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EL ACORAZADO «RECTITUD»
Con la remachadora atada a su muslo y su cinturón cargado de herramientas, el Mecánico de Reparaciones de Tercera Gragsch se arrodilló junto al transformador secundario auxiliar, uno de una fila de cincuenta, que había intentado poner en servicio por todos los medios. Aplicó el oído a la carcasa y, tras escuchar con atención, sacudió la cabeza. Lo había ajustado todo, había reemplazado las piezas desgastadas, pero su funcionamiento no era uniforme.
El mundo de Gragsch era una caverna desordenada, una de las muchas que había en las entrañas del acorazado de clase Gótico Rectitud. Por todas partes había columnas claveteadas y ennegrecidas. La proliferación de tubos, cables y cintas de datos la convertían en una jungla. Tuberías cuyo diámetro variaba entre tres y treinta centímetros se abrían camino a través del espacio sombrío. A cada lado había una mezcolanza confusa de escotillas de bajada y bocas de túneles.
El suelo estaba resbaladizo por la presencia de aceite y de un líquido verdoso. La única iluminación era un resplandor rojizo de las lámparas del techo. El ruido era incesante. Silbidos, entrechocar de elementos metálicos, barrenas y martillazos, y el rugido persistente de los distantes motores de tracción que hacían que la caverna se sacudiera. Gragsch no había conocido otro mundo que éste. A los seis años, contraviniendo la normativa, lo habían llevado a bordo sus padres, que por entonces eran alféreces. Por alguna razón que desconocía, sus padres fueron ejecutados al día siguiente y el Rectitud se puso en marcha con el pequeño Gragsch a bordo. Los técnicos de la tripulación se hicieron cargo de él y le enseñaron el oficio cuando tuvo edad para ello. Habían pasado muchos años, y tenía la cara sucia y crispada. Nunca había salido del acorazado y ni siquiera sabía que era la nave insignia de la Flota de Combate Obscuras. Tenía escaso conocimiento de la galaxia exterior, y cuando las descargas de las poderosas armas del Rectitud resonaban a través de las cámaras más internas, casi nunca sabía si la nave estaba tomando parte en una batalla o si se trataba de un ejercicio o de pruebas de fuego real.
Su ignorancia no era nada inusual. Muchos de los tripulantes de menor rango habían olvidado cualquier otro entorno.
Recorrió el largo camino que lo separaba de su supervisor.
—Maestro, no puedo ajustar el Número Cinco. Será mejor que llame a un tecnoadepto.
El supervisor, que había estado observando sus esfuerzos desde la galería, se encogió de hombros, asintió con la cabeza y gritó algo por el tubo acústico. No tardó en aparecer un tecnoadepto vestido con uniforme de trabajo provisto de capucha y decorado con símbolos arcanos. Escuchó el informe de Gragsch, se inclinó para mirar la carcasa del transformador y a continuación echó mano de su maletín de trabajo y sacó un pequeño bote de pintura roja sagrada y un pincel. Cuidadosamente escribió sobre la carcasa nuevos signos contra los maleficios, recitando al mismo tiempo una fórmula religiosa en voz alta. Luego se apartó.
Muy pronto, el transformador empezó a emitir un zumbido regular. Gragsch aplicó su calibrador y sonrió con satisfacción. La máquina estaba curada.
Sin mediar una sola palabra más, el tecnoadepto se alejó por el resbaladizo suelo con andar digno, hasta llegar a una escotilla. Después de atravesarla, se limpió el aceite de las botas y entró en el ascensor para pasar a un nivel algo más ordenado, el de Coordinación y Control Técnico.
La desordenada selva de las salas de máquinas y talleres de reparación que acababa de visitar ocupaba una buena milla imperial, y eso sin contar los enormes motores de tracción, el de disformidad y el de espacio real, que ocupaban una milla y media a popa del acorazado Gótico. Coordinación y Control Técnico era una sección pequeña de techo bajo. En lugar de la cacofonía de las cubiertas inferiores, el zumbido de los purificadores de aire y el bisbiseo de los fabuladores se mezclaba con el dulzón aroma de incienso que salía de los cercanos altares. Aproximadamente cien tecnoadeptos, con tubos acústicos en la garganta, atendían la larga fila de pantallas de lectura enmarcadas en oro y electrum.
Un oficial de la flota estaba recogiendo el informe horario. A diferencia de aquellos que tenían que bajar a las entrañas del acorazado, estaba impecable en su abrigo azul de cuello alto y hombros cuadrados, sus botas altas de color negro, su faja negra y su pistolera del mismo color. Un medallón tachonado de estrellas que llevaba en la solapa demostraba que pertenecía a una de las Familias de Flota hereditarias. En su manga izquierda llevaba bordado su rango y su destino en la rama técnica. El alfanje de energía que llevaba envainado a la espalda indicaba claramente que el Rectitud estaba a punto de entrar en acción.
