IV

ASUNTOS INTERNACIONALES

LA PRIMERA «GUERRA DE NERVIOS».

Allí donde el mar de Mármara se estrecha en forma de golfo en el Cuerno de Oro, y aún más, como un río, en el Bósforo, se halla la parte de Estambul conocida por el nombre de Saray-Burnu o «Nariz del Palacio». Allá, al abrigo de las altas murallas impenetrables, Mohamed II, el conquistador de Estambul, construyó su palacio, hará cerca de quinientos años. En el transcurso de los siglos siguientes, los sultanes sucesivos, uno tras otro, fueron engrandeciendo su residencia, edificando nuevos pabellones y nuevas mezquitas, instalando nuevos surtidores y construyendo nuevos jardines. Por los bien pavimentados patios, y por las terrazas y jardines se paseaban antaño las damas del serrallo y sus doncellas, los príncipes y sus pajes. Raras eran las personas privilegiadas que estaban autorizadas a franquear el recinto del palacio, y más raras aún las que podían ser testigos de su vida interior.

Pero desvanecida está la época de los sultanes, y la «Nariz del Palacio» ha tomado un aspecto muy diferente. Las murallas de altas torres han sido en gran parte demolidas; los jardines particulares han sido transformados en un parque donde los habitantes de Estambul pueden encontrar sombra y reposo en los días calurosos de verano. En cuanto a los edificios propiamente dichos, los palacios prohibidos y los pabellones secretos, en su mayor parte han sido convertidos en museos. La pesada mano del sultán ha desaparecido para no volver. Turquía es una república.

En una sala de numerosas ventanas, en uno de esos museos, el de las Antigüedades Orientales, héteme aquí instalado ante una gran mesa rectangular. En la pared, frente a mí, hay colgada una gran fotografía de Ataturk, el hombre de marcadas facciones y mirada triste, el fundador bienamado y héroe de la nueva república turca. Todavía queda mucho por decir y por escribir sobre este personaje, que, en ciertos aspectos, es una de las figuras políticas más representativas de nuestro siglo; pero, en realidad, no es asunto mío éste de tratar de los «héroes» modernos, aunque sus realizaciones hayan hecho época; Yo soy sumerólogo y debo dedicarme a los héroes de un pasado lejano, olvidado ya desde hace muchísimo tiempo.

Ante mí, sobre la mesa, hay una tablilla de arcilla, recubierta por un escriba que vivió hace unos cuatro mil años, de esta escritura llamada «cuneiforme», palabra que significa: «de caracteres en forma de cuñas». El idioma es sumerio. La tableta, cuadrada, mide 23 cm de lado; es, por lo tanto, de tamaño más reducido que una hoja normal de papel para mecanografiar. Pero el escriba que copió esta tableta la dividió en doce columnas y, empleando una escritura minúscula, consiguió inscribir en este espacio limitado más de seiscientos versos de un poema heroico, al que podemos llamar Enmerkar y el señor de Aratta. Aunque los personajes y los acontecimientos descritos datan de cerca de cinco mil años, este poema resuena en nuestros oídos modernos con unos acentos extrañamente familiares, ya que en él se evoca un incidente internacional que pone de relieve ciertas técnicas (como la «guerra de nervios») de la política de las grandes potencias de nuestro tiempo.

Érase que se era, nos cuenta este poema, muchos siglos antes de que nuestro escriba (el copista del documento) hubiese nacido, un famoso héroe sumerio, llamado Enmerkar, el cual reinaba en Uruk, ciudad de la Mesopotamia del Sur, entre el Tigris y el Eufrates. Muy lejos de allí, hacia oriente, en Persia, había otra ciudad, llamada Aratta, que estaba separada de Uruk por siete cordilleras y su emplazamiento era tan empinado que resultaba dificilísimo llegar hasta ella. Aratta era una ciudad próspera, rica en métales y en piedras de talla, materiales que eran precisamente los que faltaban en las tierras bajas y llanas de Mesopotamia, donde se encontraba la ciudad de Enmerkar. Por lo tanto, nada tiene de sorprendente que este último hubiera dirigido sus envidiosas miradas hacia Aratta y sus tesoros y, decidido a adueñarse de ellos, se propuso desencadenar una especie de «guerra de nervios» contra sus habitantes y su rey, y consiguió tan eficazmente desmoralizarlos, que renunciaron a su independencia y se sometieron.

