II

VIDA DE UN ESTUDIANTE

EL PRIMER EJEMPLO DE «PELOTILLA».

¿Qué pensaban los estudiantes del sistema de educación a que estaban sometidos? Eso es lo que nos dirá el estudio de un texto muy curioso, con una antigüedad de 4000 años y cuyos fragmentos acaban de ser reunidos y traducidos.

Este documento, uno de los más humanos de todos los que hayan salido a la luz del día en el Próximo Oriente, es un ensayo sumerio dedicado a la vida cotidiana de un estudiante. Compuesto por un maestro de escuela anónimo, que vivía 2000 años antes de la era cristiana, nos revela en palabras sencillas y sin ambages hasta qué punto la naturaleza humana ha permanecido inmutable desde millares de años.

El estudiante sumerio de quien se habla en el ensayo en cuestión, y que no difiere en gran cosa de los estudiantes de hoy en día, teme llegar tarde a la escuela «y que el maestro, por este motivo, le castigue». Al despertarse ya apremia a su madre para que le prepare rápidamente el desayuno. En la escuela, cada vez que se porta mal, es azotado por el maestro o uno de sus ayudantes. Por otra parte, de este detalle sí que estamos completamente seguros, ya que el carácter de escritura sumeria que representa el «castigo corporal» está constituido por la combinación de otros dos signos, que representan, respectivamente, el uno la «baqueta» y el otro la «carne».

En cuanto al salario del maestro parece que era tan mezquino como lo es hoy día; por consiguiente, el maestro no deseaba sino tener la ocasión de mejorarlo con algún suplemento por parte de los padres.

El ensayo en cuestión, redactado sin duda alguna por alguno de los profesores adscritos a la «casa de las tablillas[6]», comienza por esta pregunta directa al alumno: «Alumno: ¿dónde has ido desde tu más tierna infancia?». El muchacho responde: «He ido a la escuela». El autor insiste: «¿Qué has hecho en la escuela?». A continuación viene la respuesta del alumno, que ocupa más de la mitad del documento y dice, en sustancia, lo siguiente: «He recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura. Al terminar la clase he ido a mi casa, he entrado en ella y me he encontrado con mi padre que estaba sentado. He hablado a mi padre de mi ejercicio de escritura, después le he recitado mi tablilla, y mi padre ha quedado muy contento… Cuando me he despertado, al día siguiente, por la mañana, muy temprano, me he vuelto hacia mi madre y le he dicho: “Dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela”. Mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he puesto en camino; mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he ido a la escuela. En la escuela, el vigilante de turno me ha dicho: “¿Por qué has llegado tarde?”. Asustado y con el corazón palpitante, he ido al encuentro de mi maestro y le he hecho una respetuosa reverencia».

Pero, a pesar de la reverencia, no parece que este día haya sido propicio al desdichado alumno. Tuvo que aguantar el látigo varias veces, castigado por uno de sus maestros por haberse levantado en la clase, castigado por otro por haber charlado o por haber salido indebidamente por la puerta grande. Peor todavía, puesto que el profesor le dijo: «Tu escritura no es satisfactoria»; después de lo cual tuvo que sufrir nuevo castigo.

Aquello fue demasiado para el muchacho. En consecuencia, insinuó a su padre que tal vez fuera una buena idea invitar al maestro a la casa y suavizarlo con algunos regalos, cosa que constituye, con toda seguridad, el primer ejemplo de pelotilla de que se haya hecho mención en toda la historia escolar. El autor prosigue: «A lo que dijo el alumno, su padre prestó atención. Hicieron venir al maestro de escuela y, cuando hubo entrado en la casa, le hicieron sentar en el sitio de honor. El alumno le sirvió y le rodeó de atenciones, y de todo cuanto había aprendido en el arte de escribir sobre tabletas hizo ostentación ante su padre».

