Que lo sorprendieran los guardias de la isla Real no hubiera tenido consecuencias (es claro que si no lo reconocían, o si fingían no reconocerlo, la consecuencia sería un balazo). Pero que lo sorprendieran en la isla del Diablo hubiera sido grave. Quizá todo se redujese a dar una explicación imposible; pero si los misterios de la isla eran atroces —como la aventura del 16 parecía indicarlo—, no sería absurdo suponer que en las visitas a la isla arriesgaba la vida. ¿Quién era el hombre que habían sacado de la choza de Favre? ¿Qué le había ocurrido? ¿Estaba enfermo? ¿Lo habían asesinado?
En la noche del 19 lo venció la tentación y se levantó para ir a la isla; en la puerta de la administración hablaban tenazmente dos guardias; regresó a su cuarto y se dijo que el destino había puesto a esos dos guardias para disuadirlo. Pero el 20 fue; se quedó unos pocos minutos y regresó con la impresión de salvarse de un peligro considerable. El 21 volvió a ir. La choza de Deloge estaba iluminada. Sin mayores precauciones caminó hasta la ventana, espió: Deloge, con su pelo colorado, más colorado que nunca, preparaba un café; estaba serio, silbaba, y con la mano derecha, y por momentos con las dos manos, dirigía una orquesta imaginaria. Nevers tuvo ganas de entrar y de preguntarle qué le había pasado a Favre. Pero su propósito era averiguar qué sucedía en el pabellón central; estaba resuelto a que ésa fuera su última incursión a la isla.
Se encaminó al pabellón central, pasando de un árbol a otro. De pronto, se detuvo: dos hombres avanzaban hacia él. Nevers se guareció detrás de una palmera. Los siguió de lejos, perdiendo tiempo en guarecerse detrás de los árboles. Los hombres entraron en la choza de Deloge. Acercarse a espiar era peligroso: tendría que pasar delante de la puerta o dar una vuelta demasiado larga. Prefería aguardar. Sabía lo que aguardaba. Apareció en la puerta uno de los hombres: se tambaleaba, como arrastrando algo. Después apareció el otro. Llevaban a un hombre. Nevers se quedó un rato entre los árboles. Después entró en la choza. Le pareció que todo estaba en desorden, como en las fotografías del cuarto del asesinato. Recordó que el desorden era el mismo que había visto por la ventana, cuando Deloge preparaba el café. La taza de café estaba sobre la cocinita. En el cuarto había un vago olor a enfermería. Nevers volvió a la isla Real.