Todo ello está contado en el estilo noble, florido y desdeñoso, cargado de alusiones a menudo enigmáticas, que tradicionalmente ha empleado la poesía épica del mundo entero. Nuestro poema empieza con un preámbulo en el que se canta la grandeza de Uruk y de Kullab (localidades situadas dentro del territorio de Uruk o en sus inmediatas proximidades) desde el origen de los tiempos, y subraya la preeminencia que los favores de la diosa Inanna debían concederle sobre Aratta. A partir de aquí comienza la verdadera acción.

He aquí, narra el poeta, cómo Enmerkar, «hijo» del dios del sol Utu, habiendo resuelto someter a Aratta, invoca a la diosa Inanna, su hermana, rogándole que haga que Aratta le aporte oro, plata, lapislázuli y piedras preciosas, y que le construya asimismo santuarios y templos, entre los cuales, el más sagrado de todos, el Abzu, el templo «marino» de Enki, en Eridu:

Un día, el rey escogido por Inanna en su corazón sagrado.

Escogido para el país de Shuba por Inanna en su corazón sagrado,

Enmerkar, el hijo de Utu,

A su hermana, la reina del buen…

A la santa Inanna envía una súplica:

«Oh, hermana mía, Inanna: por Uruk,

Haz que los habitantes de Aratta

modelen artísticamente el oro y la plata,

Que traigan el noble lapislázuli extraído de la roca, Que traigan las piedras preciosas

y el noble lapislázuli.

De Uruk, la tierra sagrada…

De la mansión de Anshan, donde tú resides,

Que construyan los…

Del santo gipar[8] donde tú has establecido tu morada,

Que el pueblo de Aratta decore artísticamente el interior.

Yo, yo mismo, ofreceré entonces plegarias…

Pero que Aratta se someta a Uruk,

Que los habitantes de Aratta,

Habiendo descendido de sus altas tierras

las piedras de las montañas,

Construyan para mí la gran Capilla,

erijan para mí el gran Santuario,

Hagan surgir para mí el gran Santuario,

el Santuario de los dioses,

Apliquen a mi favor mis órdenes sublimes a Kullab,

Me construyan el Abzu como una montaña centelleante,

Me hagan brillar Eridu como un monte,

Me hagan surgir la gran Capilla del Abzu como una gruta.

Y yo, cuando, saliendo del Abzu repetiré los cánticos,

Cuando traeré de Eridu las leyes divinas,

Cuando haré florecer la noble dignidad de En como un…,

Cuando colocaré la corona sobre mi cabeza en Uruk, en Kullab,

Ojalá que el… de la gran Capilla sea llevado al gipar,

Ojalá que el… del gipar sea llevado a la gran Capilla.

¡Y que el pueblo admire y apruebe,

Y que Utu contemple este espectáculo con mirada alegre!».

Inanna, prestando oídos a la súplica de Enmerkar, le aconseja que busque un heraldo capaz de franquear los imponentes montes de Anshan, que separan Uruk de Aratta, y le promete que el pueblo de Aratta se le someterá y realizará los trabajos que él desea:

La que es… las delicias del santo dios An,

la reina que vigila el país Alto,

La Dama cuyo khôl es Amaushumgalanna,

Inanna, la reina de todos los países,

Respondió a Enmerkar, el hijo de Utu:

«Ven, Enmerkar, voy a darte un consejo;

sigue mi consejo;

Voy a decirte una palabra, atiende:

Escoge un heraldo diserto entre…;

Que las augustas palabras de la elocuente Inanna

le sean transmitidas en…

Hazle trepar por las montañas entonces…

Hazle descender de las montañas…

Delante del… de Anshan

Que se prosterne como un joven cantor.

Sobrecogido de terror por las grandes montañas,

Que ande por el polvo.

Aratta se someterá a Uruk:

Los habitantes de Aratta,

Habiendo bajado de sus altas tierras

las piedras de las montañas,

Construirán para ti la gran Capilla,

erigirán para ti el gran Santuario,

Harán surgir para ti el gran Santuario,

el Santuario de los dioses,

Aplicarán a tu favor tus órdenes sublimes a Kullab,

Te construirán el Abzu como una montaña centelleante,

Te harán brillar Eridu como un monte,

Te harán surgir la gran Capilla del Abzu como una gruta.

Y tú, cuando al salir del Abzu repetirás los cánticos,

Cuando tú traerás de Eridu las leyes divinas,

Cuando tú harás florecer la noble dignidad de En como un…,

Cuando tú colocarás la corona sobre tu cabeza en Uruk, en Kullab,

El… de la gran Capilla será llevado al gipar,

El… del gipar será llevado a la gran Capilla.