Tras recibir la pequeña tablilla de lectura, el oficial subió a un ascensor que lo transportó media milla hacia la cubierta superior. Recorrió un corredor vigilado por guardias de seguridad armados y entró en el puente de la nave insignia.
Incluso aquí se oía la multiplicidad de sonidos producidos por el funcionamiento del acorazado. El puente era una amplia medialuna mucho más misteriosa en muchos sentidos que las lúgubres secciones técnicas, especialmente ahora que las flotas de combate combinadas se preparaban para entrar en el Ojo del Terror. El Comandante General Militar Drang, imponente en su uniforme completo de combate, incluidos su gorra con visera susceptible de transformarse en un casco espacial y su destellante ojo protésico, se paseaba de un lado a otro. Un almirante esperaba tras él, frente a la videopantalla. Toda una batería de oficiales especialistas —armamento, táctica, evaluación— estaban sentados ante una línea ininterrumpida de escritorios.
La habitual maraña de tubos y cables se enrollaba y desenrollaba desde el techo. Los frisos habituales de runas y gárgolas de protección relucían en las paredes bajo la luz tenue y desigual. En el centro había cinco sillas que parecían tronos. Prácticamente integrados con ellas hasta el punto de desaparecer casi en su interior, había cinco navegantes venerables muy experimentados de cuyos cascos salían haces de tubos acanalados que conectaban a diversas piezas del equipo. A sus espaldas había cinco asientos más pequeños con arreos de sujeción. Los ocupaban psíquicos de primera línea de gran sensibilidad y completamente inmovilizados. Habían tenido grandes dificultades para conseguirlos ya que se los consideraba imprescindibles, al igual que a los navegantes. No era previsible que sobrevivieran a lo que pudieran encontrarse en el Ojo del Terror. Estaban atendidos por adeptos de la Schola Psykana, que controlaban las pociones que se introducían en su torrente sanguíneo y escrutaban indiscretamente sus temblorosas psiques.
La pared frontal curva del puente estaba cubierta de videopantallas de todo tipo, ovales unas, octogonales otras. En una de ellas se veía la cubierta principal del Rectitud, de cuatro millas imperiales de largo, y sobre ella, filas de destructores de clase Cobra, naves de ataque de la clase Devastadores y bombarderos Fuego de Muerte. También podían verse la superestructura y los anillos exteriores de la enorme nave, las torres almenadas, las casamatas con gárgolas y las barbetas reforzadas que sostenían las poderosas armas del acorazado.
Además de las naves alineadas en la cubierta de aterrizaje, había cruceros y fragatas pegados como lapas a los lados de la nave insignia, mientras que, moviéndose con energía propia, imponentes naves ariete y pesados cruceros de combate flanqueaban a la enorme nave en todas direcciones. El resto de las flotas combinadas hubieran sido invisibles a simple vista (aunque, por supuesto, no para el monóculo de Drang). No obstante, las pantallas acortaban la distancia y ponían a la vista la formación. Las naves insignia de Drang y de Invisticone eran las puntas de lanza de una vasta formación escalonada en forma de cono con la punta hacia adelante.
Las dos flotas habían salido de la disformidad para la formación. Viajando a velocidad inferior a la de la luz, se encontraban ahora a la entrada de la Puerta de Cadia, el punto de entrada al Ojo. El planeta Cadia quedaba detrás de ellos. La formación estaba lista para volver a la disformidad.
Drang ya estaba de pie en la cubierta abierta y usaba su monóculo para sondear el espacio que tenía delante. Naves del Caos vigilaban el otro extremo de la Puerta —siempre las había—, y probablemente los atacarían en el espacio disforme. Esto no solía salir bien. Por lo general, las naves tenían que emerger al espacio real para combatir.
No obstante, se alegró de que estuvieran allí. Darían la alerta a fuerzas más importantes del interior del Ojo. Los elementos de la flota que había ido a destruir tendrían ocasión de desplegarse y presentar batalla.
¡No había gloria sin batalla!
En su pantalla personal apareció la cara marcada y decorada de Invisticone, su igual en el mando, que sonreía con ironía.
—Todo está dispuesto, hermano comandante. ¿Queréis dar la señal?
—Por supuesto, hermano comandante.
Drang levantó un dedo. El almirante que estaba detrás de él dio una orden y una señal luminosa partió de la nave insignia.
