XVIII

ESÓPICA

LOS PRIMEROS ANIMALES DE LA FÁBULA

Los griegos y los romanos habían atribuido la invención de la fábula animal a Esopo, quien vivió en el Asia Menor en el siglo VI antes de nuestra era. Pero hoy en día se sabe que algunas de las fábulas cuya paternidad se atribuía a Esopo existían ya desde antes de éste nacer. En todo caso, el apólogo de tipo esópico, compuesto de una breve introducción narrativa, seguida de una aún más breve moraleja en estilo directo, ya era conocidísimo en Sumer más de mil años antes del nacimiento de Esopo. Los animales (y la cosa nada tiene de extraño) jugaron un gran papel en los escritos instructivos sumerios. Durante el curso de los últimos años, Gordon ha reconstruido, descifrado y traducido un total de 295 proverbios y fábulas que hacen salir a escena 64 diferentes especies animales, desde los mamíferos y las aves hasta los insectos. La frecuencia con que aparecen las diversas categorías de este bestiario, tal como es posible juzgar a partir del material de que disponemos, ya resulta, por sí sola, muy instructiva. El perro, que se encuentra en 83 fábulas y proverbios, va en cabeza, seguido del buey doméstico y, después, del asno. Vienen a continuación el zorro, el cerdo, y, nada más que en sexta posición, el carnero doméstico, seguido inmediatamente por el león, el buey salvaje (Bos primigenius), especie extinguida actualmente, la cabra doméstica, el lobo, etcétera. He aquí, a continuación, la traducción propuesta por Gordon de algunas de las fábulas sumerias, entre las mejor conservadas y más inteligibles.

Por derecho propio se iniciará con el perro. El perro se presenta como un glotón, de lo que son testigo las dos piezas siguientes:

Sin embargo, una de las expresiones más delicadas del amor maternal está en boca de una perra:

Así habló la perra, con orgullo: «Tanto si tienen (los cachorros) el pelo leonado como moteado, quiero a mis pequeños».

En el caso del lobo parece como si los sumerios se hubieran sorprendido más que nada de su rapacidad. En una fábula que, desgraciadamente, presenta dos lagunas, una bandada de diez lobos ataca un rebaño de corderos. Pero uno de los asaltantes, gran bribón, consigue engañar a sus compañeros por medio de un razonamiento capcioso:

Nueve lobos y un décimo lobo mataron unos cuantos corderos. El décimo lobo era voraz y no (una o dos palabras destruidas)…, dijo: «Yo haré las partes. Vosotros sois nueve y así un cordero será vuestra parte común. Por lo tanto, yo, que soy uno, tendré nueve corderos. Ésta es mi parte».

La fiera cuya personalidad queda mejor dibujada es el zorro. Los proverbios sumerios hacen del zorro un animal vanidoso que, tanto por medio de sus palabras como por sus actos, intenta exagerar su propia importancia. Pero como el zorro, además de fanfarrón, es cobarde, a menudo queda en ridículo. Lo cual queda atestiguado por las cuatro imágenes siguientes:

El zorro pisa la pezuña de un buey salvaje. «¿Te he hecho daño?», le pregunta.

El zorro no podía construir su casa, por lo tanto se fue, como conquistador, a la casa de su amigo.

El zorro llevaba un bastón (y decía): «¿A quién le voy a pegar?». Llevaba un acta jurídica (y decía): «¿Qué proceso podría yo intentar?».

El zorro rechina los dientes, pero su cabeza tiembla.

Dos fábulas, las más largas de cuantas que se refieren al zorro, ilustran la cobardía y la jactancia del personaje. Aunque sean algo confusas y tengan un final desconcertante, sus sobreentendidos y su significado no dejan de ser perfectamente claros:

El zorro dice a su esposa: «¡Ven! Vamos a machacar la ciudad de Uruk con nuestros dientes, como si fuese un puerro. Atémonos la ciudad de Kullab a los pies como si fuese una sandalia». Pero no estaban todavía a 600 gar de la ciudad (unos 3 km), cuando los perros de la ciudad se pusieron a aullar: «¡Gemme-Tummal, Gemme-Tummal! (Sin duda el nombre de la zorra). ¡Volvamos a nuestra casa! ¡Vámonos ya!». Ellos (los perros) aullaban amenazadoramente en el interior de la ciudad.

