DESCANSO DE CAMINANTES

16 septiembre 1983. Cuando concluye el día hago el balance. Si escribí algo no demasiado estúpido, si leí, si fui al cine, si estuve en cama con una mujer, si jugué al tenis, si anduve recorriendo campo a caballo, si inventé una historia o parte de una historia, si reflexioné apropiadamente sobre hechos o dichos, aun si conseguí un dístico, probablemente sienta justificado el día. Cuando todo eso falta, me parece que el día no justifica mi permanencia en el mundo. Quiero decir, «no la justifica ante las parcas». Ante mí, basta el más sonambúlico funcionamiento de la mente. En realidad siento (lo que no significa que sea así) que la natural y permanente reflexión (aún cuando no descubra nada) basta para justificar ante mí el día y la continuación de un infinito futuro de días parecidos. En cuanto al tenis y al caballo, corresponden al hombre que fui antes de 1972. Desde entonces me prohíbo tales actividades. Los sueños, frecuentísimos en mí, justifican holgadamente mis noches.

Tal vez los hombres tengamos diferentes clases de corajes y de cobardías, como uno que padece de vértigo a lo mejor no se asusta si lo llevan rápidamente en un automóvil. Yo no tuve miedo en la posibilidad de un naufragio, en alta mar, ni ante cada una de las operaciones quirúrgicas que padecí, ni de montar un potro… Quizá la imaginación me contraiga ante la posibilidad de que me lleven preso. La hostilidad debe de asustarme. Ni siquiera el maltrato; la hostilidad. Fui un boxeador valiente.

Referencias sobre lo que acabo de decir: Operaciones: amígdalas, en 1949; tiroides y próstata, en 1978.

Naufragio: Amén de las muchas tormentas en que pasé embarcado, en el Essequibo, en el Pacífico, en una noche de 1930, llamaron al pasaje y a la tripulación, para que se reuniera junto a los botes correspondientes y con el salvavidas puesto, porque el barco se hundía… Después nada pasó, pero salvo los pasajeros argentinos (Andrada, los Reynal, Harrington, nosotros) hombres, mujeres y niños rezaban y lloraban en cubierta.

La doma: en Pardo, en 1935. El box, en 1932 o 33, después de aprendizajes con Willie Gould, que fue campeón argentino. No, no pierdo la cabeza ante peligros.

A ellas: Mi modelo es Luis XV, porque dijo: «Después de mí, el diluvio». La vida del hombre comprende dos períodos o tramos sucesivos, de diversa extensión, cada uno con su tarea esencial. En el primero, la tarea es vivir; en el segundo, morir. A veces, en el segundo período, ocurren penosas confusiones. Contra toda lógica, el hombre quiere vivir. Por fortuna no faltan a su alrededor mujeres enamoradas, para recordarle que el fin está cerca y que sin pérdida de tiempo debe ordenar las cosas, para compensarlas de haberle entregado, y, ¿por qué no?, sacrificado, la juventud, los mejores años de la vida.

El fluir de los sueños. Junto al automóvil, ya cargado el equipaje, espero con mis tres hijos a mi mujer, morosa como siempre, y pienso que la buena educación de los chicos ha de merecer la aprobación general. Todavía estoy congratulándome cuando advierto que el más chico de mis perros, el más revoltoso, persigue a las gallinas y provoca el pandemonio en el que participan los otros dos. Temo que la gente del lugar piense mal de mí, por culpa de mis perros. En esos perros se habían convertido mis hijos de la primera parte del sueño.

Advierto que soy frecuentemente superficial. Por ejemplo, si se hablaba del libro del Barrio de la Recoleta, que escribió Lafuente Machain y que lleva fotografías mías, siempre dejé entender que el texto no valía demasiado. Ayer lo releí. No sé si es posible escribir mucho mejor sobre un barrio; en particular, sobre un barrio que no es de los más viejos y que durante mucho tiempo fue suburbano. En las páginas de Lafuente Machain hay anécdotas, hay personajes interesantes. El libro es modesto, pero excelente (I am not damning with faint praise).

23 septiembre 1983. Murió García Venturini. Tal vez con él también fui superficial. Había algo campechano y brusco en su trato, que me repelía. Nunca pensé que se debiera a la timidez. Yo que soy tímido, que para sobreponerme a las consiguientes trabas, tantas veces aventuro un humorismo preciso y hasta vulgar, ¿por qué no le concedí la posibilidad de que más allá de la primera impresión hubiera un hombre de alguna valía? Por de pronto era liberal. Olvidé que a los liberales nos odian y quizá me hice eco de sarcasmos de los antiliberales, siempre altivos y numerosos.

No creo ser injusto con el librito de Graciela Scheines sobre mí: no es excesivamente atinado. ¿De nuevo recaigo en la superficialidad? Tal vez: hablo por una primera impresión que me lleva a postergar para ocasiones más animosas la lectura. Abro el libro. El primer capítulo, titulado «Una puerta se abre», empieza con la frase «Quinto piso en la elegante Recoleta». Cierro el libro.

24 septiembre 1983. Ayer leí en el diario que un tal Roux (corredor de automóviles, si no me equivoco) tenía una inflamación en las Vías urinarias. Pensé: «Qué clavo pasarle eso a uno». Hoy, cruz diablo, tengo síntomas de que eso mismo está pasándome.

Ayer (24 de septiembre) me crucé en la calle Posadas con una muchacha lindísima. La miré con espontáneo interés y me preocupé en grabar su rostro en la memoria, porque no me resignaba a olvidarlo. Todavía hoy lo recuerdo ¿o creo recordarlo? Subsisten facciones, quizá no el conjunto sino fugazmente. No hay duda de que la muchacha linda es una expresión de belleza a la que nunca fui indiferente. Cuando me acostaba con una amiga, al ver su cara, reía de alegría; cuando la oía proferir sandeces, me rebelaba con una desilusión que bordeaba en la incredulidad. ¿Cómo tanta belleza no se extendía al alma y al intelecto? ¿Cómo una cara prodigiosa podía convivir con una mente vulgar?

Si hace unos años me hubiera cruzado con la chica de ayer, con la fe de quien hace lo que debe, hubiera hecho lo posible para trabar relación con ella. Ahora, porque sé que soy viejo y que en la visión de la gente he de ser viejísimo, con el corazón destrozado la dejo pasar. ¿Qué me comentó el viejo boletero del Santa Fe 1 (o 2), cuando yo salía de la sala, después de ver Insólito destino de la Wertmüller? «Una historia de amor. No es para nosotros».

Cuántos sueños. De Croisilles dice Tallemant des Réaux que sus escritos eran «un franco galimatías» y recuerda, a modo de ejemplo, la observación de que las flores son «superficies doublées». No me embelesa la observación, pero tampoco me parece inepta ni oscura.

Domingo, 25 septiembre 1983. Esta noche es la comida en casa de mis amigos. Silvina, que piensa no ir (no ir, ella y yo), posterga hasta el último momento la desagradable conversación en que dirá: «No vamos», pero la anfitriona, impaciente siempre, quiere saber desde la mañana que sí iremos.

Paso el teléfono a Silvina. Para una dueña de casa, por más que esté preocupada por tu salud, cuando invita a comer, la exigencia mínima es que no seas desertor, aunque en ello te juegues la vida. No, la Victoria, no era tan excepcional. Es claro que parecía un tanque, un cañón Grosse Bertha; ésta, en cambio, es flacucha, nerviosa. Pero no menos dominante. Cuando llegamos ya estaban todos los invitados: Tabbia, Andrés, Florín, Pezzoni y un matrimonio. Me pregunto si alguna vez vi a ese hombre. ¿Acaso un Di Tella? ¿Un Bullrich, que se me extravió? No creo. La mujer no es tonta ni linda, pero muy simpática. A lo largo de la noche marca puntos en inteligencia, puntos a su favor, que me conquistan. Con el marido soy cortés, pero un poco distante, porque no sé si lo conozco. Cuando emprendemos el regreso, me entero de que el marido es Fischerman, el director de cine, de quien me sentí muy amigo en dos o tres entrevistas que tuvimos; él deseaba filmar Los que aman, odian (escribió el guión) y creo que también El sueño de los héroes. Temo que haya pensado que lo traté así para mostrarle mi disgusto porque esos proyectos no se cumplieron. Tampoco puedo decirle la verdad, porque parecería que lo olvidé tan completamente porque le doy poca importancia. Es difícil llegar a la verdad sobre la conducta social, y Freud fomenta nuestros desconciertos.

Para una lista de objetos desaparecidos a lo largo de mi vida.

Lentes. Llamábamos así a los «quevedos», en francés pince-nez: anteojos sin «patas», que se sostenían por un resorte que apretaba el filo de la nariz. Yo era partidario de los lentes, contra los anteojos; como tantas veces (y siempre en política) mis candidatos fueron vencidos: las lentes desaparecieron, sólo quedan los anteojos. Creo que la gente que los necesitaba (o unos u otros) para leer, prefería los lentes: la pequeña incomodidad en la nariz le recordaba a uno de sacárselos (y así protegían la vista, no los usaban para mirar de lejos). Aclaro que yo no usé anteojos hasta el cincuenta y tantos; para entonces los lentes habían desaparecido. Recuerdo que usaban lentes mi tío Augusto (Bioy) y Lucio López. Cuando se quitaban los lentes, la marca en la nariz persistía un rato y no sé por qué la cara tomaba el aire indefenso de quien está desnudo.

Tinteros.

Papel secante: tan usual, que había una leyenda entre colegiales puesto bajo la planta de los pies, daba fiebre; podría uno alegar enfermedad y faltar a clase.

