TIEMPO LIBRE

11 enero 1985. Idiomáticas. Rustrido. Plato de comida, a base de pan rustrido, es decir, tostado, duro y roto en pequeños trozos; lleva ajo, cebolla, aceite. En Galicia desayunaban a veces con un rustrido, al que añadían un huevo. Otras veces desayunaban con un vaso de aguardiente.

Galicia. Los de la aldea (de los Iglesias) que iban a Cuba, solían tener destinos trágicos. Así Emilio, que era el mozo más apuesto y fornido. Mujeres cubanas lo destruyeron, por celos y despecho (muchas lo disputaban). Perdió totalmente la cabeza, y ya no sabía quién era. Así lo repatriaron. Era un trabajador incansable. Cuando algún vecino tenía que hacer algún trabajo, pesado pero no difícil, en la casa, en la huerta o en el monte, llamaban a Emilio, quien por la comida trabajaba todo el día, sin respiro. Después le daban un tazón de minestrón en el que ponían las presas menos codiciadas. Emilio lo despachaba en seguida y alargaba el tazón, porque se entendía que tenía derecho a dos. Después le preguntaban si quería más. Emilio no decía que no y ante la diversión de todos engullía todo el contenido de la olla.

Hubo otro que se fue a Cuba y dejó en la aldea mujer y críos sin nunca mandar una carta ni menos una peseta. En la aldea sabían por otros que allá en La Habana el hombre amasó una gran fortuna. Pasados treinta años, volvió: muy elegante con bastón con empuñadura en cabeza de perro, sombrero de fieltro, bigotes, corbata de moño, polainas blancas. Fue a la casa, revoleando el bastón, y lo primero que hizo fue darle a uno de sus hijos unas pesetas para que le comprara cigarritos; después le dijo que se guardara el vuelto, lo que causa muy buena impresión. Por poco tiempo, ya que descubrieron al rato que las pesetas para los cigarritos fueron las últimas que traía. La mujer le dijo: «Por mí, quédate en la casa, pero nada más». De todos modos, la mujer consultó con los hijos, que dijeron: «Esta bien, pero que quede como criado». Así como criado vivió en su casa y después de no pocos años enfermó y murió. Como criado, siempre.

Uno, que amasó fortuna en La Habana, se casó con una cubana de buena familia pero pobre y tuvo hijos con ella. La mujer empezó pronto a sentir vergüenza del gallego; otro tanto, las hijas. Lo trataban con desprecio y cuando invitaban a cenar a gente importante, lo obligaban a comer en la cocina. El hombre, porque era generoso o porque esperaba gratitud, puso todos sus bienes a nombre de esas mujeres, que lo abandonaron a la pobreza. No tuvo más remedio que pedir al cónsul de España que lo repatriara. Todos en la aldea compitieron en agasajarlo y nadie lo menospreció.

Santoral. San Pablo, el ermitaño. Nació alrededor de 229 d. C. A los quince años se retiró al desierto, donde vivió cien años. En todo ese tiempo solamente tuvo una visita: la de San Antonio. De pronto apareció volando un cuervo, que traía en el pico dos panes: «Hoy me trae dos, porque tú has venido. Todos los días me trae uno». San Pablo bebía el agua de un manantial. Cuando murió, dos leones lo enterraron. La esencial veracidad de este último hecho no fue disputada por nadie, ni siquiera por los llamados «espíritus fuertes». San Jerónimo escribió su vida.

Sueño (un regalo a los psicoanalistas). En mi sueño —no sé, en la realidad— el rojo enfurece a las fieras. Estoy en un lugar, una suerte de salón de gimnasia, donde hay un tigre. En el sueño, no temo al tigre, como en la realidad no temo a los perros; no por nada me gustan los animales y me siento amigo de ellos. Alguien me hace notar que no debiera andar por ahí con un poncho colorado; me saco el poncho, inmediatamente; y por si acaso me meto en un cuartito sin puerta que hay en el otro extremo del salón. Casi en seguida aparece el tigre; como un perro amistoso se levanta en las patas y apoya sus manos en mis hombros. Miro hacia abajo, entre el cuerpo mío y el del tigre, y veo que tengo puesto un slip colorado. Como preveo una situación desagradable, me despierto.

Alrededor del 16 de enero de 1985, murió, en Mar del plata, Jorge Hueyo. Era bondadoso, trabajador, capaz de organizar bien, rigurosamente, empresas complicadas, como la iluminación de las pistas de San Isidro. Era necio, en el sentido de ofuscarse cuando lo contradecían. Una vez tuvo una discusión sobre cuestiones no trascendentes, créanme, con otro miembro de la comisión directiva del Jockey Club: se puso de un color rojo subido; después quedó mareado y muy pálido. Esta necedad, en un hombre tan bueno, hacía gracia y despertaba en algunos un afecto un poco paternal. A él y a mí nos unía una amistad hereditaria, que aumentó a lo largo de cuatro años de comisión directiva. Una minucia, que también contribuyó a que fraternizáramos. Estaba un poco harto de que siempre se hablara mal de los porteños y se encontrara méritos en los provincianos. Caminando hacia nuestra casa comentó: «Si no me equivoco, algo nos debe este país a los porteños». «Es claro —le dije—». Y hasta el nombre. Hubo un tiempo en que éramos los únicos argentinos:

Qué me importan los desaires

con que me trate la suerte,

argentino hasta la muerte,

he nacido en Buenos Aires.

Para mis adentros, pensé: «Que me perdone el Negro Patrón, que en mi presencia despotrica contra Buenos Aires y los porteños (engreídos, falsos, advenedizos, un dechado de virtudes, en fin) como si yo fuera salteño».

En una nota sobre The Witches of Eastwick de John Updike, en el Times Literary Supplement del 28 de septiembre de 1984, un tal Craig Raine escribe que Updike emplea un efecto inventado por Saul Bellow: una ristra de epítetos sin comas entre ellos. Un señor Joseph Finder, de Massachusetts, responde en otra carta publicada en el número del 11 de enero de 1985, que ese efecto ya fue empleado por Henry James y da tres ejemplos de The Ambassadors: a pleasant public familiar radiance, strong young grizzled crop, new long smooth avenue.