Podemos dar por supuesto que el zorro y la zorra dieron media vuelta, sin entretenerse en más.

Se observa en la segunda fábula un recurso que Esopo utilizará más tarde en «Los ratones y las comadrejas». He aquí la fábula:

El zorro pidió al dios Enlil los cuernos de un buey salvaje (y) se le ataron los cuernos de un buey salvaje. Pero el viento sopló y la lluvia se precipitó y el zorro no pudo volver a su país. Hacia el final de la noche, cuando el viento frío del norte, las nubes de tempestad y la lluvia lo hubieron abrumado (?), dijo: «Cuando amanezca…»

(desgraciadamente, aquí se interrumpe el texto y lo que sigue podemos solamente imaginarlo: el zorro suplicó que le quitaran los cuernos).

El zorro sumerio apenas tiene ningún detalle en común con el mismo animal, hábil y astuto, del folklore europeo, a pesar de que, en muchos aspectos, ofrece una gran semejanza con el zorro esópico, especialmente con el de la fábula «La zorra y las uvas». Notemos, además, que en otras dos fábulas, desgraciadamente deterioradas, el zorro tiene por compañero a la corneja o al cuervo, asociación que volvemos a encontrar en Esopo.

Sólo hay dos fábulas sumerias que hagan intervenir al oso, y en una de ellas únicamente se trata de una alusión a su sueño invernal. No se puede decir gran cosa, pues, de este plantígrado. Pero ocurre todo lo contrario con la mangosta, de la que los proverbios nos proporcionan una información abundante.

Como sucede actualmente en Iraq, los mesopotamios de la antigüedad la domesticaban para utilizarla en la caza de ratones. En lugar de acechar su presa con la paciencia y la circunspección del gato, la mangosta se arroja como un rayo sobre su víctima, y esta táctica producía una gran impresión a los sumerios, de donde viene el proverbio:

Un gato… por sus pensamientos,

Una mangosta… por sus acciones.

Por otra parte, los sumerios deploraban amargamente sus hábitos de latrocinio, sin abrigar ilusiones sobre la suerte que en definitiva esperaba a las vituallas:

Si hay provisiones, la mangosta las devora.

Y si la mangosta me deja algunas provisiones, viene un forastero y se las come.

Sin embargo, el «mal gusto» de la mangosta, según se deduce de otro proverbio, tenía el don de divertir a su dueño:

Mi mangosta, que sólo se come alimentos averiados, no saltará para apropiarse de la cerveza ni del ghee (mantequilla clarificada).

El gato es casi ignorado en la literatura sumeria. Sólo lo menciona otro proverbio, acoplándolo a una vaca que sigue el paso a un portador de cestos.

En otro proverbio se hace alusión a una hiena, aunque la identificación de este animal sea discutible. Pero el personaje más importante es el león. Se desprende de las máximas y las fábulas el que a este animal le gustaban especialmente las regiones cubiertas de malezas y densa vegetación. No obstante, dos fábulas de significado muy oscuro y, por otra parte, seriamente mutiladas, le asignan la pradera como habitat. Como quiera que la selva le aseguraba una retirada y le proporcionaba un albergue impenetrable, el hombre tuvo que iniciarse en sus costumbres para poder defenderse de él.

¡Oh, león!, la selva es tu aliada,

dice un proverbio; y otro proverbio, apenas menos superficial que la leyenda de Androcles (es lo menos que de él pueda decirse), afirma:

En la selva el león no devora al hombre que le conoce.

Otro texto, muy mutilado, evoca un león, caído al fondo de una zanja, y un zorro.