La formación al completo saltó a la disformidad y atravesó la Puerta de Cadia.
Con un estrépito que hizo temblar el espacio, la flota de combate emergió en el Ojo del Terror, abandonando espontáneamente el espacio disforme. Todos los motores de disformidad se apagaron sin razón aparente. Los psíquicos gimieron. Los ingenieros intercambiaron miradas de sorpresa. Era un desastre totalmente imprevisto.
Sin embargo, la flota seguía acelerando a una velocidad parecida a la del espacio disforme. ¡Era imposible! Con la mirada fija en un vacío que no era precisamente el espacio que debía ser, que más que negro era azulado, valiéndose de toda su técnica y su instrumental, los adeptos no tardaron en dar con la respuesta.
—¡Venerado comandante, éste no es el espacio real como debería ser! ¡Aquí la velocidad de la luz es infinita! ¡Estamos viajando a una velocidad superior a la de la luz, sin la ventaja del espacio disforme!
Drang e Invisticone tenían la suficiente agilidad mental como para comprender la noticia.
—Una modificación del Caos —comentó Drang—. Fascinante.
«Podría ser muy útil para el Imperio dominar esta alteración de la realidad física.»
Las pequeñas naves del Caos estacionadas cerca de la Puerta de Cadia fueron eliminadas casi al pasar, borradas del espacio mientras la flota avanzaba a velocidad de vértigo hacia los cinco mundos donde, según el informe de la nave invisible, se estaba construyendo la flota de invasión del Caos. Iban a ser expulsadas de órbita y luego superadas por el medio millón de Guardias Imperiales que transportaba la flota y que había sido la aportación de los Altos Señores al plan de campaña original de Drang.
Los psíquicos, amordazados para amortiguar sus gritos, se debatían e intentaban hablar. Los adeptos de la Schola Psykana, que leían sus mentes —una protección de seguridad contra los terrores del Caos—, transmitieron un mensaje sorprendente.
No había astilleros en órbita alrededor de los mundos indicados, ni tampoco enormes talleres y fábricas en la superficie de los planetas. La Armada había ido a destruir algo que no existía. Los psíquicos que viajaban a bordo de la nave invisible habían sido engañados. Habían recogido imágenes mentales.
Drang se quedó atónito durante un momento. Tuvo la sensación de que sus sueños de gloria se desmoronaban.
Y sin embargo… sin embargo…
Desplazó su atención a su monóculo de fabricación alienígena. Hasta entonces nunca le había fallado. Sus vagos presentimientos sobre el futuro seguían allí. ¡Una enorme batalla!
Pero ¿con quién o con qué?
—¡Información sobre actividad demoníaca! —gritó.
La respuesta no se hizo esperar.
—Inferior a la que cabría esperar en esta región, comandante.
Esto ya era sospechoso de por sí. Los cinco mundos aparecían en la pantalla. Formaban un anillo, todos compartiendo la misma órbita, lo cual hubiera sido una negación de la dinámica celestial en el universo que quedaba más allá de la Puerta de Cadia. Cada mundo tiene una forma diferente. Uno es alargado como una cápsula, otro en forma de cubo con aristas redondeadas y el tercero, helicoidal como un sacacorchos…
Los psíquicos y los equipos que los atendían informaron de habitantes humanos y también de presencia demoníaca. Drang consultó con Invisticone y ambos tomaron una decisión. Después de un breve pero devastador bombardeo con láser, se ordenó el desembarco de la mitad de los regimientos de la Guardia Imperial, distribuido entre los cinco planetas. Drang tuvo un leve atisbo de conciencia al ver descender a los enjambres de tontos. Era la primera vez que un mundo del Ojo del Terror era invadido por el Imperio. La ocupación sería breve y los guardias estaban condenados, aunque no lo sabían. Era un ejercicio, un experimento. Todo el que volviese con la flota cuando ésta se retirase, primero sería examinado para detecto la contaminación del Caos y, a continuación, exterminado.
Esto de la fusión de la disformidad y el espacio real realizada por el Gran Inventor tenía una ventaja adicional. Al ser infinita la velocidad de la luz, la comunicación era instantánea. Los radares de gran alcance de la flota podían ver a muchos años luz. El grito procedió simultáneamente de los tecnoadeptos y de los adeptos de la Schola Psychana.
—¡Comandante! ¡Un acorazado enorme se aproxima!
—¡Adelante! —ordenó Drang enardecido.
