en marcha.

No sabemos exactamente lo que les acontece a Gilgamesh y a sus compañeros cuando han conseguido franquear la séptima montaña, porque el pasaje correspondiente a este episodio en el texto está lleno de lagunas. En el sitio en que el texto vuelve a ser legible nos enteramos de que el héroe se ha quedado dormido en profundo sueño; uno de sus hombres se esfuerza en despertarlo y sólo lo logra a duras penas. Gilgamesh vuelve a recobrar su lucidez; sólo que ha perdido demasiado tiempo y jura por la vida de su madre Ninsun y por la vida de su padre Lugalbanda que él penetrará en el «País de los Vivos» y que nadie, ni hombre ni dios, podrá evitarlo.

No obstante, Enkidu le suplica que se vuelva atrás, recordándole que el guardián de los cedros es el terrible monstruo Huwawa, que mata a todos aquéllos a quienes ataca. Pero Gilgamesh no hace caso de este prudente consejo. Está persuadido de que si Enkidu le presta decidida ayuda, ningún percance podrá ocurrirle; por lo tanto, le exhorta a que venza sus temores y a que prosiga adelante junto a él.

Al acecho, en su «casa de cedro», el monstruo Huwawa ve acercarse a Gilgamesh, acompañado de Enkidu y los demás compañeros de aventura. Furioso, intenta ponerlos en fuga, pero es en vano. En este lugar del poema el texto presenta una laguna de varias líneas. Enseguida nos enteramos de que Gilgamesh, después de haber abatido siete árboles, se encuentra cara a cara con Huwawa, en la misma estancia, según parece, en que se halla este último. Cosa extraña: apenas Gilgamesh se lanza a atacarle, el monstruo es presa de un terror pánico. Huwawa dirige una plegaria al dios del sol, Utu, y suplica al héroe que no lo mate. Gilgamesh está inclinado a mostrarse clemente y, en frases que tienen el aire de ser un enigma, propone a Enkidu devolver la libertad a Huwawa. Pero Enkidu estima que ello sería una imprudencia. Al oír esto, el monstruo se indigna. Para terminar de una vez, los dos compadres le cortan la cabeza y en paz. Según parece, acto seguido llevan el cadáver a Enlil y a Ninlil. No sabemos nada de lo que pasa más adelante, porque, después del pasaje que acabo de resumir, no quedan del texto más que algunas líneas fragmentarias.

He aquí la traducción literal de las partes más inteligibles del poema:

El señor hacia el país de los vivos volvió su espíritu,

El señor Gilgamesh, hacia el País de los Vivos

volvió su espíritu; Y dijo a su servidor Enkidu:

«Oh, Enkidu, el ladrillo y el sello

no han traído aún el término fatal.

Yo quisiera penetrar en el País, yo quisiera “elevar” mi nombre,

En aquellos sitios donde otros nombres han sido “elevados”,

yo quisiera “elevar” mi nombre,

En aquellos sitios donde no han sido “elevados” otros nombres,

yo quisiera “elevar” los nombres de los dioses».

Su servidor Enkidu le responde;

«Oh, dueño mío, si tú quieres penetrar en el “País”,

advierte a Utu,

Advierte a Utu, el héroe Utu—

El País está guardado por Utu,

El País de cedro talado es el héroe Utu quien lo guarda—

¡advierte a Utu!».

Gilgamesh se apoderó de un cabrito blanco;

Y estrechó contra su pecho un cabrito pardo, una ofrenda.

En su mano tomó el bastón de plata de su…

Y dijo a Utu el celeste:

«Oh, Utu. yo quisiera penetrar en el País, sé tú mi aliado.

Yo quisiera penetrar en el País del cedro talado, sé tú mi aliado».

Utu el celeste le respondió:

«Es verdad que tú eres…, pero ¿qué eres tú para el País? —

Oh, Utu, quisiera decirte una palabra, presta oído a mi voz:

Quisiera que esta palabra llegara hasta ti, presta oído;

En mi ciudad el hombre muere, con el corazón oprimido;

El hombre perece, el corazón está agobiado.

Yo he echado un vistazo por encima de la muralla,

He visto los cadáveres… flotando en el río.

En cuanto a mí, mi suerte será la misma; en verdad, es así.

El mayor de los hombres no puede tocar el cielo,

El más gordo de los hombres no puede cubrir la tierra.

El ladrillo y el sello no han traído todavía el término fatal,

Yo quisiera penetrar en el País, yo quisiera “elevar” mi nombre

En aquellos sitios donde otros nombres han sido “elevados”;

yo quisiera “elevar” mi nombre

En aquellos sitios donde no han sido “elevados” otros nombres,

yo quisiera “elevar” los nombres de los dioses».

Utu aceptó, pues, su llanto, a guisa de ofrenda.

Como a un nombre lastimero, le concedió su lástima,

Los siete héroes, hijos de una misma madre,

……………………………

Se los llevó a las grutas de las montañas.

Aquel que abatió el cedro se comportó alegremente,

El señor Gilgamesh se comportó alegremente,

En su ciudad, como un solo hombre, él …,

Como dos compañeros, él …,

«¡Quién tiene una casa tiene su casa! ¡Quién tiene una madre tiene su madre!

¡Que los hombres solos que hubieran hecho lo que yo he hecho,

en número de cincuenta, vengan a mi lado!».

¡Aquel que tenía una casa tiene su casa!

¡Aquel que tenía una madre tiene su madre!

Los hombres solos que hubieran hecho lo que él ha hecho,

en número de cincuenta, se fueron a su lado.