En algún momento me pregunté si el efecto, en James, no habría sido la consecuencia de un dictado. Yo sé que si dicto una frase análoga, sin decir coma después de cada epíteto, dos de mis amigas dactilógrafas no las ponen. Evidentemente, James tuvo mucho tiempo para corregir la omisión (si dictó el texto y si la omisión fue involuntaria). The Ambassadors se publicó en 1903. No sé si ese año James había empezado a dictar. En todo caso, el efecto de supresión de comas no me parece propio del matizado James.

Noche del viernes 18 enero 1985. Bianco y Silvina preguntan: «¿Qué significa estofa, como en baja estofa?». Tal vez porque las preguntas obnubilan —piénsese en los exámenes— contesto: «No sé. Voy a ver». Pepe me disuade. Encuentro, lo que me parece increíble, que no me importa. Hoy a la mañana ya sabía qué significaba esa palabra: tela, género, como étoffe y stuff. Se lo digo a Silvina, [a quien] increíblemente mi hipótesis le parece increíble. Consulto al obeso amigo, s. v. «Estofa»: 1. «Tela o tejido de labores, por lo común de seda. 2. fig. Calidad. De mi estofa, de buena estofa».

Bianco me dice que José María Monner Sans (hijo; no el de la barbita, autor de Disparates usuales en la conversación diaria y Barbaridades que se nos escapan al hablar), en un artículo sobre Eduardo Wilde, sostiene que hay un parentesco intelectual y, sin duda, de sangre, entre el autor de «Primera noche en el cementerio» y Oscar Wilde. Por cierto que se trata de un wilde guessing.

Bianco me dice que Sur y Cía es uno de los mejores tomitos de las memorias de Victoria. «Su odio contra Keyserling la vuelve elocuente». También me dice: «La persona que tradujo el texto no sabe su oficio. Le hace decir a Victoria: 'Con mi padre nos amábamos mucho’ por "nos queríamos mucho". Primero, está mal; después, ni Victoria, ni Silvina, ni vos ni yo hubiéramos dicho amar por querer. Incurre también la traductora en galicismos muy feos, como no importa qué, por n’importe quoi».

Estuvo de acuerdo conmigo en que el otro buen tomito de la serie es el de los amores de Martínez.

Cuento. Un escritor se pasa dos o tres meses en una casa de campo que le prestó el editor para concluir en una fecha determinada y bastante próxima una novela. El escritor descubre que en la casa hay un fantasma. Un fantasma desvalido, que trata de estar siempre con él. A veces el fantasma le dice: «Qué susto me llevé. Quedé dormida. Al despertar no sabía dónde estaba. Sobre todo, dónde estabas. Tuve miedo de que te hubieras ido». No sabe si irse. Se siente preso de esa compañía casi imperceptible. Y piensa qué será del fantasma cuando se vaya.

Pelea entre Evita y Libertad Lamarque. Libertad Lamarque se llama realmente así; su padre era anarquista. No sé que empresario la invitó hace poco a una comida organizada por los Spadone, fideeros que subvencionarían a Lorenzo Miguel y a Herminio Iglesias. Como le aseguraron que no era una comida política, asistió Libertad. Al comienzo nomás, cantaron «Los muchachos peronistas» y Libertad escapó por las cocinas. Como seguramente la habían fotografiado en esa mesa, pidió que la invitaran a algún acto público radical, para que la vieran también ahí. A mi informante le dijo: «No me importa lo que se diga de mí, salvo que soy peronista. Eso no lo aguanto».

Le dijo a mi informante que al principio sus relaciones con Evita eran buenas. Como la vio tan pobremente vestida le regaló una blusa, que (a ella, Libertad) le gustaba mucho. Evita anduvo largo tiempo con esa blusa. Después, por motivos que Libertad no quiso explicar, se distanciaron. Cuando Evita fue poderosa, un día la citó en la Fundación. Libertad se encontró con Evita rodeada de todos los productores de cine del momento. Evita ordenó a cada uno, en voz alta:

—Repita lo que me dijo: que por motivos que usted sabe nunca va a contratar a esta mujer.

Todos dijeron lo que se les ordenaba.

Libertad comprendió que no podía quedarse en el país. Partió para México. Pronto la contrataron para filmar con Buñuel Gran Casino y otras películas. El destierro para ella fue económicamente beneficioso. No podía comunicarse por teléfono con su hija, en Buenos Aires; años después alguien tuvo un accidente grave y alguien se atrevió a pedirle a Evita que mientras durara la emergencia levantara la incomunicación. Bonne princesse, Evita accedió.

Proyectos. Me encontré con un viejo amigo del club Buenos Aires. Le dije (como se estila en gente de nuestra edad):

—Estás muy bien. Es claro que sos más joven que yo.

—No, soy más viejo. Setenta y dos, contra setenta. Pero te aviso que a mí la edad no me importa tal.

—¿No digas?

—No, porque todos mis proyectos incluyen una cura de rejuvenecimiento. Ah, eso sí, una cura realmente eficaz.

—¿Existe?

—No tengo la menor idea.

—¿Entonces?

—Yo siempre espero que algún amigo médico un día me diga: «Mirá, en tal parte te hacen una cura y te dejan cincuenta años más joven». En el acto voy adonde sea. Ni se te ocurra que me quede, como la vez del premio. No hay en el mundo bicho viviente que pueda impedirme esa cura.

