7 enero 1982. Habent suafata libelli. Compilamos la Antología de la literatura fantástica a espaldas de toda cuestión de derechos, que ignorábamos. López Llausás, que nos compró la selección, nada nos dijo de los derechos de autor y nos pagó con mil pesos. Después la Sudamericana reeditó varias veces el libro. Cuando editoriales extranjeras lo pidieron, nosotros no aceptamos las proposiciones, porque no queríamos vernos envueltos en reclamaciones de derechos, que pudieran perjudicar a los actuales dueños de la Sudamericana, que tal vez ignoran la situación del libro, porque López Llausás había muerto y ellos, sus descendientes, no son quizá muy expertos en este asunto. Editori Riuniti, de Roma, los campeones del contrato leonino, se interesaron en la antología. Yo le di largas al asunto. Consulté con mi amiga Gloria López Llovet; expliqué las cosas. Medijo que más valía let sleeping dogs sleep. Hoy llegaron tres hermosos ejemplares, enviados por Editori Riuniti, que arregló las cosas con Sudamericana, a espaldas de los autores de la selección y de los autores de los cuentos. Los pícaros editori han añadido una nota: «L’editore, nei casi in cui non gli è statu possibile rintracciare gli autori, si dichiera a disposizione degli interessati per i relativi diritti d’autore».
Addendum. Quizá fui injusto con Editori Riuniti. Yo no llevé adelante la discusión de la cuestión de los derechos, por ignorancia y por pereza (pereza de encarar el asunto). Aparentemente lo han resuelto bien, habrá que ver con qué beneficios para los autores de los cuentos. Con relación a los contrato leoninos de Editori Riuniti, me ratifico. Basta leer los que firmamos (¿dormidos?) para Un modelo para la muerte y los que no firmamos (despiertos, por fin) para Los mejores cuentos policiales. Tengo en mi poder las copias.
Lista de inamovibles, inexplicables.
Quiroga, Arlt, Lovecraft, Lautréamont, Boris Vian.
En otra categoría: Poe (pace, Borges), Baudelaire, Faulkner, Joyce. Hay una diferencia: los de la primera lista son mamarrachos. Faulkner, Poe, son escritores y Joyce un gran escritor. De Baudelaire, no hablemos. Id est: mejor no hablar.
Idiomáticas. Pajarotas. De tales calificó mi amiga a mis mujeres previas. Pajarón: presuntuoso, persona de más prestigio que valía, como Battistessa o Canal Feijóo. Un verano, Peyrou declaró que pajarón era una palabra recién traída de Mar del Plata.
Elogio matizado. «Tiene una cara linda, pero más bien aporotada».
Poética.
Sacar lo que usted sueña y ordenarlo.
El estilo es el tiempo. Hay que esperarlo.
La ansiedad trae claustrofobia. Yo tuve la suerte de reconciliar a más de un matrimonio desavenido. Me acosté durante dos o tres meses con la mujer. El marido empezó a encontrarla menos ansiosa, más encantadora, como había sido antes, y a quererla de nuevo. Por su parte la mujer descubrió que el marido volvía a ser el de los primeros tiempos, el que un día la había enamorado. Porque no me necesitaba se alejó de mí.
En un libro titulado Juanamanuela mucha mujer, alguien deplora que los bidets no estén al alcance de los pobres. Mientras me contaban eso (no leí el libro), se me ocurrió la historia de una demócrata sincero, que perdió las elecciones nadie sabe por qué, después de una campaña política en que empleó el siguiente lema o estribillo:
Si usted me da su voto, dotaré
a cada ciudadano de un bidet.
17 enero 1982. Sueño. Entro en un cuarto en una torre de un castillo, un cuarto amplio, de aspecto primitivo, con un agujero. Por el agujero veo, abajo, el agua de la fosa. El curto es un sanitarium. Es un mingitorio. Me pongo a orinar. Con cierta melancolía, observo que el chorro de mi pis ya no es tan vigoroso como lo fue hace poco. De pronto me alarmo: ¿no estaré meándome en la cama? Me levanto rápidamente, me palpo. Estoy seco. Voy al baño.
Un artículo sobre Calvino sobre Pinocho. Voy a tratar de leer Pinocho en italiano; buscaré la edición de Feltrinelli. Cuando yo era chico, Pinocho fue mi libro preferido y un estímulo para la imaginación. Calvino se las ingenia para escribir un artículo que tiene informaciones curiosas, pero que me aburre.
Este hombre simple. Me parece que soy un individuo simple. Me alegro de las buenas noticias, me entristecen las malas, cuando me tratan bien me encariño, etcétera. Sin embargo, no soy tan simple en mi conducta erótica. Cuando todas las circunstancias son favorables, he caído en fiascos; con dificultades interpuestas me he abandonado a los más agradables de los juegos amorosos.
Mujer en peligro. Otilia llamó a Silvina, al cuarto de plancha, y le pidió que mirara a la azotea. Ahí estaba un hombre, tomando sol, desnudo. Otilia comentó indignada: «Qué asqueroso. Qué sinvergüenza. Completamente desnudo. Sin un short, tan siquiera. No le importa que yo, que estoy embarazada, lo vea. Si me hace mal ¿qué le importa?».
Si cree que la realidad es un sueño, ¿por qué se esforzaría tanto en ser discreto, previsor, eficaz?
Según mi amiga, amo a las mujeres, pero no las quiero.
Sabe —¿o no puede creer?— que me gusta (con tanta nostalgia) Francia, y no pierde ocasión de menospreciarla, de menospreciar a quienes la quieren. ¿Por qué? ¿Por maldad? ¿Por estupidez? ¿O se trata de una campaña de proselitismo? ¿O de un lavado de mi cerebro?
El taxista me dijo que el domingo estuvo mal del hígado. El sábado, a la noche había tenido sed. En efecto, a lo largo de la noche, bebió un sifón de soda, una Coca-Cola «tamaño familiar» y un litro de leche. El domingo, antes del café con leche, bebió otro litro de leche. Al almuerzo ya no tenía sed, pero su hija le había preparado una jarra de naranjada y, para no desairarla, la bebió. Concluyó el almuerzo, copioso por lo demás, con una barbaridad de flanes que le preparó su señora, seguidos de otro litro de leche.
La voz de la experiencia. Son todas inaguantables, aunque por motivos diversos, que a veces no descubrimos en seguida, lo que nos permite aguantadas, por un tiempo.
Inexplicables.
Quiroga. Sin esperanza.
¿Vas a escribir y admiras a Quiroga?
Dejamos a tu alcance banco y soga.
Arlt. Tiene remedio.
¿Halla usted encanto en la lectura de Arlt?
No es grave. De algún modo lo celebro.
Lo curarán a base de Swiss Malt
y de un buen tónico para el cerebro.
Baudelaire. Réplica.
En cuanto a lo de cursi, habrá que ver
si alguien le pisa el poncho a Baudelaire.
Reportaje imaginario.
P.: ¿Cómo describiría lo que sintió al llegar a su casa?
R.: Una escena de derrumbe. Como si me cayera encima una lluvia de polvo, y pedazos de revoque. He visto escenas parecidas en el cine; generalmente les ocurre eso, en cavernas, a los buscadores de tierras. Yo sabía que no encontraría un tesoro y que no debía asustarme demasiado: la caverna, o casa, no se derrumbaría; seguiría, eso sí, con su lluvia de polvo, que molestaba la respiración.
Sonsera. Sonso. Sonsera escribe J. B. Silva, en su Guía del buen decir, un libro que manejé en mi juventud: muchos escriben este argentinismo con eses, de acuerdo a nuestra pronunciación; y muy de acuerdo con la etimología… si como dice la Academia, zonzo proviene del latón insulsus.
La gente se hace ideas curiosas respecto del arte de la novela. Un novelista, de apellido Juan me aseguró que yo debía ir al Bragado, porque allí había un grupo de personas que conocían infinidad de viejos refranes, algunos traídos de España. «El escritor que recoja ese tesoro —me aseguró— va a escribir la más estupenda novela de todos los tiempos».
Irse. Un valiente que no desdeña la oportuna huida. «Su [de Byron] primera reacción a la crisis fue… escapar al extranjero» [T. A. J. Burnett, The Rise and Fall a Regency Dandy (1981)]. Conozco a otro con la misma maña.
«En Koblenz perdieron por muy poco el ferry en el que debían regresar… Este percance, tan insignificante en sí mismo, llevó a Scrope a observar que resumía la historia de su vida» [T. A. J. Burnett, The Rise and Fall of a Regency Dandy (1981)].
Retrato. Toma tiempo en fijar la atención y, rápidamente, se distrae.
Profesión. Escritor y mandadero (en cualquier orden).
Pinocho. Soy amigo de Pinocho, que en la infancia me llevó de la mano por los caminos de la imaginación. Cuando me encuentro con otros devotos de Pinocho descubro que nuestros recuerdos no coinciden. Freud, quiero decir algún «complejo» del snobismo herido, me induce a olvidar lo que sé: ellos, siguiendo una buena tradición, leyeron el volumen de Collodi; yo, con infinidad de ignorantes, los fascículos de Pinocho publicados en la colección de «Cuentos de Calleja» en colores.
Hoy leo en la «Nota Preliminar» de Esther Benítez a su traducción del libro de Collodi: «Es muy cierto que la fama y difusión del Pinocho de Bertolozzi en el ámbito lingüístico hispano eclipsaron por completo el Pinocho de Collodi, hasta el punto de que aun es frecuente encontrarse con quien [¡con ABC debiera ser!] recuerda nítidamente el Pinocho de Calleja y sólo tiene una borrosa memoria del de Collodi». Baste aclarar que Bertolozzi —Salvador Bertolozzi Rubio— ilustró con sus dibujos la traducción de Calleja del libro y escribió el texto de las nuevas aventuras publicadas en los fascículos que tanto me atraían: Pinocho en la India, Pinocho en la China, Pinocho en el Polo, Pinocho en la Luna, Pinocho en el país de los hombres gordos, Pinocho en el país de los hombres flacos, Pinocho en Jauja, Pinocho en Bavia, Pinocho detective y de la serie Pinocho contra Chapetí, que me gustó menos.
Leí que Dante empezó la Comedia en 1307. La primera vez que aparece el epíteto divina en el título, fue en una edición veneciana de 1555. Dante llamó a su poema Comedia porque acaba bien (empieza mal y acaba bien). Todo esto lo leí en la Enciclopedia Bompiani (Opere e personaggi).
Query. ¿Pangrams? No está en el Oxford grande ni en los diccionarios de terminología literaria. El Times Literary Supplement de diciembre 25 trae este ejemplo: Waltz, bad nymph, for quick jigs vex. Una frase que contenga todas las letras del abecedario. El mérito estaría en la brevedad: veintiocho letras (en una carta al editor, firmada Ralph Impone, que sería el autor del citado pangrama).
Idiomáticas. Talento. De los talentos (medida de peso) de plata y de otro. Talentos de sociedad (en todo caso, talents de société).
Todos los hombres son iguales. La gente del campo que se viene a Buenos Aires vive por lo general del lado de afuera de la Avenida General Paz, casi en la capital, como si no se atrevieran a entrar.
Exiliados ingleses, como Brummel y Scrope Davies, vivían en las ciudades sobre el Canal de la Mancha, como si quisieran estar en el camino a Inglaterra (Brummel en Calais, Scrope Davies en Ostende y en Dunkerque).
Últimamente me da por soñar en tercera persona. Por ejemplo, el sueño de anoche: me levanto a hacer pis, por pereza no me pongo la robe de chambre. Vuelvo a la cama transido de frío. Inmediatamente me duermo y empiezo a soñar con dos personas, conocidas mías en el sueño, desconocidas en la realidad: un hombre y una mujer, que están en su casa, en las Malvinas. Alguien les pide que vayan hasta la casa de otro malvinense, a buscar un objeto, su recuerdo. Vuelven transidos de frío y uno de ellos dice que los mandaron a buscar ese objeto en la esperanza de que en el trayecto murieran congelados. Considero que esa afirmación es calumniosa.
Contribuciones académicas norteamericanas. En el Sarah Lawrence College, de los Estados Unidos, al que me llevó de visita una ex alumna, oí una tarde del 56 o del 57 la conferencia consagratoria del profesor Pinkerton, sobre La cena gozosa de Baltasar del Alcázar. Ante todo Pinkerton se declaró perplejo de que no pocos lectores —entre los que no faltaban críticos e historiadores de la literatura— tuvieran a La cena gozosa por juguete cómico, pieza cómica. Se preguntaba cómo no descubrían que se trata de un doloroso intento de confesión. Un intento dolorosísimo que por una subsiguiente y, por cierto perdonable, pérdida del coraje, queda trunco…
En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa y
diréte, Inés, la cosa
más brava de él que has oído.
Tenía este caballero
un criado portugués …
Pero cenemos, Inés
si te parece primero.
La mesa tenemos puesta,
lo que se ha de cenar junto,
las tazas del vino a punto:
falta comenzar la fiesta.
En realidad Lope de Sosa no es otro que Baltasar de Alcázar, e Inés, la mujer que lo ama. La revelación postergada, la regocijada gracia del poema, para esos lectores desprovistos de sensibilidad, obedece al repentino terror que siente Lope de Sosa, es decir Baltasar del Alcázar, de confesarle a Inés la anunciada cosa brava acerca de Lope de Sosa, es decir de sí mismo. Como ustedes lo habrán advertido, tal vez el quid del asunto es la patética admisión de que no puede amarla. ¿Cherchez la femme? ¡No, de ninguna manera!, porque él ama a su criado portugués.
Vida novelesca: la del profesor Duplaix, en Biographie Universelle (París, 1814), tomo XII. Firma el texto Lally-Tolendal.
Esquimal, según del Dictionnaire de Biographie d’Histoire el de Geographie de Dezobry el Bachelet, significa «comedor de pescados crudos». Podríamos, pues, decir: Los japoneses son esquimales.
Le dice a su amiga: «Hice la promesa de conocer a otro hombre antes de morir. Es más fácil que hacerlo. Creo que voy a tener que llamar a licitación». Es casada, madre de dos hijos, de 29 años, linda, inteligente.
