«No voy a pensar en nada», se dijo al entrar en la cama. «Sobre todo no voy a pensar en estas cosas». Estaba cansadísimo y muy triste. Como a la noche no podía largarse a Temperley, lo mejor dormir. ¿Para qué lo había llamado el padre de Valentina? ¿Para disculparse? Para decirle: «Acá está Valentina. Quiere hablarte». No debía hacerse ilusiones: traen mala suerte. La posibilidad, sin embargo, no era tan disparatada. A lo mejor don Pedro le contó a su hija cómo lo había tratado y ella le dijo: «Vas a llamarlo para pedirle disculpas», claro, y hasta a lo mejor ella hablaba con él después. Qué manera de hacerse ilusiones. ¿No estaría volviéndose loco? ¿Podía saber algo de lo que pasaba en casa de don Pedro? Circunstancias indescifrables para él lo habían impulsado a llamarlo. Desde luego, lo más probable es que fuera para disculparse, pero también era posible que si él de nuevo le preguntara por Valentina, el viejo volviera a enojarse y a cortar la comunicación. Quizá él debiera empezar por convencerlo de que había dejado la bebida. «Hay gente que no quiere un borracho para yerno», sentenció para sus adentros. «Y yo, si estuviera en su lugar, ¿lo querría?». Cuanto antes debía asegurarle a don Pedro que él ya no se emborrachaba. «¿Porque yo lo sé creo que todos lo saben? Mañana a la mañana me largo a Temperley para poner las cosas en claro con don Pedro». No durmió en toda la noche.