El padre, entonces, ofreció vino al maestro y le agasajó, «le vistió con un traje nuevo, le ofreció un obsequio y le colocó un anillo en el dedo». Conquistado por esta generosidad, el maestro reconforta al aspirante a escriba en términos poéticos, de los que ahí van algunos ejemplos: «Muchacho: Puesto que no has desdeñado mi palabra, ni la has echado en olvido, te deseo que puedas alcanzar el pináculo del arte de escriba y que puedas alcanzarlo plenamente… Que puedas ser el guía de tus hermanos y el jefe de tus amigos; que puedas conseguir el más alto rango entre los escolares… Has cumplido bien con tus tareas escolares, y hete aquí que te has transformado en un hombre de saber».

El ensayo termina con estas palabras entusiastas. Sin duda, el autor no podía prever que su obra sería desenterrada y reconstruida cuatro mil años más tarde, en el siglo XX de otra era, y por un profesor de una universidad americana. Esta obrita, por suerte, en esas épocas lejanas ya era una obra clásica muy difundida. El hecho de haber encontrado veintiuna copias de ella lo atestigua claramente. Trece de estas copias se encuentran en el Museo de la Universidad de Filadelfia, siete en el Museo de Antigüedades Orientales de Estambul, y la última en el Louvre.

El texto ha llegado a nosotros en diversos fragmentos que se han reunido del modo siguiente: el primer fragmento fue «autografiado» ya en 1909 y seguidamente publicado por el joven asiriólogo que era entonces Hugo Radau. Pero el fragmento correspondía a la parte central de la obra y, precisamente por eso, Radau no tenía modo de comprender de qué se trataba. En el transcurso de los veinticinco años siguientes publicaron fragmentos complementarios Stephen Langdon, Edward Chiera y Henri de Genouillac. No obstante, este material disponible, todavía insuficiente, no permitía aún poder percatarse del verdadero sentido del conjunto. En 1938, en ocasión de mi larga estancia en Estambul, logré identificar otros cinco trozos; uno de éstos formaba parte de una tablilla de cuatro columnas, en bastante buen estado, que originariamente había contenido el texto entero. Desde entonces se han identificado otras partes del texto, conservadas en el Museo de la Universidad de Filadelfia, y entre ellas se encuentra una tableta de cuatro columnas en muy buen estado y otros fragmentos pequeños que no constan más que de unas pocas líneas. Pero, a fin de cuentas, si se exceptúa algún que otro signo deteriorado, el texto, hoy en día, ha quedado prácticamente reconstruido por entero.

Sin embargo, éste no era más que el primer obstáculo franqueado; quedaba por establecer y fijar científicamente una traducción que permitiera hacer accesible a todo el mundo nuestro venerable documento. Pero la realización de una traducción absolutamente fidedigna es una tarea verdaderamente difícil. Varios fragmentos del documento han sido traducidos con éxito por los sumerólogos Thorkild Jacobsen, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, y Adam Falkenstein, de la Universidad de Heidelberg. Sus trabajos, al mismo tiempo que diversas indicaciones y sugerencias de Benno Landsberger, antiguo miembro de las Universidades de Leipzig y Ankara, y actualmente profesor del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago y uno de los más grandes y más célebres asiriólogos del mundo, permitieron preparar la primera traducción íntegra del texto, la cual fue publicada en 1949 en el Journal of the American Oriental Society.

A la escuela sumeria le faltaban atractivos: programas difíciles, métodos pedagógicos desagradables, disciplina inflexible. ¿Qué tiene de extraño, pues, que algunos alumnos abandonasen los cursos cuando se presentaba la ocasión y se apartasen del camino recto? He aquí, pues, que esto nos lleva directamente al primer caso de delincuencia juvenil que registra la Historia. Pero el documento que seguidamente vamos a examinar presenta además otro motivo para retener nuestra atención: Este documento es uno de los textos sumerios más antiguos donde aparece la palabra namlulu, o sea la humanidad, palabra que podría interpretarse como «comportamiento digno de un ser humano».

Ni que decir tiene que muchas expresiones y palabras sumerias del antiguo ensayo son todavía inciertas y de sentido oscuro, pero no nos cabe la menor duda de que en el futuro saldrá algún sabio profesor a darnos su equivalente exacto.