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El 5 escribe: Aunque me esperaba ansiosamente, el gobernador todavía no vino. Mi urgencia en ver a ese caballero tiene límites: por ejemplo quiero saber si la pérdida de la razón es total o no; si debo encerrarlo o si el desorden está circunscrito a una manía. Deseaba aclarar otros puntos: ¿Qué hacía De Brinon? ¿Cuidaba al enfermo? ¿Lo maltrataba?

Si el gobernador no estaba totalmente loco, Nevers lo consultaría sobre la administración. Actualmente, la administración no existía. ¿Qué debía inferir? ¿Locura? ¿Desinterés? En este caso el gobernador no sería abyecto. Pero ¿cómo no desconfiar de un hombre que tiene vocación para dirigir un presidio? Sin embargo, reflexionó, yo estoy aquí; ¿es la vocación lo que me ha traído?

En la biblioteca de Castel había libros de medicina, de psicología y algunas novelas del siglo XIX; escaseaban los clásicos. Nevers no era un estudioso de medicina. El único fruto que sacó de Los morbos tropicales al alcance de todos fue un agradable pero efímero prestigio entre los sirvientes de su casa: por lo menos esto era lo que creía el 5 de marzo.

En la carta de esa fecha me agradece unos libros que le mandé, y me dice que su primo Xavier Brissac fue la única persona de la familia que lo despidió. Desgraciadamente, escribe, el barco se llamaba «Nicolas Baudin»; Xavier aprovechó la oportunidad y recordó lo que todos los pobladores de Oléron y Re, en todas las combinaciones posibles alrededor de las mesas del «Café du Mirage», han repetido: Nicolas Baudin era autor de los descubrimientos que los ingleses atribuyeron a Flinders. Xavier habría añadido, finalmente, que la estada de Nevers en aquellas islas, propicias al entomólogo y al insecto, esperaba, para la gloria de Francia, trabajos tan sólidos como los de Baudin; pero no trabajos de entomólogos: trabajos más adecuados a la naturaleza de Nevers.

Después habla de Dreyfus: Debo reconocer que es menos abrumador en su archipiélago que en nuestra literatura. Lo he visto apenas, casi no lo he oído, pero todo fue correcto y puntual, con excepción del café: primoroso. En seguida se pregunta si no sería fatídica esa reconciliación, si no sería un principio de reconciliación con el destino, y agrega: En algún insomnio he conocido este miedo: la relajación que produce el trópico, llegar a no desear el regreso. Pero ¿cómo aludir a tales peligros? Es una ilusión temerlos. Es querer soñar que no existen el clima, los insectos, la increíble prisión, la falta minuciosa de Irene.

Sobre la prisión, sobre los insectos y aun sobre la falta de Irene, no haré objeciones. En cuanto al clima, creo que exagera. Los sucesos que nos ocupan ocurrieron en febrero, marzo y abril; en invierno; es verdad que allí suele intercalarse un verano en marzo; es verdad que el invierno de las Guayanas es tan bochornoso como el verano de París pero Nevers, contra la voluntad de sus mayores, ha pasado más de una vacación en París, y no se ha quejado.

Seguía buscando una explicación para la conducta del gobernador; a veces temía haber aceptado con demasiada facilidad la hipótesis de la locura. Se propuso no olvidar que era una hipótesis: se fundaba exclusivamente en las palabras de Bernheim; quizá de un modo casual de hablar, quizá había dicho: «está camouflando el interior» para significar que lo pintaba de un modo extravagante. O tal vez se fundaba en un error de observación, o en una deficiencia del observador. Si las manchas que está pintando Castel en el interior son iguales a las del exterior, pensó ¿no sería justo deducir que en ninguno de los dos casos se trata de «camouflages»? Tal vez sea un experimento, algo que ni Bernheim ni yo comprendemos. De todos modos, dice con patética esperanza, hay una probabilidad de que esas pinturas no sean el presagio de una próxima guerra.