PAZ Y ARMONÍA DEL MUNDO
LA PRIMERA EDAD DE ORO IMAGINADA POR EL HOMBRE
Los sumerios se formaban una idea pesimista del hombre y de su porvenir, tal como ya ha quedado expuesto. En realidad, tenían nostalgia de la seguridad personal e, igual que nosotros, anhelaban libertarse del miedo, de la pobreza y de la guerra. Pero no creían en un futuro mejor que el presente, sino que, por el contrario, creían que los hombres habían sido dichosos en otro tiempo, en un pasado lejano, en una era ya definitivamente terminada.
La mitología clásica ha hecho célebre este tema de la edad de oro. Pero fue en la literatura sumeria donde la idea apareció por primera vez, como lo atestigua un poema del que ya he hablado en el capítulo IV: Enmerkar y el señor de Aratta. Un pasaje de esta obra se refiere, en efecto, a un «antaño» en que la Humanidad, antes de haber degenerado, conocía la abundancia y la paz. He aquí la traducción:
En otro tiempo hubo una época en que no había serpiente
ni había escorpión,
No había hiena, no había león;
No había perro salvaje ni lobo;
No había miedo ni terror:
El hombre no tenía rival.
En otro tiempo hubo una época en que los países de Shubur y de Hamazi,
Sumer donde se hablan tantas (?) lenguas,
el gran país de las leyes divinas de principado,
Uri, el país provisto de todo lo necesario,
El país de Martu, que descansaba en la seguridad,
El universo entero, los pueblos al unísono (?)
Rendían homenaje a Enlil en una sola lengua.
Pero entonces, el Padre-señor, el Padre-príncipe, el Padre-rey,
Enki, el Padre-señor, el Padre-príncipe, el Padre-rey,
El Padre-señor enojado (?), el Padre-príncipe enojado (?),
el Padre-rey enojado (?)
…abundancia…
………………………
…el hombre…
Las once primeras líneas, muy bien conservadas, describen esos días dichosos; entonces, dice el poeta, todos los pueblos del universo adoraban al mismo dios, Enlil. En verdad, si la expresión «en una sola lengua», empleada en la undécima línea, se toma en sentido literal y no en el figurado de «de un solo corazón», ello indicaría que los sumerios creían, igual que más tarde creyeron los hebreos, en la existencia de una lengua común hablada por todos los hombres, antes de la confusión de lenguas.
Las diez líneas que vienen a continuación son tan fragmentarias que su sentido es conjetural. No obstante, el contexto nos permite suponer que Enki, descontento o envidioso del poder de Enlil, decidió un día llevar la ruina a su imperio y empezó a suscitar conflictos y guerras entre los pueblos, y aquello fue el final de la edad de oro. Incluso puede atribuirse a Enki la confusión de lenguas si las líneas 10 y 11 se toman en su sentido literal. En tal caso, tendríamos aquí, bajo una forma todavía imprecisa, un tema análogo al de la leyenda bíblica de la torre de Babel (Génesis, XI, 1-9). El tema sumerio sería análogo al hebreo, aunque algo diferente, ya que los sumerios creían que la caída del hombre había sido causada por la envidia de un dios respecto a otro, mientras que los hebreos veían en dicha caída un castigo infligido al hombre, puesto que Elohim lo castigaba por haber querido asemejarse a un dios.
Así, pues, el fin de la edad de oro era, para nuestro poeta sumerio, el «Maleficio de Enki». Recordemos (ver el capítulo IV) que, en la continuación del relato, Enmerkar, señor de Uruk y protegido de Enki, habiendo decidido imponer su soberanía sobre el señor de Aratta, le había enviado un mensajero portador del siguiente ultimátum: O él y su pueblo entregaban a Enmerkar piedras preciosas, oro y plata, y luego construían el Abzu, o sea el templo de Enki, o su ciudad quedaría destruida. Para impresionar aún más al señor de Aratta, Enmerkar había ordenado a su mensajero que le recitara el «Maleficio de Enki», el cual relataba de qué modo este dios había puesto fin al reinado de Enlil.
Si el pasaje que acabo de evocar nos deja entrever lo que los sumerios entendían por «Edad de Oro», también resulta interesante por otro motivo, ya que nos da una idea de la geografía sumeria y de la extensión que asignaba al mundo. Según las líneas 6 a 9, el mundo se dividía en cuatro partes: al sur, Sumer, la cual englobaba, grosso modo, el territorio comprendido entre el Tigris y el Eufrates, a partir del paralelo 33 hasta el golfo Pérsico; al norte de Sumer había el país de Uri, que se extendía, probablemente, entre ambos ríos, por encima del paralelo 33, y comprendía las regiones que más tarde fueron Accad y Asiria; al este de Sumer y de Uri, el país de Shubur-Hamazi, que ocupaba, sin duda, una gran parte de la Persia occidental; finalmente, al oeste y sudoeste de Sumer, el país de Martu, extendido ampliamente entre el Eufrates y el Mediterráneo y hasta la Arabia actual. Por lo tanto, para los poetas sumerios, las fronteras del universo estaban constituidas por la región montañosa de la Armenia al norte, el golfo Pérsico al sur, la región montañosa de Persia al este, y el Mediterráneo al oeste.