Las victorias y los breaks de las estaciones ferroviarias. Les vis-à-vis, los phaétons, los landaus, los coupés, las calesas.

Las polainas. Había dos variedades. La urbana, de género, que se usaba sobre los botines y debajo de la parte inferior del pantalón; la campestre o por lo menos de equitación: de cuero, llegaba casi a la altura de la rodilla y se usaba con breeches. También las había de brin. Frases: «qué polaina» por «qué clavo, qué inconveniente, molestia, engorro, qué mala suerte».

Las pianolas. Había una en Vicente Casares.

Los funyis, los bastones.

Dos planchas de hierro negro; la de arriba bajaba sobre la otra por un enorme tornillo que tenía en el centro.

Las máquinas copiadoras de cartas.

Bigoteras: máquinas afeitadoras de hojas de afeitar. Gomina. Criolina. Brillantina. Jabón de España (gris y blanco, de pura espuma).

Para oficinistas, mangas postizas paro evitar que las mangas de los sacos se estropearan.

Horquillas para el pelo.

Elásticos para sostener el sombrero.

La cadena de la letrina.

La escupidera.

La salivadera (fuera del cine Arte, donde subsiste).

Baúles-ropero (innovation). Un escritor del grupo Proa me aseguró en 1924 que el baúl-ropero iba a revolucionar para siempre la vida y el moblaje de los hombres. Hoy no existen esos, ni otros, baúles.

El cuarto de vestir, de las señoras.

Bollitos de Tarragona, palitos de Ortiz, pancitos de San Antonio.

Los pucheros a la criolla. La carbonada.

La sopa mère. La soda crêpe. Los zapatos kids.

El monta-platos.

El aceite de ricino, el sulfato de sodio, la limonada Roget, las vacunas de Méndez, las botas Simón. Calmantes y tónicos.

Los llamadores de las puertas.

Los automóviles doble Peatón, las voiturettes.

Trajes de brin.

El cuco.

Como este mundo es injusto y premia al que obra mal, la publicación de seis pésimos libros, los anteriores a La invención, resultó beneficiosa para mí; sobre todo porque pude comprobar que la publicación de un mal libro, por lo general no es una calamidad que lo hunde a uno en la vergüenza eterna y en el escarnio. Sé de amigos (hay que llamarlos de algún modo) que por el temor de perder la estima de los demás nunca se resuelven a publicar. Eran tímidos y se convirtieron en tímidos resentidos.

Pienso que un trabajo utilísimo está esperando a un iluminado del derecho Constitucional. La democracia no va a seguir durante quinientos años en el sistema electoral. Las elecciones norteamericanas, en las que especialistas proponen el candidato como si fuera un producto que hay que vender, son el inevitable modelo para todas las otras. Y aun las nuestras, con los políticos que salen a recorrer ciudades, a prometer y sonreír para que los elijan, no presentan muchas garantías ni son muy dignas. Desde luego, quien es más simpático para la mayoría, quizá no sepa gobernar bien. En cuanto al que prometa más y el que declare que comparte con el pueblo sus odios predilectos, seguramente no es escrupuloso, ni merecedor de confianza. ¿Qué otros sistemas de elegir gobiernos? El hereditario y el de grupos de caciques o de matones. Sin mayor esfuerzo identificaremos algunos ejemplos.

Frases espantosas. «Estamos cansados de revoluciones incruentas», oí decir a alguien en La Biela, con inocente ferocidad.

Hablaban de los peligros que acechan al país y de la insensatez de nuestros hombres públicos y aun de de nuestro pueblo. Un amigo observó:

—Algo peor. ¿Vieron la solicitada de un grupo de señores católicos, que protestaron porque el derecho canónico ahora autoriza a los sacerdotes a dar la comunión a protestantes y aun a judíos? Esos señores de la solicitada pretenden ser más papistas que el Papa. ¿No saben que desde 1966 hasta hace muy poco, para introducir esa reforma trabajaron 97 cardenales que consultaron a más de 1100 obispos? ¿O pretenden saber más que 97 cardenales y 1100 obispos? La solicitada en cuestión me parece realmente el acabóse.

Aplausos.

En la cámara, un Patrón Costas había hecho no sé qué observaciones sobre el apellido de un parlamentario; el otro le replicó: «Peor es llamarse Patrón y tener cara de peón».

11 octubre 1983. Días como el martes 11, sin mujer, sin literatura, con largas conversaciones de negocios, con trabajos abyectos por calles repletas de automóviles atascados, me instilan unas gotas de tedium vitae.

Francés. Tíos y tías à la mode de Bretagne: «Los primos carnales de mis padres son mis tíos à la mode de Bretagne». Sobrinos à la mode de Bretagne: «Los hijos de mis primos carnales son mis sobrinos à la mode de Bretagne». No sé muy bien quiénes son mis primos à la mode de Bretagne; tras un breve bloqueo, sospecho que los primos de mis primos que no son mis primos à la mode de Bretagne.

Modismo inglés. To call someone names. I like when you call me names: cuando me insultas, me injurias. Origen: ofender, denostar llamando a uno por nicknames, sobrenombres, o aun por epítetos ofensivos.

Dicho francés: C’est du pareil au même.

Idiomáticas. Darle a uno la loca. Dícese para significar que cedió a los impulsos del momento, que hizo lo que tenía ganas, aunque no fuera lo más juicioso. «Me dio la loca y me vine en taxi». «Me dio la loca y me fui a Carhué».

Noche del 16 al 17 octubre 1983. Creíamos que Marta, que estaba en Pardo, vendría esa noche a Buenos Aires. En la mitad de la noche, en mi sueño, Marta me grita desde lejos la pregunta: «¿Puedo quedarme en Pardo?». Después de un instante de vacilación, a gritos contesto «Bueno». A la mañana me entero de que Marta postergó su regreso a Buenos Aires hasta la noche siguiente.

Octubre 1983. Los países parecen ómnibus manejados por irresponsables que eligen el itinerario y el destino (o meta). Los demás habitantes viajamos como pasajeros: mejor dicho, como hacienda que va en camiones-jaula al mercado de Liniers. Sin hacerme ninguna ilusión acerca de los conductores, me avine a mi papel de pasajero: por supuesto, no debo quejarme. No aspiré nunca al puesto de conductor, por la convicción de que no sería feliz negando, contrariando, entristeciendo, defraudando: lo que en casi todos los actos de gobierno parece inevitable. Además, no me creo capaz de mandar a la gente ni de organizar a un país. No dudo de que tendría conciencia de mis ineptitudes y que sufriría. De todos modos, el grado de ineptitud de quienes manejan nuestro ómnibus me asombra un poco.

Algunos relatos míos me gustaron más que otros, pero ninguno de mis escritos me deslumbró. Emidio Greco, Hugo, Paolantonio, Tevar, el pobre Luna, Bapsy, no tuvieron la menor duda acerca de la perfección de sus trabajos; sin embargo Greco no es tonto y Bapsy fue y Hugo es inteligente. Creo que soy menos chambón que ellos y que estoy más descontento de mis logros.

Nombres de puestos, en Vicente Casares (San Martín en Cañuelas): La Rodetona (por la puestera), El Elefante (por la marca del silo). En Rincón Viejo: El pájaro hombre; Los perales; El asesinado. Hay en Rincón Viejo una laguna del Sastre; había otra de Les Clanes.

«Saque el almuerzo, Antonio», decía mi abuela al mucamo, para pedir que lo sirviera.

Hasta 1930, en la tienda Les Trois Quartiers de París había un ascensor hidráulico, que la ascensorista hacía subir mediante un fuerte tirón de una cuerda.

A la realidad, nada le importa las buenas causas. Los otros días, un vecino me abrazó en la calle y me dijo: «Ánimo Bioy. Va a ganar (en las próximas elecciones) Alfonsín». Me atreví a preguntarle por qué iba a ganar Alfonsín. «Porque si gana el peronismo —contestó— el país está frito». Se me cayó el alma a los pies; por un instante había creído que mi amigo disponía de mejores razones para su pronóstico. La indiferencia de la realidad por el bien y el mal incluye casi todo, aun nuestro cuerpo; pero no la mente. El cuerpo con la mayor soltura puede entregarse a la multiplicación de células indebidas y condenarse a muerte. La mente, que desea nuestra salvación, no basta; si bastara yo sé que no me llegaría nunca el último momento.

Vecinos (Países). A nadie odiamos como a los vecinos. Consiga que un francés admita una palabra en elogio de suizos o de belgas, sin contar, desde luego, con su tradicional odio por alemanes e ingleses. Los escoceses, los irlandeses, los galeses, no quieren a los ingleses. Los españoles y los portugueses se desprecian mutuamente. Argentinos y chilenos, argentinos y brasileros por cierto no se quieren y con dolor en el alma sé de argentinos que no quieren a los orientales (perdón, a los uruguayos) y me han hablado de uruguayos que no nos quieren nada.

Sueño. Después de cuarenta años, todavía sueño con mi perro. Estaba en la estancia y alguien me dijo que en el pueblo de Pardo lo vio a Ayax. Cuando iba para Pardo desperté.

Otro sueño. Soñé que me encontraba con mi amiga, como yo en lo alto de una escalera caracol. Caíamos escaleras abajo. Yo caía sobre mi amiga, no sentía dolor alguno y estaba a punto de reír, pero me contuve porque vi la cara de la gorda, descompuesta por el dolor: la pobre no tenía debajo un colchón de carne humana que amortiguara los golpes contra los duros escalones.