Con vanidad y también con vergüenza contaré lo que leí en La Razón del 26 de enero de 1985. Un señor Nicolás Jiménez le dice a Ernesto Schóo (autor del artículo) que el intendente RussacK le dijo en 1981: «Tráigame un arquitecto loco, de esos que usted conoce, y proyécteme algo diferente para Mar del Plata. Yo le traje a Clorindo Testa, que veraneaba como siempre en Quequén, y planeamos entre otras cosas un circuito cultural que abarcaba tres grandes casas de Los Troncos: Villa Victoria —recién adquirida entonces por la Municipalidad local, la inquietud de Russack partía de esa compra—; Villa Mitre, donde hoy está el Museo de la Ciudad, y la magnífica casa de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Tres residencias que ilustran, además, el eclecticismo arquitectónico de fin de siglo: la casa prefabricada de Victoria Ocampo, traída de Dinamarca, toda de madera; Villa Mitre, que presume de ser un casco de estancia criolla sin haberlo sido nunca, y la casa de los Bioy, un castillo normando en miniatura. La idea era unirlas entre sí, ya que son vecinas, mediante salas subterráneas; en fin, un gran proyecto, que incluía hasta un tranvía, para hacer el itinerario».

Lo de castillo normando es una locura. Une villa, más bien. En cuanto a las salas, temo mucho que parecieron largos túneles y el tranvía, un trencito como el que había en el Jardín Zoológico, pero subterráneo.

Vive en una casa de muchos cuartos incomunicados.

Idiomáticas. Pruebista. No figura en la 2.ª edición (1950) del Diccionario Manual de la Academia (el que ahora tengo a mano; más manejable que el llamado de la Academia). En el de la Academia, que el año pasado me regaló Genca (edición de 1970); tampoco. ¿Es argentinismo? Abad de Santillán lo registra y trae una cita de Fray Mocho. En todo caso, es expresión graciosa, parece rústica, parece de gaucho. Un gaucho tal vez diría pruebisto (para el pruebista masculino). Addendum: Ahora leo en Abad de Santillán que en algunas zonas dicen pruebisto y pruebista, según corresponda.

Para las mujeres, en la calle, no existo. ¿De qué me asombro? Ya en el sesenta y tantos, en Mar del Plata, noté que era un viejo transparente.

6 febrero 1985. Después de muchos días de trabajo ininterrumpido (poco menos de tres meses) concluyo la novela, que no tiene todavía título. Siempre dije: Me basta con un borrador, con eso me arreglo. Mis lánguidas sesiones con la secretaria me dieron el borrador; lo mejoré en estos días de trabajo intenso (y de más recursos, gracias al trabajo, de más inteligencia). Ahora concluí o así creo. Ridiculus mus Esperemos que no.

Refranes

Si va a ser lo que Dios quiera,

nada muy bueno te espero.

Hay maneras de querer,

que también son de joder.

Es voluntad del Señor

que siempre pase lo peor.

Entiendo a cualquiera, salvo al que no le gusta el agua.

Siglo XVIII. Demasiada agua te trae esterilidad y la supresión de los olores naturales de tu cuerpo disminuye considerablemente tus encantos para el otro sexo. En Versailles había un cabinet de toilette contra 274 chaises percées.

Peor que el corte de luz es tener a Silvina en la casa cuando hay corte de luz.

Pensamientos inútiles del doctor Secosse.

No creemos en la igualdad porque nos atenemos al aspecto físico de los hombres: uno es gordo y otro flaco; uno blanco y otro negro, uno enano y otro alto. Si viéramos también los sentimientos y los pensamientos sabríamos que todos somos iguales.

De un mal borrador es posible obtener un buen libro y también, aunque parezca increíble, un mal libro.

Los niños no tienen menos necesidad de comunicación que los adultos, pero lo que dicen es más estúpido.

Dónde elegir. Dos grupos forman el género humano. Los hipócritas, ansiosos de que los amen, y los que a todas horas luchan por imponer su voluntad.

La experiencia. Después de una semana sin corriente eléctrica ni aguas corrientes, el viajero de la máquina del tiempo canceló su viaje al siglo XVIII, que tanto admiraba.

Idiomáticas.

Terminar, por acabar, en cualquier sentido, incluso el de la alcoba, para gente de antes y para Borges, para mí también (si me descuido), es eufemismo exquisito.

Cuanti más, dice la gente de campo de la provincia de Buenos Aires. «Desconfíe del pueblero, cuanti más si usted deja ver que es pajuerano», como realmente dijo don Juan Lombardo.

Notas de viaje de un marciano. Cuando envejecen pierden, parcial o totalmente, la capacidad de oír. No imagines que entonces descartan las orejas, como nosotros. Por el contrario, las agrandan. Esas orejas grandes e inútiles me parecen un buen símbolo de la imbecilidad humana.

Buenos Aires visto por viajeros. Dos holandeses, la traductora Barber van der Pol y una amiga fotógrafa, están deslumbrados con Buenos Aires: es una ciudad tan variada, llena de sorpresas, como si fuera un número infinito de ciudades; ahora bien, hay unas palabras que continuamente repiten y que permiten comprender la imagen mental que se llevan: «¡Buenos Aires es una ciudad en ruinas!».

Idiomáticas. Pucherear. Verbo que reingresó en el vocabulario. Ganar el sustento (y nada más).

PASAJERO: ¿Cómo va el trabajo?

TAXISTA: Puchereamos nomás.

Después de los sesenta años pasa el hombre del verbo ser al verbo estar.

Recuerdos. Había muerto alguien de la familia. Un primo dijo: «Va a ser terrible para Vicente (el más viejo de los tíos)». Una prima aseguró: «Los viejos sienten menos». Pronto pude comprobar la exactitud de esta afirmación, pero sólo después la entendí. Los jóvenes se sienten inmortales, anímicamente no creen en la muerte; cuando la muerte les arranca una persona querida quedan anonadados. Los viejos han visto morir a su familia, viven entre amigos que mueren y la propia decadencia de su cuerpo y quizá de su mente les anuncia la propia muerte. Cuando alguien muere, piensan «ya me tocará a mí», «me ganó por media cabeza». Piensan también: «Ahora, que haya muerto me duele. Mañana, cuando yo muera, ni eso ni nada va a dolerme ni importarme».

El editor al escritor que fin le lleva su novela:

—Parió la burra.

El escritor se dice: «Menos mal que no soy Elvira Orphée».

