V

GOBIERNO

EL PRIMER PARLAMENTO

Los primeros soberanos de Sumer, por muchos y grandes que hayan podido ser sus éxitos como conquistadores, no eran, sin embargo, unos tiranos completamente libres de sus actos, unos monarcas absolutos. Cuando se trataba de los grandes intereses del Estado, especialmente en cuestiones de guerra y de paz, consultaban con sus más notables conciudadanos, reunidos en asambleas. El hecho de recurrir a esta clase de instituciones «democráticas» desde el tercer milenio a. de J. C., constituye una nueva aportación de Sumer a la civilización.

Esto sorprenderá, sin duda, a muchos de nuestros contemporáneos, persuadidos de que la democracia es un invento de Occidente, e incluso un invento de fecha reciente. Sin embargo, no debemos olvidar que el progreso social y espiritual del hombre es, contrariamente a lo que podría creerse si se consideraran las cosas de un modo superficial, a menudo, un proceso lento, tortuoso y difícil de seguir en su encaminamiento; el árbol en pleno vigor puede encontrarse separado de la semilla original por millares de kilómetros o, como en el presente caso, por millares de años. Lo que, no obstante, no deja de asombrar es que la cuna de la democracia haya podido ser precisamente ese Próximo Oriente que, a primera vista, tan extraño parece ser a semejante régimen. Pero ¡qué de sorpresas reserva al arqueólogo su paciente trabajo! A medida que se ensancha y se profundiza su campo de excavación, la «brigada de pico y pala» realiza, en esta parte del mundo, los hallazgos más insospechados.

Este hallazgo del que ahora se trata no reveló, sin embargo, su verdadera importancia hasta después de haber transcurrido varios años de investigaciones y de exámenes. Se trata del acta de una asamblea política, que se halla en realidad contenida en un poema cuyo texto conocemos hoy en día por medio de once tabletas y fragmentos. Cuatro de estas piezas habían sido copiadas y publicadas en el transcurso de las cuatro décadas pasadas, pero sin que nadie se hubiese dado cuenta del valor documental del texto en lo referente a la historia política de Sumer, hasta 1943, en que Thorkild Jacobsen, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, publicó su estudio sobre la Democracia primitiva. Por mi parte, yo he tenido la suerte, desde entonces, de identificar y de copiar otras siete piezas en Estambul y en Filadelfia, y así de poder reconstruir enteramente el poema[14].

Así, pues, hacia el año 3000 a. de J. C. el primer Parlamento de que se tiene noticia hasta la fecha se reunió en sesión solemne. El Parlamento se componía, igual que nuestros modernos Parlamentos, de dos Cámaras: un Senado o Asamblea de los Ancianos, y una Cámara Baja, constituida por todos los ciudadanos en estado de llevar armas. A uno le parecería hallarse en Atenas o en la época de la Roma republicana. Y, sin embargo, nos encontramos en el Próximo Oriente, a dos buenos milenios antes del nacimiento de la democracia griega. Pero, ya desde esta época, Sumer, pueblo creador, podía jactarse de poseer numerosas ciudades grandes, agrupadas alrededor de grandiosos edificios públicos de renombre universal. Sus mercaderes habían establecido activas relaciones comerciales por tierra y por mar con los países vecinos; sus pensadores más sólidos habían sistematizado un conjunto de ideas religiosas, que debía de ser aceptado como el evangelio no solamente en Sumer, sino en una gran parte del Próximo Oriente antiguo. Los poetas más inspirados cantaban sus dioses, sus héroes y sus reyes con amor y fervor. En fin, para colmo de todo, los sumerios habían elaborado progresivamente un sistema de escritura, imprimiendo sobre arcilla con la ayuda de un estilete de caña, procedimiento que, por primera vez en la historia, permitió al hombre archivar de un modo permanente los anales de sus menores actos y pensamientos, de sus esperanzas y de sus deseos, de sus razonamientos y de sus creencias. Nada tiene, pues, de sorprendente que también en el terreno político los sumerios hayan realizado importantes progresos.

El Parlamento del que se hace mención en nuestro texto no había sido convocado por un asunto de poca monta, sino que se trataba de una sesión extraordinaria, durante la cual las dos Cámaras representativas tenían que escoger entre lo que hoy día llamaríamos «paz a cualquier precio» y «la guerra por la independencia». Será interesante precisar en qué circunstancias tuvo lugar esta memorable sesión. Igual que Grecia en una época mucho más reciente, la Sumer del tercer milenio a. de J. C. se componía de un cierto número de ciudades-Estado que rivalizaban entre ellas por la hegemonía. Una de las más importantes de estas ciudades era Kish, la cual, según una leyenda sumeria, había recibido la realeza como un don del cielo inmediatamente después del «Diluvio[15]». No obstante, Uruk, otra ciudad mucho más meridional, iba extendiendo su poderío y su influencia y amenazaba seriamente la supremacía de su rival. El rey de Kish (que en el poema se llama Agga) acabó dándose cuenta del peligro y amenazó a los urukianos con hacerles la guerra si no le reconocían como a su soberano. Fue en este momento decisivo cuando fueron convocadas las dos Cámaras de representantes de Uruk: la de los ancianos y la de los ciudadanos válidos.

