9: Batalla interestelar

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BATALLA INTERESTELAR

—¡Preparados para el combate! ¡A la carga!

En las entrañas de la barcaza de combate, el sargento hermano Abdaziel Magron de los Angeles Oscuros gritó la orden a sus compañeros Marines Espaciales. Su compañía de cincuenta había esperado con paciencia, coreando una plegaria mientras se oían las ensordecedoras descargas de los grandes láseres, cuyas torretas erizaban toda la superficie exterior de la nave como si fueran verrugas.

La barcaza era un transporte convertido a toda prisa. Allí abajo, en la bodega, no había manera de enterarse de cómo iba el ataque, salvo cuando la nave trepidaba y su acero reforzado de adamantium aullaba como protesta al recibir el impacto del fuego contrario. En una ocasión se habían oído a lo lejos sordas explosiones, seguidas de un agudo silbido y de un chasquido de látigo, una repentina sensación de descompresión, y el estampido de los mamparos de emergencia al cerrarse para sellar una brecha en el casco. La orden dada por Magron podía significar que la barcaza estaba siendo abordada, y que ellos iban a abordar una nave espacial enemiga, o serían enviados al planetoide interestelar al que estaban atacando. Si ocurría esto, entonces el bombardeo con láser inicial había fracasado en el intento de destruir la base rebelde.

Ninguno de los corpulentos guerreros, genéticamente mejorados, portadores de la semilla primigenia de Primarca Lion El’Jonson, era tan indisciplinado como para hacer preguntas. Con la orden bastaba. Cada hombre entró en el cubículo donde guardaba su servoarmadura. Sólo necesitaban un minuto para ponérsela. Las conexiones neurales a la columna vertebral y al cerebro se ajustaron con un chasquido. En cuanto a movimientos, fuerza y percepción mejorada, vestir esa armadura era como tener un nuevo cuerpo de guerra, una extensión artificial de la fuerza sobrehumana de un Marine.

La compañía estaba contenta porque se trataba de los nuevos trajes modelo MK-IV o trajes «Imperial Maximus». Estaban muy mejorados respecto del modelo estándar MK-III, gracias al uso de materiales más resistentes. Era la primera armadura de combate en la que el casco se movía realmente con la cabeza de quien lo llevaba puesto. El verde oscuro de la armadura, la librea de los Angeles Oscuros, parecía aún más oscura a la tenue electroluminiscencia cuando, montados los bólters, la compañía se reunió en la bodega, un ejército de gran corpulencia, pero un auténtico ejército, puesto que cincuenta Marines Espaciales equivalía a un regimiento de soldados comunes. Los distintivos de la compañía, las mochilas de campaña, así como el águila imperial de las corazas, todo refulgía con un brillante color amarillo cuando recibía el impacto de la luz.

El águila, símbolo de la lealtad al Emperador, era ahora un lazo más fuerte que antes, si eso era posible. Magron sabía que en los corazones de los hermanos Ángeles Oscuros reunidos en la bodega, como en el suyo propio, ardía la llama de la fe en el Emperador. Y además de eso, estaban rebosantes del mismo odio. Por un azar inexplicable habían sido llamados para combatir a los peores herejes blasfemos: ¡a los compañeros Astartes, Marines Espaciales que habían borrado el águila de sus armaduras, habían roto sus votos y se habían rebelado contra el Dios-Emperador! Esta abominable traición era incomprensible para todos ellos, y su apostasía era un pecado imperdonable. La única respuesta posible era el odio implacable. El sargento Magron se sintió aliviado al saber que por lo menos ningún Ángel Oscuro cometería jamás una traición semejante. Los Ángeles Oscuros eran conocidos entre todos los Adeptus Astartes por su celo religioso. Era inconcebible que un hermano pudiera olvidar este sagrado deber.

