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Intercalo a continuación un documento que tal vez aclare algunos puntos de mi relato; se trata de una carta que me dirigió mi sobrino Xavier Brissac (el que reemplazó a Enrique Nevers en las islas de la Salvación) está fechada el día 8 de abril de 1913, a bordo del transporte Ularius, en viaje a las Guayanas.

Sin mala fe, guiado por tu pasión, no, guiado por otros que apasionadamente lo vieron todo a través del odio, has juzgado a tu hermano Pierre y a mí, nos has calumniado. ¿Qué ocurrió? Querías que Enrique, tu protegido, pudiera salir de las Guayanas y pensaste que su afligente correspondencia conmovería, quizá, a Pierre. No lo conmovió. Sin embargo, me llama; me pregunta si yo aceptaría el cargo; acepto; y, como en su juventud, a los ochenta y cinco años, Pierre, el glorioso marino, entra en la batalla contra políticos y burócratas, sin temblor; consigue que me nombren, y parto en relevo de tu protegido Enrique, al infierno. ¿Cómo nos agradeces? En broma calumnias a Pierre; a mí, en serio.

Aunque es gravísimo lo que dijiste de mí, empezaré por rebatir lo que dijiste de Pierre, porque él es el jefe de la familia y porque yo no soy un literato, un simpático bohemio, sino el capitán de fragata Xavier Brissac —que fue un verdadero teniente de navío y que aspira a ser un verdadero capitán de navío—, hombre de su Patria, de su Familia, un ordenado.

Respetuosamente, pero firmemente, declaro que mi viaje no prueba «esa perversa manía de Pierre: mandar sobrinos a la isla del Diablo». Prueba...................................................................................

Después de leer la correspondencia, Pierre dio algunas señales de estar cansado; ninguna de estar conmovido. No cree que esas cartas deban alarmar sobre el estado de espíritu de Enrique; comenta: «¿Alarmarse ahora y especialmente por esas cartas? Hace mucho que su espíritu me alarma y empiezo a acostumbrarme a ese estado». Pero sabe que si Enrique vuelve tendrás una satisfacción; en seguida se pone en campaña, en ingrata campaña, para conseguir el relevo. No le importa saber que el fruto de esos trabajos será una grave reducción de un castigo que él mismo impuso; cree saber, también, que traerán la reconciliación, tu vuelta a la casa de Saint-Martin y tu abandono definitivo de lo que llama «el absurdo exilio en las arruinadas salinas de Saint-Pierre».

¿Por qué ha decidido que sea yo quien releve a Enrique? No te engañes; no es la «manía» supone que a la sombra de ese notable gobernador de la colonia, yo............

Ha llegado el momento de rebatir la segunda calumnia. Es mentira que yo sea el inventor de las promesas de casarse conmigo, que hizo Irene; es nefasta mentira que yo parta a la isla del Diablo con el fin de torturar a Enrique. Imagina mi situación: debo soportar esa calumnia sin exclamar: ¡Consulta a Irene! Juré a Irene que no hablaría hasta la vuelta de Enrique, hasta que ella le explique todo, personalmente. Teme que la noticia, dicha por otro, lo hiera demasiado. Si le hablaras —no estando yo para defenderme— creería que no me importa esa delicadeza. Y, sin embargo, esa preocupación de Irene a tal punto ha llegado a ser mi preocupación que, en el deseo de corresponder perfectamente, he pensado, a veces, no guardar una literal fidelidad a mi juramento. En efecto, si la intención es evitar que Enrique sufra demasiado, ¿debo permitir que ciego, soñando con la dicha de volver a su amada, parta al desengaño?...........

Has dicho que voy a torturar a Enrique. Mis nobles sentimientos son un pretexto; la verdad es el gozo de ir a golpear a un caído. No esperes que perdone al autor de esta infamia. Sé que no eres tú. Sé que repetiste lo que te han dicho. Sé también que descubriré a quién lo dijo: no eran muchos los que me oyeron hablar. Los conocemos a todos. Eran de nuestra familia. Pero eso creí poder confiar en ellos. Olvidaba que por eso no podía hablarles. Ya no hay personas libres en nuestra familia; hay instrumentos de Pierre e instrumentos del odio. Lo olvido. No puedo acostumbrarme a vivir en continua guerra.

¿Por qué me voy?

Porque lo ordena Pierre, porque tú deseas que regrese Enrique; porque Enrique desea regresar. (Desapruebo en Enrique los hechos y el pensamiento. A él no lo odio, como insinúas). Si no me voy, todo quedará postergado; somos una difícil minoría los voluntarios del trópico, de la cárcel, del cólera. No tengo en vista miserables victorias, ni parto enceguecido. No ignoro mi sacrificio (que tú, lo digo amargamente, quieres ignorar). Lo que fue una tortura para el que se creía amado, ¿qué horrores no deparará al que es amado? Tengo un consuelo: a mí todo me espera; a él, nada.

Como te dijo, el 28, y no el 27, llegaré a Cayena. Querría libraros antes: a él de su justo destierro; a ti, de su injusta correspondencia. Pero hemos perdido tres días en el fondeadero. Espero que no haya más retrasos.

Releo esta carta. Para tolerarla necesitarás mucha indulgencia. Yo, el enamorado de la jerarquía, exhortándote a deponer tus convicciones, a seguir mis consejos. Yo, el peor de tus sobrinos, pidiendo que en nuestros actos concernientes al relevo de Enrique, veas una intención recta. Ignoro si puedes verla. Ignoro si hay derecho de pedir a un hombre que no vea las cosas a través de su pasión.

En todo lo que hace Pierre —hablo con amargura— estás inclinado a ver malas intenciones; en todo lo que hago yo —hablo sin amargura— estás inclinado a ver sus malas intenciones. Sin embargo, invoco a nuestra familia, a su numeroso dolor. Deja las salinas de Oléron para siempre. Te lo digo sin egoísmo: son un mal negocio. Como dice Pierre, has buscado asilo en un naufragio. Vuelve a nuestras prósperas salinas del Re. A mí, que me esperan las penurias de la isla del Diablo, la penuria que ya me preocupa es la de privarme de la sal turbia de nuestra casa.

Ah, mi querido Antoine, qué triste es una desavenencia en la familia. Para bien de todos, para bien de esa pequeña llama que nuestras generaciones deben cuidar y transmitirse, porque Saint-Martín, chef de canton, nos está mirando y lo necesita para su calma, acábese la mutua desconfianza. Como oficial de Francia, como sobrino en nuestra honda familia…

Etcétera.