Explicación de un policía. Los asaltantes son implacables con sus víctimas, porque las desprecian. Para ganarse el sustento, el asaltante se juega la vida, mientras que la víctima se dedica al comercio o a cosas peores.

Discuten por cuestiones de trabajo una empleada y un empleado. En su exasperación, la mujer pregunta:

—¿Qué tenés vos que yo no tenga?

¿Cómo no disiparme si muchas formas de vida me atraen?

22 marzo 1985. Suena el despertador y siento el júbilo de estar vivo, de empezar un día nuevo. Es un júbilo, minúsculo y nítido, como la moneda de cinco centavos de los buenos tiempos, cuando todavía Perón no había sacado a bailar a la República.

Ayer en Lavalle y Suipacha veo a un individuo que creo reconocer. «Hola, Bioy, qué gusto de encontrarlo» me dice en un tono sereno y bajo, de paisano. Este gaucho atlético, vestido de overall azul, es el turco Jorge Asís, notoriedad de los tiempos que corren. Tuve poco que decirle; él fue persuasivo de sus sentimientos amistosos.

Según mi amiga: No está vendiendo bien sus libros y este camorrero intelectual (entre comillas la última palabra), que agredió a todo el mundo desde diarios, libros, novelas, radios y canales de televisión, oculta un corazoncito sentimental, hambriento de caricias y de sincero afecto.

Sueño de la noche entre el 22 y el 23 marzo 1985. Llegué de visita a una editorial, creo que en el extranjero. El hall, grande y marmóreo, recordaba el de un banco. Había demasiada gente. Me cansé buscando una silla. Del otro lado del mostrador, donde trabajaban los empleados, había sillas vacías. Me faltó coraje para entrar ahí. Apareció una secretaria uniformada, que se puso a mi disposición. Era linda, con mejillas rosadas, seguramente suaves, de esas que suelen describirse como «de gata». Con cuchillo y tenedor —cuchillo muy filoso, de vermeil— le corté [Nota al pie: Sin efusión de sangre, como si cortara la pechuga de un pollo asado o un bife] primero y en seguida le comí un bocado, realmente chico, de la mejilla izquierda. Mientras tanto ella sonreía encantadoramente. Yo tenía hambre. Parece increíble, bastó un bocado para que me sintiera bien: descansado, repuesto. Una súbita compasión, me llevó, en ese momento a renunciar a la comida. La chica era linda y pensé que iba a quedar desfigurada por las cicatrices en la cara.

No veo más fuentes para el sueño que dos hechos ocurridos a la tarde. La conversación en que Vlady me refirió una historia de Cristina Peri Rossi: un escritor, después de un penoso viaje a través de una ciudad atestada de gente, llega a una editorial donde explica a una secretaria cómo es su libro. La secretaria es benévola, pero pone dificultades para la publicación. El segundo hecho: la compra de seis cuchillos exhibidos en una vidriera junto a un cartel con la inscripción: Oferta de cuchillos filosos.

Mi sueño (de aventuras para chicos) de la noche entre el 23 y el 24 de marzo. Estábamos presos, con libertad vigilada, en un castillo medieval. Podíamos ver a lo lejos, en el mar, nuestro defensor, nuestro fiel perro ovejero (manto negro), que, nadando, llegaba hasta las mayores profundidades y batallaba contra nuestro opresor, el cruel y enorme rey negro. Temíamos por la vida del perro, pero lo veíamos emerger de las aguas. El combate continuaba, indeciso. Mientras tanto, en un intento de fuga, yo llegaba a las cornisas de una torre. Ahí me encontré con una mujer amistosa, pero tal vez enemiga, que señalándome la estatua de piedra de un antiguo cortesano sentado en un trono, contra la pared, en el patio de abajo, me preguntó:

—¿Quién es?

—Capeto[18] —contesté.

En la vigilia no sé quién es este Capeto.

Las fuentes del sueño han de ser la salud de Catriel, el perro de Marta, que se ha puesto a respirar agitadamente, y la serie de Sandokan que pasaban en la televisión.

Mi dolencia. Fáciles deslizamientos milimétricos que provocan dolores kilométricos en la columna lumbar.

La vida. Entretenimiento ligero con final triste. No se aceptan pequeñas molestias que distraigan.

Idiomáticas. Cuenta. Como la cuenta del panadero, del sastre, del médico. Una sinécdoque. El resultado por la operación aritmética, la parte por el todo. En mi juventud, factura era el término relamido, yo diría exquisito; por un lado, el más propio, como corresponde al recién llegado a la instrucción, no digamos cultura, que busca la exactitud y, además, paradójicamente, una suerte de eufemismo, de aparente ascenso de categoría (como encargado por portero), a que se echa mano para sortear la recíproca incomodidad del acreedor y del deudor cuando tienen que decir la suma que uno paga y otro cobra. Cabría agregar adición (suma), de uso exclusivo en los restaurantes, obligatorio en francés, optativo en español.

Me queda por averiguar el origen y las razones de sustantivo, factura aplicado a ciertas masitas (bizcochos, bollos, etcétera, salados o dulces) de las panaderías de nuestro país.

Refrán. Amor de viejos, no va lejos.

Noticia recibida. Edición israelí de Plan de evasión en hebreo. Ventas desde el día de su aparición, 1.º de abril hasta el 31 de marzo de 1984: «10 ejemplares vendidos, 14 devueltos: total 4». Temo que por error hayan omitido el signo menos (-).

Santoral. San Francisco de Paula. Patrono de los médicos. No pudo sanar a Luis XI, pero le preparó una buena muerte.

Report on Experience. ¿Compartir a una mujer? ¿Por qué no? Lo verdaderamente desagradable es compartir un cuarto de baño.

Todos hacemos daño sin darnos cuenta. A los demás no perdonamos.

Santoral. No encuentro el nombre de un santo (ver santoral es de fin de marzo, principios de abril), cuya tranquila, anodina vida burocrático-clerical, concluye en el milagro (su único milagro) de morir un jueves santo. Por eso un Papa lo santificó.