Había ascensores tubulares para llevarlos a la nave de asalto sobre el puente, soldado de nuevo a la superficie exterior de la barcaza. Cuando estaban a punto de entrar en los ascensores, se produjo un choque repentino y una pérdida de humo caliente. La pared sobre la que estaban instalados los tubos se retorció dejándolos inservibles. Magron volvió a dar órdenes a grandes voces, que llegaban a los cascos de los hombres a través del enlace de comunicación. Los líderes de la tropa sabían lo que debían hacer. Armaron los bólters, y sus proyectiles explotaron contra un tabique metálico demoliéndolo y dejando al descubierto las salidas de emergencia. Se produjo una sacudida y un tirón cuando se despresurizó la bodega. Habían penetrado en la parte descomprimida de la nave.

Esta acción podía haber asfixiado a los miembros de la tripulación que todavía no se habían puesto el equipo espacial, pero ya no podían hacer nada por ellos. Los Angeles Oscuros se abrieron paso con sus enormes botas, que machacaban y pateaban todo lo que encontraban a su paso, y sus proyectiles, que volaban todos los obstáculos que se interponían entre ellos y el casco exterior, y la barquilla que contenía la nave de asalto, formada por unas plataformas abiertas propulsadas por cohetes.

Los estaba esperando su teniente, con la capa puesta sobre la armadura. Les hizo señas, mientras rascaba el riel de la plataforma más cercana.

El sargento Magron podía ver ahora por sus propios ojos por qué el teniente había dado la orden de despliegue. El había participado antes en combates espaciales, pero entonces había siempre un sol en el centro del sistema. Aquí la escena estaba iluminada por la luz procedente de las gigantescas estrellas de la galaxia, la más cercana de las cuales estaba a años luz. Un planetoide de tamaño aproximado al de la luna interior de Júpiter, lo, absorbía parte de esa luz. Nadie se había molestado en averiguar cómo había llegado hasta allí, si centrifugado de un sistema planetario hacía millones de años o configurado en el espacio interestelar de alguna manera anormal. Tenía un alto valor estratégico porque estaba más o menos equidistante de varios sistemas estelares colonizados, y también era el lugar ideal para establecer una base militar.

Mucho antes de la rebelión, la Legión Devoradores de Mundos había tomado posesión de este sombrío y helado planetoide y había excavado en él una profunda plaza fuerte. Pero ahora los Devoradores de Mundos formaban parte de los traidores blasfemos. Habían jurado su fidelidad a Horus, el renegado señor de la guerra y, por lo tanto, pesaba sobre ellos un anatema. El objetivo de los Ángeles Oscuros era tomar o destruir la base interestelar.

Un acorazado, tres cruceros y un número indeterminado de naves espaciales improvisadas habían formado un semicírculo escalonado en torno a la mitad del antiguo planetoide y disparaban fuego graneado de láser sobre su superficie cuarteándola. Ninguna otra cosa habría podido llevar a cabo esa tarea; el bombardeo termonuclear apenas podía morder el sombrío panorama. Sólo los láser de alta densidad tenían energía suficiente como para excavar la corteza del planeta y horadar el manto subyacente, perforando el pequeño mundo como si fuera un melón maduro.

El acorazado —llamado Venganza Imperial— situado en el centro del semicírculo, era una forma gigantesca semejante a una catedral recubierta de intrincadas y elaboradas torretas. La mayor parte de los láser defensivos del planetoide habían quedado fuera de combate tras el primer ataque; sólo algunos rayos brillantes seguían saliendo de sus blindadas profundidades, apuntando aquí y allá en busca de blancos. Pero daba lo mismo, el comandante de la improvisada flota había errado en sus cálculos, porque ya se estaba desmoronando el frente de batalla, a causa del ataque desde otro flanco. En la cara opuesta del planetoide, emergiendo de lo que debían de ser hangares secretamente excavados, había irrumpido una flota de naves herejes que los estrategas imperiales habían supuesto que estaba en otra parte.

