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—Deloge ha muerto —dijo cuando llegaron afuera.

—¿Muerto? —preguntó Nevers.

Hasta ese momento los cuatro enfermos de la isla del Diablo le habían parecido virtualmente muertos. Ahora la idea de que Deloge estuviera muerto le parecía inadmisible.

—¿Qué pasó?

—No sé. No vi nada. Ahora me preocupan los otros…

—¿Los otros?

—No sé. Prefiero estar cerca.

Volvió a pasar por el bosque de palmeras. Miró insistentemente: creyó que no había nadie. Enseguida oyó una risa de mujer, y, confusamente vio dos sombras. Primero tuvo una sensación desagradable; como si esa risa lo ofendiera porque Deloge había muerto; después comprendió que esa risa indicaba la posibilidad de que Dreyfus no estuviera loco… (si los carceleros siguieran en sus puestos, sus mujeres se cuidarían).

Dreyfus no lo llevó al embarcadero. Nevers estaba tan preocupado que sólo advirtió eso más tarde, al recordar los hechos de ese día increíble. Subieron al bote. Dreyfus remó vigorosamente. Llegaron a la isla del Diablo sin haber dicho una sola palabra.

Mientras amarraba el bote, Dreyfus perdió pie y cayó en el agua. Nevers se preguntó si no habría intentado atacarlo. No le permitió ir a mudarse de ropa.