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Cerca del Mercado se encontró con la familia Frinziné:

—Aquí nos tiene —dijo Frinziné, con alguna exaltación—. Paseando. Todos juntos: es más seguro. Y usted, ¿dónde va con eso?, (por fin notaba las valijas).

—Me voy.

—¿Ya nos abandona?

Nevers aseguró que tal vez regresara a la noche. Eso lo tranquilizaba mucho, repetían los Frinziné. La señora agregó:

—Lo acompañaremos al puerto.

Trató de resistir. Carlota fue su única aliada; quería irse a su casa, pero no la escucharon. Entrevió, en la urgente cordialidad de los señores Frinziné, el deseo de ocultar algo o, tal vez, de alejarlo de algún sitio. Miraba con nostalgia la ciudad, como presintiendo que no regresaría. Avergonzado, se encontró pisando en las partes de la calle donde había más polvo, para llevarse un poco del rojizo polvo de Cayena. Distraídamente descubrió la causa de la nerviosidad de los Frinziné: los había sorprendido en las proximidades del Mercado. Pero las palabras que le decían eran cordiales y esa nerviosidad le recordaba otras despedidas. Se le humedecieron los ojos.