La mayoría de las veces, el león figura como el animal de presa por excelencia, y sus víctimas favoritas son el carnero, la cabra y el «cerdo salvaje»:

Cuando el león entró en el corral, el perro llevaba una traílla de lana hilada.

El león se había apoderado de un «cerdo salvaje» y se disponía a devorarlo, diciendo: «Hasta este momento tu carne no ha llenado mi boca, pero tus agudos chillidos me han hecho zumbar los oídos».

No obstante, el león no sale siempre vencedor; incluso es capaz de dejarse enredar con las adulaciones de la «débil cabra». Éste es el tema de una de las fábulas sumerias más largas, la cual tiene una reverberación francamente esópica:

Un león se había apoderado de una débil cabra. «¡Déjame marchar, (y) te daré un carnero, uno de mis compañeros!» (dijo la cabra). «Antes de que te deje marchar, dime tu nombre» (dijo el león). (Entonces) la cabra respondió al león: «¿No sabes mi nombre? Mi nombre es “Tú eres inteligente”». (Así, pues), cuando el león llegó al redil de los carneros, rugió: «Ahora que he llegado al redil de los carneros te soltaré». (Entonces) ella le respondió desde el otro lado (de la valla), diciéndole: «Tú me has soltado. ¿Has sido (realmente) inteligente? En lugar de “darte” el carnero (que te había prometido), ni yo misma me voy a quedar allá».

Una fábula, que trata del elefante, lo pinta como a un fanfarrón a quien un pajarito de los más pequeños hace cerrar la boca fácilmente:

El elefante se jactaba de su importancia, diciendo: «No hay nadie como yo en el mundo. No…» (el final de la línea está roto, pero, sin embargo, podemos imaginarnos una frase como: «No pretendas compararte a mi persona»). (Entonces) el reyezuelo le respondió, diciendo: «Yo también, pequeño como soy, he sido creado exactamente igual que tú».

El asno, como ya es bien sabido, era la principal acémila y animal de tiro de Mesopotamia, y la literatura sumeria se burlaba siempre de su lentitud y de su necedad. Ya es, en la literatura sumeria, el mismo personaje que en el folklore europeo ulterior. Su gran finalidad en la existencia consiste en actuar siempre contrariamente a los deseos de su dueño.

Esto es lo que se desprende de esta selección de adagios:

Hay que conducirlo (por la fuerza) en una ciudad apestada como un jumento enalbardado.

El asno come su propia yacija.

«¡Tu desdichado asno ya no tiene agilidad! ¡Oh, Enlil, tu desdichado hombre ya no tiene fuerza!».

Mi asno no estaba destinado a correr velozmente, sino que estaba destinado a rebuznar.

El asno bajó la cabeza y su dueño le acarició el hocico, diciendo: «Tenemos que levantarnos y partir. ¡Anda! ¡Date prisa!».

A veces le zumban al asno por haberse desembarazado de su carga:

El asno, habiendo soltado su carga, dijo: «Me zumban todavía los oídos de las desdichas pasadas».

En ocasiones, el asno se escapa y no vuelve más a su dueño, de donde procede la imagen que evocan estos dos proverbios:

Igual que el asno fugitivo, mi lengua no se vuelve atrás.

Y:

Mi vigor juvenil ha huido de mis muslos, como el asno que se ha escapado.

Se observan también otras alusiones a ciertas particularidades desagradables del animal:

Cuando un asno no apesta es que no tiene palafrenero.

Hay otra máxima, que hace asimismo alusión al asno, y que no carece de cierto interés sociológico:

No tomaré una mujer de tres años, como hace el asno.

Ello parece indicar una crítica dirigida contra los matrimonios infantiles.

