LOGOMAQUIA
LOS PRIMEROS DEBATES LITERARIOS
Los profesores y los escritores sumerios no eran ni unos filósofos rigurosos ni unos pensadores profundos, pero sabían observar muy bien la Naturaleza y el mundo que les rodeaba. Las largas listas de plantas, de animales, de metales y de piedras que los pedagogos establecieron con fines de enseñanza, y de las que ya he hablado en el primer capítulo de este libro, presuponen un estudio atento de las características más aparentes de las sustancias naturales y de los seres vivientes. Análogamente, los precursores sumerios de nuestros etnólogos modernos establecieron un concienzudo inventario de los elementos de su civilización (ver el capítulo XIII).
Las cosas se colocan naturalmente en nuestro espíritu por categorías, géneros o especies, y cuando se trata de objetos simples o familiares, parece como si estas clasificaciones se establecieran por sí mismas, como si la Naturaleza ya nos las presentara hechas. Eso es lo que ocurre con las estaciones del año, con las plantas y con los animales, por no hablar más que de las más elementales. Pero en el interior de estas categorías nuestras relaciones con las cosas hacen aparecer entre algunas de ellas, por comparación, ciertos contrastes. Así, por ejemplo, el invierno y el verano, entre las estaciones, para tomar una vez más el ejemplo más sencillo. De este modo, las cosas se asocian por parejas, variables hasta el infinito, según la experiencia, los conocimientos o el tipo de civilización de los individuos y de los pueblos. En una sociedad esencialmente agraria como la de los sumerios, esta clase de parangones se hacían no sólo entre el invierno y el verano, claro está, sino también, por ejemplo, entre el ganado y el grano, entre el pájaro y el pez, entre el árbol y la caña, entre la plata y el bronce, entre el pico y el arado, entre el pastor y el agricultor. Todos estos objetos, estos fenómenos o estas actividades constituían elementos familiares del universo conocido por los sumerios y participaban de algún modo en su civilización. Sin embargo, se oponían o, mejor dicho, podían oponerse entre ellos, de dos en dos; la plata era un metal precioso, una gran riqueza, sin duda alguna, pero con el bronce se fabricaban objetos más útiles. De igual modo, la cría del ganado proporcionaba la carne para las fiestas y los sacrificios, pero el cultivo del grano producía la cebada, alimento cotidiano de la población. ¿Cuál era, pues, el más útil?
Así tuvo lugar, grosso modo, el origen de estas disputas, de estas controversias que tanto apreciaban los sumerios y que sus escritores elevaron al rango de género literario con un arte en el que se mezcla a menudo el placer del juego.
En estas disputas, esas tensones, como se dice en términos trovadorescos, los objetos o los elementos personificados (y no artificiosamente por cierto, puesto que la mayoría de ellos ya lo estaban por la religión y el mito) tomaban la palabra por turno y se entregaban a una especie de duelo, en el transcurso del cual cada uno de los rivales buscaba la manera de «hinchar» sus propios méritos y rebajar los del otro. Estas justas oratorias, que derivaban seguramente de los «juegos» de los antiguos trovadores que Sumer había conocido antes del invento de la escritura, conservaron, a consecuencia de ello, bajo el estilete de los escribas sumerios, la forma poética. Cada controversia iba precedida de una introducción mitológica apropiada y terminaba con el arbitraje de uno o varios de los grandes dioses, los cuales designaban el vencedor del torneo.
Actualmente conocemos siete de estos textos literarios en forma de controversia. Unos son completos, otros fragmentarios, pero sólo tres de ellos han sido estudiados profundamente. Éstos son: El Grano y el Ganado, El Verano y el Invierno, y, finalmente, un tercer texto, de tipo verdaderamente muy distinto, pero, precisamente por esta misma razón, muy interesante, y al que yo he titulado: Inanna cortejada.
No insistiré sobre el primero, que ya analicé en el capítulo XIV. El lector podrá dirigirse, desde el nuevo punto de vista que nos ocupa, al pasaje relativo a Lahar y a Ashnan, los dos protagonistas (pág. 128). El segundo, El Verano y el Invierno, es una de las composiciones más largas del género. Cuando se haya podido completar este texto, utilizando todos los documentos disponibles, se encontrará en él, sin duda, un acopio de información sobre las prácticas agrícolas de la época mucho más abundante que en cualquier otra obra literaria sumeria. Su contenido puede resumirse, partiendo de los fragmentos subsistentes, más o menos, así:
Introducción mitológica: Enlil, dios del aire, ha decidido hacer que crezcan y se desarrollen toda suerte de árboles y plantas, y que reine la abundancia en el país de Sumer.
