XII

HORTICULTURA

LOS PRIMEROS ENSAYOS DE UMBRÁCULO

El cultivo de los cereales no era la única fuente de riqueza que había en Sumer; también se practicaba allí la horticultura, y los huertos y jardines eran florecientes. Como horticultores expertos que eran, los sumerios utilizaban ya desde los tiempos más remotos una técnica que atestigua una vez más la existencia en ellos de un gran espíritu de inventiva. Para proteger sus huertos del viento y de un excesivo soleamiento, plantaban grandes árboles, cuyo follaje actuaba de pantalla y proyectaba una sombra protectora.

En 1946 yo pude hacer esta curiosa comprobación al descifrar el texto de un mito hasta entonces ignorado. Me hallaba yo entonces en Estambul como profesor delegado de las «Escuelas Americanas de Investigaciones Orientales», de Chicago, y también como representante del Museo de la Universidad de Filadelfia. Permanecí allí cuatro meses antes de salir para Bagdad, donde debía tener fin aquel año mi misión en el extranjero. En Estambul me dediqué a copiar un centenar de tabletas literarias con textos de poemas épicos y de mitos, temas por los que yo me interesaba muy especialmente. Algunas de estas tabletas o sus fragmentos eran de dimensiones pequeñas o medianas. Pero también había algunas tabletas grandes, como la de doce columnas que relataba la «guerra de nervios» de la que ya he hablado anteriormente (ver cap. III), y la de ocho columnas, que contenía el «Debate entre el verano y el invierno», y de la que hablaré más adelante (capítulo XVII). Entre todas estas tabletas descubrí el mito en cuestión, al que he titulado; Inanna y Shukallituda o el pecado mortal del jardinero.

La tableta debía medir originariamente 15 cm, por 18,5. Actualmente sólo mide 10,5 por 18, ya que la primera y la última columna (originalmente hubo seis en total) están casi totalmente destruidas. Pero las cuatro columnas que subsisten permiten reconstruir unas 200 líneas del texto, de las cuales más de la mitad están enteras.

A medida que el tono del documento se me iba haciendo inteligible, se me aparecía con toda evidencia que este mito tenía una textura muy poco corriente, hasta el punto de que presentaba dos rasgos especialísimos que me parecieron altamente reveladores. Por un lado, se trata de cierta diosa que, para vengarse de la afrenta que le infligiera un pérfido mortal, decide transformar en sangre el agua de todo el país. Ahora bien, este tema de la «plaga de sangre» no se vuelve a encontrar en ningún otro texto de literatura antigua, más que en la Biblia, en el libro del Éxodo. Todo el mundo puede recordar dicho episodio: «Dice, pues, el Señor: En esto conocerás que soy el Señor: Voy a herir el agua del río con la vara que tengo en mi mano y se convertirá en sangre». (Éxodo, VII, 17).

En cuanto al segundo rasgo original, éste no es ni más ni menos que la técnica de la «sombra protectora» que más arriba he mencionado. No solamente el mito la menciona, sino que, según parece, intenta explicar su origen. Lo que, en todo caso, podemos admitir es que semejante técnica ya era conocida y practicada en Sumer hace varios millares de años.

He aquí un breve resumen del texto, cuyo final, desgraciadamente, ignoramos a causa de haber sido rota la tableta según ya dije más arriba:

Había una vez un jardinero, llamado Shukallituda. Era un buen jardinero, trabajador y diligente. Sin embargo, a pesar de todos sus afanes, su jardín iba de mal en peor. Por más que regase cuidadosamente regueros y cuadros, sus plantas se marchitaban. Los vientos furiosos no cesaban de azotarle el rostro con el «polvo de las montañas». Y, a pesar de sus cuidados, todo se secaba. Entonces alzó los ojos hacia el firmamento estrellado, estudió los Signos y los Presagios, observó y aprendió a conocer las Leyes de los dioses. Habiendo adquirido de esta suerte una nueva sabiduría, plantó en su jardín sarbatus[26], cuya sombra se extiende, siempre ampulosa, desde el alba al ocaso, y desde aquel momento todas las hortalizas prosperaron espléndidamente en el jardín de Shukallituda.

Un día, la diosa Inanna, después de haber atravesado cielo y tierra, se echó para dar descanso a su cuerpo fatigado, en los aledaños del jardín de Shukallituda. Éste la espió desde un extremo de su jardín y luego se aprovechó de la inmensa lasitud de la diosa y, amparado por la noche, abusó de ella. A la mañana siguiente, Inanna miró consternada a su alrededor y resolvió descubrir a todo trance al mortal que tan vergonzosamente la había ultrajado. En consecuencia, envió tres plagas a los sumerios: llenó de sangre todos los pozos del país para que las palmeras y las viñas quedasen saturadas de sangre; desencadenó sobre todo el país una gran profusión de vientos y tormentas devastadores; la naturaleza de la tercera plaga es incierta, ya que las líneas que a ella hacen referencia se hallan en muy mal estado de conservación.

A despecho de esos poderosos medios, Inanna no consiguió desenmascarar a su profanador. Cada vez que Shukallituda se sentía amenazado iba a consultar a su padre, y también cada vez éste le aconsejaba que se fuese al país de las «gentes de cabeza negra[27]» y que se quedase en la proximidad de los centros urbanos. Shukallituda siguió, por fin, el consejo paterno, y así pudo escapar a la cólera de la diosa. El texto relata a continuación que, viéndose incapaz de lograr una cumplida venganza, Inanna, llena de amargura, decidió ir a Eridu y pedir consejo a Enki, dios de la sabiduría. Y así termina para nosotros la historia, ya que la tableta, como he dicho, está rota.