Las mujeres como consuelo. Hastiado de la que tengo en casa, pensé: «Nada mejor que hablar con una mujer encantadora para consolarme». Me pregunté: «¿A cuál llamo?». Sucesivamente las recordé y las deseché a todas. «Mujeres, las de antes», me dije y me pregunté: «Si pudiese llamar a mis amigas de antes, ¿a cuál acudiría?». Dios mío, cómo negar que no eran menos inhóspitas que las actuales. No por nada, el Eclesiastés dice: «He hallado más amarga que la muerte la mujer» y agrega: «El pecador será preso en ella». Puedo decir que tiene razón, porque siempre fui ese pecador. El Eclesiastés, un vanidoso insoportable y gran decidor de evidencias, pero conocedor de las mujeres, no hay duda.
Una mujer se enojaba cuando yo le decía que era el lado divertido de mi vida. No pensé que sobrellevan una gran tradición de mantenidas, esclavas y geishas. Para un hombre como yo el lado divertido de la vida es el mejor. En lo que evidentemente cometí un yerro fue en suponer que ella lo fuese.
Domingo, 25 julio 1982. Después de ver Oblomov (film de Nikita Mijalkov, sobre la novela de Goncharov) en que el protagonista, su familia y sus siervos duermen hasta entrada la mañana, o todo el día porque viajaron y están cansados, o a la hora de la siesta, llego a casa a las cinco y media de la tarde y la persona que abre la puerta me anuncia: «Todo el mundo duerme la siesta». Voy a ver a Silvina, que está en cama, despierta. «¿Qué viste?», me pregunta. Le digo; a su pedido empiezo a contar el film y advierto que está durmiendo.
Libre albedrío.
¿Libres? Libres no estamos, ni siquiera,
de no pensar lo que la mente quiera.
Recuerdos sentimentales. Me refirió sus aventuras amatorias. La más extraordinaria, según él, habría sido la desfloración de una virgen de 49 años: una señorita de la sociedad paraguaya, bien educada, lo que se llama fina y lindísima. «No me va a creer, señor Bioy —me aseguró—, pero acostarse con una virgen de esa edad es exactamente como comer gallina vieja».
Testut, Juan (1840-1925), el autor de la famosísima (entre nosotros, al menos) Anatomía, no figura en el Grand Larousse del siglo XIX ni en el Pétit Larousse de 1923. Lo encontré en el Espasa.
Idiomáticas. Padre. Aumentativo, ponderativo, para los mexicanos. Entre nosotros cumple esas funciones en la frase «de padre y señor nuestro» (mejor con mayúsculas, no sea que Se irrite), como en mi Diario del 31 de julio de 1982: «Estoy con un resfrío de padre y señor nuestro».
Idiomáticas. Ala, como masculino, más allá del artículo. «Leí un cuento sobre un ángel que tiene un solo ala y para poder volar busca el otro ala entre los pobladores de la tierra. El cuento es de Syria Poletti» (Isidoro, Conversaciones durante las pruebas). Habría que ver cómo maneja la palabra ala Syria Poletti. Le conté el cuento a la doctora, sin recordar que al llegar al restaurante me había dicho «estoy con un hambre bárbaro».
El poncho de los pobres: el sol, en el habla porteña. No digo que la expresión sea exclusivamente porteña; sé que es porteña, y tan grande es mi ignorancia que ignora que a lo mejor es también de otras regiones.
Definición. Psicoanálisis: Una seudociencia, que halla justificación en su eficacia curativa, que no existe.
Vida ejemplar. Primero trabajó para vivir tranquilo. Después, para morir tranquilo.
Retrato.
Plácido y sedentario en alto grado,
si se para, uno cree que está sentado.
En todo ve un significado oculto; se engañan así quienes no quieren que los engañen.
Enferma. Si le dicen que alguien está tan enfermo como ella, se ofende.
Yo elegí, para que me acompañaran en la vida, mujeres. Si pienso en las elegidas me pregunto si no elegí mal.
Frase compuesta de palabras horribles. «Como dijo alguien, en toda hija esquizofrénica se reconoce una madre esquizofrenosa».
«El changador de la esquina» solía decirse en mi infancia. Creo que ya no quedaban changadores en las esquinas.
Recuerdo para «Mi vida con las mujeres». Cuando Borges, en 1943, se enteró de mis amores con Faustina, me dijo algo que incluía la reflexión: «Nunca uno sabe en qué concluyen esas cosas». Yo le aseguré que el hecho no traería ninguna catástrofe, y sentí que su reflexión parecía dudar de mi control sobre las pasiones. Yo le demostraré, pensé, que no pierdo la estabilidad así nomás.
En realidad, yo tenía razón, porque los amores vienen acompañados de tantas molestias, que uno se siente afortunado de que las tardes concluyan y de poder volver a su refugio.
En el verano del 71, cuando todavía se mantenía en la lista de best-sellers Diario de la guerra del cerdo, la escritora me visitó en la estancia. Nuestra conversación Huía cordialmente, hasta que hablé de la nueva novela que tenía en preparación:
—¿Cómo? ¿Ya estás escribiendo otra? —me preguntó, con la cara torcida por el despecho.
Obreros del aburrimiento universal. ¿Cuántas personas en el mundo, mientras usted lee estas líneas, dirán a su amante que debiera dejarlo? O dejarla, porque no ha de haber menos hombres que mujeres proclives a dar tales tediosos comunicados.
Idiomáticas.
Perdedero. Úsase frecuentemente en la frase perdedero de tiempo. Dícese de algo que ocasiona pérdida de tiempo. «Hay que volver a los chasquis. El teléfono es un perdedero de tiempo».
Lo saqué cortito, lo saqué al trote: lo eché, en el habla porteña. Lo saqué cortito, zapateando, al trote, carpiendo, con cajas destempladas, a espetaperros, vendiendo almanaques, con la cola entre las patas. Modismos que expresan, con diversos matices, la manera violenta y eficaz con que expulsamos a alguien.
Coincidencias inútiles. El único Arcadio que conozco, Arcadio Bustos, me dijo ayer en el club: «Mire lo que son las coincidencias. Me he pasado la vida sin encontrar un Arcadio, y esta mañana abro La Prensa, leo que murió un señor Arcadio Bazán y que en el entierro habló un señor Arcadio Jiménez».
El 15 de septiembre es el día dle los ancianos japoneses (y de un anciano argentino).
El señor Tumey no quería jubilarse. Le preguntaron por qué. Dijo: «En el mismo momento en que un hombre se jubila, pasa a trabajar, en su casa, de mucamo».
Parece que un señor conocido como el Negro Elía dijo:
—Cuando una mujer me gusta, invariablemente me dicen que se acostó con medio Buenos Aires e invariablemente yo me quedo en la otra mitad.
Drago es mi amigo de toda la vida, una suerte de hermano, con el que consulto la realidad, para maravillarme finalmente por el hecho de que cada uno por su lado ha llegado siempre a las mismas conclusiones. Para un libro que están escribiendo sobre mí le preguntaron cómo empezó esta prodigiosa amistad, que viene de cuando teníamos tres años de edad. Drago contestó: «Porque nuestras niñeras, Visi y Pilar, congeniaron y se divertían conversando juntas».
Cuando yo era chico en Francia todavía había gente que decía «Je vais prendre un fiacre» por «un taxi». (Los primeros coches de alquiler tenían la cochera en la rue Saint Fiacre. Este santo, que llegó de Irlanda, fundó un monasterio en Breuil).
Un taxista, de voz aflautada y doliente, me dijo:
—En este país, los únicos que trabajan son los coreanos y los bolivianos.
El taxista, que parecía un hombre educado, observó: «Son los únicos laburantes». La inclusión de los bolivianos en esa frase me sorprendió. Yo los conocía como vendedores de limones, en la vereda de los mercados. Lo que sé es que tanto bolivianos como coreanos son objeto de animadversión. Me contaron de médicos que no creían necesario gastar anestesia en partos de bolivianas. Mi autoridad en el asunto de palabra defendía a las bolivianas y atacaba a esos médicos. En cuanto a los coreanos, creo saber que hay indignación contra ellos porque no se resignaron, a trabajos rurales y porque son esforzados y prósperos comerciantes.
Veraz pero tonto. Le dije que empecé mis lecturas con avidez pero sin ningún discernimiento ni criterio. Gamboa replicó:
—Yo empecé con el mismo criterio que tengo ahora. No lo digo con jactancia, sino porque fue así nomás. Yo elegía los libros según la edición: quería ediciones lindas.
A José María Peña se le debe (entre otras cosas, como haber cuidado y hermoseado San Telmo) un libro de admirables fotografías titulado Buenos Aires anteayer. Las fotografías son buenas, asombrosas, significativas. Los textos, breves. En uno comenta un aviso (que se ve en la fotografía) del cognac Domecq y en otro un letrerito en un café. A pesar de que la palabra Domecq está en la fotografía, Peña escribe: Domec; a pesar de que en un avisito de un almacén se lee: Las ventas son únicamente al contado, «transcribe», de modo cacofónico, Las ventas son solamente de contado. Dicho esto, hay que expresar la mayor gratitud a Peña por el libro, por las fotografías y por las utilísimas acotaciones.
Sueño.
Presuntos materiales del sueño:
«Encuentro con una amiga», convertida en una matrona asaz diferente de la muchacha que fue en un tiempo de nuestros amores. Cortésmente la felicito y me felicita: «Qué bien estás», etcétera.
Visita de los hijos de una cocinera que tuvimos hace años, una criolla bastante zaparrastrosa. En una ocasión se quedó conmigo sola en Mar del Plata, porque Silvina y Marta habían ido a Buenos Aires. Yo debía de tener fama de acostarme con todas las mujeres, ya que cuando nos quedamos solos deslizó una frase que significaba «ahora que estamos solos». Me hice el desentendido. No tenía ánimo para tanto… Siempre recordé a esa mujer con pena de haberla quizá ofendido.
«Lectura de una entrevista a un soldado de la guerra de Malvinas, donde se cuenta el viaje en avión y la llegada a Puerto Argentino. Dice el soldado: Cuando uno llega a una ciudad desconocida, lo primero que hace es orientarse. Aquí está el Norte, allí el Sur, etcétera. En las Malvinas no me enteré de nada. Ni me dijeron cómo se llamaba la montañita donde acampamos».
«Una amiga me cuenta su visita a un ginecólogo. Me dice: Me pareció más simpático que la primera vez. Quizá porque no me revisó».
Sueño: Viajo en un avión, con una amiga. Entiendo que para llegar a donde voy, debo tirarme con paracaídas. Aunque sufro de vértigo y siempre he pensado con horror en la hipótesis de tirarme en paracaídas, en el sueño estoy confiado en lo que haré. No llega el momento de ponerme a prueba porque siento los saltos del avión que toca tierra y veo, por la ventanilla, que ya estamos aterrizando por las calles de una ciudad medieval, terrosa, soleada, con casas de piedra. Bajamos del ómnibus (en esa parte del sueño, el avión se había insensiblemente convertido en ómnibus) en la plaza principal. Por ahí encuentro a una amiga, ahora bastante amatronada. Como soy médico (en el sueño, nomás) la reviso. Está vestida con un delantal y debajo no lleva otra ropa. Comenta eso risueñamente y se ruboriza. Le digo que debajo de mi guardapolvo estoy desnudo. Para cerciorarse me palpa. Me despido, porque debo seguir con mis visitas médicas. Me interno en la ciudad. Sucesivamente visito y ausculto a tres hermanas de mi primera paciente: como ella, son mujeres grandotas, pesadas, amatronadas, no muy jóvenes, con aspecto de salud y limpieza. Pienso que no debí avanzar por esa ciudad desconocida sin tomar precauciones. Estoy desorientado. No sé si encontraré a mi compañera de viaje, la que me acompañó en el viaje. La ciudad es chica. Fácilmente encuentro la plaza y, en un banco, a mi amiga. Se alegra de que haya despachado con rapidez mis visitas médicas. Le explico: «Todo es muy simple. Uno mira al paciente, lo toca un poco, le da unos consejos. Creeme: si no fuera médico, lo haría igual».
Otro lector ávido. Parece ser que Hemingway, antes de volver a su casa, paraba en el quiosco del diarero y compraba un montón de revistas de toda laya, semanarios de actualidad, etcétera, y, después de comer, se quedaba leyendo hasta la madrugada.
Como si fuéramos todos conformistas, en este país está mal visto prever dificultades, por probables que sean. Hay que ser optimistas, y lanzarse a locuras como la guerra de las Malvinas sin pensarlo dos veces. Todo el mundo es patriota y si alguien duda sobre el resultado de la patriada es un traidor. Los patriotas que no vacilaron antes, cuando las cosas se ponen amenazadoras, razonablemente, sin inútiles intentos de resistencia, proceden a una rápida rendición.
La mujer quiere menos al marido que a su matrimonio.
El marido quiere menos a su mujer que a la plata que ahorra por no divorciarse.
La novia quiere sobre todo la fortuna del novio; y si éste es viejo, la herencia.
Sin duda, la enfermera y el médico quieren más a su abnegada profesión que al enfermo.
Demasiada actividad
Aprendí de una bruja, que es un hada,
El curioso placer de no hacer nada.
El detalle molesto. El infartado había reaccionado tan bien que el médico anunció: «Mañana lo damos de alta» y bajó a la sala de médicos del primer piso, a ver una película pornográfica. En eso estaba cuando le avisaron que el enfermo había tenido un paro cardíaco.
Otra negligencia en el libro Buenos Aires anteayer. En la página 62, líneas 1 y 2, se lee: «El Pabellón de los Lagos fue construido en 1901». En la página de enfrente, 63, línea 1, se lee: «El Pabellón de los Lagos inaugurado en el año 1900 en Palermo». ¿Lo inauguraron el año anterior al de su construcción? ¿O primero lo inauguraron en Palermo y después lo construyeron? Trop de zéle no es defecto argentino.
Una multitud de peregrinos va a pie de Buenos Aires a Luján. En el camino, una amiga mía vio pasar rápidamente, rumbo a Luján, un automóvil tripulado por un cura y una mujer, que llevaba sobre el techo, en grandes letreros, la inscripción: Venga con nosotros, a pie, hasta la Virgen.
Idiomáticas. Para mal de mis pecados. ¿Cómo si dijera «para empeorar aún las cosas»? ¿O, simplemente, «para castigo de mis culpas»? Para mal de mis pecados, abro la puerta y me encuentro con el cobrador.
