Por cierto, el siguiente fue otro día de ansiedad, de andar sin saber por dónde. Menos mal que si tenía que dar un vuelto, no cometía errores, que si el pasajero quería ir a Triunvirato y Piran (es un decir), lo llevaba a Triunvirato y Piran; pero acaso no fuera él quien daba el vuelto y manejaba el auto, sino sus actos reflejos de viejo taximetrero.
A eso de las cuatro de la tarde, como estaba en el centro, dejó el auto en un garaje y se largó a casa de Leiva. Abrió la puerta Beatriz.
—En qué andarán ustedes dos. ¿Una conspiración? Algo se traen. ¿Ves? Y, lo que es a mí, no me gustan los secretos. Para qué negarlo, me dan rabia, pero como soy buena, te paso el mensaje que dejó tu amigo: «Entre Tristán Suárez y Máximo Paz, una casa un poco retirada de la ruta, pero sobre la ruta, y sola, sin vecinos». ¿Entendés? Yo, no.
—Yo tampoco.
—Dice que si pasas esta noche te da más precisiones. Así que te esperamos a cenar.