18: A bordo de la nave zooforme

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A BORDO DE LA NAVE ZOOFORME

El sargento Magron sintió un profundo rechazo hacia la nave zooforme, tanto por su aspecto exterior como por su diseño y mobiliario. No le sorprendió cuando le dijeron que había sido alterada por el Caos. Esas líneas netas, tan poco naturales, eran una afrenta.

Se había vuelto a quitar el casco, pero prefirió no despojarse de la armadura. El mercader y el navegante, asustados, percibían su presencia en el fondo de la cabina como algo amenazador. Era un Marine Espacial y no podían desobedecerle ni discutir con él, pero había cosas que tenían que explicar. Una era que, por el momento, no había posibilidad de saltar al espacio disforme ni necesidad de salirse del alcance del sol negro.

Magron pronto pudo apreciar el fenómeno por sí mismo mientras Calliden conducía la nave a través del Sistema Planetario de la Rosa. La misteriosa fuerza que los había atraído hacia ella ya no se dejaba sentir.

—Esta es una región peligrosa —le dijo a Rugolo—. Busque unos trajes espaciales para usted y para el navegante por si se produce un ataque.

Rugolo obedeció, y aprovechó la ocasión para inspeccionar la nave y en particular el contenido de la bodega.

Cuando regresó, encontró a Calliden nervioso. Se habían alejado del Sistema Planetario de la Rosa una distancia equivalente a varias veces su diámetro y había encontrado huellas espaciales, el equivalente de huellas de disformidad, muchas de las cuales seguían la misma dirección.

Magron recordó las palabras del demonio sobre una gran batalla espacial. ¿Había intentado realmente el Imperio invadir el Ojo?

—Sígalas —ordenó—. Pueden conducirnos al espacio normal.

Calliden obedeció. El Ojo, con su coloración anormal del espacio, sus formaciones de estrellas y sus nubes de gas, iba pasando junto a ellos. Se sentía incómodo por la falta de cápsula y de toda la iconografía habitual de una nave espacial. La nave pintada era casi una blasfemia, una negación de la santidad.

Una agradable campanilla musical sonaba en alguna parte de la pantalla, diferente de cualquier señal de advertencia estándar, confundiéndolos. Poco después, Calliden descubrió que su finalidad era atraer su atención hacia el tabulador de contacto. Una nave se aproximaba a gran velocidad.

—¡Póngase a su altura! —ordenó Magron cuando le comunicó la noticia. Mientras procuraban acercarse, Magron se acercó a la videopantalla. Pronto tuvieron la nave a la vista, primero en la pantalla de aumento y poco después junto a ellos, acechando a la pequeña nave iridiscente, mostrando su enorme tamaño.

Era una nave de guerra, un tipo de acorazado, pero no había salido de ningún astillero del Imperio. Sus torretas, obedeciendo a algún plan descontrolado y descabellado, sobresalían formando ángulos imposibles. Su proa era una masa enorme pensada para actuar como ariete, aunque en lugar de tener forma de cuña, estaba configurada como la cabeza de un martillo, como si la idea fuera que se destruyese junto con el enemigo, aunque podía haber aplastado a la nave pintada como si fuera una mosca. No cabía duda de que era una nave del Caos.

Rugolo y Calliden se quedaron paralizados y Magron musitó una plegaria al ver que apuntaban hacia ellos los cañones.

Sin embargo, no dispararon. En lugar de eso se produjo un espectáculo increíble. La inmensa nave de guerra empezó a desintegrarse. Empezaron a aparecer en ella enormes agujeros y las intrincadas torretas se fueron resquebrajando y deshaciéndose en fragmentos que se alejaron flotando por el espacio. Daba la impresión de que la nave se estaba disolviendo. En menos de un minuto quedó reducida a una carcasa que parecía haber sido despedazada por aves de rapiña. Fue un espectáculo horrible ver cómo se debatían sus tripulantes, que se contaban por miles, al ser arrojados al vacío desprotegidos.

Entonces, de una gran bodega situada en las entrañas de la gran nave de guerra, salió otra nave igual o un poco mayor que la nave espacial pintada. Daba la impresión de que estaba hecha de bronce bruñido, pero se parecía más a un animal que a una nave, como si fuera un cuerpo de metal vivo, capaz de flexionarse y de virar. De la sección correspondiente a la cabeza sobresalían unos ojos color púrpura semejantes a los de un insecto, que Calliden pensó que podía tratarse de escotillas de observación, y de su cuerpo o casco principal, unas robustas patas. Se lanzó contra la nave pintada.

