Viviana, que se mudó al departamento de Olinden, seguía de secretaria del médico, pero ya no trabajaba en la clínica. La reemplazaban dos enfermeras, una diurna y otra nocturna. Eso sí, porque Sepúlveda la consideraba insustituible, no faltó nunca a la operación de los pacientes que entraban ni al examen final de los que salían.
Fueron felices por largos años. Los celos de Olinden empezaron probablemente la noche en que Viviana, hablando de quién sabe qué, dijo que él era inteligente «pero, claro, no tanto como Sepúlveda»: palabras que le helaron el alma. Con el tiempo se sobrepuso y, echando todo a la broma, comentó con un amigo: «Tuve un arranque de soberbia diabólica. Sentí que no toleraba la suposición de que mi inteligencia fuera inferior a otra».
Recayó en los celos. Desde luego, nunca una mujer le importó como Viviana. Los celos resultaron un animalito astuto, rastreador de revelaciones ingratas. A él lo llevaron rápidamente a la certidumbre de que Viviana y Sepúlveda eran amantes y, poco después, a una sospecha más dolorosa: ¿no consistiría el examen final de los internados en algo demasiado parecido a su inolvidable tercera noche? Por eso Viviana volvía siempre tarde, cansada, apurada por comer unos bocados de lo que hubiera, y beber agua, y echarse a dormir. Olinden se preguntaba cómo Sepúlveda, si la quería, toleraba… «No lo tolera. Lo exige. Al fin y al cabo, nada le importa como el tratamiento y necesita verificar la eficacia».
Aquella noche la esperaba sin intención de pedirle explicaciones, pero al rato se encontró eligiendo palabras recriminatorias. Reaccionó, comprendió (la quería tanto) que habría algún modo de convencerla, porque lo respaldaban los buenos sentimientos y la verdad. Oyó el doble giro de la llave en la cerradura, vio cómo la puerta se abría y aparecía Viviana, pálida y ojerosa. «¡Viene directamente de la cama!», se dijo. Si en ese momento callaba, se portaría como un hipócrita. Con gritos roncos y destemplados empezó un interrogatorio. La muchacha no negó nada.
Al otro día, cuando él estaba por salir, Viviana le preguntó si no la quería más. Como ella había sido muy franca, Olinden escrupulosamente dijo lo que sentía.
—Sigo queriéndote.
—¿Vas a perdonarme alguna vez?
—Creo que sí, pero…
—Pero ¿qué?
—Nunca será como antes. Te veo de otro modo.