Sueño. Llego a un cuarto donde hay mucha gente. Todos tienen máscaras de lobo. Me miro en el espejo. Yo también tengo máscara de lobo.

Plan de gobierno. Por el sacrificio de cada individuo, el tedio de todos.

Idiomáticas. Biaba. Argentinismo antiguo. Trompeadura, golpiza, castigo, derrota.

El peluquero, tenorio bien dispuesto, me refirió que en el restaurant conoció a una viuda no muy joven, de cara agradable, de ojos maravillosos, de ojos distinguidos, rápida en la conversación, extraordinariamente culta. Cuando llegó el momento de levantarse de la mesa, le preguntó si aceptaba una galantería. Contestó ella que sí. Entonces le dijo: «Estoy seguro de que usted fue linda».

Bathos. «Hombre de prodigiosa cultura, héroe civil, ingeniero agrónomo» (oído en un homenaje).

Idiomáticas. Por ahí (léase por ay). A lo mejor, tal vez. «El hombre está de lo más satisfecho, y por ay revienta». «Siempre fue de Boca, y por ay cambió» (Reflexiones del porteño medio, II, 321). «Por ay cantaba Garay»: dícese de una cosa que se vale con otra.

Oído, a una señora vieja, sentada con varias contemporáneas suyas, dos filas delante de mí, en una cinematógrafo: «Por una vez que me invitan, aprovecho».

El amante. La señora me dijo que su amigo se acuesta siempre con ella, cuando el marido viaja, lo que es raro, o cuando sospecha que el marido la engaña, cosa que no es frecuente.

«No es partícipe», explicación usada por primero por «no participa» y, finalmente, por «no es partidario». Viene de tal vez de no es partícipe de tal opinión o bandería.

Momento grato en un principio, que inaugura un futuro de alarmas: cuando nuestra amante nos revela que llegó a la convicción de que la queremos de verdad ¡y tanto más que el marido!

10 diciembre 1983. Reflexión en el umbral de una nueva era. Primer día del gobierno elegido por el pueblo. Esperanza y escepticismo. Esperanza, no sólo porque se acabó un sistema autoritario, inescrupuloso, criminal y porque nos hemos salvado de los peronistas, que también son autoritarios e inescrupulosos, sino porque en toda su campaña el presidente electo apeló únicamente a la Constitución y a los mejores sentimientos de los hombres. Escepticismo, porque el partido radical tuvo ya tres pésimos gobiernos, dos de Yrigoyen y uno de Illia. Es verdad que también tuvo un gobierno excelente, el de Alvear, que las nuevas autoridades omiten, o parecen omitir, de la tradición partidaria.

Illo tempore. La farmacopea familiar en mi infancia incluía la tintura de yodo, como desinfectante indispensable. Cuando se aplicaba a una herida, convenía soplar para atemperar el escozor. Para heridas, también se usaba el agua oxigenada. La maravilla curativa era de frecuente y variada aplicación. La tos se curaba con pastillas Valda.

El Hierroquina Bisleri se bebía por entonces. O por lo menos era frecuente en los avisos.

Cuando había que limpiar un traje se mandaba al Aqua Pratt (Tintorería Pratt). Un tango lo dice:

Espuntá la lira

y cortate el pelo

y a ese traje reo

lo mandás al Agua Pratt.

Idiomáticas. Cusifai. El coso, el tipo. Persona, despectivamente. Úsase en los dos géneros: el o la cusifai. Peyrou solía usar la palabra.

Diciembre 1983. En favor de los votamos todos los que no querían represión peronista ni represión militar. Ahora compartimos la alegría, el alivio del triunfo —nadie niega que es agradable vivir en libertad— pero tal vez en un futuro no lejano un buen número de los que hoy nos acompañan nos dejen para emprender la represión de todos los que no piensan como ellos.

Los argentinos, aun los que no hablan como gringos, a veces anuncian pero a la italiana, con acento agudo.

Illo tempore. Contra las moscas: Tangle Foot, láminas recubiertas de una substancia pegajosa, con apariencia de miel. Más lindas, pero de menor eficiencia, eran unas chapas con margaritas pintadas, que se suponía mataban las moscas. En el comedor de los sirvientes, en Vicente Casares, en el centro de la mesa, los comensales tenían una rumorosa jaula para moscas, de alambre tejido.

A veces me pregunto si los dolores morales no son un lujo de los que no conocen el verdadero dolor.

En defensa de la bigamia. No hablo por lo que me pasa ahora, que estoy viejo y ya no atraigo a las mujeres; hablo por la experiencia de toda la vida. El que tiene a una sola mujer, probablemente a través del comportamiento deja que ésta intuya la situación y se condena a desatenciones, descuidos, abandonos, postergaciones. Parecería que la mujer sólo ama para conseguir sucesivamente al hombre, al marido, al testador, para desalojar a una rival o para atarnos por la procreación. Alguna vez, un poco harto de una vida de malabarista con algo de prestidigitador, en la que alternaba dos mujeres que se ignoraban (una se llamaba «lunes, miércoles y viernes»; la otra, «martes, jueves y sábados»; el domingo, para descansar), a las que sumaba una siempre renovada de ocasionales oficiantes, me dije: «Basta de engaños. Ahora tengo una mujer que me gusta. Voy a darme enteramente a ella. Voy a conocer el verdadero amor». Conocí días vacíos, algunos embustes y muchas postergaciones; recordé entonces que ya había vivido situaciones análogas. Cuando introduje en mi vida a una segunda concubina, todo mejoró: hasta los amores.

No lo negaré: tiene sus inconvenientes la bigamia. El mayor, sin duda, es que lleva tiempo. Por eso el famoso chiste del viejito encierra una irrebatible verdad. Cuando le preguntaron cómo hacía para dejar satisfechas a tantas mujeres, contestó: «Me compré una bicicleta». En efecto: superada la dificultad provocada por la insoslayable realidad del tiempo, todo son ventajas.

Después de pasar revista a mis largos amores recapacito: me debe gustar mucho la sociedad de las mujeres para no estar convencido de que más vale olvidarlas.

Párrafo subrayado (cuando descubría la literatura, a los doce años) en un diálogo de Vives: «Beatriz [a uno que no quiere levantarse]: —Ésta es tu primera canción de la mañana, y bien antigua. Abriré las dos ventanas, la de madera y la de vidrio, para que el sol de la mañana te dé en los ojos. Levantaos, levantaos».

No sé por qué eso me gustaría tanto. Quizá por algo que tiene poco que ver con su mérito literario. La celebración de la mañana, de la luz de la mañana que me parecía que entraba en mi vida por esa ventana abierta.

Dichos con Tata y batata.

Va Tata al baile (para que se entienda: Batata al baile; batata no es aquí tubérculo, sino vergüenza, perturbación del tímido).

No te fiés, Batata,

ni de tu tata.

Tata, padre o abuelo. A mi abuelo materno, yo le «decía» tatita; a mi abuela materna, Mamita o Mamama; a mis abuelos paternos, Gran Papá y Gran Mamá. Pongo «decía» entre comillas, porque va en sentido de «me refería» para mi abuelo materno y mi abuela materna; ambos muertos cuando yo nací. Mis nietos me llaman Tata.

La fe, en que se apoyan las religiones, nace de la necesidad de tener alguien, o algo, a quien pedir mercedes. La parte de creencia, en ella es variable, imprecisa y cuenta poco.

Una señora amiga los otros días fue a misa a pedir su ascenso en el escalafón, de la categoría 017 a la 021, aunque reconocía, según dijo, que las personas como ella, incrédulas, que raramente van a misa, tienen mala suerte y no consiguen ascensos. Con cierto orgullo y mal disimulada exasperación me leyó una carta de su hijo, que está en Europa, la quiere mucho y es católico practicante. La frase que la molestó tanto decía: «En todas mis oraciones pido a Dios que te dé fe».

Me pregunté por qué no fui nunca verdaderamente amigo de Victoria Ocampo. Mis padres la querían mucho y eso me predispuso en su favor. Admití, alguna vez, que Sur era importante y pude creer que el material de lectura tenía su parte en el agrado que me producían el papel muy blanco, la tipografía nítida y la elegante composición (estoy hablando, es claro, de los primeros números). Sé que Victoria era una buena persona, sin duda partidaria del bien… Decir que era mandona, ególatra, vanidosa nos es faltar a la verdad; pero sin duda uno sobrelleva a mucha gente así. ¿Entonces? Creo que hoy encontré la respuesta. Victoria ofrecía amistad y protección a cambio de acatamiento. Naturalmente no esclavizaba a nadie. En su casa, los amigos tenían toda la libertad de pupilos de los últimos años de un colegio. Porque esto era así, el grupo de Villa Victoria siempre me pareció un poco ridículo. La reina y sus acólitos o bufones.

Victoria. Imposible confundirla con Vidorria. Ofrecía su amistad contra nuestra libertad.

Pocos libros más útiles que el Diccionario infernal de Colin de Plancy.

Helena Garro negaba (ay de mí) el Anónimo sevillano.

Después de ver el filme de Fellini sobre Casanova, pienso que de algún modo yo he sido un Casanova de segunda o aun de intermedia.

La película sobre Casanova es triste. La vida de Casanova, como la de todo el mundo, consistió en nacer, copular y morir. En su caso, tal destino parece particularmente patético, porque él a todo el mundo aseguraba que había hecho muchas cosas importantes; nadie lo escuchaba.

He sabido por Casanova que los antiguos pintaban a Venus bizca.

Wakefield.