He intentado una traducción de la pieza. Las líneas siguientes, extraídas de ella (las más inteligibles del poema), explican a su manera, a beneficio de lectores indudablemente menos presurosos que los de hoy en día, una parte de lo que acabo de resumir.

Shukallituda…,

Cuando vertía el agua en los surcos,

Cuando cavaba regueros a lo largo de los cuadros de la tierra…,

Tropezaba con la raíces, era arañado por ellas.

Los vientos furiosos con todo lo que traen,

Con el polvo de las montañas, le azotaban el rostro:

A su rostro… y sus manos…,

La dispersaban, y él ya no reconocía a sus…

Entonces él alzó los ojos hacia las tierras bajas[28],

Miró las estrellas al este,

Alzó los ojos hacia las tierras altas[29],

Miró las estrellas al oeste;

Contempló el firmamento donde se escriben los Signos.

En este cielo inscrito, aprendió los Presagios;

Vio cómo había que aplicar las Leyes divinas,

Estudió las Decisiones de los dioses.

En el jardín, en cinco, en diez sitios inaccesibles,

En cada uno de estos lugares plantó un árbol como sombra protectora.

La sombra protectora de este árbol

—el sarbatu de opulento follaje—

La sombra que da al despuntar el día,

Al mediodía y al anochecer, nunca desaparece.

Ahora bien, un día, mi reina, después de haber atravesado el cielo,

atravesado la tierra,

Inanna, después de haber atravesado el cielo, atravesado la tierra,

Después de haber atravesado Elam y Shubur,

Después de haber atravesado…,

La Hierodula (Inanna), vencida por el cansancio,

se acercó al jardín y se adormeció.

Shukallituda la vio desde el extremo de su jardín.

Abusó de ella, la tomó en sus brazos,

Y después volvió al extremo de su jardín.

Despuntó el alba, salió el sol:

La Mujer miró a su alrededor, espantada;

Inanna miró a su alrededor, espantada.

Entonces, la Mujer, a causa de su vagina, ¡cuánto mal hizo!

Inanna, a causa de su vagina, ¡lo que hizo!

Todos los pozos del país los llenó de sangre;

Todos los bosquecillos y los jardines del país,

ella los saturó de sangre.

Los siervos que habían ido a buscar leña no bebieron más que sangre,

Las sirvientas que fueron a llenar el balde de agua

no lo llenaron más que de sangre.

«Quiero descubrir a aquel que ha abusado de mí,

por todos los países», dijo ella.

Pero al que había abusado de ella, no lo encontró.

Porque el joven entró en la casa de su padre;

Shukallituda dijo a su padre:

«Padre: Cuando yo vertía el agua en los surcos,

Cuando cavaba regueros a lo largo de los cuadros de tierra…,

Tropezaba con las raíces, era arañado por ellas.

Los vientos furiosos, con todo lo que traen,

Con el polvo de las montañas, me azotaban el rostro,

A mi rostro… y a mis manos…,

La dispersaban y yo ya no reconocía sus…

Entonces alcé los ojos hacia las tierras bajas,

Miré las estrellas al este,

Alcé los ojos hacia las tierras altas,

Miré las estrellas al oeste;

Contemplé el cielo donde se inscribían los Signos.

En el cielo inscrito aprendí los Presagios;

Vi cómo había que aplicar las Leyes divinas,

Estudié las Decisiones de los dioses.

En el jardín, en cinco, en diez lugares inaccesibles,

En cada uno de estos sitios planté un árbol

como una sombra protectora.

La sombra protectora de ese árbol

—el sarbatu, de opulento follaje—

La sombra que da al despuntar el día,

A mediodía y al anochecer, nunca desaparece.

Ahora bien, un día, mi reina, después de haber atravesado el cielo,

atravesado la tierra,

Inanna, después de haber atravesado el cielo, atravesado la tierra,

Después de haber atravesado Elam y Shubur,

Después de haber atravesado…,

La Hieródula, vencida por el cansancio,

se acercó al jardín y se adormeció.

Yo la vi desde el extremo de mi jardín.

Abusé de ella, la tomé en mis brazos,

Y después volví al extremo de mi jardín».

Despuntó el alba, salió el sol:

La mujer miró a su alrededor, espantada.

Inanna miró a su alrededor, espantada.

Entonces, la Mujer, a causa de su vagina, ¡cuánto mal hizo!

Inanna, a causa de su vagina, ¡lo que hizo!

Todos los pozos del país los llenó de sangre.

Todos los bosquecillos y jardines del país,

ella los saturó de sangre.

Los siervos que habían ido a buscar leña no bebieron más que sangre,

Las sirvientas que fueron a llenar el balde de agua

no lo llenaron más que de sangre.

«Quiero descubrir a aquel que ha abusado de mí,

por todos los países», dijo ella.

Pero al que había abusado de ella no lo encontró.

Porque el padre respondió al joven,

El padre respondió a Shukallituda:

«Hijo mío: quédate cerca de las ciudades de tus hermanos.

Dirige tus pasos y ve hacia tus hermanos,

los de la cabeza negra[30],

Y la Mujer jamás te encontrará en medio de esos países».

Shukallituda se quedó, pues, cerca de las ciudades de sus hermanos.

Dirigió sus pasos hacia sus hermanos, los de la cabeza negra,

Y la mujer jamás lo encontró en medio de esos países.

Entonces, la Mujer, a causa de su vagina, ¡cuánto mal hizo!

Inanna, a causa de su vagina, ¡lo que hizo[31]!