Confesiones de un alcornoque o insistencias de un error. En el Times Literary Supplement leo una nota muy elogiosa sobre un Dictionary of Symbols de un tal Cirlot. Lo encargo. Cuando lo recibo, descubro que Cirlot es un catalán y que el libro está traducido del español. La estupidez de haber comprado la traducción inglesa de un libro español me avergüenza; tal vez por eso casi nunca recurro a ese volumen, que duerme, poco menos que olvidado, en su anaquel. Los otros días veo en la librería Fausto un diccionario de símbolos; no lo compro, porque el precio, 440.000 pesos, me parece excesivo. Quedo, de todos modos, con ganas de comprarlo. Cuando voy a la librería Fray Mocho, le pregunto al patrón, que es un amigo, si tiene el libro y a cuánto me lo dejaría. Cien mil pesos, me dice. Lo compro. Lo consulto varias veces, hasta que Silvina se lo lleva a su escritorio, para copiar figuras de animales, para unas viñetas que le pidieron. Quiero ver qué dice de dioses y divinidades. No lo encuentro. Entonces me acuerdo de que tengo un diccionario de símbolos en inglés. Lo busco. Lo encuentro. Lo consulto. De pronto descubro que es la traducción del comprado en Fray Mocho. Es decir que dos veces compré indebidamente el libro. Primero en inglés, cuando podía comprarlo en español. Después en español, cuando ya lo tenía en inglés.
Noto que siento un poderoso afán de satisfacer los deseos del prójimo (no leer esto buscando doble sentido, por favor). Si a Silvina le gusta, o le cae bien, el yogurt descremado de ananá, para reunir seis o siete potes recorro las rotiserías del barrio. Sin embargo, me faltó coraje para satisfacer el deseo de aquella mujer, en Mar del Plata.
15 septiembre 1982. Cumple mi sesenta y ocho aniversario escribiendo y acostándome con mujeres como siempre. Como desde hace cincuenta y cuatro años por lo menos.
Historia de amor. El hermano de N., que se fue a vivir a España con su mujer y sus hijos, encargó al suegro la venta de la casa de Bariloche: el único bien que tenían. El suegro encontró comprador; pero el juez de menores no daba la autorización para la venta, aunque tenía la prueba de que los dueños de la casa ya habían comprado otra en España (de modo que con la venta de la casa de Bariloche no los descapitalizaban). La situación se prolongó, con toda suerte de inconvenientes para el hermano de N. y su mujer: si no vendían la casa de Bariloche, no podrían pagar la nueva, etcétera. Finalmente, se descubrió que el señor encargado de la venta tenía la autorización del juez desde hacía mucho tiempo: quería hacerles imposible a su hija y a su yerno la situación en España para que volvieran. Extrañaba a su hija.
17 septiembre 1982. Sin lumbago, sin tortícolis, mejor, con menos deudas.
Sábado 18 septiembre 1982. A la tarde, José me refiere: «Una amiga, casada con un almirante, le dijo hoy por teléfono a mi mujer: Para peor al desgraciado que tengo en casa le gusta ponerse el uniforme».
A la noche soñé que estaba en un velorio y que la mujer del muerto, formulaba este epitafio:
A él siempre le gustó cambiar de ropa,
y comer pan tostado con la sopa.
Al enterarse de la rendición en las Malvinas, Federico Aldao se desplomó desmayado.
Idiomáticas.
Ladeado: enojado, resentido. Se torció: se resintió. Ladero. «Lo trajo de ladero»: de acompañante, de escolta y apoyo.
Estar chaucha, o un poco chaucha: sentirse mal, fuera de caja, etcétera.
Cusí cusá. Dícese de algo que es mediocre, regular para abajo. «Esta pollera le salió cusí cusá», dice la señora a la modista.
Un generoso. Silvina le pregunta a Bengoa si escribió en La Nación una nota sobre María Rosa Vieyra. El interrogado protesta con auténtica indignación: «¿Cómo yo voy a escribir sobre una persona tan poco importante?».
La comisaría 49, en el barrio de Villa Urquiza, de Buenos Aires, es conocida en la repartición como la Estancia. Quizá porque tuvo plantas (¿hasta un árbol?) o porque su portón de dos hojas recuerda una tranquera.
Lo que no rima en España, a veces rima entre nosotros. Véanse los endecasílabos de Calixto Ayohuma:
Dueño y señor de hacer lo que tú quisieres,
¿te esmeras en plagiar a don Juan Pérez?
Idiomáticas. Dolamas. Dolencias. Palabra de argentinos del siglo pasado. Mi abuela decía: «Aquí me tenés, llena de dolamas». También decía: «Estoy hecha doña Calores», cuando tenía calor. También: «Estuve con cuidado», por «estuve preocupada» (de que te pasara algo), ansiosa porque alguien tardaba.
Paso por un país conocido. Me dijo: «Cuando quise que me quisiera no me quería; ahora que no quiero que me quiera me quiere».
Después de leer su vida por Anger, pienso que Chapelle (Claude-Emmanuel Levillier) fue una persona muy querible.
Lo que trata de que me entre en la cabeza: Me ha dado sus mejores años y en compensación debo dejarla bien pertrechada. Con tanta insistencia lo repite y me recuerdo que por la ley de la vida pronto la abandonaré en este mundo hostil, que llego a preguntarme si no me ha dado todos esos años en la seguridad de que estarán compensados por lo que recibirá a mi muerte. Una sospechosa compañera para el descenso por la pendiente final. Sospechosa de impaciencia, por lo menos.
Tudora Sandru Olteanu, traductora rumana de Dormir al sol, dice (en una carta de septiembre de 1982) que la conmovió una frase mía, leída en un reportaje: «Yo creo que todos merecemos compasión, porque somos unos pobres diablos heroicos por el solo hecho de estar vivos».
¿Qué tengo en contra de la Barrenechea?[13] ¿Qué escribió, en elogio de una novela peruana, La multiplicación de las viejas, para denostar de paso el Diario de la guerra del cerdo, porque «se pretendía realista y los personajes no empleaban al hablar las palabrotas que hoy son de rigor»? Como ven, no me asiste ninguna razón valedera, salvo tal vez la de salvada del olvido, ya que algún anotador del futuro pondrá un asterisco y al pie de la página recordará que Ana María o María Rosa Barrenechea era una profesora, o crítica, argentina y que enseñó vaya uno a saber qué y cómo en universidades norteamericanas que, por lo visto, no eran demasiado exigentes.
Idiomáticas.
Tun-tun. Al tuntún (quizá por onomatopeya, como los golpes exploratorios de un bastón de ciego): a ciegas, de cualquier modo, salga lo que Salgari.
Quedar, quedarse, por guardar. Me lo quedo. Modo de hablar corriente en Buenos Aires, en 1960-80. ¿En otras regiones? Francis me trajo su artículo sobre las clases sociales. Dentro de semanas me preguntará: «¿Me lo vas a devolver o te lo quedás?».
Charivari. Cencerrada, jaleo. Cortejo de gente que hace música o bulla, con sartenes, cacerolas, teteras, etc., en burlesca celebración de casamientos absurdos. Digamos que la novia tuviera 29 y el novio 68. Definición del Oxford English Dictionary: «Una serenata de música rouge», con los instrumentos que antes menciono, en burla de bodas incongruentes. Charivarium. En Italia, mattinata; en Cerdeña, corredda.
Anglicismos: reificar, irrelevante. ¿Por qué no vicariamente?, que sería útil.
Sabiduría casera. Cuando hay tormenta se corta la leche.
De Jorge Borges (padre del escritor): «Vale más una mentira dichosa que cien verdades amargas».
Mundos cerrados. Le pregunté cómo hacía el marido de Maruja, el colectivero, para no arruinarse por las sucesivas locuras de su mujer: mudanzas continuas, malvendiendo lo propio y comprando a cualquier precio, reformando los departamentos y casas, para renunciar a ellos cuando están listos, etcétera. «¿Cómo? ¿No sabe? —me contestó—. Maruja tiene un tío soltero, que la quiere como un padre, y que es la persona más generosa del mundo. Es verdad que la plata le sobra. Imagínese que es inspector municipal y que pone la última firma para habilitar una obra. Piense en todo lo que se edifica en Buenos Aires, y en todas las coimas que recibirá ese hombre de Dios».
Idiomáticas.
Despropósito. Bien mirada, es palabra curiosa.
Chusmear. Desde hace un tiempo se dice por chismear.
Tole-tole. Desorden, zafarrancho, barullo, batifondo, gresca. «Se armó el tole-tole, o un tole-tole de la madona».
Alma. Llámase alma ese conjunto de mañas molestas, hasta dañinas, que tienen los otros.
Idioma de Yrigoyen:
Efectividades conducentes: disposiciones y recaudos para llevar algo a buen término.
Patéticas miserabilidades: el «factor económico», el dinero.
Extraño uso de la preposición «de». La ciudad de Bueno Aires, de París, de Chascomús; el partido de Las Flores, de Tapalqué. En cambio, la estación Pardo, la estación Vicente Casares, la estación Dr. Domingo Harosteguy, sin la preposición.
Byron (el más valiente de los hombres) se casó por debilidad y por la pereza de aclarar un malentendido.
En un artículo del Times Literary Supplement del 22 de octubre de 1982, sobre Group Portrait (un libro de Nicholas Delbanco), leo: «… la hostilidad de por vida entre Wells y Ford, que culminó en la publicación de The Bulpington of Blup». ¿Significa esto que el Bulpington era Ford Maddox Ford? Si no, ¿qué puede significar la frase?
El neo-criol de Xul Solar. Pli: complicado. Cónfera: conferencia. Ronso: equivocado, errado. Entó por entonces. Upa: arriba. Neo-belleza: muchacha linda («Este año hay muchas neo-bellezas»). Pesi cae: por cae de su peso.
Elena L., con acento alemán y tono dogmático: «A los cincuenta años tuve una lesión en el hombro y entendí que debía renunciar al tenis de campeonato. Había llegado la hora de seguir mi vocación. El bachillerato de arte, que yo había seguido cuando chica, no me servía para entrar en la facultad. En un año hice el bachillerato y después me metí en medicina. Me recibí en 1970. Por un año fui residente —gratis, porque a las veteranas ¿quién les va a pagar?— y después pasé dos años en Inglaterra, en un hospital, practicando mi especialidad, cardiología, y sobre todo aprendiendo, aprendiendo siempre. A poco de volver aquí murió papi. La casa me quedaba grande, entonces la transformé en un centro para reeducación de infartados. Ya pasaron por mis manos más de mil muchachos: los llamo así porque desarrollo con ellos un buen compañerismo. Después de ver cerca de mil casos de infarto, ¿sabés, Adolfito, cuál es mi primera conclusión? Que las mujeres, Adolfito, son unas hijas de una tal por cual. El hombre a los cincuenta años —la edad predilecta del infarto— al fin sabe lo que quiere y al fin puede tenerlo. Pero entonces cierra los ojos y se muere. ¿Sabés por culpa de quién? De su mujer, que pide todo —nuevos departamentos, coches, viajes— y que no da nada. ¿Sabés cómo expresan su amor por el marido? Prohibiéndole cosas que quiere, porque dan colesterol o pueden hacerle mal. Son ellas las que le hacen mal. ¿Nunca has pensado por qué solamente el 6% de los infartados son mujeres? ¿Por alguna razón fisiológica? No te dejes engañar, Adolfito. Porque llevan una vidorria envidiable, mientras el marido se mata para darles toda clase de lujos, y porque realmente nada las preocupa. ¿Vos creés que alguna vez una mujer me llama para preguntarme cómo va el marido? ¡Nunca! Si me preguntan algo, es "¿Cuándo volverá al trabajo?"».
Toda revolución aumenta los dolores del hombre. ¿Por qué no se desacreditan? Porque todo gobierno es odioso; porque en las luchas revolucionarias el buen lado es el de los insurgentes. Cuando los insurgentes son gobierno, los más crueles triunfan —porque la represión es bien vista— y los ajusticiamientos se multiplican, por espíritu de venganza y por una razón práctica: no dejar enemigos que pongan en peligro el nuevo régimen.
Muerte del doctor Mario Schnir. Murió el martes 2 de noviembre de 1982, de un infarto. Ejecutaba precisión, porque quiropraxia con admirable suavidad y debía de conocer el aparato locomotor mejor que nadie y porque, habiendo tenido cuatro infartos, no quería forzarse. Alguna vez me dijo que le gustaba mucho la medicina; sobre todo su especialidad, porque en ella pocas veces tenía que anunciar calamidades a los pacientes y casi siempre les traía alivio. Yo sé que a mí me salvó de grandes dolores; además, el hecho de que él existiera me comunicó seguridad: porque estaba Schnir nada muy malo me ocurriría en la columna. Me dijo que él debía portarse bien, para ir al cielo, donde no podía haber lumbalgias ni discosis. En el infierno, seguramente abundaban; si llegaba ahí, no se salvaría de que lo nombraran jefe de sala de traumatología. Schnir era muy músico y bastante lector. Tenía poco más de setenta años.
Idiomáticas. Qué tan.
Cariño, dicen hoy a su mishé
las minas, qué tan bien que se te ve.
Este qué tan, como el cariño por querido, son contribuciones del Caribe en nuestra habla, vía series de televisión norteamericanas, dobladas allá en el norte.
Cuando leo sus recuerdos, en Mi último suspiro, siento amistad y admiración por Buñuel; pero en los capítulos en que habla del surrealismo, lo encuentro un tanto bobo. Posiblemente un tema idiota infesta de idiotez a quien lo trata, sobre todo si lo recuerda con nostalgia.
En la calle, pensamientos de algún modo coincidentes.
Nos miramos en los ojos, con una chica, y pensamos:
—¡Si tuvieras dos años más!
—¡Si tuvieras cuarenta años menos!
Idiomáticas. Muy cocorita dícese de personas altivas, impertinentes, furiosillas, como decía no sé quién. La forma española cócora («persona molesta e impertinente por demás», según el Diccionario de de la Real Academia) se usa poco entre nosotros.
El pobre Mallea, que murió el 12 de noviembre de 1982, pasó los dos o tres últimos años de su vida en la noche de la arterosclerosis. Un maligno comentó: «Ya estaba acostumbrado». Según Cicco, dejó una inmensidad de papeles en desorden: «Qué desgracia. No hay nadie para ordenarlos. No sé que pasará con todo ese material. Qué desgracia».