Ahora ambas fuerzas estaban maniobrando. La Flota Imperial se veía obligada a defenderse al mismo tiempo que mantenía el bombardeo de los láser sobre el pequeño planeta. Las descargas de plasma hendían el éter, desgarrando las naves. La inmensa mole del Venganza Imperial permanecía quieta e inmutable, oscureciendo las estrellas, como un gargantúa acastillado que escupía plasma y rayos láser dirigidos contra el planeta, rodeado de pequeñas naves rebeldes como una ballena asediada por los tiburones, mientras a su sombra la barcaza de combate se veía apenas como un escarabajo.

El enfundado teniente permanecía ajeno a la mole refulgente del acorazado y los relámpagos de la batalla eran visibles en un radio de miles de kilómetros. Estaba señalando hacia el planetoide de los Devoradores de Mundos. El sargento hermano Magron conmutó a ampliación de visión y dirigió su mirada al mismo punto.

De la superficie del planetoide estaban despegando pequeñas naves de asalto, que aparecían como imágenes diminutas a pesar de la ampliación. Marines Espaciales Devoradores de Mundos, listos para abordar incluso un acorazado en cerrado orden de combate.

Esta demente valentía no sorprendió al sargento Magron. Los Devoradores de Mundos eran locos tristemente célebres, presentes en la primera línea de todas las campañas en la Gran Cruzada. Amaban las carnicerías, y la destrucción que causaban era excesiva incluso para los Marines Espaciales. Se decía que el propio Emperador había censurado su actuación salvaje, así como su práctica de convertir a los reclutas en asesinos psicópatas mediante cirugía cerebral. El odio que sentía el sargento Magron por los traidores estaba atemperado por el conocimiento de que también eran los adversarios de más valía con que se había enfrentado jamás.

—¡Hay que neutralizar esos transportes! —ordenó el teniente.

Magron bramó en el micrófono de su casco, seguro de que toda la compañía había oído la orden del teniente, y había visto lo mismo que su sargento.

—¡Embarquemos y al ataque!

La respuesta fue un clamor de asentimiento de las cincuenta gargantas.

—¡así se hará, hermano!

Las plataformas propulsadas por cohetes salieron disparadas de las barquillas del puente, buscando las cápsulas de ataque que subían del planetoide y hostigaban al acorazado. Al detectar su aproximación, las cápsulas viraron bruscamente, cambiaron de rumbo y salieron a su encuentro. Los Devoradores de Mundos nunca rehuían un reto.

Cuando el gran acorazado desapareció de la vista, se produjo una sensación de frío y desolación, como si se encontrasen en una vasta e inexplorada caverna. Las lejanas estrellas parecían frías, indiferentes e inalcanzables. El sargento Magron tomó conciencia de esta desolación en el breve instante en que las naves de asalto se acercaron una a otra, y luego se desvaneció.

Eran tres para tres. Tres plataformas de cohetes y tres cápsulas ascendentes portadoras, capaces de vencer una débil gravedad como la que podría tener una luna o un asteroide. Como si se hubieran puesto de acuerdo, enfilaron unas hacia las otras. Se produjo el choque con un estentóreo crujido y salieron despedidas por el espacio mezcladas unas con otras.

Las cápsulas ascendentes se diferenciaban de las plataformas sólo por su motor más potente y por la cubierta protectora frontal. Con el bólter en una manopla y la espada sierra en la otra, tanto los Angeles Oscuros como los herejes traidores gateaban unos hacia los otros. Magron se sorprendió de la absoluta falta de sentido táctico de los Devoradores de Mundos. Algo les había ocurrido desde que habían cometido su traición; se habían transformado en una banda. Mientras que los Ángeles Oscuros luchaban disciplinadamente, coordinando sus esfuerzos y siguiendo las órdenes que vociferaba su sargento, entre los rebeldes la organización brillaba por su ausencia. Cada Marine Traidor luchaba por su cuenta, aparentemente consumido por la excitación, y olvidaba todo el entrenamiento bélico por el que se habían hecho famosos los Devoradores de Mundos.