Modismos. Mi padre y gente de su tiempo solían decir «tener la vela» por esperar (en la acepción de aguardar). El que tenía la vela se cansaba.

Santoral (sacado de La Prensa). San Miguel de los Santos, el Distraído, catalán, de Vic (29 de septiembre de 1591). Ya trinitario, pero joven, fue a Salamanca y comenzó a manifestar distracciones o arrobamientos que lo mantenían en el aire, hasta un cuarto de hora. Como estos arrobamientos solían ocurrirle en cualquier momento, aun en la mitad de un sermón, sus hermanos trinitarios procuraban disuadirlo de subir al púlpito. Murió el 18 de abril de 1625, tal como lo había previsto.

Discípulo.

Extraño efecto, mientras yo le explico

su cara se transforma en la de un mico.

Obra maestra. Libro cuyas torpezas olvidamos porque sus aciertos nos dejaron un buen recuerdo y porque tenemos en menos a muchos libros famosos y algo hay que admirar.

Sueño. En el sueño yo frecuentaba, como lo hago en la vigilia, la librería Fray Mocho, que estaba en Córdoba, entre Talcahuano y Uruguay y realmente está en Sarmiento entre Callao y Riobamba. En el sueño, la librería era más grande y más desordenada.

Yo me sentaba a conversar como siempre con Leticia y Miguel, en el fondo, cerca de la pared de la derecha. En una zona espaciosa y un poco oscura, entre mis amigos y la pared de la izquierda, había tres caballos sueltos; mejor dicho, tres petizos zainos, no más grandes que un perro. Ustedes los conocen: de esos que ha logrado un estanciero de la provincia de Buenos Aires, de apellido italiano. En un día ulterior, pero en el mismo sueño, al cruzar la plaza Lavalle, encontré a los zainitos pastando en los canteros. Al verme, se pusieron detrás de mí, me siguieron cuando crucé Talcahuano y entraron conmigo en la librería. «Digan después —comenté con Leticia— que los animales no ponen atención y no tienen memoria. Estos caballitos no sólo me reconocieron; recordaban que venía a la librería». Leticia, Miguel y Marcos, el peruano, no me hacían caso; seguían hablando del nuevo gerente de planeta, que sabía mucho de economía, pero que de librería no sabe nada. Quiere que le paguen al contado los libros del servicio de novedades. Etcétera.

Buen viaje.

¡Levanta amarras el De mal en peor!

¡Pasajeros a bordo, por favor!

Sueño en que soy casi espectador. Unos amigos, padres de un chico y una chica, tienen un cuartito portátil, para meterlos cuando se portan mal o no estudian. El chico trae malas notas. Lo meten en el cuartito, cierran la puerta y oigo un disparo de arma de aire comprimido. Abren la puerta y sacan al chico, Tiene en la frente un palito con una especie de sopapa de goma en la punta, que se adhiere con ventosa. El chico está muerto. Los padres, que no parecen preocupados, viajan conmigo a Europa. Llevan a la chica y también el cuartito. En París, la chica se porta mal. Me anuncian que la van a meter en el cuartito. Yo les hago ver que van a matarla. No me escuchan.

«Es hombre de vastos recursos…» (la mujer abre los ojos) «… lexicográficos» (la mujer cierra los ojos).

Renuncia a morir. Nos sacan del cine antes de que la función concluya.

Cuando supe que según Maquiavelo a la gente le duele más perder una propiedad que un ser querido, me dije enojado: «¿A qué gente? No a nosotros». Reflexioné, pasé revista mental a pérdidas de propiedades y de seres queridos y de pronto tuve una revelación: nos importó más el testamento de mi abuela[19], que mi abuela.

Olor a pachulí (¿pachoulí?), decían con ligero disgusto mis padres y sus contemporáneos. Me pregunto si sería un perfume barato, poco prestigioso. Consulto a Abad de Santillán. No me equivocaba en la hipótesis.

Santoral. ¡Un santo, un santo! San Anselmo. Italiano. Obispo de Canterbury. Desarrolló la ciencia de Dios mediante el método filosófico.[20] Murió en 1109.

Para el Diccionario. Verbo rotundizar que, según Pezzoni (hombre atinado, por lo general), puede usarse, aunque todavía no tenga el imprimatur académico.

Satisfacciones de una madre. Transida de júbilo, soñó que se bañaba en el mar. Despertó empapada en la orina de su hija menor, que subrepticiamente se le había metido en la cama.

Baquet, presidente del club Francés, me dijo que su familia es oriunda de una aldea de los Pirineos, cercana a Luchon, de la que tradicionalmente son los alcaldes, por lo que se dice: «Les Baquets sont maires de père en fils», lo que significa Los Baquets son alcaldes de padre en hijo, pero que suena como «Los Baquets son madres de padre en hijo».

Fin de Fausto. Diciendo «No quiero irme hasta que termine la función», consiguió que le renovaran tantas veces la juventud, que llegó vivo al fin del mundo. Aquello fue de veras terrorífico y entonces alguien le oyó quejarse por no haber muerto en su cama, en su casa, rodeado de su familia y con la seguridad de un orden que venía de épocas anteriores y que iba a seguir después.

Uno me dijo no deber nada a sus hijos porque les había dado (toqueteando a su mujer, ahí presente) el Milagro de la Vida.

Apuntes de hospital.

—Dan la mejor atención médica. Algo que el paciente aceptará porque se lo dicen, aunque no tenga criterio para apreciado, tal vez hasta que sea demasiado tarde. Lo que sí podrá apreciar en seguida es que el lugar es inhóspito, el trato jerárquico (él está en situación de esclavo) y la comida dudosamente comestible.

—Hay que desconfiar de los personajes rodeados por un prestigio especial y que alegan una vocación: sacerdotes, maestros, enfermeras, médicos, madres anche: hay entre ellos mucho embaucador.