Posible aclaración de un misterio interesante. En el entierro de Mallea reapareció nuestro amigo, el diariamente endomingado dentista de Caballito, devoto de la literatura, que durante un largo período venía a comer a casa, noche a noche, o poco menos, siempre con rosas para Silvina, y que abruptamente, sin explicaciones, se hizo negar cuando se lo llamó, para desaparecer de nuestra vida. En el cementerio, Silvina lo encontró flaco, pálido, desmejorado, por así decirlo… Muy avergonzado y afectuoso, explicó su conducta: se había enamorado de una chica; iban a casarse; tenían todo listo, muebles y departamento, cuando la chica desapareció, rompiendo la promesa de casamiento que le había dado… Él quedó «destruido», tristísimo.
La situación, acaso cómica para terceros, puede ser dolorosa para quien la sobrelleva.
Mi amigo Miguel, el librero de Fray Mocho, me muestra La cifra de Borges y comenta: «Este material se vende mucho», después me muestra Carne picada de Asís, y comenta: «Este material se vende poco y sólo para regalos». Insiste en la diferencia entre el material que se compra para lectura y el que se compra para regalo.
Idiomáticas.
Redondo. Dícese de un número entero, no fraccionado: Cien mil pesos redondos, ciento cincuenta mil redondos.
Noño. De un plato de comida: insulso. De una persona, generalmente precedido de muy: remilgado. Esta acepción ¿es fruto de un error y se limita al habla de unas pocas familias porteñas? No sé.
Farmacéuticos en Suiza tomaron a mal que yo me lavara diariamente la cabeza y me pronosticaron una pronta calvicie. En los cincuenta y ocho años vividos hasta entonces, el efecto no se había materializado; signos de estragos no advertí en los diez años siguientes.
En la revista Gente reproducen una vieja fotografía de Silvina, Mallea, Helenita y yo, tomada en casa (Posadas 1650). Yo aparezco en ella con expresión tensa en la cara por ser esa foto una de mis primeras experiencias con autodisparador, y por haber corrido para sumarme al grupo, de miedo a que el obturador funcionara antes de mi llegada. El texto adjunto declara que fue tomada por mi padre, con lo que al menos para mí se convierte en otra persona. Por torpeza manual y por repulsión a las máquinas, mi padre nunca sacó una fotografía, ni supo manejar automóviles, ni andar en bicicleta, a pesar de haber tomado lecciones. Según él no sabía hablar por teléfono. ¿Qué importa?, preguntará algún lector. Tal vez nada, si no nos parece mal que todos colaboren en la deformación de la verdad.
Risum Teneatis. En estos días (noviembre del 82), alguien dijo que Mallea fue escritor más completo que Borges.
Cuando yo estaba enamorado (desde mi butaca del cine) de la actriz Louise Brooks, hacia el 23 o el 30, nadie compartía mi admiración. Hoy en día hasta los ridículos pedantes de los Cahiers du Cinéma la elogian.
La proximidad de la muerte escarmienta por un rato.
A los que hagan guiones con mis relatos. «En un guión me parece lo esencial el interés mantenido por una buena progresión, que no deja ni un instante en reposo la atención de los espectadores. Se puede discutir el contenido de una película, su estética (si la tiene), su estilo, su tendencia moral. Pero nunca debe aburrir» (Luis Buñuel, Mi último suspiro).
Frase oída con frecuencia: «Cualquier cosa, me llama».
Observador atento de la realidad, has vivido veinte años en la torre y hoy dijiste: «Qué raro, no sabía que fuera verde». Al rato nomás te enteraste de que estaban pintándola de verde y de que siempre había sido gris.
En una peluquería de Sainte Maxime, donde estaba afeitándome, una mañana de 1954, me enteré, por un suelto del diario Nice Matin, de la muerte de Colette. Recuerdo el hecho, no por la escritora, a quien nunca admiré de veras, sino por aquellas mañanas, aquellos días y aquellas noches en Avallon. Iba a la peluquería para escapar un poco de la tirana de turno. En el recuerdo fue una época feliz, los lugares me gustaban; el paso de una situación a otra, la expectativa consuetudinaria, me divertían; la vida con una mujer tenía, como tuvo siempre para mí, encanto aun cuando el alma de la mujer que me tocara en suerte lo estropease; porque sabía que era provisoria, que de algún modo me desembarazaría de ella para seguir la picaresca de la visa, el trabajo de zapa de mi compañera no me preocupaba demasiado.
Pancho Murature dijo que Luisa Mercedes Levinson parece una cama deshecha. Realmente dijo an unmade bed. En español no pierde la fuerza.
Pobres perros, para el amor tan dispuestos y tan resignadamente frustrados.
Versos de calendario:
Mis padres —y no Buda ni Mahoma—
tienen la culpa si esta vida es broma.
Mujeres. Máquinas de transmitir tensiones. Las encendemos por un rato, por placer. Si quedan encendidas nos mandan a la tumba.
Dicen que me mantiene joven la sociedad de las mujeres. ¿Joven?, me pregunto, cuando me veo en un espejo. En todo caso, a cierta edad más de una vez nos preguntamos: ¿me quedo solo o sigo con ellas? Quedarse con ellas tiene por lo menos el encanto de permitirnos por un tramo suplementario la continuación de nuestra vida de siempre. Desde luego, como son muy francas, nos lo hacen pagar. Debemos, pues, prepararnos para oír frasecitas como: «Espero que, si te pasa algo, no me encontraré desamparada. Acordate que te sacrifiqué mis mejores años. ¿Vos creés que otros me querrán cuando vos no estás a mi lado?»
Todo álbum de fotografías es patético. Aun los ajenos. Aun el impreso y publicado, de Lartigue.
En esta época perneada de psicoanálisis, cuando alguien nos malquiere, conviene decir: «Está muy enfermo».
Otra mujer. Por lo menos le agradeceré el bienestar que me da cuando está lejos.
«¿Para qué verse?»[14] —decía Johnny Wilcok.
En el Times Literary Supplement del 17 de diciembre de 1982 leo un artículo sobre Les Rêves et les Moyens de les Diriger (1867) de Hervey de Saint-Dénis (Marie Jean Lion Hervey, Baron de Jucherau, Marquis de Saint-Dénis, 1822-1892). Sus observaciones: (1.ª) el hecho de que en el sueño sepamos que soñamos, demuestra que los sueños son fenómenos psicológicos, no fisiológicos; (2.ª) nuestra posibilidad de alterar los sueños (yo, ABC, la tengo) prueba la existencia de libre albedrío; (3.ª) la posibilidad de guiar los sueños podría utilizarse en medicina, en el tratamiento de las pesadillas, de los sueños ansiosos y de las emisiones nocturnas (que Hervey de Saint-Dénis llama «desdichados incidentes»); (4.ª) la capacidad de estar lúcidamente consciente de estar soñando permite una investigación introspectiva de las leyes de asociación de ideas y de las relaciones entre las ideas, las imágenes mentales y la memoria; (5.ª) el estudio de los sueños prueba la falsedad de la remanida comparación del sueño con la muerte y más bien demuestra la verdad del dicho «la vida es sueño». En su afán de investigador, Hervey de Saint-Dénis durante una temporada cada vez que una orquesta tocaba determinado vals, lo bailaba con la misma hermosa mujer; y cada vez que la orquesta tocaba otro determinado vals, lo bailaba con otra mujer; igualmente hermosa, pero de tipo diverso. Después ordenó que las dos piezas se grabaran en el repertorio de una caja de música; conectó la caja de un reloj despertador, que a diferentes horas de la noche le tocaba uno u otro vals; así descubrió que cada vals le sugería en el sueño la imagen de la correspondiente mujer, «la que en el sueño no se le aparecía necesariamente en un baile o vestida para bailar».
Vocabulario sexual de los romanos.
Verpa: pene con el prepucio bajo, por erección, exceso de actividad sexual o circuncisión.
Mentula rigida o mentula languida, pene.
Passer (gorrión): pene (Catulo, Marcial).
Virginal, virginale: genitales femeninos (en latín imperial).
Pedicatio: sodomización.
La intimidad de la cocina no me alegra
Acercamiento al animal. En un film documental vi y oí a un viejo inglés en Kenya que, imitando la voz de los elefantes, los atraía hacia él. El 13 de enero, en el Rincón Viejo, en Pardo, vi y oí a Ezequiel Ruiz Luque, junto a un alambrado imitaba diversos mugidos de vacas y de terneros. Los animales, que huían, al oírlo se detuvieron y con una simultaneidad espectacular volvieron sus caras, flanqueadas por atentas orejas. Insistió Ruiz Luque, y los animales empezaron a acercarse, llegaron hasta muy cerca, mirándonos con una atención que las abiertas orejas no disumulaban.
Pardo, 13 enero 1983. Después de un agradable, aunque sucinto (carne y papas) almuerzo en la estancia, expliqué a Ruiz Luque mi resignación, quizá temporaria, al tambo de Rojas y mi preferencia por agricultura en el campo bueno y por invernada en el más bajo; mi voluntad de no permanecer más allá de los dos años inevitables en una sociedad de familia, aun a costa de anular la eficacia de la explotación; en la imposibilidad de que estoy —me atreví a decir estamos, porque la situación de mis socios está más comprometida que la mía— de emprender nuevas deudas. Prefiero, dije, que mi tambo sea por un año una tapera a fundirme en ese año y tener que vender Rojas.
Mi amiga me dice que la demora de 48 horas para dar la visa del Consulado francés le hará perder el avión a su hijo. Me ofrezco a intentar una conversación con el cónsul. Ya me iba cuando recapacité: buena ocasión para ponerle la cinta de la Legión de Honor. No la encuentro por ninguna parte. Tal vez podría cortar una tirita de la cinta de Comendador de la Legión de Honor de mi padre. Imposible abrir el cajón de la mesa donde están las condecoraciones de mi padre. No encuentro la llave. Encuentro, sí, la caja con la cruz de mi Legión de Honor y pienso que si le corto una tira a la cinta quizá pueda arreglarme. Para no dejar rabona a la cruz, corto una cinta insuficiente, que en casa fijan con hilo y aguja y alfileres al ojal de mi solapa. En el Consulado me atiende un barbudo impaciente. A mi pregunta de si puedo ver al Cónsul, contesta con otra pregunta: «¿Cuál es su problema?». Lo explico y me dice: «Que el joven venga con su pasaporte y ya veremos qué podemos hacer». Mi nombre y la circunstancia de tener la Legión de Honor que alegué (horresco referens) no merecieron, por fortuna, su atención. También por fortuna, al chico le dieron la visa inmediatamente.
Estilo paratáctico. Estilo en que las cláusulas se suceden sin palabras que denoten relación, coordinación o subordinación: «Una vez hubo una princesa y se internó en el bosque y descansó junto a un fresco arroyo» [Los hermanos Grimm, «El rey de los sapos»].
Ya me iba, pero veo frente al ascensor a una señora tan evidentemente ansiosa, que me acerco un poco y le digo:
—El ascensor principal está descompuesto.
De mal talante, me contesta:
—No comprendo.
Pienso que ha de ser sorda y me acerco más.
—El ascensor principal está descompuesto —insisto—. Va a tener que subir por el otro.
—¿Otro? ¿Por qué?
—Porque éste no funciona.
—¿Por qué no han puesto un letrero que diga «No funciona»?
—No sé, señora,
Ya en el ascensor de servicio, me pregunta furiosa:
—¿En el 3.º es la embajada libia?
—No, señora. Ya no están aquí. Se han mudado.
—La guía da esta dirección.
—Porque hace poco era aquí. Ahora se mudaron.
—¿Dónde?
—A Belgrano.
—¿Sabe la dirección? ¿Sabe el teléfono?
—Yo no sé nada, señora. Hable con el portero.
—¿Por lo menos sabe dónde está el portero?
—Sígame, señora.
Frente a la puerta del departamento del portero la dejo, no sin gritar antes:
—¡Eladio!
Desde lejos me contesta el portero:
—Ya voy.
Veo que la señora aparta a Karin, la hija de Eladio, y se mete en el sancta sanctorum, donde nadie se atreve a penetrar.
A la noche, cuando vuelvo a casa, lo encuentro a Eladio y le pregunto cómo le fue con la simpática señora que le traje.
—Cállese —me dijo—. Yo estaba en el baño cuando la señora se metió en el departamento. Abro la puerta y me encuentro con esta sargentona, que me dice: ¿Baño? ¿Baño? Déjeme pasar. Porque yo no sabía quién era y estaba muerto de vergüenza, me le crucé por delante. De un manotón me apartó y diciendo: «No aguanto, ya no aguanto», se encerró en el baño. Después quise ver si no se había alzado con algo, pero acabé por desistir.
Decadencia. Melancolía de viejo escritor. En la relectura de sus textos de juventud, que siempre tuvo por mediocres, la perplejidad de no saber si ahora podría escribirlos tan bien.
18 enero 1983. Muerte de Arturo Illia, ex presidente de la República. Sus virtudes primordiales fueron la falta de ostentación, de fanfarronería y la honradez: no robó. Profesaba el respeto por la Constitución. No persiguió a nadie. Posiblemente en la historia quede como prócer, lo que me obliga a pensar en la extrema pobreza de la época. Políticos, hoy en día, no vanidosos, hombres públicos no ladrones: seguramente no muchos en nuestro país. Los diarios dedicaron abundantes páginas a Illia y a su muerte. Unos pocos centenares de personas lo acompañaron a la Recoleta, y esos pocos no parecían acordarse de él ni de su muerte. Vociferaban: ¡Viva Perón! ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva Illia! ¡Abajo los militares! Mi secretaria, que vio el cortejo en Ayacucho y Las Heras, me dijo: «Llevaban a pulso el ataúd, que se zarandeaba peligrosamente». De los que formaron el cortejo, muchos desertaron antes de llegar a la Recoleta. Una circunstancia curiosa: Illia había pedido que lo enterraran en Cruz del Eje (Córdoba), donde fue médico muy querido. Mi secretaria me contó que, en Buenos Aires, Illia iba a su misma panadería. Muchas veces lo vio con un paquetito de factura. Siempre iba solo.
Parece una mezquindad recordar ahora que su gobierno fue malo. Quizá, por aquello de que de mortuis nisi bonum, algunos lectores me censurarán, y otros, no necesariamente radicales, se enojarán conmigo. Yo escribí lo que se me ocurrió sobre el doctor Illia, sin otra preocupación que la de ser veraz. Convendrá tal vez agregar que era alto, flaco y narigón.