Desde el punto de vista teórico, esto debería haber dado ventaja a los Ángeles Oscuros. Sin embargo, los cogió por sorpresa verse enzarzados en una reyerta caótica. Ninguno de los dos bandos estaba equipado con trajes propulsados. Cada combatiente tenía que encontrar un apoyo para el pie entre los esparcidos restos de la nave de asalto portadora para no ser lanzado al espacio por la explosión o el rebote de un proyectil de bólter, y podía avanzar o retroceder sólo con mucho cuidado. Sin embargo, los Ángeles Oscuros conservaron una ventaja, ya que los Devoradores de Mundos estaban equipados con la vieja servoarmadura MK-II, con más probabilidades de que la rompiera una ráfaga de bólter o de que una espada sierra la abriese por las juntas.

Entre los relámpagos de los distantes rayos láser, a la débil luz de las estrellas, los Marines disparaban, atacaban, chocaban. Algunos salían despedidos al espacio, en el que se iban alejando lentamente, intentando disparar un proyectil tras otro hacia el campo de batalla mientras daban vueltas sobre sí mismos. Las armaduras se resquebrajaron y se abrieron, permitiendo la entrada del siguiente disparo de bólter que acabaría convirtiendo la armadura en un contenedor de pulpa sanguinolenta. Las espadas sierra se enganchaban mientras los combatientes trataban de acometer, parar y encontrar el punto débil en el que la chapa se une con la plancha de ceramita.

Magron ya había dado cuenta de tres traidores cuando se encontró frente a frente con un Devorador de Mundos que, como él, lucía las insignias de sargento. Durante un instante, las descargas combinadas de toda una batería de cañones láser otorgó a la escena un vivido relieve. Magron vio que los odiados rebeldes también habían abandonado el águila imperial, recubriéndola con pintura. En su lugar, el Devorador de Mundos lucía en la coraza de su armadura, junto con los tradicionales colores blanco y azul del Capítulo, un extraño símbolo de color carmesí, una X que cortaba tres barras horizontales, de las cuales, la superior, estaba rota.

No tenía ni la menor idea de lo que representaba el símbolo, pero que alguien borrase o tapase el emblema del Emperador y de Su Glorioso Imperio lo enfurecía aún más. Cambió a fuego rápido y dirigió una descarga de artillería de los bólters contra la ofensiva ceramita adherida, a pesar de que era la parte más fuerte de la armadura del traidor. La cadena de explosiones fue tan coincidente que el sargento Devorador de Mundos salió despedido hacia atrás y perdió el enganche de su pie entre los hierros retorcidos de la cápsula de asalto. Pero antes de que pudiera ponerse fuera del alcance de cualquier objeto sólido recobró el equilibrio, agarrándose a una barra de sujeción.

La siguiente reacción fue completamente imprevisible. Magron no había podido ver la cara de su oponente, que quedaba oculta tras la visera del casco. El sargento rebelde levantó su espada sierra y utilizó dos dedos para abrir las sujeciones, se sacó el casco y lo tiró al suelo, donde se confundió con la chatarra. Con un resoplido, su armadura se vació de aire, congelándose instantáneamente en una lluvia de chispeantes cristales en la frialdad sombría del espacio.

Magron se encontró de pronto frente a frente con la cara del sargento de los Devoradores de Mundos, una cara bestial y feroz que mostraba los dientes, con una frente escarpada semioculta por las pobladísimas cejas, el auténtico rostro de un loco rabioso que gritaba inaudibles palabras de desafío.

El Ángel Oscuro no podía comprender esa acción. Es cierto que un Marine Espacial podía sobrevivir durante unos instantes en el espacio, aunque con incomodidad, pero ¿quién expondría su cabeza al disparo de un bólter y a una chirriante espada sierra sin motivo alguno?

No sólo el sargento pareció volverse loco. Otros empezaron a seguir su ejemplo, y se despojaron de sus cascos para hacer muecas y gesticular con la boca en el puro vacío. Si no fuera por la ausencia de aire para transportarlo, un desafinado concierto de rudos gritos de guerra habría dado la bienvenida a los Angeles Oscuros.

