3

—¡Nuevos!

—¡Han llegado presos nuevos!

—¿De dónde venís, camaradas?

—Amigos, ¿de dónde venís?

—¿Qué lleváis en el pecho y en la gorra? ¿Qué son esas manchas?

—Ahí estaban nuestros números. Y también en la espalda, y en la rodilla. Cuando nos sacaron del campo de concentración nos los arrancaron.

—¿Qué quiere decir eso de «números»?

—¡Señores, por favor, en qué siglo vivimos! ¿Números en las personas? Lev Grigórich, permítame preguntarle si esto es signo de progreso.

—No generalice, Valentulia, mejor váyase a cenar.

—¡Cómo voy a cenar si hay lugares donde la gente lleva números en la frente!

—¡Amigos! La segunda quincena de diciembre darán nueve paquetes de Bielomor por cabeza. Es una oportunidad. ¡Al ataque!

—¿Es Bielomor Yava o Bielomor Dukat?

—Mitad y mitad.

—Qué canallas, nos inundan de Dukat. Me quejaré al ministro, lo juro.

—¿Y qué monos son esos? ¿Por qué parecéis todos paracaidistas?

—Han impuesto ese uniforme. Antes nos daban vestidos de lana y abrigos de paño, pero ahora nos aprietan las clavijas, esos perros.

—¡Fijaos, presos nuevos!

—Han llegado presos nuevos.

—¡Eh! ¡Guapos! ¿No habéis visto nunca presidiarios de carne y hueso? ¡Llenan todo el pasillo!

—¡Bah! ¡A quién estoy viendo! ¡Dof-Donski! ¿Pero dónde has estado, Dof? ¡En el 45 te estuve buscando por toda Viena, por toda Viena te estuve buscando!

—Y van andrajosos, sin afeitar. ¿De qué campo de concentración venís, amigos?

—De diferentes campos. De Rechlag…

—… de Dubrovlag…

—Hace nueve años que estoy preso y no creo haber oído hablar de tales campos.

—Son nuevos, son los osoblag[2]. Aparecieron después de 1948.

—A mí me pescaron a la salida del Prater de Viena, me pillaron y al cuervo§

—Espera Mitiok, deja que escuchemos a los nuevos…

—¡A pasear! ¡A pasear! ¡Al aire libre! Lev interrogará a los nuevos, no te preocupes.

—¡Segundo turno! ¡A cenar!

—Oziorlag, Luglag, Steplag, Kamyshlag…

—Cabe suponer que en el MVD[3] hay un poeta incomprendido. Le falta cuerda para un poema y no se decide a versificar, pero da nombres poéticos a los campos de concentración.

—¡Ja, ja, ja! ¡Qué gracioso, señores, qué gracioso! ¿En qué siglo vivimos?

—¡Silencio, Valentulia, silencio!

—Dispense, ¿cómo se llama usted?

—Lev Grigórich.

—¿También es ingeniero?

—No, soy filólogo.

—¿Filólogo? ¿Tienen aquí hasta filólogos?

—Pregunte usted a quién no tienen aquí. Hay matemáticos, físicos, químicos, ingenieros en radio, ingenieros en telefonía, constructores, pintores, traductores, encuadernadores, e incluso trajeron a un geólogo por equivocación.

—¿Y qué hace el geólogo?

—No lo pasa mal, se ha buscado trabajo en el laboratorio fotográfico. Incluso hay un arquitecto. ¡Y qué arquitecto! El arquitecto particular del propio Stalin. Le ha construido todas sus dachas. Ahora está preso con nosotros.

—¡Lev! Te haces pasar por materialista, pero atiborras a la gente de alimento espiritual. ¡Atención, amigos! Cuando os lleven al comedor veréis las tres decenas de platos que hemos apartado para vosotros en la última mesa de la ventana. ¡Saciad la panza pero no reventéis!

—Muchísimas gracias, ¿pero por qué os priváis de ellos?

—No nos cuesta nada. ¡Quién comería ahora salazones de Mezen y gachas de mijo! Bazofia.

—¿Qué ha dicho? ¿Que las gachas de mijo son bazofia? ¡Pues yo hace cinco años que no veo gachas de mijo!

—Quizá no sean de mijo. ¿No serán de magar?§

—Está usted loco. ¡De magar! ¡Que intenten darnos magar! Les…

—¿Qué tal se come ahora en las prisiones de tránsito?

—En la prisión de Cheliabinsk…

—¿En Cheliabinsk-nuevo o en Cheliabinsk-antiguo?