—Unidad coronaria. Ponen al paciente bajo la lupa del cuidado médico. A los médicos no les molesta que ante sus ojos, o cerca de sus orejas, la gente defeque, tosa, vomite, se queje, ronque agónicamente y muera. Al pobre diablo que por cuidados médicos alejan de la muerte, lo arriman por ese vecindario aterrador. ¿O quieren los médicos que siquiera en nuestras últimas horas de vida adquiramos la indiferencia al dolor, etcétera, que los vuelve a ellos tan superiores?

—No se aceptan visitas, para que las conversaciones no molesten. Las conversaciones de médicos, enfermeras, personal de limpieza, no molestan. Los portazos, tampoco. Luz eléctrica encendida de pronto, menos aún.

—El humo del cigarrillo de los médicos no perjudica la salud de nadie.

—Consiste el médico en un guardapolvo blanco, un estetoscopio y una jerga.

—El paciente está al servicio de la comunidad. Su cuerpo, mientras vive, es un mapa que el médico exhibe a sus alumnos; ya muerto, el paciente se multiplicará en piezas de repuesto, que provocarán el rechazo y la muerte de otros infelices.

—Vamos hacia la proletarización de la medicina, sin beneficio alguno para los proletarios.

Santoral. Santo Domingo de la Calzada. Dedicó su vida al servicio de los peregrinos que se encaminaban a Santiago de Compostela. Construyó una calzada en una de las regiones más agrestes, por donde iban los romeros (peregrinos que van a santuarios, con bordón y esclavina) y, ayudado por los vecinos, construyó un puente sobre el río Oja. Murió el 12 de mayo de 1109, nonagenario. Por su fama de santidad se le atribuyeron infinidad de milagros «siendo el más conocido el del gallo y de la gallina que, al mostrarse llenos de vida, aunque ya aderezados para la cena del juez, sirvieron de prueba, por intermedio del santo, de la inocencia de un joven recién ahorcado, pero que aún respiraba, quien así salvó la vida». (Extractado del santoral de La Prensa, 12/5/85; lo que va entre comillas es transcripción verbatim).

En casa de la señora trabajaban dos hermanas, la una de cocinera, la otra de mucama. Un día anunciaron que iban a retirarse. La señora les mejoró el sueldo. Un tiempo después, insistieron. Ella consultó con su marido, quien estuvo de acuerdo en darles un nuevo aumento, pero agregó: «No es bastante. No vamos a encontrar otras muchachas tan buenas» y compró un aparato de televisión, que les puso en el cuarto. Así continuó la relación entre esas empleadas, que de tanto en tanto manifestaban el deseo de irse, y ese matrimonio que las retenía con aumentos de sueldos y otras atenciones, hasta la noche en que las muchachas huyeron de la casa, dejando una cariñosa carta de despedida, con la dirección donde podrían encontrarlas si algo faltaba en la casa.

Mientras declaro a un periodista que recuerdo a mi colegio, el Instituto Libre, como una cárcel y a muchos de mis profesores como sádicos de notable mediocridad intelectual, me nombran presidente honorario de una sociedad de ex alumnos del Instituto Libre.

Me cuenta mi secretaria que su marido escribió un artículo acerca de la cuestión del Beagle, cuya publicación propuso a un Ruiz Moreno, que dirige una revista de asuntos de Derecho Internacional. A pocos días de aceptarlo, Ruiz Moreno llamó a Horacio, porque «tenía que hablarlo». Horacio fue a la entrevista, convencido de que tendría que oír alguna explicación de por qué el artículo no aparecía. Con alguna sorpresa y bastante alivio oyó esta frase:

—Me encantaría, y te agradecería muchísimo, que en algún párrafo de tu artículo citaras a mi padre.

Satisfizo el pedido, no sin trabajo, porque no sabía dónde meter alguna cita de Isidoro Ruiz Moreno.

Días después fueron a una conferencia sobre Bermejo y el pensamiento de Alberdi. Entre los académicos presentes estaba Isidoro Ruiz Moreno, única autoridad que citó el conferencista.

Mi secretaria se informó de que para este viejo las citas son como el alimento endovenoso que da por gotas a los enfermos.

Mi amigo Ayala escribe un artículo sobre las perplejidades del reconocimiento póstumo. Señala que Cortázar lo tiene, sin haberlo buscado. No así, Mallea y Murena. Que Cortázar lo tenga no me asombra. Fue un verdadero escritor. Escribía agradablemente, con inteligencia, con encanto y, por si esto no bastara, cuenta con el apoyo de la izquierda política. Que Mallea y que Murena estén olvidados no me extraña tampoco. Fueron personas agradables, pero escritores torpes, «negados» diría. ¿Por qué no estando ellos para tener en cuenta, la gente va a leerlos? Otro tanto pasa con Larreta y un día pasará con Marechal, cuando no haya razones peronistas para admirarlo, y con un Alberto y un Ernesto y el aburridísimo Molinari, ¿mostrará devotos la posteridad?

La proliferación de homosexuales vuelve incómoda la amistad entre los hombres y pondrá dificultades a quienes pretendan contar la historia de dos amigos en novelas, en comedias o en películas. ¿Ya se examinó con suspicacia psicoanalítica a Virgilio y Dante, a Quijote y Sancho, a Martín Fierro y al sargento Cruz, a Sherlock Colmes y al doctor Watson, a Johnson y Boswell, a Kim y su gurú, al Gordo y al Flaco y también (¿por qué no?) a los tres mosqueteros, que fueron cuatro?

26 mayo 1985. En Estampas de tango de Francisco García Jiménez Elía leo con algún orgullo que en la docena de bataclanas que en 1930 llegaron en gira hasta París, estuvo Haydée Bozán.

¿Una conversación franca sobre mala literatura? Eso es abrir la Caja de Pandora. Para señalar algo en que todo el mundo está de acuerdo —por ejemplo, que no pocos best-sellers americanos son mala literatura— no es necesario coraje ni revelación puede servir de mucho; pero si el tema es la mala literatura habría que señalar lo que pasa por excelente y no lo es. En la categoría caben libros de Gracián, de Joyce, de Ezra Pound, de tantos otros buenos escritores, de no pocos amigos.

