SUFRIMIENTO Y SUMISIÓN
EL PRIMER «JOB».
Dios mío: El día brilla luminoso sobre la tierra;
para mí el día es negro.
…………………………
Las lágrimas, la tristeza, la angustia y la desesperación
se han alojado en el fondo de mí.
…………………………
La mala suerte me tiene en sus manos, se lleva el aliento de mi vida.
La fiebre maligna baña mi cuerpo…
Dios mío, oh, Tú, padre que me has engendrado,
levanta mi rostro.
…………………………
¿Cuánto tiempo me abandonarás,
me dejarás sin protección?
………………………
¿Cuánto tiempo me dejarás sin apoyo…?
Cité estas líneas, entre otras, el 29 de diciembre de 1954, en una comunicación que presenté ante la Society of Biblical Literature, titulada: «Un hombre y su Dios. Preludio sumerio al tema de Job[50]». Estas líneas pertenecen a un ensayo poético que yo acababa de reconstruir aquel mismo año, a partir de varias tabletas y fragmentos descubiertos en Nippur.
Así, pues, más de mil años antes de que fuese compuesto el libro de Job, un texto sumerio anunciaba los acentos que la Biblia luego amplificaría y popularizaría.
Los sabios sumerios creían y enseñaban que las desdichas del hombre son el resultado de sus pecados y de sus malas acciones, y que no hay ningún hombre que, por un motivo u otro, esté exento de culpa. Para ellos, como ya hemos visto, no existía ningún ejemplo de sufrimiento humano injusto o inmerecido; es siempre al hombre, decían, a quien hay que recriminar, nunca a los dioses. A pesar de todo, más de un sumerio debió existir que, en los momentos de adversidad, estuviese tentado de poner en duda la lealtad y la justicia de los dioses. Y tal vez fuera para prevenir semejante resentimiento y neutralizar toda clase de desilusión por parte de los hombres, en lo que hace referencia al orden divino, por lo que uno de esos sabios compuso el edificante ensayo cuya traducción doy un poco más adelante.
Que el hombre, sumido en la adversidad, proclama nuestro poeta, se contente con glorificar a su dios[51]. Es el único recurso eficaz. Que glorifique a su dios sin tregua, por muy injustificados que le parezcan sus sufrimientos y sus desgracias; que gima y se lamente ante él, hasta que el dios le preste un oído favorable y acoja graciosamente sus plegarias. No obstante, nuestro poeta pretende reforzar su tesis. Quiere tanto convencer como exhortar a su lector. ¿Cómo se las arreglará? ¿Recurrirá al raciocinio, a la especulación? No; como sumerio que es, es hombre de espíritu práctico y prefiere apoyarse en un ejemplo.
He aquí, pues, a un hombre que había sido rico, sabio y justo, al menos en apariencia, y que se hallaba rodeado de multitud de amigos y de parientes. Pero un día la enfermedad y el sufrimiento se cebaron en él, y él, abrumado, ¿qué hizo? ¿Se puso a blasfemar y a maldecir el orden divino? Ni pensarlo. Se presentó humildemente ante su dios, derramó unas cuantas lágrimas, exhaló su dolor en la plegaria y se transformó en suplicante. El dios quedó muy satisfecho y se dejó enternecer; escuchó favorablemente su plegaria, lo liberó de sus calamidades y transformó su pena en gozo.
Este poema puede dividirse, grosso modo, en cuatro partes.
Empieza por una breve introducción en la que se exhorta al hombre a loar a su dios, a exaltar sus méritos trascendentales:
Que el hombre proclame sin tregua la excelencia de su dios,
Que el hombre loe con toda sinceridad las palabras de su dios,
Que aquel que mora en el país justo se lamente,
En la Casa del Canto, y que interprete para su compañera
y para su amigo…
Que su lamentación enternezca el corazón de su dios, Porque el hombre, sin dios, no conseguiría su alimento.
Más adelante, en una tercera parte[52], el poeta, habiendo descrito la situación del infeliz, su soledad y abandono, le hace decir:
Yo soy un hombre, un hombre ilustrado,
y, no obstante, el que me respeta no prospera.
Mi palabra verídica ha sido transformada en mentira.
El hombre engañoso me ha cubierto con el Viento del Sur.
y estoy obligado a servirle.
Aquel que no me respeta me ha humillado ante Ti.
Tú me has infligido sufrimientos siempre nuevos.
He entrado en la casa, y pesado está mi espíritu.
Yo, el hombre, he salido a la calle,
con el corazón oprimido.
Contra mí, el valiente, mi leal pastor ha montado en cólera,
y me han considerado con enemistad;
Mi pastor ha ido en busca de las fuerzas del mal
contra mí, que no soy su enemigo.
Mi compañero no me dice ni una palabra de verdad,
Mi amigo da un mentís a mi palabra verídica.
El hombre engañoso ha conspirado contra mí,
Y Tú, Dios mío, Tú no lo contrarías…
Yo, el sabio, ¿por qué me hallo ligado a jóvenes ignorantes?
Yo, el ilustrado, ¿por qué soy tenido entre la legión de los ignorantes?
El alimento está en todas partes,
y, no obstante, mi alimento es el hambre.
El día cuyas partes han sido atribuidas a todos,
ha reservado para mí la del sufrimiento.