Cuatrocientos acorazados clase Gótico abrieron el camino adentrándose en el Ojo a gran velocidad. Un acorazado Gótico estaba diseñado de tal modo que, visto de proa, parecía un blasón en la forma enrejada del águila Imperial, acelerando inexorablemente. Acompañando a los Góticos había miles de pesados cruceros de combate y otras tantas naves arietes. Los Cobras y los Fuego de Muerte despegaron de las cubiertas de los Góticos. Los cruceros se soltaron de los soportes de fijación.
Para responder al desafío, del Immaterium surgieron casi trescientos Juggernaut del Caos —construidos según un diseño propio del Gran Inventor como respuesta a los Góticos—, junto con miles de cruceros de las clases Iconoclasta, Idólatra e Infiel. Todos eran impulsados por la pura luz blanca enceguecedora del cielo, una forma de energía ante la que el plasma por goteo de las tracciones de la Armada era lento e ineficaz.
Era una ilusión. Ambas partes estaban igualadas en velocidad y capacidad de maniobra. El plan del Chi’khami’tzann Tsunoi funcionaba. En primer lugar, el camuflaje de los cinco planetas para atraer a las fuerzas del Imperio al reino del Caos. Luego, una flota forjada por su gran inventiva, materia de reciente creación, para poner a prueba la nueva estrategia y debilitar al mismo tiempo las fuerzas navales del Imperio.
Incluso habían creado el escenario para la batalla fusionando la disformidad y el espacio real, pero le había costado no poco esfuerzo preparar su flota de combate. Hacía apenas unas horas, calculadas en el tiempo lineal del Imperio, que había reclutado las fuerzas extra que necesitaba de los planetas de Rhodonius. Pero en la disformidad, donde el tiempo no significa nada, ellos y su progenie llevaban más de un siglo trabajando en los infiernos forja. Algunos de sus descendientes habían contribuido a dotar de tripulación los cruceros de combate del Caos, al servicio de sus amos demoníacos.
Mientras se iban acercando, las dos enormes flotas iban abriendo fuego a discreción con sus cañones láser. Las naves eran destruidas a gran distancia, arrojando fuera su contenido, que se esparcía como una bruma.
Cuando finalmente estuvieron frente a frente, empezaron a disparar con sus cañones y torpedos de plasma. La verdad es que el armamento de la flota del Imperio superaba ampliamente al del Caos. El Señor de la Transformación no había prestado tanta atención al armamento como a las propias naves, regodeándose en su tamaño como un niño que disfruta de un juguete nuevo: ¡la materia! Sin embargo, sabía algo que, por el momento, el Imperio ignoraba. Tenía una estrategia diferente: ¡embestir!
¡Juggernaut y Góticos! ¡Un millón de toneladas chocando con otro millón de toneladas a un millón de millas por segundo! El fogonazo producido por semejante aniquilación mutua iluminó todo el segmento del Ojo.
Después del primer impacto, que produjo docenas de llamaradas, las dos flotas redujeron su velocidad y se trabaron en un combate más convencional. De hecho, embestir formaba parte de la táctica tradicional —todas las naves de la Armada estaban provistas de ariete—, pero no a tal velocidad como para destruir también al atacante. ¡Láser, plasma y arietes!
APLASTAR. MARTILLAR. APLASTAR. MARTILLAR
¡Crujido y rechinar de metal torturado, desgarros del blindaje de adamantium destrozado, millones de toneladas de chatarra incandescente explotando en el espacio! Las naves ariete Brute se arrojaban contra las Juggernaut como los perros que atacan a un venado, sumándose a los penetrantes cañones láser y al plasma vaporizado. Las naves del Caos también embestían siempre que podían, sin preocuparse de sus propios daños. Si conseguían abrir una brecha en un casco, hordas de hombres bestiales entraban por el agujero.
Cada vez que una nave del Caos era destruida o machacada, un miasma de entidades demoníacas inconscientes y farfullantes se esparcía por el espacio donde quedaba suspendido antes de desvanecerse otra vez en la disformidad, como si se desprendiera del propio metal de las naves.
El desarrollo de la batalla ya abarcaba años luz. A pesar de la colosal destrucción sufrida, la flota de la Armada llevaba las de ganar. Había mantenido la comunicación y todavía era capaz de desplegar su táctica, lo cual no sucedía con la flota del Caos. Sus capitanes paladines del Caos estaban consagrados a Tzeentch o a Khorne y tenían a menos colaborar entre sí. De modo que sólo su propia pericia y osadía permitió a un paladín de Tzeentch abrir una brecha con su Juggernaut en un costado del Rectitud, a pesar de que su nave había quedado inutilizada por una descarga masiva de fuego de láser y plasma lanzada desde la torreta y desde las barbetas laterales mientras se acercaba. Una brecha profunda se había abierto en el costado del acorazado Gótico. Las torres barrocas se desmoronaron unas sobre otras. Los contrafuertes aplastados explotaron. Las barbetas se retorcieron y se desprendieron. Secciones internas enteras se desintegraron y se precipitaron en el espacio con miles de tripulantes.