Me contó Quiveo que en su cátedra Mariano Castex decía: «Aquí se aprende a mover el vientre» y que «eso era el pilar de la salud». Aunque no venga al caso, recordaré que Lucio García, discípulo de Julio Méndez, aborrecía a Castex.

A propósito de la inundación de Buenos Aires, del 30 de marzo, quisiera averiguar cuándo fue la que se describe en el Libro extraño del doctor Sicardi. Con Borges ausente, no tengo a quién recurrir; fuera de él y de mí, ¿quién se acuerda del Libro extraño?

Por mucho que me desagrade me parezco a mi tocayo ilustre y a su autor. El sentido de la fugacidad de la vida me induce a tomar cualquier compromiso. Me digo: lo que deseamos que dure, no dura ¿por qué durará lo molesto? Quizá no dure mucho, pero la vida dura.

Recuerdo una vez que salimos con Drago a pasear a Ayax. En Montevideo, entre Quintana y Uruguay, le hablé de mis amores con Silvina y le dije: «Bueno, si hay que casarse me casaré, y todo pasará, porque todo pasa». Hoy, en el último tramo de la vida, todavía estoy casado. La vida es tan corta que dura menos que el efecto de un arranque de impaciencia.

Vivir. Lamentaba el haber tirado la vida por la ventana. No sabía que vivir consiste en tirar la vida por la ventana.

Prójima.

De lo que siento y pienso no se entera.

Tiene el alma y la mente de madera.

Leo en una Enciclopedia de la Literatura Argentina: «Manuel Gálvez, uno de los escritores más discutidos de nuestro país». Si Manuel Gálvez es el tema de nuestras discusiones, ¿qué puede esperarse de la inteligencia y del nivel intelectual de este país?

Un tipo de imbecilidad. La del que no puede cerrar las puertas (las deja entrecerradas) y tampoco puede cerrar del todo una canilla ni la tapa de rosca de un tubo.

La palabra es más vigorosa que la realidad. De chico me sorprendían las derrotas del invencible boxeador Fulano y de Paddock, el hombre más rápido del mundo.

Adèle-Clotilde Domecq, hija de Pierre Domecq, socio del padre de Ruskin, fue el primer amor de Ruskin. Esta experiencia debió de ocurrir en 1836, cuando Ruskin tenía 17 años. Nunca la olvidó. Adèle-Clotilde se había reído de él, cruelmente.

Con la mente en los pies. Elitistas perversos que al dedillo conocen los nombres de los dedos de las manos y, no lo creerás, olímpicamente ignoran los nombres de los dedos de los pies.

Dificultad extraña. Fácilmente jabono y enjuago los dedos del pie izquierdo, empezando por el chiquito y concluyendo en el gordo; en sentido opuesto, la tarea es difícil.

Si quiere vivir tranquilo, recuerde a Hernández, dedíquese a solterear, no provoque formaciones de vida doliente, llámese amantes o hijos, unas y otros, por vocación, domiciliados en el quiosco de las quejas. El día en que usted flaquee, lo acometerán con odio atrasado y lo encerrarán en un asilo para viejos y locos y, por fin, lo olvidarán.

¿Soy? Fui. Tengo ex amantes, una ex mujer; ex casas; un ex auto, el Citroën; soy un ex viajero, ex tenista, ex estanciero, ex jinete, ex deportista, ex amante.

Los políticos, término en el que incluyo o todos los que gobiernan o se proponen gobernar, tienen por meta el poder y quedar bien: combinación horrible de propósitos deleznables.

Dorothy Wordsworth dijo de su hermano: «William, who you know is not expected to do anything». Al leer esto tuve una reacción típica de Silvina, para quién todo es alusión a ella, y pensé: «Así fui yo, hasta hará cosa de unos diez años, cuando todo cambió, with a vengeance».

Cuando estaba enamorado de la francesa, le dije: «J’aime Brigitte Bardot, porque ella es francesa y me recuerda a vos». Me contestó: «Pas de patriotirme avec les femmes. Je doi te suffire. Je te défend de me dire que tu aimes une autre».

Qué esperan las mujeres del hombre de no más de cuarenta y cinco años: pene y encanto. De no más de cincuenta y cinco: pene y regalitos. De no más de sesenta y cinco: pene y mantención. De más de setenta y cinco: mantención, pronta muerte y herencia.

Maridos en los que advertía enemistad y desconfianza ahora me saludan con afecto.

La libertad es la intemperie.

Según una autoridad dudosa, Ernesto Sabato se convirtió al catolicismo y su alma inmortal no se le cae de la boca.

Según la autoridad dudosa que mencioné, nuestro ministro de Cultura, Alconada Aramburú, al inaugurar en Madrid una cátedra, o un aula, o no sé qué, llamada Arturo Illia, mostró las palmas de sus manos y declaró a los oyentes: «Estas palmas lo tocaron». Aseguró también que «lo había mucho» y lloró y tuvo un soponcio. La autoridad, evidentemente falible, dijo que le dieron un vaso de agua y un genial. Parece improbable que esa expresión de la industria argentina alcanzara a Madrid.

Según la misma autoridad, Sabato se enfurece cuando no le hablan de sus novelas, sino de los desaparecidos. «Nota que el escritor desaparece detrás de los desaparecidos», aseguró.

En la sección «Diccionarios» de la librería El Ateneo encuentro mi Diccionario del argentino exquisito. Siento, primero, una sorpresa agradable y, en seguida, una duda sobre mi derecho a estar ahí. Parece verosímil que ningún otro lexicógrafo conozca esa duda. En cuanto a mí, soy lexicógrafo porque un empleado literal y desproporcionado arregló los anaqueles.

Idiomáticas. Cómo hacemos. «¿Entonces cómo hacemos?». «Dormimos la siesta y después vamos al cine». Extraña expresión. ¿Será un galicismo que nos queda de otros tiempos de cuando Francia estaba más cerca de nosotros?