I. Burone me contó de alguien que, siguiendo a una muchacha, se fue de la casa. Dos años después, una noche, a la hora de comer, volvió. Entregó a su mujer un envoltorio:

—Traje esto —dijo.

Era una pizza.

II. El cómico Sandrini estaba casado con la cantante de tangos Tita Merello, mujer insoportable (amén de peronista). Una tarde Sandrini dijo:

—Voy a comprar cigarrillos.

No volvió más, ni se acordó de pedir sus cosas.

III. Un juez de la Suprema Corte de salta había recibido en su casa a un colega, que debía consultarlo sobre un asunto urgente. Estaban conversando junto a una amplia ventana que daba a la calle, cuando vieron pasar a una mujer espléndida. El visitante pidió excusas para salir un segundo. Nunca volvieron a verlo.

IV. Mis dos amigas se fueron a esperarme a Mar del Plata (cada una por su lado; no se conocían). Yo demoré un poco el viaje. Finalmente, me despedí por escrito de una y otra —salvo destinataria y dirección, esas dos cartas, como las de Boswell a sus amadas de Turín, resultaron idénticas— y me fui a Francia.

En mi primera infancia había todavía lacayos. En Vicente Casares, cuando se ataban los coches, al lado de René, el cochero, iba un lacayo en el pescante. No estoy del todo seguro, pero creo recordar que en el pescante del Packard-Levasson que era el coche de mi abuela (en la ciudad), al lado de los sucesivos Gaston y Émile iba un lacayo (de librea, como el chofer). Cochero y chofer eran franceses; la mujer del cochero René era la muy criolla, de voz altísima, Gregoria, niñera de mi madre. El perro de caza del matrimonio se llamaba Tom. Una vez me mordió. Gregoria se vestía como criadas del siglo XIX, con una blusa de puntillas, cuello duro, almidonado, y puños similares, pollera muy ajustada en la cintura y larga. La librea de René incluía breeches, polainas y botines de cuero marrón oscuro.

En sueños alguien me dijo: «Si pudiera, compraría dos o tres ríos». Creo que era una chica.

Soy un llorón repulsivo. Soy ateo y hoy he llorado por Santa Escolástica, la hermana gemela de San Benito, que vivió en el siglo VI. Sintiendo la muerte próxima, Santa Escolástica pidió a Benito que no se apartara de ella esa noche. San Benito se negó, porque no quería infringir la regla que él mismo estableció para la abadía de Montecassino: ningún monje podía dormir afuera. Escolástica se echó de rodillas y empezó a rezar e inmediatamente se desató una terrible tormenta. El santo no pudo volver a Montecassino.

—Hermana mía, ¿qué has hecho? —preguntó Benito.

—Te pedí algo y me lo negaste. Dios me lo ha concedido.

Tres días después murió la santa. La enterraron en Montecassino. Tres semanas después murió Benito. Lo enterraron en el mismo sepulcro.

Un día, en un bar de Villa Allende, se rió de una mujer que continuamente movía la cabeza. Ahora la mueve ella.

Plegaria del padre de familia:

Líbreme Dios del infierno

y tome en cambio a mi yerno.

12 febrero 1984. Muerte de Cortázar. Vlady me previno: «Escribile pronto. Está enfermo. Va a morir». Como siempre, me dejé estar. Yo quería agradecerle la extraordinaria generosidad de referirse a mí, tan elogiosa, tan amistosamente en su admirable «Diario de un cuento». La carta era difícil. ¿Cómo explicar, sin exageraciones; sin falsear las cosas, la afinidad que siento con él si en política muchas veces hemos estado en posiciones encontradas? Es comunista, soy liberal. Apoyó la guerrilla; la aborrezco, aunque las modalidades de la represión en nuestro país me horrorizaron. Nos hemos visto pocas veces. Me he sentido muy amigo de él. Si estuviéramos en un mundo en que la verdad se comunicara directamente, sin necesidad de las palabras, que exageran o disminuyen, le hubiera dicho que siempre lo sentí cerca y que en lo esencial estábamos de acuerdo. Pero ¿la política no era esencial para él? Voy a contestar por mí. Aunque sea difícil distinguir el hombre de sus circunstancias, es posible y muchas veces lo hacemos. Yo sentía cierta hermandad con Cortázar, como hombre y como escritor. Sentí afecto por la persona. Además estaba seguro de que para él y para mí este oficio de escribir era el mismo y lo principal de nuestras vidas. No porque lo creyéramos sublime; simplemente porque fue siempre nuestro afán.

13 febrero 1984. Cuando me dicen «Cortázar murió a los setenta años» voy a protestar, voy asegurar que no era tan viejo, pero entonces recuerdo que yo cumpliré en el próximo mes de septiembre esa edad, que imagino como una nevada cumbre de la vejez, peor, de la humanidad.

Santoral. San Severo, sacerdote de Valesi, en los Abruzzos. Por medio de sus oraciones resucitó y, lo que parece aún más extraordinario, convirtió a un hombre a quien los demonios ya arrastraban al Infierno. San Gregorio el Grande certifica este milagro.

14 febrero 1984. Se pega un tiro Angelito Sánchez Elía. Su locura: se creía pobre. Qué pobreza.

Una verdad amarga, más que nada increíble, que los chicos de mi tiempo un día debían admitir, no porque realmente la creyeran, sino porque les llegaba con todo el peso de la autoridad de los chicos mayores: los propios padres hacían entre ellos «porquerías», id est, copulaban.

Cortázar compró un lugar contiguo a la tumba de su mujer Carol, para que lo enterraran. Este hecho me asombra un poco, en un hombre que no creía en el más allá. La única justificación que veo estaría en una promesa hecha a la mujer querida antes de que ella muriera. A mí no me importa dónde me entierren. No me gusta pensar en eso. Tal vez lo menos desagradable para el mundo que me sobreviva, sería que me incineraran; pero la verdad es que no quiero pararme a pensar, porque da un poquito de asco.

Horresco referens. La segunda mujer de Cortázar, la letona Ugné Karvelis, trata de convencer a las autoridades argentinas de repatriar los restos.

A un indio condenado a muerte por los españoles, un fraile le preguntó si no quería aceptar la verdadera religión e ir al cielo. El indio preguntó: «¿Los cristianos van al cielo?». Cuando el fraile le contestó afirmativamente, el indio dijo: «Entonces no quiero ir».

A un jinete mogol le preguntó un misionero si no quería ir al cielo. Él preguntó si podía llevar su caballo. El misionero le dijo que no había caballos en el cielo. «Entonces el cielo no me interesa», dijo el mogol.

19 febrero 1984. En La Nación (leo declaraciones de varios escritores sobre la muerte de Cortázar. La mejor, increíblemente, es de Sabato. La de Silvina no está mal. En la de Beatriz [Guido] hay mentiras, lo que en ella es una prueba de sinceridad.

Vuelvo sobre la muerte de Cortázar. Odile Baron Supervielle me dijo: «Yo no estoy triste. Sé que está en el cielo, con Carol».

Sobre el suicidio de Angelito Sánchez Elía. Una señora me dijo: «Yo no estoy triste. Sé que no se ha condenado y que descansa».

Siempre aborrecí el olor a lavandina.

Chesterton dijo: «De neuróticos y de locos se ocupa ahora la psiquiatría; antes, la hagiografía. Creo que en eso hay decadencia».

Wilde dijo que la Historia del mundo es una sucesión de noticias de policía.

Idiomáticas. Tu abuela, tu abuela la tuerta, tu abuelita la tuerta. Úsase para rechazar una proposición desventajosa.

No hay tu tía, frase que se emplea para significar que las cosas son como son y no como uno quiere; que determinada solución, aunque sea amarga, es la única.

Escribir sobre la institución de los amantes, pilar indispensable para la estabilidad del matrimonio. Además, hay que tener ganas (dicho con ironía) para probar el matrimonio una segunda vez… Tipo de amante recomendable: el cavalier servente de Italia y los amantes del siglo XVIII de Francia e Inglaterra: una para el marido, uno para la mujer. Tipo de amante insoportable: la romántica prole del psicoanálisis que difama la condición de amante y quiere dejar al cónyuge, si lo tiene, casarse con su amante, con quien se lleva tan bien (porque no están casados, porque no viven juntos).

No creo que Cortázar tuviera una inteligencia muy despierta y enérgica. Desde luego, sus convicciones políticas corresponden a confusos impulsos comunicados por un patético tango intelectual. Le gustaban las novelas «góticas». Creía en la astrología.

Me aseguran que en el profesorado a Pezzoni lo ponen a la altura de Wittgenstein. También que Pezzoni, en sus clases, jamás aventura un juicio de valor. Sobre Fulano, Zutano dijo tal cosa; Perengano tal otra. Y que tanto él como Costa Picazo se complacen en dedicar íntegramente un curso de literatura americana, para señoritas que no saben nada de esa literatura ni de ninguna otra, a Emily Dickinson, o, peor aún, a Fitzgerald o a la llamada literatura negra. Los pobres pierden quizá la única oportunidad de acercarse a una literatura; oirán hablar, eso sí, de un autor menor o de un género menor.

El odio idiotiza. Aseguró que Aldo Ferrer fue un excelente ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, pero reconoció que fue un mal ministro de Economía de la Nación. «La explicación es clara —me dijo—. La Nación tiene asuntos que interesan a las multinacionales y la mujer de Aldo Ferrer es judía».

12 marzo 1984. Oscar me dijo que hay tantos mosquitos ahora en la zona de Pardo que del pasto sube un ruido de hervor; los caballos estornudan y se estremecen; la hacienda y los caballos se amontonan en el campo, anca con anca y usted ve cómo trabajan las colas para espantar los mosquitos; las ovejas también se amontonan, como si las juntaran perros y se pasan la noche sin dormir.