—¡Acción evasiva! ¡Pónganse los cascos! —gritó Magron.

Era demasiado tarde. El ataque de la nave zooforme fue salvaje y rápido, pero no utilizaron arma alguna. Durante un breve instante vieron en la videopantalla su recubrimiento exterior. Daba la impresión de que fuera de metal vertido y dejado endurecer sin utilizar ningún molde. Luego se oyó un choque ensordecedor. El motor de tracción se detuvo con un chirrido. Todas las luces se apagaron y la cabina empezó a desmoronarse.

Calliden tuvo la impresión de que la nave del Caos estaba devorando su nave como si fuera una presa. Se produjo una fuerte convulsión, una gran confusión y luego un crujido y un frenazo antes de que todo quedara en silencio y volviera la luz.

Calliden se encontró tumbado sobre una superficie caliente y desigual. Rugolo y el Marine Espacial estaban junto a él en un largo espacio cavernoso con paredes de un color amarillo uniforme y llenas de rugosidades y protuberancias. Había fragmentos diseminados del interior de la nave iridiscente por todo el recinto: la cabina aplastada, restos achaparrados de la bodega de carga y de sus cajones y cofres formando una pila. No había la menor señal de la tripulación. Daba la impresión de que la nave zooforme hubiera actuado por propia iniciativa.

Calliden avanzó gateando hacia adelante y se encontró mirando por unas escotillas de color púrpura. Pudo ver los restos de la nave pintada: el casco aplastado, los álabes rotos, los motores convertidos en una masa informe.

Como un hambriento depredador, la nave zooforme había devorado las partes más aprovechables de su víctima, es decir, la cabina y la bodega, aunque Calliden no tenía la menor idea de cómo lo había hecho ya que no tenía boca visible. Al mirar hacia abajo vio una especie de tablero de control. Un pensamiento extraño lo asaltó. ¿Acaso la nave zooforme estaba buscando una tripulación?

Oyó un zumbido procedente de popa. Era el motor de tracción que funcionaba en vacío.

Rugolo reía histéricamente mientras examinaba la carga de la nave que había sido trasvasada junto con ellos.

—Navegante, ¿puede explicar lo que ha pasado? —preguntó Magron a Calliden, acercándose a él.

—En el lugar en que nos encontramos, nada tiene mucho sentido.

—¿Esto es una nave? ¿Puede pilotarla?

—Creo que sí.

Magron hizo un gesto de asentimiento. Ya había viajado antes en una nave zoomorfa.

—Entonces —dijo—, reemprendamos el viaje.

Calliden debía permanecer de pie, ya que la nave carecía de asientos.

Se hizo cargo de los controles. El motor rugió y la nave zoomorfa salió disparada hacia adelante.

* * *

La lucha a bordo del Rectitud se había acabado. Los cuerpos lacerados y destrozados de innumerables hombres-bruto eran expulsados al espacio, arrojados a través de los agujeros y aberturas producidos en el casco de la nave de guerra.

Inexplicablemente, la nave del Caos que había arrollado al Rectitud se había desvanecido. El fenómeno debería ser sometido a análisis más adelante. Por ahora, el objetivo principal era salir del Ojo del Terror.

El Comandante General Militar Drang, fatigado por el esfuerzo de la lucha cuerpo a cuerpo, había regresado al puente para descubrir que la lucha también había afectado a aquella zona. Sus almirantes y casi toda la tripulación del puente habían muerto defendiendo a los navegantes, sin los cuales no sería posible volver a casa. Uno de los tres había sobrevivido. Al parecer nadie se había ocupado de los psíquicos. Uno de ellos tenía el cráneo destrozado; los otros dos vivían, pero transformados en unos dementes babosos.

La nave del Caos había abierto un enorme agujero en el Rectitud. El Comandante Drang empezó a recibir informes. Los ingenieros calculaban que había quedado intacto el suficiente número de las rodas que transmitían fuerza a través de la estructura de la nave, pudiendo mantenerse de una pieza durante el vuelo siempre y cuando se cortaran las secciones debilitadas. Los visores de disformidad podían repararse y ya habían conseguido restablecer la energía.