Distribución de las funciones: Con este designio, Enlil crea dos «héroes civilizadores[55]», dos hermanos, Emesh (el verano) y Enten (el invierno), y asigna a cada uno de ellos sus funciones propias:
Enten hace que la oveja dé a luz el cordero,
que la cabra dé a luz el cabrito;
Que vaca y ternero se multipliquen,
que la natilla y la leche abunden;
En la llanura, hace que se regocije
el corazón de la cabra salvaje, del carnero y del asno;
A las aves del cielo, sobre la vasta tierra
les hace construir los nidos;
A los peces del mar, en los juncales,
les hace desovar;
En los palmerales y en los viñedos
hace que abunden la miel y el vino;
Los árboles, doquier que estén plantados,
hace que produzcan frutos;
Los jardines, los adorna de verdor,
da a sus plantas lozanía;
Hace crecer el grano en los surcos:
Como Ashnan[56], la virgen benévola,
hace que crezca tupido y abundante.
Emesh trae a la existencia los árboles y los campos,
engrandece establos y granjas;
En las granjas multiplica los productos,
cubre la tierra de…;
Hace entrar en las casas cosechas abundantes,
llenar los graneros;
Hace erigir ciudades y mansiones,
construir casas en todo el país,
Y elevar los Templos a la altura de las montañas.
La querella: Una vez cumplida su misión, los dos hermanos deciden ir a Nippur a presentar sus ofrendas a su padre, Enlil. Emesh aporta diversos animales salvajes y domésticos, aves y plantas, mientras Enten contribuye con piedras preciosas y metales raros, árboles y peces. Pero, cuando llegan ante la puerta de la «Casa de la vida», Enten, que está celoso de Emesh, le busca querella. Los dos hermanos disputan violentamente y Emesh termina discutiéndole a Enten su derecho al título de «granjero de los dioses».
El debate ante el dios: Una vez llegados al gran templo de Enlil, el Ekur, cada uno de los dos hermanos expone su caso ante el dios. Enten se queja en términos sencillos, pero vigorosos:
Oh, Padre Enlil, tú me has dado a guardar los canales,
yo he traído agua en abundancia.
Yo he hecho que la granja toque a la granja,
he llenado hasta reventar los graneros.
He multiplicado el grano en los surcos,
Igual que Ashnan, la virgen benévola,
he hecho que creciera tupido.
Ahora bien, Emesh, el…, que no entiende nada del campo,
Me ha maltratado el brazo… y el hombro,…
En el palacio del rey…
La versión que de la querella da Emesh empieza, por el contrario, con palabras aduladoras destinadas a ganarse los favores de Enlil, pero la continuación es muy breve, al menos hasta el presente, y casi incomprensible.
El juicio: Después de haber oído sus alegatos, Enlil responde a Emesh y a Enten:
Las aguas que dan vida a todos los países,
Enten está encargado de guardarlas;
Granjero de los dioses, él lo produce todo.
Emesh, hijo mío, ¿cómo puedes compararte
a tu hermano Enten?
Reconciliación y conclusión: Habiéndose restablecido el orden, después de la sentencia sin apelación del dios, los dos hermanos, respetuosos con la decisión de Enlil, se reconcilian.
Las palabras sagradas de Enlil, de profundo sentido,
De decisión inconmovible, ¿quién se atrevería a infringirlas?
Emesh se hinca de rodillas ante Enten, le ofrece una plegaria.
En su casa, le lleva néctar, vino y cerveza.
Ambos beben hasta la saciedad el néctar que alegra el corazón,
el vino y la cerveza.
Emesh regala a su hermano oro, plata y lapislázuli. Como hermanos y como amigos, se vierten alegres libaciones.
……………………………
Y el poeta concluye diciendo:
En la disputa entre Emesh y Enten,
Enten, el fiel granjero de los dioses,
habiendo salido victorioso de Emesh,
¡…Padre Enlil, que seas glorificado!
La tercera controversia, Inanna cortejada, se presenta de un modo bastante diferente. Se distingue de las otras por su forma. Construida más bien como una pieza corta, consta de un grupo más numeroso de personajes. Todo o casi todo se decide y se dice por los mismos personajes, quienes, llegado el momento, entran en escena y se explican, uno tras otro. La parte principal del poema, en lugar de revestir la forma de una discusión, se ha transformado en un largo monólogo en el que uno de los personajes, al principio engañado y decepcionado, procura dar la vuelta a la situación enumerando todas las cualidades que le son propias. En realidad, Dumuzi acaba por buscarle querella a su rival, pero resulta que Enkimdu es una de esas personas apacibles y prudentes que prefieren entenderse con el prójimo antes que combatirle.
Hay en este poema cuatro personajes: la diosa Inanna; el dios-sol Utu, hermano suyo; el dios-pastor Dumuzi, y el dios-agricultor Enkimdu. En cuanto a la acción, ésta se descompone del modo siguiente: después de una introducción de la que sólo nos quedan unos fragmentos, Utu se dirige a su hermana, instándola a que se avenga a ser la esposa del pastor Dumuzi:
Su hermano, el héroe, el guerrero Utu,
Dijo a la santa Inanna:
«¡Oh, hermana mía, deja que el pastor se case contigo!