PS. Escribí que «lectores no necesariamente radicales se enojarán conmigo». Nuestro país no tiene la costumbre de oír la verdad. Toda verdad contraria a lo que se desea en el momento o a sentimientos generosos, de admiración, de amor o de patriotismo, ofende a los argentinos. Hay desde luego excepciones, como la del taxista que estaba profundamente indignado porque las noticias que se dieron sobre la salud del doctor Illia alentaban falsas esperanzas. «Otra vez me engañaron miserablemente», rugió. En la ocasión, me pasé al bando de los amigos de la mentira y traté de explicarle que como el señor de La Palisse, el pobre Illia, cinco minutos antes de la muerte, estaba aún con vida y que no hubiera sido caritativo anunciarle que de un momento a otro iba a morir.
Las mujeres en la vida de un hombre. Pensaba que mi vida, con seis o siete sucesivas mujeres, fue, en los años finales de nuestra unión, una desagradable mezcla de resignación y de urgencia de Houdini, el mago que se desembarazaba de los nudos que lo ataban. Me pregunto: ¿qué me gustó alguna vez de ellas? Más allá del conjunto de insoportables defectos que formaban sus personalidades, me atraía tal vez el eterno femenino pero, si pensamos un poco, ¿no sospechamos que ese eterno femenino coincide con el conjunto de defectos que formaban sus personalidades? ¿Habrá una mujer que después de cinco o seis años no sobrepase el límite de incomodidad que puede soportar el amante?
Artífices del 1500 italiano, en Roma. Según Benvenuto Cellini, en su Vida, los mejores artífices de Roma, en aquellos años, eran:
Lucagnolo para grandes vasos
Lantizio para sellos
Cavadoso para medallas
Amerigo para esmaltes
Probablemente en esas mismas especialidades él los superaba a todos.
Mala suerte. En poco tiempo le chocaron dos veces, por detrás, el coche nuevo, y el psicoanalista le aseguró que el hecho era una prueba evidente de homosexualidad reprimida.
Tener anteojeras. Se dice de personas como mi pariente, que mientras celebra unas de sus distracciones —refiere el caso tres o cuatro veces consecutivas y se ríe mucho—, no oye la estridente campanilla del teléfono que está a su lado.
29 enero 1983. El marido. Le dije que a su mujer le hubiera gustado alargar el viaje hasta Roma, pero que sola, tal vez no tuviera ganas de hacerla y que él debía acompañarla. No es imposible que al decir eso yo encarnara el papel de fiel amigo del matrimonio… Me contestó: «¿Por qué va a ir sola? No le faltará algún amigo que la acompañe. Es una mujer linda y hay que aprovechar todas las oportunidades de vivir». Me pareció advertir en su réplica cierta animosidad… ¿Descubrió que yo estaba representando un papel? ¿Quiso decirme que él iba a confiarme su mujer (o la castidad de su mujer)? ¿Pensó que yo viajaría (alguna vez tuve esa intención)? Me enojé un poco. No sé si porque me creí descubierto (nada enoja tanto) o porque me pareció falso lo que decía. Por linda que sea una mujer, no estoy seguro de que en una ciudad extraña, en pocos días, encuentre a un agradable compañero de viaje. Quizá en parte suponga que es difícil encontrar el adecuado compañero de viaje, porque para ese candidato yo sea más exigente que el marido y, sobre todo, que ella misma; pero realmente pienso así por mi experiencia. Cuántas veces no anhelé, como Benjamin Constant, arreglar mis asuntos, dinero, una amante, un viaje: encontrar una amante que sea también una confiable compañera de viaje. Desde luego, no descarto la posibilidad de haber cavilado injustificadamente sobre el sentido de la respuesta del marido. No somos (por suerte) transparentes. Sin embargo, sin embargo…
Copla popular. Puede cantarse con entonación andaluza:
Las mujeres del mundo
son tres o cuatro,
y esas bastan y sobran
pa’ darnos teatro.
Invención de las casas de departamentos. En La Nación del viernes 9 de febrero de 1883 se lee «En Nueva York se está abandonando el sistema de casa construidas para una sola familia y se adopta el de construcciones destinadas a dar abrigo a varias familias». En el suelto se habla de dos edificios, el Dakota y el Navarre, de 8 y 9 pisos respectivamente, con varios ascensores, con comodidades para el servicio en el piso superior, en la proporción de cinco criados por familia. Es claro que en Roma ya existieron las ínsulas de de once y doce pisos. Ver Carcopino, La vie quotidianne à Rome.
9 de febrero 1983. En mi cruz:
Para vivir, hay una sola vez
y la estropeamos por estupidez.
Idiomáticas. Non calentarum, por «no se sulfure», «no se preocupe», «no se haga mala sangre», dicen con solemnidad y latinidad pésima (quiero creer) algunos porteños.
Cuando digo que una expresión es porteña no ejerzo ningún imperialismo a favor de mi ciudad. Quiero simplemente decir que la oí a porteños y que no sé si fuera de Buenos Aires se usa. No soy un estudioso de la materia; un observador no más.
Recuerdo con cuánto asombro y escepticismo le oí a Weibel-Richard la afirmación de que los seres humanos —todos, inclusive los que más queremos— están llenos de los peores defectos: mendacidad, cobardía, envidia, codicia, etcétera. Yo pensaba: tal será su experiencia, tal el mundo que le ha tocado; yo, que tengo mejor suerte, que estoy rodeado de gente maravillosa, como mis padres, mi abuela, mis tíos, algunos de mis primos, los amigos de mis padres, mis amigos, sería muy desconsiderado y cruel si le dijera que mi experiencia justifica una opinión muy distinta de la suya sobre el género humano.
Ahora entiendo: cuando se habla de inocencia de los niños y de los jóvenes, se piensa en errores como el que yo cometía.
Reconocemos la excelencia, cuando la encontramos. Nuestro equipo de football del club KDT no temía a nadie. Julito y Charlie Menditeguy eran rapidísimos wings y precisos goleadores. Yo era un centroforward velocísimo, hábil para llevar la pelota a las cercanías del arco contrario. Enrique Drago era un buen back, y tanto Sojo como Nelson eran arqueros confiables. Un día Rossi que dirigía el Club Kramer, nos armó un partido contra la sexta división de Sportivo Palermo. Luchamos con incansable coraje. Julito llegó a meter un gol a nuestros rivales, que a pesar de ser muchachos de la calle no nos trataron con menosprecio y nos metieron siete u ocho goles.
Idiomáticas. Banda, Estar en. «Desde que el taxista la largó, nuestra amiga está en banda». Está sin compañero, sin amor. ¿Qué significa banda en esa expresión? ¿Margen? Consulto, seamos obvios, el Diccionario de la Academia, y encuentro en el artículo Banda, esta acepción marina: estar en banda, dícese de cualquier objeto que pende en el aire. Por ejemplo, una cuerda, una amarra para estar en banda.
La historia se repite. Primero, algunas dificultades para enamorarlas. Después, las peores dificultades para dejarlas. Posiblemente en el sexto año aparece en ellas la impaciencia por el casamiento. En el instante en que se lanza la correspondiente, campaña, todo el encanto del amor desaparece. No todo, tal vez; pero ya no hay libertad y los impulsos de amor se vuelven temibles, porque aceleran nuestra carrera en el rumbo no querido.
«Está de vacaciones», dije de Emilia a su amiga. ¿Está bien «de vacaciones»? ¿Habría que decir «en vacaciones»? Sin embargo, esta forma recuerda demasiado a la francesa en vacances y confunde situación con lugar.
Los grandes artistas del pasado quisieron lograr la belleza. Después, los imitadores lograron una belleza más deliberada y amanerada que auténtica y se desacreditaron. Las artistas llamados modernos descubrieron que en la fealdad sin normas estaban a cubierto de críticas. El propósito perseguido no era tan evidente como en quienes buscaban la belleza, y los censores no sabían señalar deficiencias (señalarlas parecía una ingenuidad). El futuro gran artista competirá con los clásicos, en el sentido de que logrará una belleza que sin ser la de ellos no sea menos manifiesta.
La fealdad de Picasso et alii, una falta de coraje.
Salud. Estoy sano cuando mis enfermedades no me molestan.
«To marry —Stevenson dijo (según un periodista de Time)— is to domesticate the Recording Angel». Sé quién es el ángel en cuestión, pero no lo encuentro en la Concordancia de Cruden, ni en el Brewer’s y me pregunto cómo traducirlo. La docta Carmen Domecq propone el Ángel Apuntador. Explicación de Francis Korn: El hombre casado renuncia a farras y locuras. Su prontuario se vuelve doméstico. Explicación convencional del momento vivido, pero ¡ay!, verosímil.
Explicación en la cara de los viejos. ¿Se sabe por qué en la cara de los viejos aparece ocasionalmente una expresión de azoramiento, de ansiedad, aun de idiotez?
Errores. En La Biela. A sus compañeros de mesa, que la escuchan con la mayor atención, una señora explica: «Yo, me he pasado la vida privándome de las gaseosas, para no engordar, y tomando agua tónica (señalaba una botella de agua mineral), saben de lo que hoy me entero: las gaseosas y el agua tónica tienen exactamente la misma cantidad de glóbulos rojos».
With an eye on the loaves and fishes. Se dice en alusión a Juan, VI, 26, y significa: «teniendo en cuenta los beneficios materiales». Acaso cabría traducir «con un ojo en los panes y el pescado».
De un político:
Es un místico. Un gran iluminado
con un ojo en los panes y el pescado.
Variante:
Fanático, idealista, arrebatado,
con un ojo en los panes y el pescado.
Invisible para él mismo. «¿Por qué será? —dijo el viejo—. A las mujeres de antes les gustaba acostarse; a las de ahora les gusta hablar».
Las mujeres. «Se me acusa de tratar ásperamente a las mujeres —puede que sea cierto— pero yo he sido su mártir». (Lord Byron, en carta a Murray, 10 de octubre de 1819).
Febrero, veintitantos, 1983. Fernando llama a Silvina y le dice que desearía que hoy le tire las cartas. Cuando Silvina le responde que no puede, que tendrían que dejarlo para mañana, Fernando se muestra sinceramente contrariado.
Estoy planeando el manual Cómo soltar las mayores estupideces en la conversación.
En el segundo y tercer piso volteaban paredes, martillaban y por una ventana arrojaban sobre un contenedor colocado en la vereda inagotables cantidades de cascotes que difundían por el aire un polvo seco y áspero que llegaba al quinto piso. Silvia, que vive en el cuarto piso, me dijo: «El infierno ha de ser así, con la ventaja de que uno está muerto».
La bonne adresse.
Luxor Hotel Mendieta, Chivilcoy.
Basta llegar para decir «Me voy».
Los otros días —creo que el 3 de marzo de 1983— se suicidó en Londres Arthur Koestler. Era vicepresidente de la Sociedad Exit, para la eutanasia, tenía poco menos de ochenta años, estaba muy enfermo, con mal de Parkinson. Su muerte no necesita, pues, aclaración alguna. En cambio me parece que sería bueno que los largos comentarios periodísticos sobre el ausente trajeran una aclaración sobre el simultáneo suicidio de su mujer, de cincuenta años y sana. Parece evidente que quiso morir con su marido, pero me gustaría saber que él no aceptó despreocupadamente su ofrecimiento de acompañarlo en el viaje o, mejor dicho, en el sacudón final.
Sueño. Me dispongo a ir con mi amiga a una orgía (partouse entre varias mujeres y yo). A último momento, se entera del verdadero carácter de lo que le han propuesto y dice que no, porque va a tener un hijo conmigo. Entiendo que es una excusa; sin duda le da un poco de vergüenza decir simplemente que es por ella que no quiere ir.
Estoy con ella en casa, cocinando. Unas explosiones en las hornallas nos convencen de que la casa va a explotar (porque estaba edificada sobre un depósito de nafta, que ocupa el sótano). Cargamos el equipaje en el coche. Mi amiga llevó sus valijas y me preguntaba si llevé las mías. Le digo que sí, lo que es falso. Por temor al lumbago dejé todas mis valijas grandes y sólo traje dos o tres de mano. Pienso en la variedad de cosas que perderé en el fuego: libros, lo que estoy escribiendo, etcétera. Pienso que tarde o temprano todo se perderá y que más vale perderlo ahora y ahorrarme un lumbago. Estoy muy contento de mi astucia.
Aspectos en que no creí. Con referencia a palabras italianas, que asimilamos a parecidas españolas o de alguna otra lengua de origen latino: me asombra un adjetivo peyorativo, después de donna, como si creyera que es un título honorífico, y tiendo a suponer que sorella es un diminutivo.
Me parece curioso que dolorido se use casi exclusivamente para el dolor físico y dolido para el moral.
11 marzo 1983. Me llamó Martín Müller. Me dijo que durante sus vacaciones en Córdoba planeó un libro sobre mí; lo titulará Bioy.
En Jerusalén, una viejita norteamericana le dijo a Ezequiel Gallo: «La decadencia del mundo empezó con el paganismo». Para ella esta palabra significaba «cristianismo». Me confirma Martín Müller algo que empecé a sospechar, pero que increíblemente no sabía: los judíos consideran, llaman, pagana, a la iglesia católica, con su Dios Padre, Dios Hijo, Espíritu Santo, Virgen María, Santos y Santas, ángeles, arcángeles y querubines, sin contar con el diablo.
Un dirigente de los gráficos, socialista, antiperonista, contó a mi amigo que en la huelga de los gráficos, durante la primera dictadura de Perón, lo metieron preso. Los Cardozo lo sometían todos los miércoles a un tipo extraño de tortura: unos rounds con el boxeador (negro) Alberto Lowell. Un día el paciente le dijo a Lowell: «¿Por qué no le pegaste así a Godoy?»[15]. Ese día Lowell se ensañó con él. Agregó: «Años después apareció un hijo de Lowell. La gente no lo quería, porque como boxeador era malo y sobre todo porque recordaba que el padre había sido torturador».
Faulkner en el Cuartel 7.º del partido de Las Flores. La viuda de Pees, nuera de mi difunto vecino del fondo del camino José Pees, se ahorcó en su rancho. En esa soledad vivía con su hijo idiota. Tuve esta noticia en el potrero 7.º, el 18 de marzo de 1983.