Y el pueblo admirará y aprobará,

Y Utu contemplará este espectáculo con mirada alegre.

Los habitantes de Aratta…

……………………………………………………

Se hincarán de rodillas ante ti, igual que los carneros del País Alto.

¡Oh, santo “pecho” del Templo,

tú, que avanzas como un Sol naciente,

Tú, que eres su proveedor bienamado,

Oh…, Enmerkar, hijo de Utu, gloria a ti!».

Enmerkar envía, pues, un heraldo con la misión de advertir al señor de Aratta de que entrará a saco en su ciudad y la destruirá si él mismo y su pueblo no le entregan el oro y la plata requeridos y no le construyen y decoran el templo de Enki:

El rey prestó oídos a las palabras de la santa Inanna,

Escogió un heraldo diserto entre…,

Le transmitió las augustas palabras de la elocuente Inanna en…:

«Trepa por las montañas…,

Desciende de las montañas…,

Delante de… de Anshan,

Prostérnate como un joven cantor.

Sobrecogido de terror por las grandes montañas,

Anda por el polvo.

Oh, heraldo, dirígete al señor de Aratta y dile:

Yo haré huir los habitantes de esta ciudad

como el pájaro que desierta de su árbol,

Yo les haré huir como un pájaro hasta el nido próximo;

Yo dejaré Aratta desolada como un lugar de…

Yo cubriré de polvo,

como una ciudad implacablemente destruida,

Aratta, esta mansión que Enki ha maldecido.

Sí, yo destruiré ese lugar,

como un lugar que se reduce a la nada.

Inanna se ha alzado en armas contra ella.

Ella le había aportado su palabra, pero ella la rechaza [9]

Como un montón de polvo,

yo amontonaré el polvo sobre ella.

¡Cuando ellos habrán hecho… el oro de su mineral en bruto,

Exprimido la plata… de su polvo,

Labrado la plata…

Sujetado las albardas sobre los asnos de la montaña,

El… Templo de Enlil, el Joven, de Sumer,

Escogido por el señor Nudimmud[10] en su corazón sagrado,

Los habitantes del país Alto de las divinas leyes puras

me lo construirán,

Me lo harán florecer como el boj,

Me lo harán brillar

como Utu saliendo del ganun,

Y me adornarán su umbral!».

Para impresionar más al señor de Aratta, el heraldo deberá recitarle el «encanto de Enki», del cual no traducimos aquí el texto. Este encanto describe cómo este dios había puesto fin a la «edad de oro» del tiempo en que Enlil poseía el imperio universal sobre la tierra y sus habitantes[11].

El heraldo, pues, después de haber atravesado las siete montañas, llega a Aratta y repite fielmente las declaraciones de su amo y señor al rey de la ciudad, pidiéndole una respuesta. Este último, sin embargo, se niega:

El heraldo escuchó la palabra de su rey.

Durante toda la noche viajó a la luz de las estrellas,

Durante el día, viajó en compañía de Utu el Celestial,

Las augustas palabras de Inanna…

le habían sido traídas en…

Escaló las montañas…, bajó de las montañas…

Delante el… de Anshan,

Se prosternó como un joven cantor.

Sobrecogido de terror por las grandes montañas,

Anduvo por el polvo.

Franqueó cinco montañas, seis montañas, siete montañas.

Elevó los ojos, se acercó a Aratta.

En el patio del Palacio de Aratta puso alegremente los pies,

Proclamó el poderío de su rey

Y transmitió reverentemente la palabra salida de su corazón.

El heraldo dijo al señor de Aratta:

—Tu padre, mi rey, me ha enviado a ti,

El rey de Uruk, el rey de Kullab, me ha enviado a ti.

—¿Qué ha dicho tu rey? ¿Cuáles son sus palabras?

—He aquí lo que ha dicho mi rey, he aquí cuáles son sus palabras.

Mi rey, digno de la corona desde su nacimiento,

El rey de Uruk, el Dragón amo y señor de Sumer que… como un…,

El carnero cuya fuerza principesca

colma hasta las ciudades del País Alto,

El pastor que…,

Nacido de la Vaca fiel al corazón del País Alto,

Enmerkar, el hijo de Utu, me ha enviado a ti.

Mi rey, he aquí lo que ha dicho:

«Yo haré huir los habitantes de esa ciudad

como el pájaro… que deserta de un árbol,

Yo los haré huir como un pájaro huye hacia el próximo nido;

Yo dejaré Aratta desolada como un lugar de…

Yo cubriré de polvo,

como una ciudad implacablemente destruida,

Aratta, esa morada que Enki ha maldecido.