—Por la pregunta veo que es un experto. En el nuevo…

—¿Continúan economizando los retretes y obligando a los presos a defecar en una parashka, y luego, con la cubeta a cuestas, tienen que bajar desde la segunda planta?

—Todo sigue igual.

—Ha dicho usted sharashka. ¿Qué significa sharashka?

—¿Qué cantidad de pan dan aquí?

—¿Quién no ha cenado todavía? ¡Segundo turno!

—Cuatrocientos gramos de pan blanco, y el negro está en las mesas.

—Perdone, ¿qué quiere decir «en las mesas»?

—Pues eso, en las mesas, cortado. Si quieres lo tomas, si no, lo dejas.

—Disculpe, ¿esto qué es? ¿Europa?

—¿Europa dice? En las mesas de Europa hay pan blanco y no negro.

—Sí, pero a cambio de esta mantequilla y de este Bielomor doblamos el espinazo doce y hasta catorce horas al día.

—¿Do-bla-mos el espinazo? ¡En un escritorio no se dobla nada! Dobla el espinazo aquel que maneja el zapapico.

—Qué diablos, estamos en esta sharashka como empantanados, apartados de la vida. ¿Habéis oído, señores? Dicen que ahora se persigue la delincuencia y que ni en Krasnaya Presnaya se hace la calle.

—A los profesores les dan cuarenta gramos de mantequilla, a los ingenieros veinte. Cada uno da según sus facultades, a cada uno se le da según las posibilidades.

—¿Así que usted trabajó en Dneprostroi?

—Sí, trabajé con Winter. Y por culpa de esta central hidroeléctrica me encuentro aquí.

—¿Cómo es eso?

—Pues verá, se la vendí a los alemanes.

—¿La central eléctrica? ¡Pero si la volaron!

—¿Y qué, que la volaran? Incluso volada, se la vendí.

—Palabra de honor, ¡es como una bocanada de aire fresco! ¡Los traslados! ¡Las etapas! ¡Los campos de concentración! ¡El movimiento! ¡Ah, si pudiera llegar hasta el Pacífico!

—¡Y volver, Valentulia, y volver!

—¡Sí! ¡Y volver cuanto antes, naturalmente!

—Sabe usted, Lev Grigórich, este aflujo de impresiones, este cambio de ambiente, hace que la cabeza me dé vueltas. He vivido cincuenta y dos años, he sanado de una enfermedad mortal, me he casado dos veces con mujeres hermosas, he tenido hijos, he publicado obras en siete idiomas, me han concedido premios académicos, ¡pero nunca me sentí tan beatíficamente feliz como hoy! ¿Dónde he venido a parar? ¡Mañana no me harán marchar sobre agua helada! ¡Cuarenta gramos de mantequilla! ¡Pan negro en las mesas! ¡Los libros no están prohibidos! ¡Puedo afeitarme yo mismo! ¡Los carceleros no pegan a los presos! ¿Qué gran día es ese? ¿Qué cumbre luminosa es esa? ¿Me habré muerto? ¿Lo estaré soñando? ¡Se me antoja que estoy en el paraíso!

—No, respetable amigo, continúa estando en el infierno, pero ha ascendido a su mejor y más alto círculo, al primer círculo. ¿Me preguntaba qué era la sharashka? La sharashka, si quiere usted, la inventó Dante. Se devanaba los sesos pensando dónde colocar a los antiguos sabios. Su deber de cristiano le ordenaba arrojar a esos paganos al infierno. Pero la conciencia de un renacentista no podía aceptar que tan ilustres varones se mezclaran con los demás pecadores y fueran sometidos a castigos corporales. Y Dante ideó para ellos un lugar especial en el infierno. Permítame… suena aproximadamente así:

Surgió ante mí un alto castillo…

¡… ved qué bóvedas tan antiguas!

Rodeado siete veces por magníficas murallas…

Por siete puertas conduce el sendero al interior…

… entraste en un cuervo, por eso no viste las puertas…

Había hombres de cara imponente,

De mirada pausada y tranquila…

De rasgos ni alegres ni severos…

Y pude ver que una respetable

E ilustre muchedumbre se mantenía aparte…

Dime, ¿quiénes son esos hombres venerables

Diferentes de la turba que les rodea?

—Eh, eh, Lev Grigórich, yo le explicaré de un modo muchísimo más accesible a Herr Professor lo que es la sharashka. Hay que leer los editoriales del Pravda: «Está demostrado que la alta producción de lana depende de cómo se alimente y se cuide a la oveja».