Nevers se preguntó si Dreyfus estaría en contra o a favor de la conspiración. Dreyfus declaró noblemente:
—Será tal vez una hermosa desaventura. Yo temía que la revuelta empezara estando yo solo, con los enfermos y el señor De Brinon.
Nevers se dijo que la situación parecía grave y que a él no le importaba mantener su prestigio ante Dreyfus; que ahora no pensaría en su prestigio, sino en la situación. Se repitió ese propósito, cuatro o cinco veces.
Entraron en el pabellón central; había olor a desinfectantes y olor a comida; olor a hospital, pensó Nevers. Confusamente vio en las paredes manchas coloradas, azules, amarillas. Era el famoso «camouflage» interior; lo miró sin curiosidad; con ganas de haberse ido. Preguntó:
—¿Dónde está el gobernador?
—En una celda. En una de las cuatro celdas que hay en este pabellón…
—¿Usted lo ha encerrado en una celda? —gritó Nevers.
Dreyfus parecía molesto. Se excusó:
—No tengo culpa. Cumplo las órdenes que me dan.
—¿Qué le da quién?
—El gobernador. Por mí no lo hubiera hecho. Cumplo las órdenes. El gobernador dijo que lo metiéramos en una celda.
—Condúzcame, quiero hablar enseguida con el señor gobernador.
Dreyfus lo miró, absorto. Repitió:
—¿Hablar con el señor gobernador?
—¿No me oye? —preguntó Nevers.
—El señor gobernador no lo oirá. No reconoce a nadie.
—Quiero hablarle.
—Usted ordena —dijo Dreyfus—. Pero sabe que es de noche. La orden es que no se moleste de noche a los enfermos.
—¿Insinúa que debo esperar hasta mañana para verlo?
—Para verlo, no. Lo verá desde arriba. Pero le ruego que no haga ruido, porque está despierto.
—Si está despierto, ¿por qué no puedo hablar con él?
Se arrepintió de entrar en una discusión con Dreyfus.
—Para hablar con él tendrá que esperar hasta mañana, cuando duerma.
Nevers pensó que ya estaba enfrentando la rebelión, y que la ironía de Dreyfus no era meramente facial; era, también, burda. Pero Dreyfus estaba serio. Débilmente, Nevers le dijo que no comprendía.
—¿Y usted cree que yo comprendo? —preguntó Dreyfus, airado—. Es una orden del gobernador. Aquí tenemos todo al revés y acabaremos todos locos. Pero yo estoy para cumplir las órdenes.
—¿La orden es hablar con los enfermos cuando duermen?
—Justamente. Si usted les habla de noche, no le oyen, o simulan no oírle. Los baño y los alimento de día.
Mi sobrino creyó entender. Preguntó:
—¿Cuando están despiertos?
—No, cuando duermen. Cuando están despiertos no hay que molestarlos. El señor Castel le dejó a usted unas instrucciones escritas.
—Démelas.
—Las tiene el señor De Brinon. Está en la isla Real. Podríamos ir en su lancha, o en el bote.
—Ya iremos. Primero hablaré con el señor Castel.
Dreyfus lo miró con estupor. Nevers no se dio por aludido. Antes de hablar con el gobernador, no lo alejarían.