Todo iba muy bien, hasta que tuve la mala ocurrencia de leer mi diario.
Sobre mi joven vecino, me dicen: «Sólo conoce dos sensaciones. Una, cuando tiene que pagar algo. Otra, cuanto tiene que hacer algo para ayudar a un amigo». Sobre el mismo, Silvina dijo: «Si se le apareciera un hada que le ofreciera la fama, que es lo que más quiere, a cambio de un momento de generosidad, se quedaría sin fama».
También sobre el mismo, me contaron que dijo que estuvo muy cansado, que ya no aguantaba más a su ex amante, porque ésta se mostraba obsesionada por un grano que tenía en la nariz, que según el médico podía ser canceroso. Dijo él que el colmo fue cuando la mujer le pidió que la acompañara al consultorio de un especialista, donde tuvo que estar esperando, con exagerada ansiedad, el resultado de los exámenes, que fue negativo.
Comme l’autre vie est difficile. Para ser prestigiosa, una religión debe ser monoteísta; para atraer a la gente, politeísta.
En un cafetín de Versailles, sin duda con Helena, descubrí que me gustaba el budín inglés. Fuera de unas pocas confiterías, en ninguna parte en Francia le sirven a uno un té como la gente. En aquel cafetín de Versailles no había tostadas, el té era tibio y para acompañarlo traían porciones de budín inglés, con envolturas de fábrica. Advertí entonces que el budín inglés y el té armonizan del modo más grato.
Pienso ahora que un buen té es a algo muy difícil de conseguir en este mundo. En Inglaterra el té es bueno y siempre lo sirven caliente pero ¿cómo evitar las rebanadas crudas, recubiertas de manteca, de ese triste pan con miga que para ellos es el pan?
El chico (9 años) comenta: «Yo no sé cómo sigue habiendo ladrones. Siempre pierden». Es un espectador de series de televisión norteamericanas, en las que los delincuentes siempre pierden.
En España meten presas a las mujeres que abortan (1983).
30 marzo 1983. 12 horas. Veo a las mujeres como habitantes de un planeta inabordable; después del almuerzo me acuesto con mi amiga; a la noche veo a las mujeres como mis compañeras en este mundo.
En la noche del lunes soñé que me acostaba con una chica que no conozco; en la noche del martes soñé que me acostaba con una chica que conozco de vista; en la tarde del miércoles me acosté con mi amante (que volvió al país después de un viaje).
«Linda camisa —comentó el camisero—. No se la vendí yo. En mis tiempos, telas como ésta se destinaban a los disfraces de diablo que compraba la purretada para carnaval».
Idiomáticas. Comparsa. Además de las de máscaras y las de actores, en el campo había las de la esquila, muy comunes durante mi infancia y mi juventud. «¿Paz? —le pregunté a la señora que presentaron en el coktail—. ¿No será pariente de una tal Paz Osán que solía tener una comparsa de esquiladores en la zona de Pardo?».
En un pueblo de Colombia, un terremoto derrumba las iglesias sobre los fieles que acudieron a los servicios de la Semana Santa. Hay muchos muertos.
Aimer c’est agir, escribió Victor Hugo. Pienso que es verdad; una verdad que más vale ocultar a nuestras amigas.
Jorge Cruz, uno de los directores del suplemento literario de La Nación, durante los cuarenta días de la cuaresma no come carne.
La Resurrección del Señor, fundamento del cristianismo. «Si Cristo no ha resucitado —dijo San Pablo— vana es nuestra fe».
Silvina y Beatriz Guido conversan por teléfono. De pronto las sobresalta la voz de un hombre.
BEATRIZ: —Hay alguien en la línea.
SILVINA: —Está ligado. Voy a cortar. (Corta).
VOZ DE HOMBRE: Sé perfectamente quiénes son. Son dos escritoras. Hace un rato que las estoy oyendo. Nunca oí tantas pavadas.
Un caballero, amigo de hija, estuvo con ella en mi escritorio y, en un momento en que se quedó solo, leyó un contrato que yo había dejado sobre la mesa, No contento con leerlo, lo comentó conmigo.
Hace poco, muy seguro, usé la expresión contradictio in adjectio. Después tuve dudas sobre si la entendía, o no, y la busqué en el Lalande; leí: «Contradictio in adjecto. Contradicción entre un término y se le agrega (por ej. entre un sustantivo y su adjetivo)». El probo peronista, el lúcido radical.
«No me hables del Tero», solía decir mi padre, para que no lo distrajera de algo que se disponía a hacer.
Idiomáticas.
Tapadas. Hacienda de un color oscuro predominante, como las vacas holando casi exclusivamente negras. En el remate del 14 de abril de 1983, en Vicente Casares, si por las más blancas pagaban cuarenta y tantos millones, por las tapadas pagaban veinte millones más (en vacas similares). La preferencia de la gente de campo por los animales de pelaje oscuro sobre los blancos fue, a lo largo de mis años de experiencia, siempre marcada. Ahora los veterinarios dan la razón a los paisanos: los vacunos negros parecen menos propensos que los blancos al cáncer de ojos y otras enfermedades. Vicente Miguel, por su parte, me dice que en tiempo de mis tíos, las vacas y los toros tapados se consideraban de desecho.
Caravana. Por extensión, unas chapas indicativas, de material plástico, que se fijan en una oreja de vacunos puros o puros por cruza.
Después de un encuentro callejero, con besos y promesas:
¿Qué la llame en París a Gloria Alcorta?
Mi única vida es demasiado corta.
De un santo leí que nació en África y que reiteradamente soñaba con viajar a Europa. Bueno fuera que no.
Serendipity. Facultad de lograr por accidente descubrimientos inesperados y felices. Por Serendip, Ceilán. La palabra es de Horace Walpole, quien la usó en su cuento de hadas «Los tres príncipes de Serendip» (Ceilán). Traducción: ¿Serendiptividad? ¿Serendipicencia?
Murió Pedro Quartucci. Bastante buen actor.
Idiomáticas. Lenguaje oral, lastimado. Lenguaje escrito, herido. Es claro que lastimadura es herida leve.
Frase ambigua. Estruendosa deposición de un presidente.
Ignorancia supina. No es la mayor, sino «la que procede de la negligencia del sujeto». ¿Por qué?
Marta Viti me pregunta qué puede hacer con su bibliografía de ABC. Como no puedo decirle que se la meta ya se sabe dónde, le recuerdo su intención de mandarla a una revista norteamericana (de profesores de español y portugués). Asegurándome que su bibliografía es un trabajo científico y que nadie hizo una igual, me la muestra. Veo qué ha puesto sobre La invención de Morel y encuentro que ya en 1937 se había publicado un fragmento, lo que es bastante raro, porque entonces o había escrito unas pocas páginas de borrador, o solamente había imaginado la máquina y la trama, o más probablemente no se me había ocurrido aún la idea. Entre los libros prologados por mí incluye Poesía gauchesca, que prologó Borges.
Idiomáticas. Refalar, resbalar por resbalar. Argentino rural in Refalosa.
Plegaria del sirvientero (de un cancionero anónimo).
Santa Zita, santa Zita,
yo te pido una mucama,
para bien de mi ropita
y alegría de mi cama.
Idiomáticas. Porra. Pelo grueso y enmarañado, como el de los indios o los negros. Mandar a la porra. Mandar al diablo.
Una señora habla con otra en la mesa contigua de La Biela: «Dijo que yo estaba mamada. Y tendría razón».
Yernos para Lear. El relator se enteró de que su hija esperaba un chico y decidió ir a verla a Guayaquil. En el aeropuerto lo recibieron la hija y su marido: un muchacho de inmensa pelambre anaranjada, un triángulo tieso y enmarañado, cuya base reposaba sobre los hombros. La chica, en un viaje por el continente, había conocido a este muchacho y en seguida se había enamorado de él. La llevó a su casa, junto al mar. En Guayaquil, los hijos rebeldes de padres ricos suelen retirarse junto al mar, a vivir en la playa. El muchacho era hijo de un ingeniero de caminos. Según mi relator, no hay caminos en el Ecuador. Estudió dos años de ingeniero y cansado de que lo tomaran por gringo (norteamericano) a causa del color de su pelo, abandonó el estudio. Para llegar a la costa cruzaron en lo que podría describirse como los restos de un jeep, por las más pavorosas villas miseria. Me dijo mi relator: «Solo, me hubiera muerto de miedo». Atravesaron ríos. Recorrieron kilómetros y kilómetros por la playa. De pronto llegaron a un lugar donde había unas casillas semidestruidas de madera, sobre pilotes. Mi yerno apuntó a una de las casillas y dijo: «Ésa es nuestra casa». Mi relator pensó: «Para ellos habrá sido el paraíso; para mí es un espanto». A pesar de los mosquiteros, había que dejar las ventanas abiertas para que el viento se llevara los mosquitos y los tábanos. «Es claro que por la ventana abierta podía entrar un individuo a degollarlo a uno —dijo el relator—. Además, a la noche, con la marea alta, uno oía y sentía el mar debajo del piso y no había que ser demasiado imaginativo para temer que el mar se llevara una noche la casilla. Es lo que pasó y por eso mi yerno se vino con mi hija para acá y yo no tengo esperanzas de que se vuelvan al Ecuador. No tienen dónde vivir».
Vivimos en la incertidumbre de la verdad. Tomamos por verdad nuestras decisiones. Si nos resignamos a una operación quirúrgica, para el cirujano no recurrimos al consejo de los hombres sabios… Elegimos el que nos parece mejor según el discernimiento de los partidarios de un político radical o peronista, y alegremente nos jugamos la vida entre las manos de algún Mallea de la medicina.
Me preguntan: «De sus lumbagos, ¿cómo está?». Para ser el rey de la creación estoy bien. Ahora si tengo que correr un poco, para llevarle un remedio a la que tiene dolor de muelas, al día siguiente me dolerá la cintura. También me duele por haber sacado los platos de la alacena o por otros quehaceres domésticos.
Le quart d’heure américain. Dícese cuando en una relación de amor la iniciativa es de la mujer. Desde luego ocasión de emplear esta expresión hay siempre (aun cuando creemos lo contrario).
La semana pasada, murió en Venezuela Baica Dávalos. Era amigo de Genca y sé que una noche desde una ventana del cuarto piso de esta casa (Posadas 1650) orinó a la calle. Con su mujer, Mamy, solían visitarnos a Genca y a mí en Vértiz; con el tiempo, Mamy se pasó a Jaime, el hermano de Baica. Baica se fue a Venezuela y escribió. A su pedido lo recomendé a la Guggenheim, para que lo becaran; no lo becaron. Era un hombre fuerte, basto, asaz inteligente, bebedor, salteño profesional; desprejuiciado, inescrupuloso, no contemplaba demasiado los sentimientos ajenos; de todos modos, la gente que lo quería lo quería mucho.
Un hermano. Me dijo que al dejar de querer sabía que ya nunca se enamoraría y que al enamorarse de nuevo se enamoraba como la primera vez.
Aprendizaje. Mis primeros cuentos (de 17 disparos, Caos, La estatua casera, Luis Greve, muerto) eran sueños contados. A la noche soñaba, a la mañana escribía. No me faltaban asuntos; creía en ellos, porque los sueños nos persuaden de su importancia, de su encanto, de su promesa de misterio. Cuando comprendí que el lector merecía historias más lúcidamente inventadas y armadas, con mayor rigor, ya tenía el hábito de narrar historias y la seguridad mal ganada desde luego, pero eficaz, porque en esta materia son decisivos el estado de ánimo y la convicción de estar dotado de una imaginación inadecuadamente fértil.
Un viejo me dijo: «Es notable con qué naturalidad reducimos nuestras pretensiones». Pensaba sin duda en los «cambios extraños que traen los años».
Según diarios de hoy, 11 de mayo de 1983, el Papa estudia la posibilidad de absolver a Galileo. Al fin y al cabo, el principal cargo contra él sería el de no haber consultado debidamente a los astrónomos del Vaticano.
Egoísmo ingenuo. Ella estaba muy triste, porque había despedido a un amigo, un tal Jeremy, que se iba a Inglaterra. «¿Sabés lo que me dijo tu vecino?», me preguntó. «¿Qué él también estaba muy triste?, porque Jeremy hacía buenas traducciones de sus cuentos». Y agregó ella algo en el sentido de que ese comentario era un fiel autorretrato.
The Twenties, The Thirties de Wilson. ¿Por qué la lectura de estos volúmenes desaliente? Los «no conocidos» de Wilson son, hoy y aquí, y me atrevo a predecir, mañana y allí también, desconocidos; infinidad de desconocidos, presuntamente muertos, de quienes se cuentan historias, anécdotas, dichos, cuyo mérito principal sea, tal vez, el de corresponder a esas personas. Cerramos, pues, los libros con un ligero estremecimiento de rechazo, como si constituyeran un convincente registro de mortalidad y olvido. Después de leerlos, no se pregunta uno: Alas, alas, if all should be in vain, sino que sabe ad nauseam que todo es vano, salvo la muerte.
Palabras. De Felipe Fernández: Chichonear, por bromear, jaranear. De una amiga: «La gente de antes era más pifiona» (burlona). De una señora: «Es muy pied à terres», por terre à terre. De una chica de Parera y Avenida Alvear: «Cuando concretemos» por cuando nos acostemos.
Etimología. Paranoia. Para: al lado (¿o más allá de?); noia: nous, la mente (¿o el conocimiento?).
Nueva[16] fonética porteña.
El empleado del escritorio me pregunta:
—¿Le traigo una shoda?
En cuanto al léxico: soda se usa para designar, indistintamente la soda o el agua mineral con gas (o efervescencia, como decíamos antes).
Hokusai revisited. Tengo la modesta aspiración de vivir no menos de de mil años. Llegaré entonces a madurar de manera más generalizada y hasta cierto punto completar mi educación. Me he pasado la vida pensando en las palabras. Sin embargo hasta después de cumplir sesenta años mi conocimiento teórico de fonética era nulo. Si algo sé ahora de esa disciplina es por azar. Porque una amiga, que debió dar su examen de fonética, me pidió que la ayudara a estudiar algunas bolillas. En mil años habrá oportunidades de que otros azares favorables ocurran.