Sí, yo destruiré ese lugar

como un lugar que se reduce a la nada.

Inanna se ha alzado en armas contra ella.

Ella le había aportado su palabra, pero ella la rechaza.

Como un montón de polvo,

yo amontonaré el polvo sobre ella.

¡Cuándo habrán hecho… oro de su mineral en bruto

Exprimido la plata… de su polvo,

Labrado la plata…,

Sujetado las albardas sobre los asnos de la montaña,

El… Templo de Enlil, el Joven, de Sumer,

Escogido por el señor Enki en su corazón sagrado,

Los habitantes del País Alto de las divinas leyes puras

me lo construirán,

Me lo harán florecer como boj,

Me lo harán brillar

como Utu saliendo del ganun,

Y me adornarán su umbral!».

……………………………………………

«Ordena ahora lo que yo habré de decir a este respecto

Al Ser consagrado que lleva la gran barba de lapislázuli,

A aquel del cual la Vaca poderosa…

…el país de las divinas leyes puras,

A aquél cuya simiente se ha esparcido

en el polvo de Aratta,

A aquel que ha bebido la leche de la ubre de la Vaca fiel,

A aquel que era digno de reinar en Kullab,

país de todas las grandes leyes divinas,

A Enmerkar, el hijo de Utu.

Yo le llevaré esta palabra como una buena palabra,

dentro del templo de Eanna,

En el gipar que está cargado de frutos

como una planta verdeante…,

Yo la llevaré a mi rey, el señor de Kullab».

Pero el señor de Aratta se niega a ceder ante Enmerkar, y a su vez se proclama, él también, protegido de Inanna; es ella, precisamente, asegura, quien le ha colocado en el trono de Aratta.

Después de haber hablado así el heraldo, el señor de Aratta respondió:

«Oh, heraldo, dirígete a tu rey,

el señor de Kullab, y dile:

"A mí, el señor digno de la mano pura,

La real… del cielo,

la Reina del cielo y de la tierra,

La Dueña y Señora de todas las leyes divinas, la santa Inanna,

Me ha traído a Aratta, el país de las puras leyes divinas,

Me ha hecho cercar la «cara del País Alto».

como de una inmensa puerta.

¿Cómo sería posible entonces que Aratta se sometiese a Uruk?

¡No! ¡Aratta no se someterá a Uruk! ¡Vete y díselo!

Entonces, el heraldo le informa de que Inanna ya no está de su lado, sino que, siendo como es «Reina del Eanna, en Uruk», ha prometido a Enmerkar la sumisión de Aratta.

Cuando hubo hablado así,

El heraldo respondió al señor de Aratta:

«La gran Reina del cielo,

que cabalga las formidables leyes divinas,

Que habita en las montañas del País Alto, del país de Shuba,

Que adorna los estrados del País Alto, del País de Shuba,

Porque el señor, mi rey, que es su servidor,

Ha hecho de ella la “Reina del Eanna”,

¡El señor de Aratta se someterá!

Así se lo ha dicho ella en el palacio de ladrillos de Kullab».

Para no alargar demasiado este capítulo, vamos a resumir únicamente, sin traducir paso a paso, la continuación del poema:

El señor de Aratta, «consternado y afligidísimo» por esta noticia, encarga al heraldo de incitar a Enmerkar a recurrir a las armas, manifestando que él, por su parte, preferiría un combate singular entre dos campeones, designados cada uno de ellos por los dos bandos contendientes. Sin embargo, continúa diciendo, puesto que Inanna se ha declarado en contra de él, estaría dispuesto a someterse a Enmerkar, con la única condición de que éste le envíe grandes cantidades de grano. El heraldo regresa apresuradamente a Uruk y, en el patio del Parlamento, da el mensaje a Enmerkar.

Antes de ponerse a actuar, Enmerkar efectúa diversas operaciones enigmáticas, que parecen formar parte de un ritual. Después, habiendo tomado consejo de Nidaba, diosa de la Sabiduría, hace cargar de grano sus acémilas y ordena al heraldo que las conduzca a Aratta y que las entregue allí al señor de aquella ciudad. Pero el heraldo es portador, al mismo tiempo, de un mensaje en el cual Enmerkar, jactándose de su propia gloria y de su poderío, reclama al señor de Aratta cornalina y lapislázuli.