Creo que Restif de la Bretonne dijo que escritores como él, que tratan de ser testigos de su época, son espías mirados con desconfianza por la gente. Mi tío Miguel Casares me dijo que los escritores son turistas que van al campo para mirar, comentar, pero no para participar en lo que allá se hace y que por todo ello son mirados con desconfianza por los estancieros y en general por toda la gente de campo.

Diálogo.

—Malos tiempos nos tocan, señora.

—Verdad, señor. Llovió toda la noche.

Idiomáticas. Hacer caso. 1. Obedecer. 2. Aceptar a quien la o lo requiere de amores. En algunos sectores de la población (por lo menos en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires) la expresión fue reemplazada por «dar bolilla».

Es casi patética la naturalidad con que los ignorantes recogen los neologismos. Hablo de gente del montón: de presidentes, generales, obispos, etcétera.

Léxico.

Sare o Share. Especie de raqueta, ovoide, alargada, de cuerdas blandas y mango corto, con la que se jugaba a la pelota. Podría decirse que el sare está a mitad de camino entre la paleta y el cesto. Cuando se juega con cesto (o cesta), o con gran chistera, se embolsa la pelota antes de proyectarla; en el sare también, pero menos prolongadamente. Drago y yo, c. 1930, jugamos (mal) a la pelota al sare (así decíamos) con Charlie y Julio Menditeguy, que jugaban bien. Jugamos en la cancha que tenían en su casa, en Callao (vereda de los impares), entre Quintana y Avenida Alvear.

En aquel tiempo decíamos: pelota a mano, al sare, al cesto, y también pelota a paleta. Ignoro si aún se juega con sare o si simplemente apareció en aquellos años y después se descartó.

Sare, share, chare: en las tres formas busqué la palabra en el diccionario de la Academia, de 1970, en el de argentinismos de Abad de Santillán, y en el de Garzón; no la encontré. Tampoco encontré tambour, ángulo biselado de la pared de una cancha de pelota, con el que se consiguieron rebotes de trayectoria inesperada.

Díjose de un místico o, menos probablemente, de un teólogo: Es profundo como el follaje del árbol, hacia el cielo.

Me hablaba de las exigencias de se amante y trataba de disculparla: «Cree que la quiero por ser ella. No puedo decirle que la quiero únicamente por ser otra». ¿Por no ser tu mujer?

¡Volver a ver los amigos!

¡Vivir con mama otra vez!

¡Vitoria, cantemos vitoria!

Yó estoy en la gloria:

¡se fue mi mujer!

¿Discépolo hubiera escrito ahora este secreto himno nacional o personal de todos los maridos? Cómo se ve que lo escribió en épocas felices, inocentes de psicoanálisis.

Después de ver una comedia menor y fantástica, he pensado que el elemento fantástico es difícil de manejar en el cine cuando aparece como la explicación de los hechos: más aún si el espectador debe tomar en serio esos hechos, considerarlos terriblemente amenazadores; en cambio, si el elemento fantástico es circunstancial, o determina situaciones cómicas o sentimentales, no invalida la credulidad de los espectadores. En síntesis, lo fantástico es más adecuado a la comedia que a la tragedia. Algo más: parecería que el mal de amores no es una tragedia. El mal de amores es trágico si asesinatos o suicidios lo refuerzan; solo, puede tener la levedad de la comedia. Tal vez la incredulidad que siente cada cual por los amores de los otros vuelve al mal de amores un poco irreal, no incompatible con el género fantástico.

Médicos que recuerdo con afecto y gratitud:

Lucio García, clínico. Amigo. Gran solucionador de situaciones.

Valentín Thompson, otorrinolaringólogo. Persona gratísima.

El doctor Alberto Browne, homeópata. Inteligente y acertado. Me curó de una alergia que no me permitía vivir en mi casa de Mar del Plata.

El doctor Schnir, gran conocedor del aparato locomotor. Quiropraxista.

El doctor Parini [¿Farini?], dermatólogo. Acertadísimo.

El doctor De Antonio, que hace quiropraxia.

Quiveo. Kinesiólogo, amigo.

Me olvidaba: el veterinario Cánepa.

En Francia:

el doctor Pouchet, quiropraxia et alia.

el doctor Díaz (de Aix-les-Bains)

el kinesiólogo Poussard.

Miércoles, 21 agosto 1985. A las 3 y media de la tarde, hora de descanso del portero, quedo encerrado en el ascensor de casa (un cuartito más o menos hermético) entre dos pisos. Para no dejarme llevar por los nervios, versifico. Escribí en mi agenda:

Repita el que está preso en su ascensor:

mi suerte podría ser bastante peor.

Como prefiero la verdad a la política, al rato corrijo:

Repita el que está preso en su ascensor:

mi suerte podría ser algo mejor.

Difícilmente. Estaban por ahí nomás Eladio y Leonardo (los porteros) y los operarios que arreglaban la caldera del agua caliente. En unos veinte minutos me sacaron.

No sólo pierdo cosas en mi casa; las pierdo en mis bolsillos.

Nuestra argentina ecuestre. Desde 1985, todo soldado, al entrar en el ejército, recibía un caballo, que debía cuidar mientras el soldado permaneciera bajo bandera y que después le quedaba en propiedad.

Odi et amo. Mi tío Enrique me dijo que en este mundo había mucha gente mala, que ama y odia intensamente, y alguna gente buena, que ama con fidelidad, pero con moderación, y que no sabe odiar.

Me vio de sobretodo y me dijo: «Sobre todo hay que estar preparado por si llueva», Creo que mi interlocutor es chaqueño.

En la Sociedad de Psicoanalistas, cuando alguien dijo elección, oí erección.

On his seventy one birthday. Regalo de cumpleaños. De Santo, como se decía entonces. La amiga de la cocinera me dice: «Muchas felicidades, niño Adolfito».

Prefiero el capricho individual al bien común, salvo cuando ese capricho es demasiado bobo y demasiado nocivo, como en el afán de procreación.