Adolfo[17], 83 años. Siempre vivió con mujeres. Todas se quieren casar con él y le sacan plata. De sus muchos años en Roma, los últimos los pasó con una condesa. Llegó el día en que, por la situación argentina, la madre le escribió para prevenirlo de que no podía mandarle la mensualidad habitual; tendría que reducirla a la mitad. Poco después volvió Adolfo: confesó que la condesa, después de leer la carta, lo mandó de vuelta, con lo puesto —su traje estaba muy raído—, sin un peso. Hará cosa de pocos años Adolfo tuvo que operarse de no sé qué… Su hermano se sorprendió de ver cómo lo atendían las amigas: con intimidad de enfermeras y verdadera devoción. Ahora volvieron a operarlo: de próstata, esta vez. Su hermano fue a visitarlo a la mañana. En el cuarto, había dos camas. En una estaba Adolfo; en la otra, su amiga, de 83 años. Volvió al anochecer el hermano. Ahora la compañera era una mujer de treinta años. El hermano, que le administra el dinero y le pasa mensualidades considerables, le preguntó por qué a fin de mes siempre estaba corto de dinero. «Me lo sacan las amigas», explicó Adolfo. Las deja, porque le basta con llegar a fin de mes sin mayores privaciones. «No tengo herederos, ni mucho futuro que digamos», explica. Está acostumbrado a vivir con mujeres. Lo cuidan, lo acompañan. Todas tratan de casarse con él; en eso es irreductible. A veces lo cansan y hasta por momentos lo amargan, hablándole de su muerte, de la conveniencia de hacer cuanto antes un testamento que las favorezca y de poner desde ya cosas a su nombre; son momentos desagradables pero pasajeros. No les guarda rencor. Si se acuerda, les dejaré algo en testamento, ¿por qué no? Al fin y al cabo, el hermano no necesita nada, ni va a vivir mucho más que él y no tiene hijos; el Estado, no es muy simpático, y las sociedades de beneficencia vaya uno a saber cómo están manejadas. Mejor dejar algo a esas mujeres que él conoce tanto y cuyas habilidades le hacen gracia y hasta lo conmueven.
22 mayo 1983. Un matrimonio unido. Ella, muy flaca; él, hinchado. Pensándolo bien: ella también hinchada, aunque flaquísima y frágil. La mirada de ambos, fija: los ojos, vidriosos. Sordos. Caminan con pasos cortos, deslizados, con el cuerpo inmóvil, como si estuvieran fajadas. Parecen dos cilindros con piecitos; cilindros inestables, vacilantes. Para beber, él adelanta una mano temblorosa; no se priva del vino. Están al borde de la tumba. No conocieron nunca las tentaciones de la generosidad. Diríase que los une un pacto de no agresión, que a medias acatan.
Noticia:
Coleccionista fiel muere demente.
Todo reloj da hora diferente.
Yo soy una persona esperanzada. A lo largo de la vida, me cansé, por buenas razones, de una ristra de mujeres sucesivas y clamé siempre por una nueva mujer, que volviera perentoria la justificación de desembarazarme de la previa mujer de turno y que me hiciera feliz. Nunca perdí la esperanza de ser feliz con una mujer ni quise vivir solo (aunque solo generalmente no estoy desocupado, ni aburrido ni triste).
Alimentación de Sartre. Según Silvina Bullrich, que cita a Simone de Beauvoir, Sartre «se ha alimentado sobre todo de embutidos, salchichón, salchichas y ha bebido mucho alcohol». («Las sorprendentes revelaciones de Simone de Beauvoir», en La Nación del 22 de mayo de 1983).
Nonsense.
I. (Económico)
La cuenta de sombreros trae sorpresas
en todo aquel que tiene tres cabezas.
II. (Frívolo)
En gorras y bonetes hay sorpresas
para aquellos que tienen tres cabezas.
Un machista. Me pidió que no la viera como un objeto sexual. Cuando no las veo como un objeto sexual, me pesan como el pescado que llevaba sobre la espalda el pescador del aviso del Cod’s Liver Oil, que había en las viejas estaciones ferroviarias. ¿Hay algo más alegre que el objeto sexual?
Feministas. Para mejorar a las mujeres, de acuerdo; para enemistarlas con los hombres, una aberración. Ya hay demasiados odios. No hay tantas alternativas para nadie.
Me dijo: «Las mayores diferencias entre mujeres y hombres: a las mujeres les gustan los bebes, a los hombres, no; las mujeres dicen "salir" y los hombres "andar". Las demás son puramente agradables».
Otras diferencias: los hombres son más teóricos, más principistas; las mujeres más realistas, más prácticas.
Yo prefiero la sociedad de las mujeres; son más filosóficas («tal libro, tal film me gustó por…»); los hombres más históricos («gané en tres sets»; «vendí a tantos pesos»).
Elvira Orphée y dice que en los Estados Unidos un grupo de mujeres escritoras, enojadas porque los hombres no escriben sobre ellas, han decidido no escribir sobre escritores machos. Ella aquí empuña esa antorcha y se ha puesto a escribir sobre escritoras. Va a escribir sobre Silvina. El artículo perderá un poco de eficacia porque el móvil que la lleva a escribir no es tanto el arte de Silvina, sino la casualidad de que sea mujer.
Idiomáticas. Caray. Interjección que se usa eufemísticamente por carajo. «Caray, vas a llegar tarde». La forma qué caray es más anticuada aún. «Entre la rubia y la morena, qué caray, no sé por cuál decidirme…». Sinónimo: Caramba.
¡Los acomodos, las mezquindades, los desbordes de vanidad que habrá habido alrededor de lso principales hechos históricos!
El universo es un mecanismo ridículo.
Me aseguran que la fundación de Roma fue un acto bastante deslucido, sobre todo si lo comparamos con la fundación de La Plata.
El 4 de junio de 1983, sobre el 4 de junio de 1943. Versos de calendario (en imitación de López Velarde):
Patria querida, todo tu infortunio
empezó en un atroz 4 de junio.
(después de leer un artículo de Manuel Tagle, en La Prensa de hoy).
Dios como jefe de celadores. Como un viejo jefe de celadores a quien la rutina diaria de su empleo llevó a tener a los alumnos por sus enemigos, Dios parece posible y hasta probable. Tras la lectura de un artículo en que se dice que Sartre se alimentaba de embutidos, se emborrachaba y se había convertido en un muestrario de enfermedades repelentes consideré mi juiciosa vida. En la mesa: verduras y legumbres al vapor, carne asada, agua pura, nada de alcohol ni de tabaco ni de calmantes ni de estimulantes. En la cama: fácil sueño y animoso copular. En el mundo: disposición para seguir en la faz de la tierra con interés y alegría… Me salió del alma felicitarme por mi suerte y pensar: Estoy bien, sano y fuerte, y quién te dice que no siga así por muchos años, acaso hasta más allá de los cien, como secretamente esperaba en mi confiada juventud. Al otro día me intoxiqué en el restaurant y a la noche me sentí mareado, desdichado, helado… Una noche difícil, como las de Buzzati, seguida de malestares y mareos que me acompañaron una semana, hasta que me resfrié… Una amiga me dijo: «Dios existe únicamente para no dejar que nadie levante cabeza».
Sueño. Estábamos en el campo, recorriendo no sé qué plantaciones. Llegamos a un lugar arenoso, casi desértico, donde había un magnífico árbol, de hojas verdosas. En largas filas, en la arena, había árboles jóvenes, diminutos, de la misma especie que nosotros habíamos plantado con la esperanza de formar un bosque. Mi mujer me dijo:
—No van a prosperar. Se están secando por falta de riego.
Largamente se quejó del personal. El árbol grande de pronto se agitó en un vaivén de abanico y al inclinar la copa volcó agua sobre los arbolitos jóvenes, que reverdecieron, revivieron ante nuestros ojos
Sueño. Una adivina anuncia a mi mujer que las arenas la taparán. Queda muy cavilosa. En vano le digo que no haga caso de esas patrañas. Mientras hablamos (ella fatalista y amarga; yo exasperado) caminamos por la playa. Llegamos así al borde de una depresión: cañadón o zanja en la arena. Mi mujer baja al fondo de la zanja y se acuesta, boca arriba. Yo quiero sacarla de ahí, pero no hago nada, ni le digo nada: estoy paralizado ante su terquedad, su fe en brujerías, su pesimismo. Aparece una muchacha a caballo, que se dispone a cruzar la zanja. Al ver a mi mujer, detiene el caballo. Le digo a mi mujer que salga. No se mueve. Cansada de esperar, la otra espolea el caballo; éste cuidadosamente cruza la zanja, saltando el cuerpo de mi mujer. Admiro la delicadeza y precisión de movimientos de sus pasos. La arena, mientras tanto, va tapando a mi mujer; sólo quedan la cara y las manos afuera. Me recuerda a una reina acostada, de piedra, de no sé qué iglesia. Estoy desesperado por no sacarla y para no sufrir más despierto.
Idiomáticas. Dícese un té bebido, por «un té no acompañado de alimentos sólidos». «Tomé un té bebido».
Primer fallo en cuestiones de propiedad literaria y primer pirata en la materia. Algunos historiadores explican la salida de Irlanda de San Columba como una fuga. En efecto, el santo copió en secreto el Salterio de San Jerónimo, que había traído de Roma Finnian. Éste lo sorprendió y le exigió que le entregara la copia; San Columba se negó. Finnian presentó el caso ante el Diarmid, que falló contra el santo. Probablemente sea éste el primer fallo en cuestiones de propiedad literaria.
Perplejidades del novelista. Baroja exagera cuando se pregunta si va en zapatillas, con zapatillas o por zapatillas. Pero ¿si debiéramos decir que alguien para llamar, para que le abran, golpea a la puerta?, ¿o en la puerta? ¿O la puerta? A la puerta, parece que la personaliza y la castiga. En la puerta: se diría que no llama discretamente; más bien que está furioso y golpea lo que tiene a mano. Golpea a la puerta: ¿trata de castigarla? ¿O acaso quiere destruirla?
Viaje a un país conocido. Cuando A quiere a B, B advierte en A una dependencia, una ansiedad, que le parece irritante y de algún modo mantiene distancias, cuida su libertad, y si puede se va. Si B no se ha ido, cuando A empieza a prescindir de B, porque se cansó, o porque ha reparado en C, B nota la ausencia de ansiedad, se alarma y realmente se interesa por A. El amor, impulso de los seres humanos, animales muy desagradables, no prospera en el buen trato, sino en situaciones de guerra: ataques, contraataques, retiradas, juegos de alianzas.
9 o 10 junio 1983. Muerte de Abraham Rosenvasser. Un señor judío, muy criollo, del que me sentía amigo. Descubrió un papiro que narra una ficción (¿el único?). En todo caso, era un hombre culto, inteligente. Conocí al hijo —con quien jugué muchas veces buenos singles de tenis— y a la hija, a quien admiraba y aun deseaba de lejos: era lindísima.
Nótese el curioso (aunque frecuente y conocido) empleo del futuro como potencial o condicional; un futuro, que no es futuro, pero que se mantiene, quizá por eso mismo, en el lenguaje oral.
El viajero trae de España la siguiente información. En los letreros que indican a los automovilistas que aminoren la marcha porque por ahí cruzan los niños a la escuela, en lugar de niños o de nenes, la palabra empleada es: Neno. Aquí hay nenes y nenas; allá nenos y nenas.
Esmeralda Almonacid me aseguró que magnolio es el árbol y magnolia la flor.
Expresión usual. Miti miti, por mitades iguales.
Idiomáticas. Mejorando lo presente: sin desmerecer lo presente, pero más contundente y afirmativo. Lo presente: los interlocutores del que habla.
El médico me refiere el caso de un colega un tanto remiso en el cumplimiento del deber. Después continuó: «Cada cual es como es. Yo no podría tener esa indiferencia por el enfermo. Pero no creo que sea un mérito mío; está en mi naturaleza. Ahora tengo una clienta que atiendo a domicilio; porque la gravedad de su estado le impide venir acá. Me espera como al Mesías. Cuando acabo con el último cliente del consultorio, voy a su casa. El lunes, iba en mi coche por Ayacucho y de pronto me doy cuenta de que me he pasado de Juncal, por donde debía doblar. La verdad es que yo estaba cansado, harto de atender enfermos y no veía la hora de llegar a casa. ¿A que no sabe lo que hice? Dije: "Me voy directamente a casa. Hoy no visito a la pobre señora". Otro, en mi lugar, la hubiera visitado. Yo, no. Cansado como estaba no debía atender a nadie más. Enderecé inmediatamente rumbo a casita».
Idiomáticas.
Tener un buen lejos. Dícese de gente que es atractiva cuando se las ve de lejos. La expresión asombró y deleitó a mi amigo Quiveo.
Hay que hacer de tripas corazón. Frase no grata, pero expresiva. Me trae a la memoria una cuarteta, de ningún mérito:
Buenos Aires, la paloma;
Montevideo, el pichón;
¿cómo quieres que se junten
el cuajo con el riñón?
Mujeres complacientes: no encontré muchas. ¿Gente complaciente? Tampoco. Digo mujeres porque pienso más en ellas.
Notas autobiográficas. Sopas e influencias. Se me habían extraviado algunas sopas de mi infancia. Consultaba con gente conocedora del arte de la cocina, sin lograr una lista convincente. Hoy, domingo 3 de julio de 1983, en un artículo de La Prensa sobre la mandioca, recuperé la tapioca, subproducto de la anterior. Con el recuerdo de la sopa de tapioca y sus prestigiosos redondelitos traslúcidos, vino el de otras pude completar la lista de las que me servían en la casa de mi abuela, en el tercer piso de Uruguay 1400, donde nací y pasé los seis o cinco primeros años de la vida. Las sopas eran de sémola, o de tapioca, o de avena, o de arroz, o de cabello de ángel, o de verduras, o de lentejas, o de Quaker Oats (avena, de nuevo, pero diferente). Cuando nos mudamos a nuestra casa de la avenida Quintana 174 ya era bastante grande —tendría 6 o 7 años— para que mis padres se dejaran influir por mis deseos. Como me gustaba tanto el puchero, conseguí que lo hubiera todos los días, al almuerzo, y como primer plato se servía caldo con no pocas legumbres. Las tradicionales sopas quedaron, pues, para la comida de la noche y, poco a poco, fueron desapareciendo de los menús (en casa había sobre la mesa una tarjeta con el menú que diariamente y para cada comida escribía el mucamo).
