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FINES Y ESTRATAGEMA
El Rectitud detectó la pequeña nave del Caos cuando atravesaba altrecho la Puerta de Cadia. El acorazado cambió inmediatamente su curso para acabar con ella antes de que pudiera llegar al Imperio, pero sólo asistieron a su desintegración espontánea como había sucedido con el Juggernaut del Caos.
Enviaron un grupo de cargadores provistos de garfios de abordaje para que recuperaran los restos de la nave. Dos de los supervivientes fueron arrastrados entre la confusión del maltrecho leviatán espacial, sembrado todavía de señales de la reciente matanza, para ser interrogados por Inteligencia Naval. Al principio fueron incapaces de explicarse, incluso cuando los colocaron en el potro de tortura. Sólo cuando les administraron sustancias narcotizantes para calmarlos y abrir sus mentes pudieron contar su increíble historia.
En cuanto al Marine Espacial, fue diferente. Todos lo miraron con asombro. El Comandante General Militar Drang acudió presuroso a verlo cuando le dijeron que había sido llevado a bordo. Cuando afirmó ser un Marine de la Primera Fundación de hacía más de diez mil años —afirmación apoyada por la armadura que llevaba puesta—, su asombro fue mayúsculo.
Pero la armadura llevaba también las marcas del Caos. Inteligencia Naval ni pensó en llevar a cabo un interrogatorio, y no había nadie de la Inquisición a bordo. El sargento Magron fue despojado de sus armas y de su armadura y encerrado en un calabozo construido especialmente, del que ni siquiera él podría evadirse. A su regreso sería entregado al Capítulo de los Ángeles Oscuros del Adeptus Astartes.
Una vez que hubieron comido y descansado, Rugolo y Calliden fueron llevados una vez más a presencia de un oficial perteneciente a Inteligencia Naval. No era ninguno de los oficiales que lo habían interrogado anteriormente. Evidentemente, también él había necesitado recuperarse. Llevaba un brazo en cabestrillo y la cabeza parcialmente cubierta con un vendaje. Andaba con rigidez, lo cual indicaba que tenía otras heridas, pero estaba impecablemente vestido con su túnica, sus pantalones de montar y sus botas de caña alta.
Habían oído que el acorazado llegaría pronto a la base de la Flota de Combate Obscuras. El oficial los hizo esperar en silencio mientras leía lentamente —y tuvieron la certeza de que no por primera vez— el informe del interrogatorio. Luego aventuró una opinión.
—Al parecer ambos se encuentran en una situación difícil.
—He perdido mi nave —respondió Rugolo, haciendo un gesto de asentimiento y reprimiendo un sollozo—. ¡He perdido todo lo que tenía! Por supuesto, si pudiera devolverme mi mercancía…
—¿Obtenida en el Ojo del Terror? —lo interrumpió el oficial con voz crispada—. ¿Conoce usted las penas por esta clase de tráfico?
Rugolo había albergado la esperanza de que a la Armada, por ser una organización puramente militar, no le interesaran las cuestiones legales.
—Bueno, eh, no exactamente…
—Y usted, navegante Calliden, usted encontró un camino para entrar en el Ojo y consiguió volver a salir. Una hazaña impresionante.
Calliden no respondió. El oficial de inteligencia se reclinó en su silla y los contempló con una expresión enigmática.
—Es posible que la Armada esté dispuesta a darle una nueva nave —le dijo a Rugolo—, siempre y cuando Calliden siga siendo su socio.
—¿De verdad?
—Veámoslo de esta manera. Ustedes han vivido una experiencia que ha vuelto locos a muchos hombres. Sin embargo, aparte de un trauma psíquico reversible, ustedes han salido prácticamente indemnes. Tal vez porque…
No terminó lo que había empezado a decir. Para él, los dos habían conseguido sobrevivir porque no eran lo bastante inteligentes como para apreciar en toda su magnitud el horror por el que habían pasado.
—Inteligencia Naval necesita personas como ustedes, capaces de introducirse en el Ojo. En suma, necesitamos agentes. Vamos a enviarlos de vuelta allí.
—¡No! —gritaron los dos al unísono—. ¡No!
—La elección está en sus manos —dijo cortésmente el oficial—. Pero se trata de algo más que de traficar con mercancías ilegales. Cualquier persona que ha estado en contacto con… con los de los Poderes Oscuros es entregado a la Inquisición y condenado a muerte. Pero tal vez ni siquiera eso sea necesario. Por negarse a los deseos del Emperador formulados por sus oficiales leales, serán condenados a una muerte aún peor.
Rugolo gruñó y Calliden se limitó a mirar al espacio.