¿Acaso los Devoradores de Mundos estaban tan sedientos de sangre que ofrecían la suya propia a sus enemigos? Los Angeles Oscuros avanzaron con confianza renovada, seguros de que la temeridad de los traidores los había sentenciado a muerte y que la refriega terminaría enseguida. Pero, por extraño que parezca, no fue así. Su imprudencia no sólo había aumentado la enloquecida rabia de los Devoradores de Mundos, sino que también parecía que una influencia mística embrujadora protegiese sus expuestas cabezas. Una y otra vez los cuerpos rotos de los Ángeles Oscuros salían despedidos y acababan flotando sin vida cerca de la nave de asalto, mientras los Devoradores de Mundos, desafiando a sus enemigos a que los matasen, esquivaban hábilmente las balas de los bólters y desviaban las espadas sierra.

Magron salió tras el sargento, decidido a rebanar el cuello a aquel loco rebelde. ¡Si sólo pudiese borrarle todos los genes del Primarca Angron! En burlona bienvenida, el sargento traidor levantó los brazos, gruñendo enloquecidamente y con ojos llameantes. Luego apuntó su bólter hacia arriba y disparó una ráfaga con desesperado placer, agitando su espada sierra con lentitud.

Magron se arriesgó y se impulsó desde la plataforma hacia el Devorador de Mundos, abandonando temporalmente el anclaje de su pie, mientras que descargaba una ráfaga dirigida al bólter del otro sargento. Para su satisfacción, rajó el guantelete del traidor y lo lanzó dando vueltas al espacio. Volvió a anclarse e introdujo su bota derecha en cuña bajo una barandilla retorcida. Se sacó el guantelete izquierdo para apuntar con su bólter a la cara descubierta del otro sargento. El Devorador de Mundos, en medio del sobrecogedor silencio, se volvió a reír en su cara incitándolo a disparar.

Magron desvió el bólter porque se había prometido a sí mismo usar la espada sierra.

El sargento rebelde pareció captar el desafío y avanzó, ahora con mayor cautela, llevando por delante el filo cortante de su propia arma, invisible por la velocidad. Con gran experiencia, clavó su mirada en la armadura modelo MK-IV de Magron. Podía ser un demente, pero no era tonto. En los últimos cinco minutos había probado las posibilidades del modelo MK-IV, y había aprendido mucho.

Fue en aquel momento cuando Magron advirtió que algo ocurría en el planetoide. De su superficie emanaba un resplandor que aumentaba su intensidad por momentos.

A pesar de la encarnizada batalla que se libraba allí, la fuerza operativa imperial había conseguido mantener la descarga de la artillería láser. Ahora se estaban apreciando los resultados, y lo que era más importante, eran superiores a lo planeado por sus jefes. Los rayos habían barrido la superficie del planetoide, habían perforado la corteza y habían profundizado en el manto buscando los hangares. Además, sin habérselo propuesto, habían llegado hasta el núcleo de metal líquido incandescente del planetoide.

El pequeño mundo no era como otros planetas y lunas. Estaba solo, carecía de un sol originario y de mundos hermanos que influyesen en él con fuerzas mareales gravitatorias. Por eso nunca había sido afectado por un entorno dinámico, ni había sido forzado a asentarse y enfriarse adquiriendo una estabilidad a largo plazo. Ahora estaba pagando el precio por su esencia inerte cifrada en eones. La fuerza contenida del núcleo, que había permanecido en calma durante tanto tiempo, encapsulada en su espesa cubierta de roca, despertó, entró en ebullición y se puso en movimiento porque ahora tenía mucha más energía que la suya propia. Los láser de alta densidad le habían infundido la suya, convirtiéndolo en una bomba.

Como ya estaba parcialmente desintegrado por el bombardeo, el planeta explotó.

