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El plan de Nevers había consistido en presentar como asunto público el asunto de las salinas que dividió nuestra familia y lo alejó de Francia; quizá operara un burdo paralelismo con el caso Dreyfus, y no creo indispensable insistir sobre este frívolo empleo de una cuestión que cualquiera de nosotros, en las mismas circunstancias, hubiera mirado con reverencia y con pavor.

Estimulado por el alcohol pensó, tal vez, que la situación peligrosa, que la situación insostenible en que se ponía, no tendría consecuencias. La última conversación con Favre y con Deloge lo había convencido de que el gobernador preparaba la fuga para muy pronto; los cambios de presidiarios entre las islas del Diablo y San José y Real tienen un significado indudable: concentrar presidiarios cuyas condenas son injustas. Las consecuencias de mi falsa confesión pueden ser: que el gobernador me lleve a la isla y me revele sus planes; o que me lleve, no me revele los planes, pero me haga participar en la fuga, (trataré, primero, de investigar, luego, de sustraerme a la fuga) o que, por un justificado rencor, no me lleve a la isla, no me comunique nada ni quiera que participe en la fuga. Otras consecuencias no tendrá mi «confesión», aunque Xavier llegue antes del golpe. El gobernador no está en situación de buscar complicaciones; no me acusará. Tampoco esperará a que llegue Xavier. Todo esto era una absurda manera de razonar; si Castel hubiera querido que algunos presidiarios se fugaran no tenía por qué fugarse él (podía irse cuando quisiera; no estaba preso).

Pasaron cuatro días y Nevers no tuvo noticias del gobernador. Este silencio no lo desconsoló; le dio la increíble esperanza de que sus palabras no tendrían consecuencias. Al cuarto día recibió una nota, con la orden de presentarse en la isla del Diablo el 24, al anochecer.