¡Oh, virgen Inanna!, ¿por qué te niegas a ello?
Su crema es buena, su leche es buena.
Todo lo que el pastor toca con su mano resplandece.
¡Oh, Inanna, deja que el pastor Dumuzi se case contigo!
¡Oh, tú, adornada de alhajas!, ¿por qué te niegas a ello?
Él comerá su buena crema contigo.
¡Oh, protectora del rey!, ¿por qué te niegas a ello?».
Inanna rechaza la proposición categóricamente, porque está decidida a casarse con el labrador Enkimdu:
El pastor no se casará conmigo.
No me envolverá con su manta nueva,
Su hermosa lana no me cubrirá.
El que se casará conmigo, doncella que soy, será el labrador,
El labrador que hace crecer las plantas en abundancia.
El labrador que hace crecer el grano en abundancia…
Después de varias líneas fragmentarias, de sentido todavía indeterminado, el texto continúa con un largo discurso del pastor, probablemente dirigido a Inanna. En él, Dumuzi hace ostentación de sus cualidades y se esfuerza en demostrar que él vale más que el labrador.
El labrador, más que yo, el labrador, más que yo,
¿qué tiene el labrador más que yo?
Enkimdu, el hombre del foso, del dique y del arado,
Más que yo, el labrador, ¿qué tiene más que yo?
Si él me diese su vestido negro,
Yo le daría a él, el labrador, mi oveja negra en cambio;
Si él me diese su capa blanca,
Yo le daría a él, el labrador, mi oveja blanca en cambio;
Si él me escanciara su cerveza, la mejor,
Yo escanciaría para él, el labrador, mi leche amarilla en cambio;
Si él me escanciara su buena cerveza,
Yo le escanciaría a él, el labrador, mi leche amarilla en cambio;
Si él me escanciara su cerveza seductora,
Yo escanciaría para él, el labrador, mi leche—… en cambio;
Si él me escanciara su cerveza diluida,
Yo escanciaría para él, el labrador,
mi leche de planta en cambio;
Si él me diese sus buenas porciones,
Yo le daría a él, el labrador, mi leche-itirda;
Si él me diese su buen pan,
Yo le daría a él, el labrador, mi queso de miel en cambio;
Si él me diese sus habichuelas,
Yo le daría a él, el labrador,
mis quesitos en cambio.
Cuando yo hubiese comido, cuando yo hubiese bebido,
Le dejaría mi crema sobrante,
Le dejaría mi leche sobrante.
Más que yo, el labrador, ¿qué tiene más que yo?
En el pasaje siguiente, el pastor Dumuzi, al que se ve instalado en la orilla de un río, deja estallar su gozo. Sin duda su argumentación habrá convencido a Inanna y la habrá hecho cambiar de parecer. Sea lo que fuere, lo cierto es que, desde que vuelve a encontrarse con Enkimdu, ya le busca camorra:
Él se alegra, se alegra, en el barro de la orilla
se alegra.
En la orilla, el pastor en la orilla se alegra.
El pastor, además, condujo los carneros por la orilla.
Hacia el pastor, andando de un lado a otro de la orilla,
Hacia aquel que es pastor, el labrador se dirigió.
El labrador Enkimdu se dirigió.
Dumuzi… el labrador, el rey del foso y del dique.
En su campiña, el pastor, en su campiña,
empieza a disputar con él;
El pastor Dumuzi, en su campiña,
empieza a disputar con él.
Pero Enkimdu, para evitar toda disputa, autoriza a Dumuzi a que haga pacer sus rebaños en sus tierras, allí donde mejor le parezca:
Contra ti, pastor, contra ti, pastor, contra ti,
¿Por qué iba yo a luchar?
Que tus carneros se coman la hierba de la orilla.
Por mis tierras cultivadas puedes dejar que vaguen tus carneros.
En los campos luminosos de Uruk pueden comer el grano.
Deja que tus cabritos y tus corderos
beban el agua de mi canal Unun.
Inmediatamente, el pastor se calma y muy amigablemente invita al labrador a su boda:
En cuanto a mí, que soy pastor, a mi boda,
Labrador, que puedas tú asistir como amigo.
Labrador Enkimdu, como amigo, labrador, como amigo,
Que puedas tú venir como amigo.
Enkimdu le anuncia entonces que le traerá diversos productos de su granja como regalo, tanto para Inanna como para Dumuzi:
Te traeré trigo, te traeré guisantes
Te traeré lentejas… tú, doncella, todo lo que es… para ti,
Doncella, Inanna, yo te traeré…
Y aquí termina el poema con estas palabras tan convencionales:
En la disputa que se desarrolló
entre el pastor y el labrador,
¡Oh, virgen Inanna, bueno es alabarte!
Éste es un poema —balbale.