Las memorias de Casanova son como una larga novela, con infinidad de caracteres muy diversos y muy definidos: nos atrae por la clara variedad de hombres y de mujeres, y también por los episodios y por las reflexiones.

Casanova: Pese a la buena opinión que tenía de mi persona, nunca tuve la menor confianza en mí mismo (dice de sí cuando joven).

Casanova: «El hombre viejo tiene por enemigo toda la naturaleza». El matrimonio tiene por enemigo la realidad entera (ABC).

Casanova: Esa dama, para tratarme a la napolitana, me tuteó desde el momento en que nos presentaron.

Sobre la Calabria: «carece absolutamente de todas aquellas cosas agradablemente superfluas que hacen soportable la vida».

Llama batticulo a una bolsa que llevan in situ los frailes franciscanos. El nombre de baticola de nuestros arneses, ¿viene de ahí?

Dice que en Roma casi todos los hombres, fuera de los nobles, que no aspiran a puestos eclesiásticos, se visten como abades, aunque no lo sean (nada lo prohíbe) (siglo XVIII).

Dice que el bazo es el órgano de la risa.

Dice que siempre se dejó engañar por las mujeres (anche io).

Idiomáticas.

Morir. No contar el cuento; cantar para el carnero; cagar fuego; irse («Se nos fue Don Benito»); estirar la pata; dejar de existir; espichar; entregar el rosquete; entregar, dar, el alma; dar el último suspiro; cerrar los ojos; pasarle algo a uno («Por si le pasa algo, tomó la precaución de hacer testamento»).

Compartimento. Compartimiento. En la Argentina, compartimiento parece afectado y hasta un poco absurdo. Ver el Diccionario de Garzón.

Domingo, 25 marzo 1984. Silvina vio en la televisión la película Perdida en el mar. Entro en el cuarto y me dice: «Qué desagradable. Es como uno de mis cuentos pero mucho más divertido».

25 marzo 1984. Hoy le dije a Drago: «Qué raro. Alfonsín quiere a todo el mundo, menos a nosotros. Quiere a gente tan poco querible como los peronistas, o los democratacristianos, o el propio señor Alende. A nosotros, no».

25 marzo 1984. Santoral. San Dimas. El buen ladrón: uno de los dos delincuentes crucificados junto a Cristo; el que dijo: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Jesús le contestó: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

Idiomáticas. Curiosa acepción del verbo irse: se valen, son parecidos, equivalentes, etcétera:

Don Rubén y don Román

por ahí nomás se van.

El interlocutor cree siempre que hay que decir únicamente lo que levanta el ánimo. Nos hemos convertido, por eso, en un país de mentirosos. Peor: de incapacitados para la realidad.

Sueño. Sueño que estoy en París. De pronto descubro con agrado, con la nostalgia del que está lejos de su tierra, que ando por calles y plazas de Buenos Aires. «¿No te has enterado? —me preguntan—. Hasta el lunes Buenos Aires está en París». Recuerdo entonces que he visto carteles que anuncian La Semana de Buenos Aires en París. Estoy orgulloso de mi ciudad, ansioso de que los amigos franceses la valoren y la alaben. Me llevo una desilusión: ocupados en protestar contra los excesos de la propaganda moderna, los franceses no miran, ni siquiera ven, a Buenos Aires.

En el San Martín hubo una mesa redonda de escritores, en que se discutió sobre literatura erótica. Como suele ocurrir en estos casos (trátese de mesas redondas de mujeres o de hombres) se dijeron, con la mayor seriedad, muchas pavadas. El público era casi exclusivamente femenino; en todo caso parece que el único escritor presente fue Dalmiro Sáenz. Le preguntaron si tenía algo que decir: «Bueno —contestó—, ya que me preguntan les confesaré que después de oírlas hablar de todo eso me siento un poco excitado».

En mi juventud, de la mujer que recibía plata de un amigo, de decía «es una mantenida». Estaba mal vista. Hoy, la que está mal vista es la que no recibe nada; en cuanto al hombre que no da plata, que no aporta, como se dice, es un vividor, tal vez un rufián. «El desgraciado no aporta un peso para la otra», dijo una señora de su último yerno à la mode de Bretagne.

Hasta que anduve por los cincuenta, ninguna mujer me pidió plata para sus gastos. Después varias; pensé «les piden a los viejos». Me equivocaba. Mi edad no era la causa, o por lo menos la causa única. Hubo un cambio en las costumbres.

5 abril 1984. Estaba preocupado porque el resfrío me impidiera la asistencia al acto, en la Feria del Libro, en que me darían un vigilante de bronce (timeo danaos), un reconocimiento de «lo que hice» por la literatura policial. A la noche soñé que iba al acto, que me encontraba con Ulyses Petit de Murat y que lo abrazaba con mucho afecto. De pronto creí recordar que a Ulyses algo le había pasado… Es claro, me dije, se ha muero. Mientras tanto, en el fondo del salón, saludaba a otras personas (mal informadas, sin duda).

7 abril 1984. Me he puesto un saco que compré en Nueva York en 1949. Me vi en el espejo y anhelé: «Ojalá que mi vida con mujeres siga por otros tantos años», pero melancólicamente me dije: «El saco de Er». El lector pensará: «Pedantescamente»; se equivoca; tengo a mano el saco de Er desde que lo encontré en Platón, pero después de la muerte de mi primo Enriquito Grondona, o de mi tío Justiniano Casares; ahora recuerdo:

En un placard de la casa de la calle Uruguay (1400) vi ropa de Justiniano, inter alia una galera de felpa —nada más fuera de carácter con relación al muerto— pensé en el saco de Er; yo estaba haciendo una visita de despedida a la casa, porque la habían vendido e iban a demolerla. La costumbre era mudarse después de una muerte. Las primeras muertes de la familia Casares fueron (para este testigo) la de Enriquito Grondona (Casares) y la de Justiniano Casares, alias Justi.

Estuve hojeando La guía del buen decir, de Juan B. Silva, uno de los libros que más asiduamente manejaba en mis albores de escritor (otros: un Prontuario del idioma, de los Manuales Gallach; Prontuario de hispanismo y barbarismo, padre Mir; el Diccionario y gramática de la Academia; el Diccionario de ideas afines de Bénot (traducción del Roget’s Thesaurus); Diccionario de verbos de Ruiz León (verdadero título: Inventario de la lengua castellana, I, Verbos), los diccionarios de argentinismos de Segovia y de Garzón. Un punto que me preocupaba era si debíamos escribir (como decíamos) entré a casa, o entré en casa. Estimulado por Silva, por un tiempo escribí entrar a; después, por prudencia, entrar en.

El libro de Silva está publicado por La España Moderna, editorial que yo respetaba mucho. En el alto de la portadilla se lee: Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia; un poco más abajo: Guía del buen decir, y un renglón más abajo: Estudio de las transgresiones gramaticales más comunes. ¿El volumen encajaría en la Jurisprudencia, o en la Filosofía, o en la Historia?

En la página de enfrente leemos: «Obras de Filosofía publicadas en La España Moderna». La lista incluye un libro de Pascal, uno de Castro y, de Max Müller, Ciencia del lenguaje. Debajo de este título, la lista continúa con otros, del mismo autor: Historia de las religiones, La mitología comparada, Origen y desarrollo de la religión. Un poco más abajo se lee «Otras obras publicadas por la misma Casa Editorial»; encabeza la lista el Diario íntimo de Amiel.

Por lo visto no creían supersticiosamente en el rigor los editores de La España Moderna. Tampoco, Silva. He aquí el primer párrafo del prólogo:

«El mejor modelo de buen decir lo dan hoy, sin duda alguna, Doña. Emilio Pardo Bazán, Echegaray, Galdós y cuantos con más arte y con mayor acierto usan el habla castellano». Si como creo, las palabras que siguen a la mención de Galdós significan que los que escriben mejor escriben mejor no tengo nada que objetar. Dos páginas más adelante Silva se pregunta si «Alas y Clarín, con sus críticas aceradas, no han hecho más mal que bien a la literatura castellana». Hasta el lector de 13 años, que yo era por entonces, sabía que Alas y Clarín eran el mismo escritor. De todos modos el libro de Silva me fue útil y su criterio, bastante amplio, me resultó saludable.

Exclamaciones francesas.

Tonnerre de Dieu, y Tonnerre de tonnerre (para no mencionar el nombre de Dios, en vano).

Entre los manjares superiores recuerda Casanova trufas blancas, peces del Adriático, moluscos de concha y, como vemos, el champagne no espumante, el Peralta, el Jerez y el Pedro Ximénez.

Dios proveerá, dicho sabio de pecadores, según Casanova, y de gente acostumbrada a vivir sin protección de la ley, fuera de la ley.

«No va a tener tan pronto el dulce», para indicar que a un pretendiente o candidato se le hará esperar antes de acceder al coito.

Casanova dice que el viejo puede conseguir placer, pero no darlo. Soy tan ignorante que ignoraba esa verdad. Consecuencia: El viejo difícilmente conseguirá una mujer, no profesional, con la que conseguir el placer que puede conseguir.

Idiomáticas. Buscar un pelo en la leche. Los españoles dicen (ver el Diccionario de la Academia) un pelo en el huevo.

