El gobernador seguía en la isla del Diablo, ocupado en trabajos misteriosos, que Dreyfus ignoraba o decía ignorar. Nevers resolvió descubrir si ocultaban algún peligro. Tendría que obrar con mucha cautela; para acercarse a la isla, el pretexto de llevar alimentos o correspondencia no era válido; es verdad que había una lancha y más de un bote; pero también había un alambre-carril, y una orden de usarlo. Dreyfus dijo que empleaban ese aparato (en el que no cabe un hombre) porque alrededor de la isla del Diablo el mar solía estar bravo. Lo miraron: estaba calmo. Entonces Dreyfus le preguntó si creía que el alambre-carril había sido instalado por órdenes de Castel.
—El aparato estaba montado cuando vine aquí —agregó—. Desgraciadamente, faltaban muchos años para que nombraran gobernador al señor Castel.
—¿Y quiénes viven en la isla? —preguntó Nevers (distraído: Dreyfus le dijo eso el 23).
—El gobernador, el señor De Brinon y tres presidiarios políticos, Había otro más, pero el señor gobernador lo pasó al galpón colorado.
Esto (poner un preso político entre los presos comunes) debió de causar una indignación muy franca y general; tan general que Nevers la descubrió en las palabras de ese fanático secuaz del gobernador. El mismo Nevers estuvo ofuscado, repitiéndose que no toleraría la infamia. Después entrevió que ese acto de Castel le deparaba la menos peligrosa ocasión de averiguar qué pasaba en la isla del Diablo; pensó que el presidiario no tendría inconveniente en hablar (y que si tenía, bastaría simular aversión por Castel). Le preguntó a Dreyfus cómo se llamaba el presidiario.
—Ferreol Bernheim.
Agregó un número. Nevers sacó una libreta y apuntó los datos a la vista de Dreyfus; después le preguntó quién era De Brinon.
—Una maravilla, un Apolo —dijo Dreyfus con sincero entusiasmo—. Es un joven enfermero, de familia noble. El secretario del gobernador.
—¿Por qué no hay médicos en las islas?
—Siempre hubo un médico, pero ahora el gobernador y el señor De Brinon custodian por sí mismos a los enfermos.
Ninguno de los dos era médico. Puede alegarse que tampoco lo era Pasteur, Nevers comenta con petulancia. Ignoro si es prudente estimular a los curanderos. En el «castillo» y en el galpón colorado vio toda clase de enfermos, desde el anémico hasta el leproso. Condenaba a Castel, pensaba que debía sacar de las islas a los enfermos, mandarlos a un hospital. Finalmente descubrió que su apasionada reprobación no era ajena a un pueril temor de contagiarse, de no ver, otra vez, a Irene, de quedarse en las islas unos pocos, meses, hasta la muerte.