* * *
El Comandante General Militar Drang sentía curiosidad. Un primer oficial le había informado de que no sólo tres individuos, sino también un cargamento de artefactos del Caos habían sido recuperados de la nave espacial en disolución.
Decidió examinar personalmente la mercancía. El primer oficial lo condujo al lugar donde se guardaba el botín, una cámara a la que acababan de restaurar la presurización. Sus botas resonaban sobre las cubiertas al andar. En torno a ellos, la nave estructuralmente debilitada crujía y gruñía de manera inquietante, mientras sus motores inestables la impulsaban a través de la disformidad.
De camino miró brevemente a través de su monóculo. Qué extraño. Su inminente encuentro con el asesino de Callidus, que durante tanto tiempo lo había entusiasmado, ya no estaba allí. En cambio había algo más, algo resplandeciente e inexplicable.
¿Podría haber sido anulado el edicto de asesinato en recompensa por su heroísmo?
—Espere aquí —ordenó al primer oficial al llegar a la puerta de la cámara.
Drang entró. La cámara estaba húmeda y mal iluminada. Había algunas cajas abiertas y toda una hilera de cajones. Se dirigió a una de las cajas que estaba llena de pequeñas botellas panzudas y acanaladas rellenas con líquidos de diversos colores. Levantó una y la examinó. Su monóculo emitió un breve fulgor ante la botella, mostrando algo que burbujeaba en su interior: una clase de bebida. Volvió a colocarla en su sitio con cuidado.
Encontró una palanqueta y abrió el primer cajón. Contenía varios objetos. Un tetraedro que cambió de forma al levantarlo y tras salir volando de su mano, repiqueteó en el suelo en el extremo opuesto de la cámara. Un tiovivo con luces de colores que empezó a girar en cuanto lo levantó y que llevaba figuras y cabalgaduras irreconocibles que cambiaban constantemente; le produjo un intenso disgusto y lo volvió a dejar.
Por fin dio con algo cuyo aspecto le resultaba familiar: un cilindro de filigrana que se parecía un poco a un telescopio. Lo cogió y al acercarlo a su ojo natural vio la enorme nave de una catedral, más grande que cualquiera que hubiera visto en su vida, tan enorme que contenía dos inmensos titanes. En ella había gran bullicio, y en el extremo más lejano…
De un manotazo, apartó el aparato de su cara.
«¡No! ¡No podía ser!»
Tardó un momento en darse cuenta de que el «telescopio» se había elevado de su mano. Sólo entonces le sorprendió ver cuánto se parecía a una versión ampliada de su monóculo, y cuando los dos se fusionaron, intentó desprenderlos, aunque para ello tuviera que arrancar el monóculo de su ojo, pero tuvo la impresión de que sus manos sólo encontraban algo líquido y blando.
Lo que pudo ver a través de la unión de los dos instrumentos lo llenó de un terror inenarrable.
Oyó una voz halagadora que le hablaba desde lo más profundo de su ser. «Era inevitable que llegaras a esto, comandante. Este es el resultado de tu afán de gloria. ¿Acaso tu madre no te advirtió nunca que no compraras nada de origen alienígena?»
Cómo hubiera deseado el Comandante General Militar Drang haber encontrado la muerte en las manos misericordiosas del asesino de Callidus. Vivo y completamente consciente fue arrastrado entre alaridos al espacio disforme.
* * *
El Comandante General Militar Invisticone estaba pensando en Drang desde su alojamiento de la Base Pacificus. Pensaba en que nunca había conseguido cumplir su deseo de aquel duelo final. No obstante, estaba seguro de que Drang había acabado como habría querido, con un sable de energía en la mano.
La Flota de Combate Pacificus había vuelto a su dársena varios días antes. Invisticone había presentado su informe a los Altos Señores y ahora esperaba su resolución final.
Cogió una botella que tenía guardada desde hacía diez años para volver a llenar su copa de vino. Al hacerlo vio de refilón un movimiento en el otro extremo de la estancia. Un hombre joven estaba allí, pero en esta ocasión no estaba desnudo.
—De modo que eres tú —murmuró Invisticone esbozando a continuación una sonrisa.
* * *
El Chi’khami’tzann Tsunoi, el Señor Emplumado, con las vestiduras hechas jirones tras su sangrienta pelea con el Devorador de Almas, se retorcía y daba coletazos de rabia mientras los demás Señores de la Transformación se arremolinaban a su alrededor, burlándose y mofándose.
—¡El Gran Inventor!
—¡El Urdidor de Estratagemas que se Desmoronan!
—¡Con un solo Marine Espacial, el Emperador ha echado por tierra tus planes!
—¡Hacedor de materia!
Uno se detuvo ante él.