Ya hemos dicho que fue gracias a un poema épico por lo que llegamos a conocer el conflicto ocurrido entre las dos ciudades sumerias. Los principales personajes del drama son Agga, último soberano de la primera dinastía de Kish, y Gilgamesh, rey de Uruk y «señor de Kullab[16]». El poema da comienzo con la llegada a Uruk de los enviados de Agga, portadores del ultimátum. Antes de dar su respuesta, Gilgamesh consulta con la «asamblea de los ancianos de la ciudad» instándoles con ahínco a que no se sometan a Kish, sino a que tomen las armas y salgan a combatir por la victoria. Sin embargo, los «senadores» están muy lejos de compartir los mismos sentimientos y dicen que preferirían la sumisión a fin de tener paz. Pero semejante decisión disgusta a Gilgamesh, quien se presenta entonces ante la «asamblea de los hombres de la ciudad» e insiste de nuevo en sus alegatos. Los miembros de esta segunda asamblea deciden echarse al combate: ¡Nada de sumisión a Kish! Gilgamesh se muestra encantado con el resultado y parece estar convencido de que la lucha no puede terminar más que con la victoria. La guerra duró muy poco tiempo: «no duró ni cinco días», dice el poema, «no duró ni diez días». Agga sitió a Uruk y aterrorizó a sus habitantes. El resto del poema no queda nada claro, pero parece ser que Gilgamesh acabó, de un modo u otro, por ganarse la amistad de Agga, y por hacerle levantar el asedio sin haber tenido que combatir.

He aquí, extraído del poema, el pasaje relativo al «Parlamento» de Uruk; la traducción es literal y consta de las verdaderas palabras del antiguo poema. Sin embargo, se han suprimido algunos versos, cuyo contenido nos es incomprensible.

Los enviados de Agga, hijo de Enmebaraggesi,

Partieron de Kish para presentarse ante Gilgamesh, en Uruk.

El señor Gilgamesh ante los ancianos de su ciudad

Llevó el asunto y les pidió consejo:

«¡No nos sometamos a la casa de Kish,

ataquémosles con nuestras armas!».

La asamblea reunida de los ancianos de su ciudad

Respondió a Gilgamesh:

«¡Sometámonos a la casa de Kish,

no la ataquemos con nuestras armas!».

Gilgamesh, el señor de Kullab,

Que realizó heroicas hazañas por la diosa Inanna,

No aceptó en su corazón

las palabras de los ancianos de su ciudad.

Por segunda vez, Gilgamesh, el señor de Kullab,

Ante los combatientes de su ciudad

llevó el asunto y les pidió consejo:

«¡No os sometáis a la casa de Kish!

¡Ataquémosla con nuestras armas!».

La asamblea reunida de los combatientes de su ciudad

Respondió a Gilgamesh:

«¡No os sometáis a la casa de Kish!

¡Ataquémosla con nuestras armas!».

Entonces, Gilgamesh, el señor de Kullab,

Ante este consejo de los combatientes de su ciudad,

sintió alegrarse su corazón, esclarecerse su alma.

Nuestro poeta, como se ve, es uno de los más concisos; se contenta con mencionar el «parlamento» de Uruk y sus dos asambleas, sin dar, a este respecto, ningún detalle. Lo que a nosotros nos gustaría saber, por ejemplo, es el número de representantes de cada una de estas instituciones y el modo en que eran elegidos los «diputados» y los «senadores». ¿Podía cada individuo emitir su opinión y estar seguro de que sería escuchado? ¿Cómo se efectuaba el acuerdo entre las dos asambleas? Para emitir su opinión, ¿empleaban los parlamentarios algún procedimiento comparable a nuestra práctica del voto? ¿Había allí un «presidente» encargado de orientar el debate y de tomar la palabra en nombre de la asamblea ante el rey? Bajo el lenguaje noble y sereno del poeta, uno puede imaginarse muy bien que las maniobras, las intrigas entre bastidores ya serían seguramente cosa corriente entre estos veteranos de la política. El Estado urbano de Uruk se hallaba manifiestamente dividido en dos campos opuestos: había en él un partido de la guerra y un partido de la paz. Y no cuesta nada imaginar que, entre bastidores, hubieran tenido lugar innumerables reuniones, muy parecidas, en el fondo, a las que tienen lugar actualmente en Europa en esos salones con la atmósfera cargada de humo, antes de que los dirigentes de cada una de las «Cámaras» anuncien las decisiones finales y, aparentemente, unánimes.

De todas esas antiguas querellas, de todos esos vetustos compromisos políticos, es muy probable que jamás lleguemos a descubrir ni las trazas de su existencia. Hay poquísimas probabilidades de que algún día podamos descubrir las crónicas «históricas» relativas a la época de Agga y Gilgamesh, ya que en esta época la escritura era totalmente desconocida o, todo lo más, acababa de inventarse y se hallaría en su fase pictográfica más primitiva. En cuanto a nuestro poema épico, vale la pena de precisar que fue escrito en tabletas de arcilla muchos siglos después de los incidentes que describe: probablemente más de mil años después de la reunión del «congreso» de Uruk.