XXI

Más temprano que de costumbre llegó al garaje. Le preguntó al peón si alguien lo había llamado por teléfono. El hombre contestó:

—Usted no va a creerme. Hay días en que el teléfono llama no sé cuántas veces. Hoy está callado… Pero, discúlpeme: ¿quién quiere que lo llame? A esta hora, óigame bien, la gente no habla por teléfono, ¡duerme!

La réplica del peón no le hizo gracia; pensó que a lo mejor era un signo de que todo le saldría mal ese día. Si iba a Temperley tal vez únicamente consiguiera que don Pedro se enojara para siempre con él. En cambio, si se ponía a trabajar, a lo mejor cuando volviese habría para él un llamado de un tal don Pedro y por qué no de… «Más vale no pensar cosas buenas».

Trabajó más horas que nunca. Estaba llegando a Hidalgo y Rivadavia, cuando se dijo: «Tengo que aclarar las cosas con don Pedro. Yo sé que no volveré a hacerle mal a su hija. Yo sé que nunca volveré a beber. ¿Por qué voy a quedarme callado cuando él se enoja? Sin faltar a la verdad…».

No supo cómo seguir la frase. «¿Cómo sé que el viejo no piensa que lo peor que puede pasarle a su hija es volver conmigo?». Para qué negarlo, cuando bajó del coche frente a la casa de don Pedro, estaba intimidado.