A la noche soñó con Valentina. Cuando la angustia lo despertó, se dijo (una vez más) que aprovecharía su trabajo para buscarla por Buenos Aires.
Se quisieron en el 49, cuando él tenía trece años. Valentina vivía en la calle Hortiguera, entre Directorio y José Bonifacio. Solían encontrarse a unas cuadras de la casa de ella, frente a la fábrica de cigarrillos Pour la Noblesse, en la calle Puán. Desde entonces asociaba con esa chica el aroma a tabaco, que se olía en toda la cuadra y que le gustaba (porfiaba que no era a cigarrillos, sino tal vez a humo de pipa). Aun cuando se veían diariamente, ese olor le traía nostalgias. Del amor que tuvieron recordaba muchos momentos, largos paseos por el Parque Chacabuco y ocasionales funciones del cine de la avenida Rivadavia (si por alguna changa había reunido unos pesos).
Tan chicos eran, que solían encontrarse en el parque, en el sector de los columpios, del sube y baja, de las hamacas y del tobogán. Al llegar una tarde divisó, con lo que pudo parecerle un mal presentimiento infundado, al Gordo Landeira, que se dirigía a una hamaca donde había dos chicas. Morales vio, primero, la risueña cara de una de ellas, después una mano del Gordo, que se levantaba y abofeteaba a la otra chica de la hamaca. El Gordo, con esa mano, se arregló cuidadosamente el pelo y, al dar un paso atrás, dejó ver la llorosa cara de Valentina.
Corrió hacia ellos Morales.
—Te voy a romper el alma —le dijo al Gordo.
Se tiraron trompadas que no llegaron y, cuando se trabaron en el cuerpo a cuerpo, Morales descargó una serie de golpes cortos en el estómago de su contrincante. Este comentó en tono sarcástico:
—Qué fuertes.
Tuvo una vacilación, que el Gordo aprovechó para tomarlo de las manos, empujárselas para atrás y obligarlo a arrodillarse. Entonces, por un instante, se vio libre y recibió un puntapié en la cara. Quedó en el suelo, boca abajo, llorando de rabia.
Una mano femenina lo acarició. Se incorporó. Vio, a su lado, a la otra chica.
—Valentina, ¿dónde está?
—Cuando vio que te iba mal, se escapó.
—¿Por qué le pegó Landeira?
—Se burlaba de él.
—¿Cómo te llamás?
—Ercilia.
Al día siguiente Morales fue al parque, a la misma hora. Encontró, en el sube y baja, a Valentina y al Gordo. Creyó que no lo habían visto, hasta que a un tiempo, como dos muñecos, mientras subían y bajaban volvieron la cara y, con iguales muestras de burla y asombro, alternadamente, el que llegaba arriba en el sube y baja, le sacaba la lengua.
Un día supo que Valentina se había ido del barrio. Dejó de verla… Por aquella época Ercilia trabajaba en la fábrica de galletitas de la calle Laferrére. Solía esperarla a la salida. «Muy buena chica, pero no era lo mismo».
«A la vuelta de un año», reflexionó, «los taxistas recorremos todo Buenos Aires, por grande que sea. Quién me dice que un día no la encuentre. No va a ser fácil». Para peor buscaba la cara de una chica de once años y Valentina, si vivía, ya había dejado atrás los veinte.