8 abril 1984. Considero la afirmación de Casanova sobre los viejos y el placer. Presiento que me encamino al celibato. ¿Quedaría la posibilidad de una soubrette en la zenana? ¿O de una discípula, como las del filósofo, seguramente filösofo, Marcel? ¿O la que dejamos con hambre acaba por odiarnos? No acaba, la pobre; empieza. Ad litteram.

En una audición de radio oigo una conversación entre un locutor de Lima y uno de Buenos Aires, sobre un motín de presos en no sé qué punto del Perú.

El de BA: Y por la matanza en la prisión, ¿el gobierno pagará un precio político?

El de L.: De ninguna manera.

El de BA: ¿No le costará la renuncia al Ministro del Interior?

El de L.: De ninguna manera. Ningún rehén ha muerto ni ha sido herido.

El de BA: Pero hay muchos muertos.

El de L.: En las filas de los guardias no hubo muertos ni heridos.

El de BA: Hay 21 reclusos muertos.

El de L.: Ésos son delincuentes. Son los que se alzaron y tomaron rehenes; pero como te digo, los rehenes están sanos y salvos y los miembros de la guardia también.

No se entendían; ni se acercaban a la compresión. Allá no existe, por lo visto, la simpatía en favor de los presos, de los que están fuera de la ley. Aquí los «malos» son los «buenos» y los «buenos» son sospechosos.

Arábamos, decía el mosquito. Expresiones por las que entendemos algo que no es lo que literalmente nos dicen: «Drago está pintando su casa». Drago no pinta nada; un pintor hace el trabajo. «Este año sembraré cuatrocientas hectáreas». Como San Isidro Labrador, pero no doscientas, un tractorista hará el trabajo. Seguramente algún estanciero dirá: «Este año vaya servir ochocientas vacas».

Romero.

Quien pasa por el romero no coge de él,

no ha tenido amores, ni los quiere tener. (Refrán).

Y entre las damas del vicioso trato,

si no queman romero, no hay buen rato.

Francisco Navarrete y Ribera, La casa del juego, 1690.

Vi con gusto a Jorge Amado porque, lo recuerdo muy bien, en Niza, cuando integramos el jurado para el premio Lion D’Or, nos entendimos en seguida: antes que premiar a un joven autor de poemas pretenciosos, oscuros y tediosos, convinimos en elegir a un viejo cuentista, que evidentemente conocía su oficio y escribía para ser leído. Cuando nos encontramos acá en Buenos Aires, nos abrazamos y me dijo: «Querido amigo, siempre recuerdo nuestras conversaciones en el jurado y cómo nos entendimos fraternalmente. Fue en Madrid. Usted me acompañó, y con su voto premiamos al poeta brasilero… (pronunció un nombre que yo nunca había oído)».

En la Feria del Libro hacía mucho calor. Jorge Amado, pasándose un pañuelo por la cara, se quejó: «¡Esto es el Brasil!».

Dos operarios están arreglando una vereda. Uno le dice al otro:

—Las calles de Buenos Aires tienen un no sé qué.

No puedo creer lo que oigo. Después comento la frase con un amigo, que aclara:

—Es un tango de Piazzolla.

Nuestra erudición es como las fortalezas de frontera, que siempre dejan un sector desguarnecido por el que entran los invasores.

Cada cual tiene el misterio que le concede su ignorancia. ¿Por qué Stendhal escribió en su epitafio Arrigo Beyle, si su nombre era María Enrique? Misterio revelado: Arrigo, en la tumba de Stendhal, no es el arrigo bello, o arrigo, el payaso que hace ruido; simplemente es Enrico (Aclaración de Bianco, por teléfono).

Un crítico de la sociedad. Chofer de taxi, viejo: «Yo lo voté a Alfonsín y lo volvería a votar, pero de ahí a creer que va a sacar al país del pantano… Mire: a este país no lo saca nadie, porque todos los argentinos, óigame bien, todos, pateamos en contra. ¿Cómo va a progresar un país donde todos pelean contra todos? Es un pueblo egoísta, interesado, coimero, ladrón. Una porquería. ¿No me quiere creer? Yo también me incluyo. Allá por el 40, haga bien la cuenta, eran otros tiempos, gente más sana, yo trabajaba en una dependencia del Ministerio de Marina. Yo veía a los almirantes, fíjese lo que le digo, a los señores almirantes, que un día se llevaban a su casa una lámpara, otro día un sillón. Y no crea que en el robo hormiga entraban sólo los almirantes; entraba todo el escalafón, de arriba abajo. Yo empecé llevándome un día una bombita de luz; de ahí pasé a una lámpara; después a sillas y mesas. Las vueltas de de la vida me llevaron al Ministerio de Salud Pública. Cuando un jefe se arreglaba con un laboratorio para comprar una partida de remedios, yo iba a retirarla; eso sí, no la retiraba si no había un regalito —una atención, que le llaman— para mí. De algo puede estar seguro: en casa nunca faltó alcohol, algodón, aspirinas ni purgantes. De arriba, es claro, todo de arriba. Créame: a este país no lo arregla ni Dios».

Chofer de taxi, de edad mediana. Nombramos a Cacciatore y me dijo: «A ése le deseo una linda muerte de cáncer». «A ustedes», le dije, «los tuvo a mal traer. Los obligó a poner ese farol en el techo, que ilumina cuando están libres; a poner cinturones de seguridad, a cambiar los relojes del taxímetro». «Por todo eso», me replicó, «le doy diez puntos». «Bueno, hizo las autopistas. Costaron millones y dejaron a mucha gente sin casa». «Yo no le achaco eso», dijo. «Es una obra y va a llegar el día en que se lo agradeceremos». «Pero entonces, ¿qué le achaca a Cacciatore?». «Muy sencillo. Cuando empecé a trabajar pagué por mi licencia de taxista más que por este coche. En eso llega el bueno de Cacciatore y establece que las licencias son gratuitas. ¿Eso es justicia, es igualdad? Cuando veo a la manga de taxistas con licencias del 77, me entra una furia venenosa y quiero morir. Demasiada injusticia». No me atrevo a decirle que si su manera de sentir prevaleciera, ningún gobierno se atrevería a rebajar una tasa, un impuesto ni a mejorar nada.

Menos lúcido que el oso bailarín, escuché con agrado alabanzas de mis declaraciones sobre Manuel Mujica Lainez, con motivo de su muerte. Las formulaba, por cierto, el chancho, mejor dicho la chancha.

Cuando des tu nombre para una comisión de homenaje a alguien —por ejemplo a Juan Bautista Alberdi— no creas (como yo) que das tu apoyo o adhesión; piensa (como los de la comisión mencionada) que propones tu figuración, por la que pagarás una suma, digamos quinientos pesos.

Me aseguran que los empleados de nivel bajo, el día en que reciben el sueldo, intercambian con sus compañeros de trabajo bromas picarescas sobre las respectivas esposas de las que dicen: «Hoy van a estar contentas» y otras frases por el estilo. En realidad lo que sugieren y declaran es que esa noche la mujer los aceptará entre sus brazos. La hospitalidad dura mientras hay abundancia de dinero: una semana, cuando más. Después, el hambre, hasta el siguiente mes.

Query. Qué es refosque: ¿un plato de comida?, ¿una bebida?, ¿una fruta? A Casanova (tomo I, cap XIV) le dicen: «J’ai du refosque precieux, venez en goûter».

Ya es hora de olvidarse del cine interior y ver la muerte como la conciencia de los seis años, el acné de los catorce, la calvicie de los veintitrés y la próstata enferma de los sesenta y seis. Para el organismo no tiene más importancia, aunque lo aniquile.

Para casi todo lo que se hace con terceros se recurre a las falsas promesas. Por ejemplo, mi amigo Norberto Repetto quiso invitarme a una conferencia suya en el Instituto Libre; como esa invitación le parecía un motivo insuficiente para llamar a un amigo a quien no veía desde años, se le ocurrió ofrecerme el cargo de Consejero del Instituto, del que él es rector, e inventar que el acto, en el que él hablaría, era una fecha importante en la Historia del Colegio, aunque yo recuerdo mis tres primeros años en el Instituto como una temporada en el presidio, con profesores incapaces que me denigraban y me hacían dudar de mi inteligencia, o más bien, admitir mi inepcia, y los últimos años como una temporada en un club, donde alternaba con profesores incapaces (con excepciones como Butty y algún otro) acepté todo y el martes 3 de mayo, a las siete menos cuarto, fui al acto. Repetto me trató cordialmente y con mucha cortesía. Me sentó en el estrado, a su izquierda; a su derecha estaba el presidente de la Corte Suprema; pronto advertí con alivio que yo no estaba ahí en calidad de Consejero, sino de ex alumno; ahora «famoso escritor». Por primera vez asistí, desde el estrado, a una conferencia. Pude apreciar en qué alto número de caras pronto aparecen ojos entornados. Tuve ocasión de preguntarme por qué, los que tenían sueño, se sentaban el las primeras filas. Pero no todo el mundo tenía sueño; había una chica morena, de ojos muy bellos, de nariz perfecta y de expresión despierta. Parecía despierta aun al hecho de que yo podía defenderme contra la tentación de mirarla. Nuestras miradas se cruzaron varias veces… Yo recordaba cuando iba a los teatros de revistas (en los años de mi adolescencia) y de tanto mirar desde las primeras filas a una bataclana obtenía alguna sonrisa, como secreto y provisor saludo. La última vez que me sucedió eso fue en París, en el 64 o 65, en el Moulin Rouge.

Después de la conferencia, cuando ya me iba a casa, en la vereda, se me acercó la muchacha. Me dijo que era la primera conferencia de su vida, que estudiaba museología y que esperaba verme en la próxima conferencia del Instituto. Yo le dije que era muy linda. «Usted también», me contestó. A los setenta años, vienen bien, créanme, estos halagos a la vanidad.