La súplica que el paciente dirige a su dios da fin a esta tercera parte del poema:
Dios mío, yo permaneceré ante Ti Y Te diré…, mi palabra es un gemido, Te hablaré de esto, y me lamentaré de la amargura de mi camino, Deploraré la confusión de… ¡Ah! No permitas que la madre que me dio a luz
interrumpa su lamentación por mí ante Ti. ¡No permitas que mi hermana emita un alegre cántico, Que explique, llorando, mis desdichas ante Ti, Que mi esposa exprese con dolor mis sufrimientos! ¡Que el sochantre deplore su amargo destino!
Dios mío, el día brilla luminoso sobre la tierra;
para mí el día es negro.
El día brillante, el día bueno tiene… como el… Las lágrimas, la tristeza, la angustia y la desesperación
se han alojado en el fondo de mí. Se me engulle el sufrimiento
como un ser escogido únicamente para las lágrimas, La mala suerte me tiene en sus manos, se lleva el aliento de mi vida. La fiebre maligna baña mi cuerpo… Dios mío, oh, Tú, padre que me has engendrado,
levanta mi rostro.
Como una vaca inocente, en compasión… el gemido, ¿Cuánto tiempo me abandonarás,
me dejarás sin protección?
Igual que un buey…
¿Cuánto tiempo me dejarás sin gobierno?
Dicen, los sabios valientes, que la palabra virtuosa es sin ambages;
«Jamás niño sin pecado salió de mujer,
Jamás existió un adolescente inocente
desde los más remotos tiempos».
Finalmente, la cuarta parte relata el happy end, el feliz desenlace de la situación. La plegaria del hombre ha sido oída; su dios la ha acogido. ¡Gloria a él!
El hombre —su dios prestó oídos
a sus amargas lágrimas y a su llanto;
El joven —sus quejas y lamentos
ablandaron el corazón de su dios:
Las palabras virtuosas, las palabras sinceras pronunciadas por él,
su dios las aceptó.
Las palabras que el hombre confesó a modo de plegaria
Fueron agradables a la…, la carne de su dios,
y su dios dejó de ser el instrumento de su mala suerte
…que oprime el corazón, …lo prieta,
El demonio-enfermedad envolvente, que había desplegado todas sus grandes alas,
el lo rechazó;
El mal que le había herido como un…, él lo disipó;
La mala suerte que para él había sido decretada según su decisión,
él la desvió.
Él transformó en gozo los sufrimientos del hombre,
Colocó junto a él los genios bienhechores
como guardianes y como tutores,
Dio… ángeles de aspecto gracioso.
Las líneas que acabo de citar no representan el conjunto del poema, sino únicamente las partes más inteligibles del texto. El idioma sumerio, como ya he dicho antes, sólo nos es conocido de un modo imperfecto y nuestras traducciones actuales serán, sin duda, modificadas y mejoradas en el futuro.
Indudablemente, este poema sumerio no tiene ni la importancia trascendente, ni la profundidad de pensamiento, ni la belleza de expresión del Libro de Job. Sin embargo, ofrece un gran interés, ya que representa el primer ensayo que jamás haya escrito el hombre sobre el problema inmemorial y, no obstante, actualísimo del sufrimiento.
La historia de su descubrimiento y, aún más, de su reconstrucción merece relatarse. En efecto, es característica del género de investigaciones y de estudios que son necesarios y que hay que emprender, con gran paciencia, para efectuar estos «ajustes» delicados de documentos dispersos y a menudo deteriorados, que permiten reconstruir los textos de las obras sumerias.
El texto del ensayo en cuestión pudo ser reunido en un todo coherente a partir de seis tabletas y fragmentos de arcilla desenterrados por los miembros de la primera expedición enviada a Nippur por la Universidad de Pensilvania. Cuatro de estas piezas se hallan actualmente en el Museo de la Universidad de Filadelfia, y las otras dos en el Museo de Antigüedades Orientales de Estambul.
Hasta la fecha de mi conferencia sólo habían sido publicadas dos de las seis piezas, las dos procedentes del Museo de la Universidad de Filadelfia, y el texto del poema quedaba, por esta causa, en gran parte ignorado o incomprensible. Ahora bien, mientras yo me hallaba en Estambul, durante el período 1951-1952, pude identificar y copiar en el Museo de Antigüedades Orientales los dos fragmentos que se referían a dicho poema. De vuelta a Filadelfia, volví a encontrar, con la ayuda de Edmund Gordon, asistente de investigaciones en el Departamento Mesopotámico del Museo, los dos fragmentos conservados en el Museo de la Universidad, que completaban los otros dos, conservados en el mismo Museo. Pero, mientras revisábamos la traducción del poema en vista a su publicación final, se nos ocurrió la idea de que los dos fragmentos de Estambul completaban a su vez dos de los cuatro fragmentos de Filadelfia, es decir, que pertenecían en realidad a las mismas tabletas pero se habían separado de ellas, tal vez en una época muy antigua, pero posiblemente también en el transcurso de las excavaciones, y habían sido transportados por separado a los dos museos, quedando dos de estos fragmentos en las orillas del mar de Mármara, y tomando los otros el camino de América. Más tarde, en 1954, durante mi permanencia en Estambul como encargado de las investigaciones de la Fundación Bollingen, tuve la posibilidad de confirmar que estos fragmentos dispersados a tanta distancia unos de otros eran «complementarios». Estos «complementos» identificados al otro lado del océano me permitieron que juntara y tradujera la mayor parte del texto del poema. Fue entonces cuando me di cuenta de que se trataba del primer ensayo escrito sobre el sufrimiento y la sumisión humanos.