Entre ellos estaba el Mecánico de Reparaciones de Tercera Gragsch, que hasta aquel momento ignoraba que la nave había entrado en acción.
Las excrecencias del Juggernaut, semejantes al coral, también se desprendieron y cayeron en trozos que fueron tragados por el espacio. Con los motores parados, los gigantescos cascos iban a la deriva por el espacio, trabados y girando lentamente, mientras las dos tripulaciones se enzarzaban en una contienda salvaje. El Comandante General Militar Drang descubrió con consternación que las comunicaciones habían quedado interrumpidas. No podía establecer contacto con el resto de la flota, dejando el mando de la misma en manos del Comandante General Militar Invisticone.
Un silbido le hizo observar que el puente perdía aire. Drang miró el enorme destrozo que se veía en las pantallas y bajando la visera de su gorra la transformó en un casco espacial que lo protegía del inminente vacío. A continuación cogió su bólter y su alfanje, e indicando a sus oficiales que siguieran su ejemplo, abandonó el puente para enfrentarse al enemigo.
El cuarto día de la batalla espacial quedó al descubierto el secreto del Señor Emplumado.
Su técnica de crear materia a partir del Caos todavía no estaba perfeccionada. Era materia falsa, materia virtual. En esta parte del Ojo del Terror especialmente preparada, esa materia falsa podía mantenerse varios días antes de disolverse en el Immaterium. En otras partes del Ojo sólo podía durar unas cuantas horas y en el espacio-tiempo normal, apenas unos minutos.
La flota de combate del Caos, construida a costa de tanto trabajo y sufrimiento, había hecho todo lo que había podido. Las naves que quedaban, junto con los restos esparcidos, se desvanecieron en el lapso de un día aproximadamente, dejando a las tripulaciones humanas abandonadas a un fatal destino en el espacio. El Chi’khami’tzann Tsunoi estaba encantado con el experimento. Había demostrado que era capaz de crear materia y de engañar al poderoso Imperio, cosa que no podía conseguirse de ninguna otra manera. Perfeccionaría el método, conseguiría que la materia falsa fuera estable en cualquier condición.
Entonces todo sería posible: flotas de combate tan enormes que superarían al Imperio humano. Mundos completos sacados de la nada. Ese día, el Caos habría triunfado.
Aproximadamente la mitad de la flota, incluidos más de cien acorazados Góticos, estaban todavía en condiciones de ponerse en camino cuando el enemigo hubo desaparecido. A pesar de las enormes pérdidas, el Comandante Invisticone estaba satisfecho de los resultados. La flota de combate del Caos había sufrido una derrota decisiva y había quedado aniquilada en su mayor parte. Aunque hubiera estado presente todavía, ya no estaba en condiciones de representar una amenaza para ninguna parte del Imperio. Supuso que su desaparición gradual era un reconocimiento de su fracaso.
Tampoco le había pasado desapercibida otra característica de la actuación del enemigo. Algunas de las naves del Caos habían empezado a luchar entre sí, aparentemente disputándose determinados objetivos. El Caos había puesto al descubierto su punto más débil.
La flota se reagrupó. Se hicieron barridos en un intento de descubrir el paradero de las naves perdidas. Encontraron algunas y pudieron prestarles asistencia. La mayor parte estaba destruida o fuera de alcance y había un límite de tiempo para las operaciones de rescate. El Rectitud no apareció en ningún instrumento de barrido.
La flota se dispuso a abandonar el campo de batalla, aproximándose primero al anillo de cinco mundos que había sido el objetivo original. Desde una distancia de medio año luz, se intentó establecer contacto con las unidades de cada planeta.
De cuatro de ellos no se recibió respuesta. La que recibieron del quinto, el planeta en forma de sacacorchos, produjo tal alarma a los oficiales de comunicación que la transmitieron directamente al Comandante General Militar Invisticone.
El Comandante se encontró mirando a la cara de un comisario. El aspecto del hombre impresionó a Invisticone: llevaba torcida la gorra de visera y desabrochada y desaliñada su ajustada guerrera, tenía los ojos desorbitados y la cara cubierta de sudor.
—¡Socorro, señor comandante! ¡Ayúdenos por amor a la humanidad!
—¡Locos! ¡Todos los que no están muertos están locos! No es justo que los hombres mueran de esta manera…