Mis padres permitían que yo opinara sobre decisiones de la familia. Cuando fuimos a los Estados Unidos, en 1930, por decisión mía fuimos a Los Ángeles (y no a San Francisco), a Detroit, donde nos alojamos, también por pedido mío, en el Hotel Book Cadillac, y en Nueva York, por preferencia mía, reservamos cuartos en el Savoy Plaza (y no en el Plaza, que tal vez hubiera sido mejor elección, o, si lo pienso más detenidamente, no, porque en el Plaza yo no hubiera conocido a Kathleen: un amor vale más que un hotel, sobre todo en el recuerdo).
Entre mis padres y yo las influencias fueron recíprocas. Nunca olvidé una conversación entre ellos, que oí casualmente, en una estación de París, de dónde partía el tren que nos llevaría a Inglaterra. Creo que mi padre comentó:
—El que está contento es Adolfito. Es muy partidario de Inglaterra.
A continuación se lamentaron de no poder transmitirme su amor por Francia, amor que nació en mí en ese preciso instante, sin duda de un sentimiento de compasión, combinado de uno de vergüenza por mi necedad: un sentimiento que el tiempo fortaleció invenciblemente, y que largas experiencias de vida cotidiana confirmaron.
Creo que de muy chico un snobismo cuyos orígenes no vale la pena rastrear me inclinaba a favor de Inglaterra, en contra de Francia. Además, en mis primeras temporadas en París, estuve bastante tristes: mis padres salían de noche y, en un cuarto de hotel de una ciudad desconocida y gris, me sentía solo. En aquellos cuatro primeros viajes nos alejamos de Buenos Aires durante mis vacaciones y la feria judicial mi padre, para encontrarnos en invierno en el hemisferio norte.
Idiomáticas. Uso ambiguo de este. Este, seguido del nombre de un día de la semana, puede significar el actual, el presente, el que estamos pasando o el próximo. «Este domingo, a las 22, verán ustedes…» puede ser anuncio de lo que se verá hoy, si se dice un domingo, o el próximo, si se dice en otro día de la semana.
Otra guerra del cerdo, cuya probable ventaja sería la de enterrar en el olvido las enemistades entre jóvenes y viejos y ¿por qué no?, entre Oriente y Occidente, capitalismo y socialismo, derecha e izquierda sería la de heterosexuales y homosexuales.
En este país, un hombre lúcido declaró que ganan las elecciones sus adversarios porque en el gobierno, después de dos o tres años nadie se salva del descrédito. Justificadamente, lo que es peor.
Idiomáticas. «Qué va a trabajar, a casarse», etcétera: «No trabajará, no se casara…». También dícese «que va» sólo, sin otro verbo:
—¿Habla bien francés?
—Qué va.
Es decir «qué va a hablar», «no habla».
Filo de se. Latín inglés, Literalmente: felonía contra sí mismo. Significación: suicidio.
Quienes rechazan una opinión o un razonamiento por no ser moderno, intelectualmente se descalifican.
Los chicos son muy inteligentes, pero:
A una chica de 8 años, que me dijo que Perón vivió hace mucho tiempo, quizá cuando Napoleón Bonaparte gobernaba en Francia, traté de explicarle que desde la muerte de Perón hasta ahora cabían los años de un chico y que desde la muerte de Napoleón, las vidas de dos viejos. El resultado no fue brillante: creyó que Perón era un chico y que había dos viejos que se llamaban Napoleón.
Uno de o años de edad, no solamente es inteligente, sino que habla como una persona adulta. Los otros días le dijo a su tía:
—Es muy curioso. Tomás [su hermano, de nueve años] y yo no tenemos los mismos recuerdos. Tomás siempre habla de un cumpleaños, que yo no recuerdo, tal vez porque entonces era muy chico. Yo, en cambio, recuerdo una ola que de pronto inundó la playa en Mar del Plata, y se llevó una cantidad de cosas. Tomás no la recuerda…
La tía distraídamente le preguntó:
—¿Tomás estaba con vos?
El sobrino contestó:
—No, Tomás estaba en Mar del Plata.
En la época peor de mis lumbagos, solía preguntarme qué me los provocaría. Llegué a atribuirlos a causas aparentemente absurdas. Por ejemplo, al largo de las uñas de los pies. Noté que si una semana no me las cortaba me venía el lumbago. Para no equivocarme, fijé un día para cortarlas, el sábado, y semana tras semana, cumplía puntualmente con esa operación, hasta que me dejé pasar un sábado y quizá dos.
—¿Y tuvo un ataque de lumbago?
—No. Una uña encarnada.
El Caribe asoma a nuestra televisión:
—¿De qué tanto hablaron?
El Times Literary Supplement mantiene su prestigioso formato, pero su contenido lo nivela con cualquier periódico de este mundo en decadencia.
Por televisión vi y oí a Salk, el descubridor de la vacuna contra la polio. Carrizo le preguntó: «¿Sus vacunas apuntan a destruir el mundo de los virus? El mundo de los virus, de los microbios, de las bacterias, es enemigo del nuestro, pero como el nuestro, fue creado por Dios, y todo lo que hace Dios es para bien»… Por lo menos un oyente sintió vergüenza.
Vecindario de Quintana, en los años 20. Empezando por nosotros: en el 174 estaba nuestra casa, con jardín al frente, por un lado y atrás. A nuestra derecha, estaba la casa de los Navarro Viola; la siguiente, por la misma vereda, era la casa de bermejo, presidente de la Corte de Justicia. Por el fondo lindábamos con la casa que arrendaba Germán de Elizalde, con su mujer la flaca y alta Andrée y sus hijos; en la casa contigua a la nuestra, por el lado izquierdo vivía la novia pálida de Julio Menditeguy; en la esquina había un convento de monjas. En la esquina de enfrente (Quintana y Montevideo) vivían don Julio Menditeguy, su mujer Rosa y sus hijos, nuestros amigos (nuestros: míos y de Drago) Julio y Charlie; la casa contigua, a continuación (hacia Cinco Esquinas) era de una modista (el hijo, d’Aris, jugó después al tenis en el Buenos Aires), que tenía muchas operarias: una de ellas durmió conmigo, en casa, una noche de ausencia de mis padres; la casa siguiente, con el mismo rumbo, era un conventillo, donde vivían las hermanas conocidas por «las Siete Calzones»: Susana, que me citó con señas, me enamoró y desapareció, y Helena, que trabajaba en la tintorería Los Mil Colores, de Posadas y Montevideo; yo la sacaba a pasear por Palermo en taxi; la besaba, le acariciaba las piernas morenas (¡Era hermana de Susana, pero eso no bastaba!); la casa siguiente fue la de los Balcarce, después de la embajada alemana y después oficinas de alguna repartición pública; la siguiente, de Saavedra Lamas, famoso por sus altísimos cuellos de celuloide y por su aspecto, no excesivamente limpio. En Montevideo, entre avenida Quintana y avenida Alvear, a mitad de cuadra, en la vereda más próxima a la Recoleta, había un tambo; en la esquina de Montevideo y Quintana (números impares), había primero un taller de bicicletas, después un electricista; por Quintana, del lado de los números impares, hacia Rodríguez Peña, había el negocito del diariero sin nariz (famoso, en el barrio, por su colección numismática), una caballeriza (me parece que oigo el ruido de los cascos contra el empedrado cuando entraban los caballos entre paredes en las que se apilaban fardos de alfalfa y afrecho).
Confesión. Cuando murió Mallea, Silvina y yo, por falta de coraje, no fuimos a la casa. Para nosotros, nuestro pobre amigo había muerto años atrás. Se sobrevivía recluido con su mujer; no reconocía a los amigos que lo visitaban y de vez en cuando les preguntaba: «¿Quién es usted, señor?». En cuanto a la mujer, que fue siempre desequilibrada, había perdido la cabeza hacía tiempo, y sin mucha justificación pasaba de la cordialidad a la furia. Silvina ni siquiera fue al entierro; yo, sí. Meses después, Helenita, la mujer, me llamó para agradecernos: me dijo que si no se había ocupado de nosotros en el velorio, no lo hizo por falta de afecto, sino por turbación, y que por favor la perdonáramos. Conmovido y avergonzado le aseguré que no tenía de qué disculparse y omití decirle que no habíamos ido a su casa la noche aquella.
Nota histórica. Los hechos fueron así, pero la situación real era la inversa. Me acostaba con mi amante, únicamente cuando ella tenía quejas contra el marido.
Idiomáticas. Cantar. Dictar. «Tomó papel y lápiz y me dijo: ¿Por qué no me canta?».
Caribe. —¿Qué tan lejos de aquí está la costa del mar?
—Ocho kilómetros, más o menitos.
Bioy. Tuve siempre mi nombre por bearnés. Los vascos (y Jean Bioy, el que se fue a Hesparren) me dicen que es vasco y que el valle donde está Oloron Sainte Marie, nuestro pueblo natal, también lo fue. Los bearneses opinan que mi nombre puede significar bonito; espero que se equivoquen. La opinión de los vascos es más categórica y más voluble. Según unos, significa Uno contra todos; ojalá que acierten. Según otro, dos cadenas, y según otros, dos robles. En el acto de la Fundación Vasco-argentina, un especialista me dijo:
—¿Bioy? Dos lechos.
Le contesté:
—No tengo nada contra la poligamia.
Los interlocutores de hoy no recuerdan el verso.
en una de fregar cayó caldera
que todo el mundo conocía en tiempo de mi bachillerato. Sospecho que el verso es de Quevedo y si no me equivoco está seguido de:
transposición se llama esta figura…
Como ignoro cómo continúa propongo:
En una de fregar cayó caldera:
transposición se llama esta figura.
Si vuelve la frase un tanto oscura
oculta tu pobreza de sesera.
Cómo soy. Porque su marido estaba enfermo, sentenciado o poco menos por el médico que lo operó, mi amante pasó unos días de ansiedad y tristeza. Porque la quiero y también porque imaginaba la situación de ese hombre, la soledad del que ya nadie puede auxiliar, yo también estaba preocupado, y cuando ella, jubilosa, me anunció que los temores del médico resultaron infundados, que su marido estaba mejor, que no corría peligro, tuve una gran alegría. Me propuse que celebráramos las buenas noticias con un almuerzo… Como estaba contento empecé a desearla. Al rato imaginé que la celebración se extendería a una siesta a la que imaginativamente enriquecí con diversas situaciones eróticas. Esto puede parecer una incoherencia de conducta y sentimientos. A mí la alegría me impulsa al amor físico.
Noche del miércoles 30 al jueves 31 agosto 1983. Después de un día en que sentí a las mujeres aún menos hospitalarias que de costumbre, tuve sueños agradables: una larga cabalgata en el campo, en la que descubrí que me había olvidado del lumbago, y dos mujeres, extraordinariamente afables, que me mimaban, que se recostaban en mis pudenda, no con el propósito de excitarme, sino porque me querían y porque nuestras caricias, nuestras recíprocas entregas, eran lo consabido, lo natural entre nosotros.
4 septiembre 1983. Un aviso de Emecé, en La Nación de hoy, anuncia la cuarta edición de Dormir al sol (cuarenta y tantos mil ejemplares). No está mal.
José Bianco. Me dice:
—¿Qué te parece la Barrenechea?
—Menos inteligente que simpática.
—¿Te parece simpática?
—Nada.
—Menosprecia a todos los escritores aceptados y exalta supuestos méritos de escritores mínimos como Felisberto Hernández y Oliverio Girondo. Ésos son los grandes escritores para ella.
No le dije que Pezzoni está preparando un artículo sobre Felisberto Hernández. Bianco reflexionó con tristeza:
—¡Qué estúpidos son los profesores!
Me habló de una revista literaria.
—¿Sabés quién va a ser el secretario?
—No.
—Tu joven vecino.
—¡Qué raro el amor de ese muchacho por la literatura! No lo lleva a leer… Además, ¿por qué dedicarse a una actividad para la que no se tiene aptitudes? Es como si yo me dedicara al box.
Una consulta al médico de cabecera.
BIANCO: Tengo que ver a un otorrinolaringólogo.
FLORÍN: ¿Para qué?
BIANCO: Estoy sordo de un oído.
FLORÍN: ¿A quién vas a ver?
BIANCO: Creo que a Zubizarreta.
FLORÍN: Un momento (consulta con otro médico). ¿Qué tal es Zubizarreta? (Después de un momento a Bianco). Podés ver a cualquiera.
La fama. Yo era cliente del lustrador que trabajaba en las arcadas del hotel Alvear. Un día me esperó en casa y me pidió unos pesos prestados. Se los di. A los pocos días lo encontré de nuevo en la puerta de mi casa.
—Me ha pasado una cosa muy desagradable —me explicó—. El encargado del edificio me dijo que va a dar a otro el permiso de lustrar ahí. Me lo dijo hoy y ni siquiera me permitió que trabajara el resto del día. Le vengo a decir esto porque no quisiera que usted pase por ahí y al no verme piense que me fui a otra parte para no devolverle lo que le debo.
Le contesté:
—Nunca pienso mal de un amigo.
Le gustó mucho la frase. Al rato me dejó entender que ni siquiera tenía plata para comprar lo necesario para seguir lustrando. Contra toda cordura (tal vez) le di unos pesos más.
A los pocos días me devolvió parte de la deuda. Según me contó, en el Club Francés dijo que me conocía y le propusieron que lustrara en la peluquería del club. Estaba muy contento.
—Mi señora y mi hija le mandan un beso —me dijo—. Me pidieron que las disculpe de no venir a dárselo personalmente, pero como vivimos en Merlo y todavía estamos un poco cortos de fondos van a dejar el viaje para más adelante. Es increíble lo que hoy día cuesta viajar. Yo soy casi analfabeto, no me avergüenzo de decirlo, pero ellas leen y me pidieron que le diga que el libro que más les gusta es Héroes y tumbas.
10 septiembre 1983. Con mucha pena leo en el diario que murió Bruno Quijano.
Mi joven vecino habla de nueva novia:
—No me molesta nada.
—¿Y cómo es?
—Muy linda, pero casi no habla. Me gustaría que hablara más.
—Entonces tal vez fuera molesta.
—Tenés razón.
—¿Qué hace?
—Es traductora.
—¿Va a traducir tus cuentos?
—Así lo espero.