Lo más preocupante eran las tracciones. Durante tres días prosiguieron los trabajos. Por fin Drang recibió el informe que esperaba. Dos de las cuatro tracciones de espacio real y una de las cinco de espacio disforme no funcionaban.

Todos los navegantes que Drang había llevado consigo eran especiales. Sabían cómo encontrar la Puerta de Cadia.

El Rectitud, maltrecho pero no inutilizado, se puso en camino.

* * *

Calliden se dio cuenta de que la nave zooforme podía desarrollar la misma velocidad que la Estrella Errante en la fusión de disformidad-espacio real. Pero sin la enorme huella de la flota de combate del Imperio probablemente nunca hubiera encontrado el camino hacia la Puerta de Cadia. Tampoco se hubiera atrevido a atravesarla de no haber sido por la insistencia del Marine Espacial. Había supuesto que serían atacados por las naves del Caos, pero no ocurrió tal cosa, aunque no supo si se debió a que viajaban en una nave del Caos o a que la flota de combate —si Magron estaba en lo cierto y había realmente una flota de combate— había despejado el camino.

Había otra cosa que lo preocupaba. ¿Tendría la nave zoomorfa una tracción de disformidad? En el panel había una palanca que bien podía ser eso, pero Calliden no podía leer las escasas runas y sellos del tablero. No le resultaban familiares e incluso le era difícil distinguirlas. Eran runas del Caos.

La nave zoomorfa obedecía sus órdenes y avanzaba por el espacio azulado sin manifestar una voluntad propia.

Fue transcurriendo el tiempo. Rugolo dormía, pero Calliden y Magron se mantenían vigilantes. De repente, la nave empezó a trepidar. Rugolo se despertó, alarmado por la idea de que pudiera estar volviendo a la vida, pero no fue así. No había un tabulador que indicase a Calliden la velocidad pero supo instintivamente que estaban desacelerando progresivamente hacia la velocidad normal de la luz.

Tampoco había una videopantalla, tan sólo la visión directa a través de las escotillas. Se asomó a una de ellas. No era fácil saberlo porque los cristales tenían un tinte púrpura, pero le pareció que el leve azul del cielo empezaba a deslizarse de nuevo hacia el negro.

Otra trepidación, esta vez más violenta. Debían de estar saliendo de la zona de la fusión.

Era el momento de saltar al espacio disforme. Agarró la palanca con fuerza y tiró de ella. No sucedió nada. Al menos no lo que él esperaba. Al parecer, la palanca no producía ningún efecto. Si había una tracción de disformidad, no funcionaba.

Sintió que lo recorría un estremecimiento de terror. ¡Varados en el espacio interestelar sin una tracción de disformidad! Pero aún era peor. Rugolo profirió un grito ronco.

Se había apoyado en la pared de la nave zooforme para afirmarse y se había quedado con un trozo en la mano.

—¡Tiene la consistencia del papel!

En aquel mismo instante, las palancas de tracción en las que Calliden tenía puestas sus manos se desprendieron mientras él las miraba atónito. Miró a sus compañeros. La nave se estaba desintegrando.

—¡Pónganse los cascos! —gritó Magron antes de cerrar su casco blindado.

El proceso de disolución fue increíblemente rápido. Casi no había acabado de sujetar los cascos a los anillos de sujeción de los trajes que ya llevaban puestos, cuando unos agujeros desiguales aparecieron en las paredes de la nave. El aire salió por ellos. La materia de que estaba hecha la nave se curvaba y desaparecía como el papel en un incendio.

En apenas medio minuto la nave había desaparecido. Sus tres ocupantes junto, con unos cuantos fragmentos de la nave de Gundrum y la mayor parte de las mercancías, quedaron flotando en el espacio.

El reducido grupo se mantuvo unido. Nada amenazaba con dispersarlos de forma inminente. Permanecieron en silencio mirando el enorme remolino que era el aspecto que presentaba desde aquí la tormenta de disformidad del Ojo del Terror, la fuente de todas sus desventuras.

Para Magron no era nueva esta situación. ¿Sería arrastrado otra vez al reino del Caos? ¿Pero esta vez no entró en an-sus. Al menos todavía no.

Sin embargo, ése no era el fin. Transcurrió una hora y entonces una sombra móvil se recortó contra la luz de las estrellas. Por segunda vez apareció ante sus ojos una gigantesca nave de guerra.