Cabe agregar que la conferencia me interesó —describía la patética indigencia de este país despoblado entonces, pero rico en hombres cultos— y que fue pronunciada en el mismo Salón de Actos donde yo, hacia 1926 o 1927, sólo pude pronunciar las cinco o seis primeras frases de una exposición que imprudentemente me encargó Moyano, el profesor de francés: «Paris, Capital de France, Centre du Comerse et l’Industrie». No pude seguir. Moyano, como un muñeco triste murmuraba: «C’est le trac, c’est le trac». El recuerdo me acompaña hasta hoy y me impide hablar en público.

En la comida que le dio Emecé, Jorge Amado dijo: «Veo alrededor de esta mesa a grandes escritores, como Bioy, a jóvenes escritores, como Vlady Kociancih, y a escritores, simplemente escritores» (Silvina Bullrich, Marta Lynch, Elvira Orphée, Blaistein, Rabanal, Aguinis, etcétera, todos etcétera). Vlady me dijo después: «Qué gaffe». La verdad, aunque yo pensé, lo admito, que Amado había sido extraordinariamente amistoso (conmigo, por cierto. ¿Qué me importa una gaffe?, etcétera).

¿Cuándo aprenderé? En todo lo que nos proponen hay engaño. Un amigo me pide que integre la comisión directiva del club: «El presidente y toda la comisión están empañados en tenerte. Todos te quieren. Para peor, porque su mujer está enferma, Fulano no aceptó. (Pudo agregar: "La vocalía que te ofrecemos")». Recordar que en toda proposición hay una trampa oculta para distraídos. Yo soy distraído.

Curiosa n final del imperativo, argentina, vulgar, anticuada, usada aún hoy en el campo: «Pónganlon aquí. Sáquenlon. Cómanlon. Véngansen cuando quieran. Ábranlon. Ciérrenlon».

Sueño. A la estancia de Pardo llegan, en una voiturette Chrysler, tres visitantes: uno es un cura muy alto, muy flaco, muy pálido; de otro recuerdo la gorra de hilo, blanca; del tercero, nada. Los llevamos a ver un falso cementerio que tenemos en el monte. Les mostramos las lápidas. En una se lee: «Aquí yace un asaltante, muerto a palos»; en otra: «Aquí yace un visitante sospechoso». Con disimulo miramos la cara de los individuos, sospechamos que son asaltantes.

Refosque. Encontré la respuesta en una nota de René Démoris, en el volumen de Memoires de Casanova, de la edición de Garnier Flammarion, que me llegó de Francia. Lo encargué porque los editores ocultaron, callaron la circunstancia de que la edición es abreviada. A esos atorrantes les debo, sin embargo, la nota del profesor Démoris: «Refosque. Refosco. Vin du Frioul».

Observaciones de un Esclavo Negro. «Tengo que salir en más fuerte que Tengo que salir para esto o aquello. Cuando digo Tengo que salir, la patrona calla y salgo. Cuando digo Tengo que salir para esto o aquello, la patrona alega que no hay apuro, o que lo hará otro y quedo en casa», me explicó el Esclavo Negro, alias Alter Ego.

Report on Experience. Cuando me dicen: «Tengo que hablarte» no siento curiosidad.

Santoral. San Juan I. Papa de 523 a 526. Por decisión suya, los años ya no se contaron desde la fundación de Roma —ab urbe condita— sino desde el nacimiento de Cristo. Fijó la fecha de la Pascua y echó las bases de la música sacra, de lo que llegaría a ser el canto gregoriano.

Mayo 1984. Cuento con dos amantes, para no acostarme con ninguna.

Profesores del Instituto que fueron los demonios de mi primer año de abatimiento y desolación: Rivarola (álgebra), Aldini (latín); un poco menos ponzoñosos (indiferentes, despreciativos, no ensañados): Campolongo (geografía), Sáez de Samaniego (castellano). Tal vez porque fui deficiente al principio quise alardear de mi suficiencia después. Cuando cursaba cuarto año di quinto libre. En sexto año tuve nuevos compañeros; mis amigos Drago, Julito y Charlie Menditeguy estaban todavía en quinto. En el año (siguiente) que pasé dedicado a leer, esperando a Drago para entrar juntos en Derecho, me acostumbré al estudio de lo que me interesaba y a escribir. Me costó mucho esfuerzo emprender el estudio de Derecho. Olvidaba algo más sobre los años de bachillerato (o Nacional, como decíamos): si Rivarola parecía empecinado, sadísticamente empacado, en convencerme de mi estupidez, Butty, profesor de trigonometría, en sexto año, parecía complacerse en convencerme de mi capacidad. Me puso diez en todas las pruebas escritas, aunque me señaló que a veces yo me equivocaba en los resultados. «Entonces, ¿por qué me pone diez?», le pregunté. «Porque domina la materia. Un buen matemático puede hacer mal las cuentas». Lo recuerdo con gratitud.

Fueron profesores los pocos de los hombres que recuerdo con desprecio, como Rivarola, y (menos acremente) Albesa, Campolongo, Aldini; y fue profesor uno de los que más he querido y de los que más ha influido para bien en mi educación y en mis libros: Felipe A. Fernández, entrerriano, que enseñaba matemáticas.

Diccionario del porteño (c. 1984). Rayado/a. Adj. Loco. «Está rayado». «Es un rayado». Rayadura. Locura, manía, afición dominante. Se dice también «raye». «Qué raye por los restaurantes de la Recoleta».

Profunda verdad, ya dicha en mejor estilo por el conocido proverbio: «Más vale caer en gracia que ser gracioso».

Idiomáticas. De no te muevas. Para calificar un daño o susto: tremendo, formidable. Ver el Diccionario de Segovia.

Sueño melancólico. Habíamos discutido. Finjo que me voy. Ella no entiende que sólo hago una representación, que estoy diciéndole: mira lo que vaya hacer, o lo que soy capaz de hacer, si me tratas con tanta dureza. Ella se va de veras, por una sierra empinada y boscosa, donde según es fama en la zona se guarecen facinerosos. Emprendo la ascensión de la sierra. Cuando salgo a cielo abierto, en la cima, veo una pequeña estación ferroviaria, y, en una vía muerta, un vagón de pasajeros. Subo y en el interior de ese vagón vacío, en el más lejano de la larga sucesión de asientos vacíos, la veo de espaldas, con la cabeza inclinada en un brazo extendido sobre el borde del respaldo. Estoy muy triste.

Recuerdo de 1932. Estábamos en Pardo, Drago y yo, esperando, con resignación y un poco de miedo, que nos llamaran al servicio militar. Recibimos dos noticias, una buena, que los estudiantes del 14 no haríamos el servicio militar (por razones de economía) y una mala: que Felipe Fernández había muerto.

Los peores años de mi vida, hasta hoy. 1952, por la muerte de mi madre. 1962, por la muerte de mi padre. 1972, porque mis lumbagos pasaron de ser excepcionales a ser continuos y yo de ser un atleta, o poco menos, a ser un lisiado.

Pequeñas modificaciones de las costumbres en nuestros días. Ahora las mujeres son más explícitas que diez años antes. En una tarjeta postal que me escribe desde París, mi amiga me pregunta, o se pregunta, cuándo le llegará el volumen de la novela que le conté «en la cama del hotelito». En la misma tarjeta me dice que vio una exposición retrospectiva de Manet y por fin comprendió la razón de una advertencia mía: «Manet, no Monet». La verdad es que Monet jamás me gustó, Manet, sí, mucho, ayudado quizá por George Moore. Me exhorta a cumplir la promesa de visitarla. «París en verano es fabulosa —dice— et les jeunes filles sont en fleur».

Idiomáticas. Si me (le, te) pasa cualquier cosa. Si muere. Loc. clas.: «¿Y cómo voy a quedar yo si a vos te pasa cualquier cosa?». Aclaración: la frase no se refiere al dolor ni a la soledad sino a la situación testamentaria. Mejor dicho, económica. Post mortem nulla voluntas.

Dicho recordado por Casanova (I, XIV): Dum vita superest, bene est. Mientras quede viva, todo está bien.

Presagios y plegarias. Yo me precio de manejar bien y he pasado una considerable parte de la vida en automóvil. Es verdad que en ese viaje no manejaría yo, porque tenía una pierna «fisurada»; pero no sentía la menor preocupación o temor… Sin embargo, la noche anterior al viaje no podía dormirme, porque no bien cerraba los ojos nuestro automóvil, a gran velocidad, iniciaba un vuelco de muchas vueltas sucesivas. A la mañana siguiente salimos temprano y ya cerca de Mar del plata, el conductor perdió el dominio del coche, que zigzagueó en la ruta, se tumbó de lado y dio tres o cuatro vueltas…

Paso a las plegarias. En París yo estaba con una, de las que me había cansado, y extrañaba a otra, que a lo mejor, si la llamáramos, vendría… Caminando por la avenida Cléber, a las once de la noche, pedí que mi compañera me dejara. Al día siguiente se fue a Londres. Me pareció que había ocurrido un milagro y, seguro de mi buena estrella, invité a la extrañada, que no aceptó.