Las fábulas sumerias han proyectado una luz insospechada sobre los comienzos de la doma del caballo, ya que ha llegado hasta nosotros un proverbio que constituye de manera inequívoca la referencia más antigua que conocemos sobre la equitación. Este proverbio está grabado en una de las grandes tablillas de Nippur, y en una tablilla escolar. Es verdad que esos dos documentos, más o menos contemporáneos, se sitúan alrededor del año 1700 de Jesucristo. Pero, habida cuenta del tiempo necesario para su difusión y para la inserción de la máxima en una colección instructiva, podemos suponer que su redacción inicial es muy superior a dicha fecha, lo que nos autoriza a creer que el caballo ya se utilizaba como montura en Mesopotamia hacia el año 1000 antes de Jesucristo. He aquí el texto:

El caballo después de haber derribado a su jinete, dijo: «Si mi carga tiene que ser siempre como ésa, me voy a debilitar».

Otro proverbio se refiere a la transpiración del caballo:

Sudas como un caballo; es lo que has bebido.

Sólo conocemos un proverbio que se refiera al mulo, y que alude a los orígenes de ese animal híbrido:

¡Oh, mulo! ¿Será tu padre el que va a reconocerte, o será tu madre?

El cerdo (y esto constituye un elemento de información muy interesante) ya era considerado como un alimento excelente para los sumerios; es el animal citado más a menudo como proveedor de carne:

El cerdo cebado está a punto de ser degollado, y entonces dice: «El alimento que yo he comido…». (El texto aquí se interrumpe, pero resulta fácil terminar la frase: «irá a alimentar a otro»).

Estaba sin recursos (?) y, por lo tanto, degolló su cerdo.

El carnicero degüella al cerdo, diciendo: «(Pero) ¿es necesario que grites? Es el mismo camino que han seguido tu padre y tu abuelo, y ahora vas a seguirlo tú mismo. ¡Y, no obstante, aún gritas!».

Hasta el presente no hemos encontrado ninguna fábula sumeria que ponga en escena al mono, pero conocemos un proverbio y una carta que envía un mono a su madre, indicando todo ello que este animal jugaba su papel en el circo sumerio y que su suerte no tenía nada de envidiable.

Vamos a ver, en primer lugar, el proverbio:

La prosperidad es general en Eridu, pero el mono del «Gran Circo» se sienta sobre un montón de inmundicias.

Y, en cuanto a la carta, hela aquí:

A Lusasa, mi madre.

Así habla el señor Mono:

«Ur es la ciudad encantadora del dios Nanna, Eridu es la ciudad próspera del dios Enki; pero yo estoy aquí, sentado detrás de las puertas del Gran

Circo, y me alimento de inmundicias. ¿Podré evitar morirme de eso? Ignoro hasta el gusto del pan; ignoro hasta el gusto de la cerveza. Envíame un correo especial. ¡Es urgente!».

En consecuencia, tenemos fundamentos para creer que un mono, perteneciente a la «troupe» del Gran Circo de Eridu, puerto fluvial del sudeste, estaba mal alimentado y tenía que ir buscando su sustento entre la inmundicia. Debido a alguna razón oscura, esta triste condición se hizo legendaria y es muy verosímil que un escriba de espíritu satírico desarrollara el proverbio para componer esta epístola. Poseemos de ella cuatro copias; parece, por lo tanto, que hubiera llegado a considerarse como un clásico menor. En cuanto al proverbio, terminó su carrera en una antología instructiva.

Estas compilaciones de proverbios y de dichos no nos traducen más que un aspecto de la literatura instructiva de los sumerios. Pero se conocen otros géneros de escritos utilitarios destinados a inculcar la «sensatez» y, por medio de ella, lograr el ejercicio de una vida equilibrada y dichosa. El «Almanaque del granjero», estudiado en el capítulo XI, ofrece un ejemplo de tratado didáctico; y bajo su aspecto de narración sin otro objeto que el placer literario, la «Vida de un estudiante» (ver del capítulo II), es, en el fondo, una especie de retrato moral Vamos a ver seguidamente que otro género literario, la controversia, fundada en una especie de torneo intelectual y de discusión erudita, ocupa en la literatura sumeria un lugar importante, debido, tal vez, al amor a los contrastes y a la discusión, que podrían muy bien haber sido dos características del espíritu sumerio.