A su llegada, el heraldo descarga el grano en el patio del palacio y transmite su mensaje. El pueblo, alegre y gozoso, entusiasmado por la traída del grano, está dispuesto a entregar a Enmerkar la cornalina pedida y a hacerle construir sus templos por los «ancianos». Pero el encolerizado señor de Aratta, después de haberse jactado, a su vez, de su gloria y de su poderío, toma a cuenta suya la demanda que le ha hecho Enmerkar y, en los mismos términos que éste, le reclama la entrega de cornalina y lapislázuli.

Al regreso del heraldo, parece, según el texto, que Enmerkar consulta los presagios y se sirve, a tal efecto, de una caña sushima que él hace pasar «de la luz a la sombra» y «de la sombra a la luz», y que termina por cortar (?). Después vuelve a enviar el heraldo a Aratta; sin embargo, esta vez, por todo mensaje, se contenta con confiarle el cetro. La vista de éste parece suscitar un gran terror en el señor de Aratta, el cual consulta su shatammu[12], dignatario de la corte, y después de haber evocado con gran amargura la penosa situación en que la enemistad de Inanna coloca a él y a su pueblo, parece dispuesto a ceder a las exigencias de Enmerkar. No obstante, cambiando de parecer, desafía de nuevo a este último y, volviendo a su primera idea, insiste en proponer un combate singular entre dos campeones escogidos cada uno por su bando. Así, «será conocido quién es el más fuerte». El desafío, expresado en términos enigmáticos, estipula que el combatiente escogido no debe ser «ni negro, ni blanco, ni moreno, ni rubio, ni moteado» (lo que podría entenderse como si quisiera tratarse del uniforme del guerrero).

Portador de este nuevo cártel del desafío, el heraldo regresa de nuevo a Uruk. Enmerkar le ordena entonces volverse a Aratta con un mensaje que consta de tres puntos: 1.°: Él, Enmerkar, acepta el desafío del señor de Aratta y está dispuesto a enviarle uno de sus hombres para que combata contra el campeón del señor de Aratta. 2.°: Exige que el señor de Aratta amontone en Uruk, para Inanna, el oro, la plata y las piedras preciosas. 3.°: Amenaza de nuevo a Aratta con la destrucción total, si su señor y su pueblo no le traen «las piedras de la montaña» para construir y decorar el santuario de Eridu.

El pasaje que sigue en el texto ofrece un notabilísimo interés. Si la interpretación es correcta, indicaría, nada menos, que nuestro Enmerkar habría sido, en opinión del poeta, el primero que escribió en tabletas de arcilla: habría inventado este procedimiento para remediar cierta dificultad de elocución que hacía a su heraldo incapaz de repetir el mensaje (¿tal vez a causa de su extensión?). Pero volvamos al cuento: el heraldo entrega la tableta al señor de Aratta y aguarda su respuesta. ¡Gran sorpresa! De repente, dicho señor recibe ayuda, de un origen totalmente inesperado. Ishkur, el dios sumerio de la lluvia y la tempestad, le trae trigo y habas salvajes y se las amontona delante. En vista de lo cual, el señor de Aratta recobra el valor. Lleno de confianza, advierte al heraldo de Enmerkar que Inanna no ha abandonado en absoluto a Aratta «ni su casa ni su lecho de Aratta[13]».

Después de lo cual, como quiera que el texto del poema sólo está conservado en fragmentos, se hace difícil percatarse de la sucesión de los acontecimientos. Únicamente una cosa parece clara, y es que el pueblo de Aratta, a fin de cuentas, llevó el oro, la plata y el lapislázuli pedido para Inanna a Uruk, donde lo dejó todo amontonado en el patio del Eanna. Así se termina el «cuento épico» sumerio más extenso de todos los descubiertos hasta la fecha, el primero en su clase de la literatura universal. Como ya he indicado al comienzo de este capítulo, el texto se ha reconstruido a partir de una veintena de tabletas y fragmentos, entre las cuales la más importante es, con mucho, la tableta de doce columnas del Museo de Antigüedades Orientales de Estambul, que yo copié en 1946. En 1952, en la colección de monografías que edita el Museo de la Universidad de Filadelfia, se publicó una edición erudita del texto sumerio, acompañado de su traducción y de un comentario crítico. Esta clase de publicaciones, destinadas a los especialistas, no suelen ser accesibles al profano, pero me ha parecido que, profana o no, cualquier persona puede tener interés en conocer este ejemplo primitivo de poesía heroica. Por eso he extraído esos pasajes que he transcrito más arriba; ellos habrán podido procurar al lector un contacto con este antiquísimo texto, y hasta le habrán podido hacer sentir, a despecho de las oscuridades inherentes a su arcaísmo, la atmósfera, el tono, el sabor original de los textos sumerios de carácter literario.