El 31 de mayo de 1984, en el ascensor de casa, en viaje hacia el quinto piso, me salió del alma la plegaria: Que me llegue la noticia de que gané un premio en algún lejano país, que el premio consista en una tan gran cantidad de dinero, que justifique el hecho de ir a recibirlo. A la mañana del día siguiente, viernes 1.º de julio, suena el teléfono cuando me disponía a salir. «Con tal de que no sea un clavo», digo, y atiendo. Una voz femenina y extranjera pregunta por mí y aclara: «Hablo de Roma». Era una empleada de Editori Riuniti, los editores italianos de Historias fantásticas. La empleada me dice: «Tengo para usted una buena noticia y una mala. La buena es que Historias fantásticas ha ganado el Premio Mondillo, de seis mil dólares, en Palermo. La mala es que no se lo dan si no viene a recibirlo. ¿Acepta?». Le digo: «Acepto si no me piden que hable por televisión ni que dé conferencias». El viaje y la estadía son pagos. Editori Riuniti me invitan dos días a Roma. Acepto también, en las mismas condiciones. «Soy un escritor que tiene, por lo menos, un inconveniente», le digo: «No hago relaciones públicas». Habrá que estar allá alrededor del 10 de septiembre.

Para las dos plegarias, como habrá advertido el lector, la satisfacción fue literalmente adecuada, pero con fallas. Partió la chica que debía irse, pero no llegó la deseada. En cuanto al premio siciliano, parece la respuesta perfecta. Seis mil dólares para cualquier argentino de este momento es una enorme cantidad de plata.

Latinajo. Video lupus decimos para prevenir a nuestro interlocutor de que apareció el hombre de quien estamos hablando. O tal vez uno lo piensa cuando la querida amiga deja ver sus sentimientos. O cuando en un negocio que nos proponen advertimos un peligro.

Marcas que lograron identificar con ellas determinados productos: Singer, máquinas de coser; Kodak, máquinas de fotografías; Faber, lápiz; Prophylactic, cepillo de dientes; Ford, auto barato; Rolls Royce, auto caro; Underwood, máquinas de escribir; Waterman, lapicera con depósito; Stephens, tinta; Perry, plumas de escribir; Slazenger, raquetas y pelotas de tenis.

Observaciones de un snob. Barrio de la Recoleta, un domingo soleado, a las tres de la tarde. «Hoy el barrio se ha llenado de automóviles y de gente que mira las vidrieras, como si estuviera en Europa».

Santoral. San Bonifacio. Nació en Wessex, Inglaterra, en 675. Se llamaba Wynfrid. En 718 visitó Roma, donde el papa Gregario II le cambió el nombre por el de Bonifacio y lo mandó a evangelizar la región al este del Rin. Años después abatió el roble sagrado del monte Godesberg, a pesar de que los lugareños le previnieron que ese hecho le acarrearía una muerte instantánea. Nada malo le ocurrió. Ante este milagro, los paganos se convencieron de que sus dioses eran falsos y muchos se convirtieron al cristianismo. No así los frisonios de Dokkum, que martirizaron a Bonifacio el 5 de junio del 744.

Cuando Mercedes Frutos llevó al Instituto del Cinematógrafo su guión para la película Otra esperanza, los del Instituto (radicales, enemigos acérrimos de toda censura) pusieron el grito en el cielo: «Es el guión más subversivo que nos ha llegado», dijeron. Sospecharon que ella había sido infiel al original. Leyeron el cuento. Tuvieron que admitir que todo lo subversivo estaba ahí. Uno dijo: «Bioy es un escritor de derecha, pero la inteligencia siempre es subversiva». Tal vez no sea del todo así; habría que decir que la inteligencia no está afiliada ningún partido y que no es dogmática.

ADMIRADOR: ¡No sea modesto! ¡Usted es un escritor extraordinario!

VIEJO ESCRITOR: Bueno, tal vez algo aprendí de tantos libros escribidos.

Ellas y ellos. Dijo que no había diferencia alguna entre hombres y mujeres salvo que las mujeres son abogados pleiteadores y los hombres jueces irresolutos.

Sueño inexplicable. Soñé que yo era el doctor Troccoli.

Sueño. Estoy en Roma, en mi cuento, en el hotel esperando que me traigan el desayuno. Aparece la patrona, pone la bandeja sobre la mesa y abre las cortinas. Me dice:

—¿Ha visto nuestro giardinetto? Un trocito de la campiña en Roma.

Me acerqué a la ventana. Abajo, hacia la izquierda, estaba el giardinetto: un gallinero con un dejo de aire rural. Ya me retiraba de la ventana cuando, hacia la derecha, vi algo que me deslumbró: una calle arbolada y curva, pero no una calle de ciudad sino la calle de un bosque o de un parque campestre. Quise verla de cerca y salí.

La calle era de tierra, con pasto, y el bosque, a los lados; parecía infinito. Caminé un rato. Por ningún claro entre la arboleda divisé una casa, un lejano edificio, que me confirmara la cercanía de Roma. Seguí perdiéndome en el campo, sin pensar más en la ciudad feliz.

Nota: Pudo ser una pesadilla. Fue un sueño gratísimo. No sentí que fuera una alegoría.

Santoral. San Antonio de Padua. Nació en Lisboa, c. 1190. Fue bautizado en el nombre de Fernando. Muy joven aún entró en el monasterio Santa Cruz, de Coimbra. Allí despertó en él su firme vocación por la conversión de los infieles. Con permiso del superior, dejó el convento, ingresó en la orden franciscana, y fue bautizado con el nombre de Antonio. A fines de 1220, llegó a Marruecos, enfermó, los superiores de la misión resolvieron repatriarlo. Una fuerte tormenta llevó el barco a Sicilia. De ahí se desvió a Asís, donde estaba reunido el Capítulo General de la Orden. Obtuvo el permiso de retirarse al eremitorio de Monte Paola, para consagrarse a la oración. No quedó en el eremitorio mucho tiempo, porque para aprovechar sus dotes oratorias a favor de la orden, lo mandaron a Rimini, a Montpellier, a Tolosa y a otras ciudades de Francia. En 1229 viajó a Padua, donde compuso sermones para todas las festividades del año. Como predicador era tan admirado, que debieron custodiarlo, porque el pueblo se abalanzaba sobre él para arrancar jirones de sus hábitos. Fue presbítero y doctor de la iglesia. Murió en Padua el 13 de junio de 1231. Fue canonizado por Gregorio IX en 1232 y proclamado Doctor Evangélico por Pío XII en 1946.

Este texto reproduce con algunas variaciones uno anónimo (por cierto, no mío) publicado en La Prensa de Buenos Aires el 13 de junio de 1984.

Cásate y te darán una vida que no quieres.

Intoxicación. Una semana de pesadilla. Pero ahora la considero un alto en el camino, que me permitió ver a cada uno de los personajes que me rodean y entender que las trabas que me ligan son imaginarias pero peligrosas y que la indiferencia por mi dicha puede muy bien darme una muerte más triste aún de lo necesario y premiar antojos de badulaques.

Lo que menos importa del escritor es el texto: La última circunstancia del escritor es el texto. Mallea lo comprendió. Es claro que no conviene que sea demasiado malo. No hay que descartar que un día lo descubran. Más importantes son las fotografías y las noticias de los premios.

La distracción es un demonio familiar que llevamos a cuestas. Por ser bromista pertinaz y pesado nos irrita; por ser maligno, a veces nos mata.

El presidente de la Sociedad de Escritores, un poeta, dijo: «El escritor trata de capturar su identidad». Seguramente para no caer en un estilo prosaico no dijo que trata de saber quién es.

El subjuntivo es el inevitable adorno barata. El mismo poeta abundó en dijeras y añoraras.

Si el enfermo está grave, el médico apelará al remedio heroico: licor anodino de Hoffman. Ver Biographie Universalle (París, 1817), tomo XX, s. v. «Frédéric Hoffman».

Idiomáticas. Patitas pa’ que te quiero. Correr o escaparse a toda velocidad, a todo lo que uno da (como también se dice). Francés: Prendre ses jambes à son cou. Recordar la canción:

Prendre ses jambes à son cou:

manière de courre pas commode de tout.

Según una encuesta (ver La Nación del miércoles 11 julio 1984) yo sería el hombre más elegante de Buenos Aires. Según me describió una niña, en una composición que presentó a su colegio, soy de baja estatura, de cabeza grande, de ojos chicos, de carácter bondadoso. Se dice que por la boca de los locos y de los niños oímos la verdad. Dudo: mi estatura fue en tiempos del examen para el servicio militar 1 m. 75 cm. (no es la de un gigante, pero tampoco la de un enano). Hará cosa de dos años me midió el doctor Schnir y mi estatura había descendido a 1 m. 72 cm., más o menos. Mis novias siempre elogiaron mis ojos.

Según la encuesta, Alfonsín es el político más popular del país, seguido de Menem (no doblar la n ni confundirlo con polvos) y por el viejo Alende.

Describió Drago a la mucama de Helenita Mallea (viuda del escritor), como joven, casi bonita, bien educada y un poco inexpresiva. Drago llamó por teléfono a casa de Helenita, para excusarse por no haberla recibido. Cuando la mucama dijo que la señora había salido, Drago explicó:

—Quería disculparme por no recibirla. La señora vino a casa muy temprano.

En tono impersonal y respetuoso, confirmó la criada:

—A las seis de la mañana empieza a joder.

En la juventud, todo es posible y por eso todo es aleatorio; en la vejez todo fue como fue y nada podrá ser de otra manera. Nuestros errores son nuestra vida; nuestras publicaciones, nuestra obra.

Idiomáticas. Saber, en sentido de soler, muy común en la provincia de Buenos Aires (por lo menos). «Don Solanas, ¿usted sabe ver a la Mónica?», oí ayer, cuando volvía a casa.