19

11 de abril.

Desembarcó a las 8 en Cayena. Escribe: Esta ciudad, en que hay pocos presidiarios, muchos liberados y aun gente libre, es el paraíso terrenal. Frente al mercado se encontró con la señora Frinziné y su hija; lo invitaron a almorzar. Aceptó; pero dice que fue poco amable y trata de justificarse invocando la urgencia por bañarse y mudarse de ropa. Esto sería admisible si hubiera hecho un viaje por tierra; después de un viaje por mar, no tiene sentido.

Llegó al palacio y ordenó a Legrain que le preparara el baño. Legrain contestó con toda naturalidad que habían cortado el agua y que hasta las 11 no podría bañarse.

Quedó tan abatido que no pudo atender ningún asunto de la administración; tampoco pudo leer, porque los libros estaban en las valijas y se había olvidado de pedir a Legrain que las abriera y no tenía ánimo para abrirlas él mismo o para llamarlo.

A las once y media entró Legrain y dijo que había agua. Nevers le dio las llaves para que abriera las valijas y sacara la ropa. Notó que tenía un solo llavero: le faltaban el del archivo y el del depósito de armas. Quizá el nuevo ordenanza los habría guardado en las valijas. No podía buscarlos. Tenía que bañarse y afeitarse.

Reconoce que la reunión en lo de Frinziné fue agradable. Carlota recitó poemas de Ghill. Nevers recordaba los versos:

Autour des îles les poissons-volants

s’ils sautent, ont lui du sel de la mer:

Hélas! Les souvenirs sortis du temps

Ont du temps qui le prit le gôut amer…

Después, acompañado de Frinziné, bajo un sol invariable, recorrió los comercios de Cayena. Compró casi todas las cosas que le habían encargado; para justificar la postergación del regreso, olvidó algunas (entre ellas, los anteojos del Cura).

Sospecho que razono erróneamente al suponer que las actividades misteriosas que ocurren en la isla del Diablo son políticas y revolucionarias, escribe. Tal vez Castel fuese una especie de doctor Moreau. Le costaba creer, sin embargo que la realidad se pareciera a una novela fantástica. Tal vez la prudencia que me aconseja quedarme aquí hasta el 27 sea descabellada.

Agobiado por el calor, con principio de insolación, a las cinco logró zafarse del señor Frinziné. Fue al parque botánico y estuvo descansando bajo los árboles. Mucho después de oscurecer, volvió al palacio. Pensaba dolorosamente, en Irene.