—¿Creías que eras el primero en fabricar materia falsa? ¡Es imposible darle estabilidad! ¡No se altera tan fácilmente el equilibrio cósmico!
El Gran Inventor, el Urdidor de Estratagemas que se Desmoronan, era un joven gran demonio de Tzeentch que había pecado por exceso de confianza y por ello iba a ser castigado.
—¡Has disgustado al Gran Conspirador! Él nos ha dado poderes superiores a los tuyos. ¡Él ha revelado tu nombre secreto!
Y mientras se burlaban y entonaban las sílabas impronunciables que lo despojaban de su poder, el Señor Emplumado fue languideciendo y huyó a una región desértica, poblada sólo por demonios estúpidos que murmuraban incoherencias y que existían un momento para dejar de existir al siguiente.
* * *
Sólo podía haber un final para un Ángel Oscuro que se hubiese rendido al Caos, es decir, un Ángel Caído, cuando regresaba a su Capítulo. Tras haber sido trasladado a la fortaleza-monasterio de la Roca, lo único que quedaba de Caliban, el mundo originario de los Ángeles Oscuros, Abdaziel Magron pasó muchos meses en una mazmorra fría, interrogado por los capellanes y bibliotecarios del gran Capítulo. El interrogatorio fue exhaustivo. Se valieron de todos los medios disponibles para llegar a los recovecos donde sospechaban que Magron podía retener información o albergar pensamientos ocultos.
Magron realizó una confesión completa y se arrepintió de su pérdida de fe en el Emperador. Las torturas más brutales no consiguieron arrancar una sola queja de sus labios. No dijo nada para restar importancia a su pecado, y finalmente se le concedió la extremaunción, se le dieron las últimas bendiciones y una muerte rápida.
Hay secretos que no conoce siquiera el Círculo Interior de los Angeles Caídos, y un secreto último que no comparte con nadie el Dios-Emperador. En lo más profundo de la Roca, en el centro de lo que fue otrora el planeta Caliban, hay una cámara sellada, inaccesible. En ella yace dormido el Primarca del Capítulo, Lion El’Jonson, que fue llevado allí por los Guardianes en la Sombra aquel terrible día en que el Capítulo de los Angeles Oscuros se escindió.
Sólo el Dios-Emperador, y tal vez la mente inconsciente del Primarca por cuyo intermedio había actuado el Dios-Emperador, sabía lo que había empujado y guiado el cuerpo congelado del sargento Magron en su largo viaje hacia el Ojo del Terror, un arma secreta dirigida al corazón del Caos.
Sólo ellos, y tal vez otro más.
* * *
En un alto y apartado palacio, lejos, en el espacio disforme, un Chi’khami’tzann Tsunoi muy anciano, asentía y parpadeaba de admiración por el Emperador de la especie humana. El Chi’khami’tzann Tsunoi había sido uno de los primeros creados por el gran Señor de la Transformación, y muchos lo tenían por alguien casi tan sabio y tan astuto como el propio Tzeentch. Había sido él quien había manipulado al joven e inexperto Gran Inventor y luego se había deshecho de él. Reconoció que el Emperador era un dios por derecho propio, digno de ser un aliado del propio Tzeentch; tal alcance tenía su visión de futuro, tan sutil era su capacidad para detectar los elementos que, al más leve roce, podían cambiar el curso de los acontecimientos. Incluso se había valido de las fuerzas del Caos para colocar sus piezas.
Pero el juego continuaba, y continuaría durante milenios. El Emperador había manipulado al Caos, pero el gran demonio, a su vez, había manipulado al Emperador. Todo eran manipulaciones dentro de manipulaciones y el que no lograra verlas perdería.
El Emperador era un gran señor, pero estaba aprisionado por la envoltura de su forma material, mantenida con vida por los mortales que temían perder a su protector. Tarde o temprano sus esfuerzos fracasarían, la envoltura moriría y el Emperador llegaría sin trabas a los reinos celestiales.
En aquel momento empezaría la verdadera guerra. El Emperador se empeñaría en eliminar a los cuatro poderes del Caos e integrarlos en un todo coherente y armonioso, armonizando así la mente de la especie humana, pero los señores celestiales no querían ser absorbidos de esa manera. ¿Qué es la cordura comparada con la gloriosa locura de los Dioses del Caos separados, siempre en guerra unos con otros?
El anciano demonio era paciente, como deben serlo todos los estrategas. Su fin último era la muerte del Emperador. Para ello había puesto en marcha impulsos que sólo él y el mismísimo y bendito Tzeentch podían ver.
En su alto y apartado palacio, el Chi’khami’tzann Tsunoi observaba y esperaba.