XIX

A la otra mañana, cuando llamó a casa de Valentina, lo atendió don Pedro. La extraña situación que le había tocado vivir en Temperley, se reprodujo por teléfono. El señor le habló afectuosamente hasta el momento en que él le preguntó por Valentina.

—¿Hasta cuándo me van a perseguir los entrometidos? —preguntó don Pedro y cortó la comunicación.

Morales pensó que había una diferencia entre las situaciones: en la entrevista el señor se mostró apenado pero seguro; en cambio por teléfono protestó con una voz lastimosa, que se ahogó en un sollozo. Esto le pareció raro.

Fue uno de esos días que a veces le tocan al taxista. Donde usted deja un pasajero, le sube otro. Del rendimiento no podría quejarse, pero trabajaba con la mente en otra cosa. Al dejar el Rambler, contó el dinero (ni de apuntar los viajes en su libreta le habían dado tiempo los pasajeros) y la suma fue tan considerable que lo sorprendió. Ya se iba, cuando el dueño del garaje le gritó:

—Se me olvidaba. Un tal Pedro te llamó por teléfono.