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Noche del 10 al 11 de abril; 11 de abril.

Anota: Imposible dormir. Se recriminaba por haber considerado tan superficialmente el olvido de las llaves. Si los presidiarios las descubrían: incendios, rebelión, tribunal, guillotina, o las islas, hasta la muerte. No pensaba en los medios de contrarrestar estas calamidades; angustiosamente se veía refutando, con esfuerzo, con futilidad, las acusaciones ante una corte marcial.

Para calmarse, pensó enviar un telegrama. ¿Qué se hubiera dicho del funcionario de un presidio que olvida las llaves y después comunica por telegrama su olvido? Pensó enviar una carta. Laboriosamente calculé que el Rimbaud no saldría antes de cinco días. Además, ya había logrado la enemistad del gobernador. Escribirle esa carta, ¿era prudente? Pensó escribir a Dreyfus. Pero ¿y si Dreyfus decidiera abrirse paso con las armas y huir? Sería una conducta más natural que la de cerrar secretamente el depósito (privándose de una mención)…

A la mañana estaba más tranquilo. Decidió pasar otro día en Cayena, descansando. Volver a las islas era como recaer en una enfermedad. Tal vez lo esperaran situaciones que alterarían, que arruinarían su vida.

Si todavía no encontraron las llaves, pensaba, ¿por qué han de encontrarlas precisamente hoy? Sin duda, las llaves estaban guardadas en un cajón de su escritorio; el viaje era inútil. De todos modos se iría al día siguiente.

De lo que hizo el 11 no tenemos noticia alguna. Sabemos que al anochecer descansó debajo de los árboles del parque Botánico.