A la casa de los herreros dirigió sus pasos,

El… el hacha…, su «Poder de heroísmo», los hizo fundir allí.

Hacia el jardín… de la llanura encaminó sus pasos,

El árbol—…, el sauce, el manzano, el boj, el árbol—…,

él los abatió.

Los «hijos» de la ciudad que le habían acompañado los tomaron en sus manos.

Las quince líneas que siguen están llenas de blancos. Cuando el texto vuelve a aclararse, nos enteramos de que Gilgamesh se ha quedado dormido después de haber franqueado las siete montañas. Uno de sus compañeros se esfuerza en despertarle:

Le tocó, pero no se levantaba;

Le habló, pero no le respondía.

«Tú que estás yaciendo, tú que estás yaciendo,

Oh, Gilgamesh, señor, hijo de Kullab,

¿cuánto tiempo permanecerás yaciendo?

El País se ha ensombrecido, sobre él se han extendido las sombras.

El crepúsculo se ha llevado su luz,

Utu se ha dirigido, alta la cerviz, hacia el seno de su madre, Ningal.

Oh, Gilgamesh, ¿cuánto tiempo permanecerás yaciendo?

No dejes que los “hijos” de tu ciudad, que te han acompañado

te esperen, de pie, al pie de la montaña.

No dejes que la madre que te dio el ser

sea conducida a la “plaza” de la ciudad».

Gilgamesh consintió.

De su «Palabra de heroísmo» se cubrió como de un manto;

Su manto de treinta siclos que llevaba en la mano,

se lo enrolló alrededor del pecho.

Como un toro, se irguió sobre la «Gran Tierra».

Y apretó sus labios contra el suelo; sus dientes castañeteaban.

«¡Por la vida de Ninsun, la madre que me ha dado el ser,

y por Lugalbanda, mi padre!

¿Me volveré como aquel que se sienta,

ante el asombro general,

sobre las rodillas de Ninsun,

la madre que me dio el ser?».

Por segunda vez, dijo:

«Por la vida de Ninsun, la madre que me dio el ser,

y por Lugalbanda, mi padre,

Hasta que yo haya dado muerte a ese hombre, si es que es un hombre,

hasta que le haya dado muerte, aunque sea un dios,

Mis pasos dirigidos hacia el País, no los dirigiré hacia la ciudad».

El fiel servidor imploró y… la vida,

Y respondió a su señor:

«Oh, dueño mío, tú que no has visto jamás a ese hombre,

no estás sobrecogido de terror;

Pero yo que lo he visto, yo sí que estoy sobrecogido de terror.

Los dientes de este guerrero son los dientes de un dragón,

Su cara es la cara de un león,

Su… es el agua de la crecida que se desborda;

A su frente que devora árboles y cañas, nadie escapa.

Oh, dueño mío, haz ruta hacia el País,

yo haré ruta hacia la ciudad;

Yo diré a tu madre tu gloria, para que ella exclame;

¡Yo le diré tu muerte inminente, para que ella vierta amargas lágrimas!».

«Por mí no morirá otro;

la barca cargada no se hundirá.

El tejido tres veces doblado no será cortado;

El… no será aplastado;

El fuego no destruirá ni la casa ni la cabaña.

Ayúdame y te ayudaré, ¿qué puede sucedernos?

………………………………

Ven, avancemos, pondremos la mirada en él,

Si, cuando avancemos,

llega el miedo, si el miedo llega haz que se vuelva;

Si el terror llega, si el terror llega, haz que se vuelva.

Dentro de tu…, ven, avancemos».

Cuando no estaban todavía prevenidos,

a una distancia de mil doscientos pies,

Huwawa… su casa de cedro,

En él fijó su mirada, su mirada de muerte,

Sacudió la cabeza para él, sacudió la cabeza ante él.

……………………………

Él, Gilgamesh, él mismo desarraigó el primer árbol.

Los «hijos» de la ciudad que le acompañaban

Cortaron su follaje, lo ataron,

Lo depositaron al pie de la montaña.

Cuando hubo hecho desaparecer el séptimo,

se acercó a la estancia de Huwawa,

Se dirigió hacia la «Serpiente del Muelle del Vino» en su muro,

Y, como si fuera a darle un beso, lo abofeteó.

Los dientes de Huwawa entrechocaron,…la mano le tembló.

«Quisiera decirte una palabra…,

Oh, Utu, madre que me haya dado el ser, no conozco a ninguna,

padre que me haya criado, no conozco a ninguno;

Eres tú, en el País, quien me ha dado el ser y quien me ha criado.

Conjuró a Gilgamesh por la vida del Cielo,

por la vida de la Tierra, por la vida de los Infiernos.

Le tomó de la mano, le condujo a…

Entonces, el corazón de Gilgamesh se sintió inundado de lástima por…».

Y dijo a su servidor Enkidu:

«Oh, Enkidu, deja que el pájaro capturado vuelva a su nido,

Deja que el hombre capturado vuelva al regazo de su madre».

Enkidu respondió a Gilgamesh:

«A este gigante que no tiene juicio,

Namtar[82] lo devorará,

Namtar, que no hace distinciones.

Si el pájaro capturado vuelve a su nido,

si el hombre capturado vuelve al regazo de su madre,

tú no volverás a la ciudad de la madre que te ha dado el ser».

Huwawa dijo a Enkidu:

«Contra mí, oh Enkidu, tú le has hablado mal,

¡Oh, hombre alquilado…, tú le has hablado mal!».

Cuando hubo dicho esto,

Ellos le cortaron el cuello,

Colocaron sobre él…

Y lo llevaron ante Enlil y Ninlil.