Todo ocurrió con una increíble rapidez. El núcleo resplandeció intensamente y aumentó de volumen, iluminando la oscuridad, destrozando la corteza y el manto y lanzando sus fragmentos al espacio mezclados con cascadas de hierro fundido e inflamado, una vasta efusión de materia a gran velocidad y de destrucción total.

El visor del sargento Magron se oscureció temporalmente para protegerlo del deslumbramiento. Su ceguera momentánea lo dejó a merced del Devorador de Mundos, cuya chirriante y estrepitosa espada sierra chocó contra la armadura de ceramita de Magron, intentando serrar las uniones de las placas. El sargento levantó su propia espada sierra y, más por suerte que por pericia, desvió lateralmente los dientes de la espada del traidor, y sólo consiguió que éste alcanzara la funda de sus cables de energía.

Cuando se aclaró su visor, lo primero que Magron vio fue la ruda cara del sargento Devorador de Mundos, con la boca desmesuradamente abierta, como si se regocijara de la destrucción de su propia base. La escena se inundó de un fulgor rojo, procedente de la masa aún en expansión del planeta que explotaba bajo sus pies. Magron esquivó la siguiente arremetida del Devorador de Mundos, mientras miraba de reojo a su alrededor. Varios de sus hermanos habían muerto durante la repentina pérdida de visión, traicionados por su propio equipo. Sin embargo, algunos de los Marines Traidores habían soportado el fulgor sin protección alguna y estaban deslumbrados, incapaces de ver con claridad.

—¡Hermano sargento, hermanos Angeles, ha llegado nuestro fin! —restalló la estridente voz del teniente en todos los intercomunicadores—. ¡Rezad por vuestras almas, implorad al Emperador!

La primera onda explosiva estaba a punto de alcanzarlos con su carga de diminutos fragmentos de grava, de diminutos añicos de roca, que había salido despedida a mayor velocidad que los trozos más grandes del desintegrado planetoide. Era un anticipo de la ingente oleada de piedras y metal que llegaría a continuación. Magron escuchó un traqueteo en el exterior de su armadura, pero ya era demasiado tarde y se dio cuenta de que se había distraído. Estaba a merced de la nueva acometida del sargento traidor.

Entonces, una roca del tamaño de su puño arrancó la cabeza del Devorador de Mundos.

Proyectiles similares cayeron en los transportes de asalto, destrozándolos por completo, lanzándolos contra el destino original de los Devoradores de Mundos, el Venganza Imperial. Los Marines de ambos Capítulos eran machacados por las rocas que los alcanzaban a alta velocidad y que destrozaban sus armaduras, lanzándolos al espacio rotos y agarrotados.

Incluso aquello no era más que un atisbo del diluvio que se acercaba, las masas destrozadas de la corteza y el manto del desaparecido planetoide, el núcleo desbordado todavía fundido, el terrible vapor incandescente, que ahora se cernía sobre la batalla espacial que seguía encarnizada, derrochando plasma y láser incluso a la vista de la catástrofe. Aterrorizado, el sargento Magron vio cómo una masa enorme de negro basalto, tan grande como el Venganza Imperial, golpeaba a la nave acorazada erizada de torretas de las fuerzas atacantes. El impacto las destrozó a ambas. El adamantium fracturado, el metal retorcido, las rocas pulverizadas y el vapor incandescente se perdieron en la oscuridad en un vertiginoso torbellino.

Algo destrozó la nave de asalto y la empujó también a la oscuridad, fuera del gran torrente de escombros que redujo a la nada a ambas flotas espaciales. De no haber sido un Marine Espacial, el sargento Magron habría perecido instantáneamente por el primer impacto, pero era un Marine y su cuerpo estaba especialmente endurecido. Por eso sobrevivió, moviéndose durante un instante junto con los restos retorcidos hasta que su pie quedó desalojado de su anclaje y salió flotando, dando pequeños tumbos y vueltas de campana, aunque pareciera que eran las estrellas las que daban tumbos a su alrededor.

Durante mucho tiempo débiles resplandores —trozos de basalto, glóbulos de metal enfriado o fragmentos de las naves— ocuparon el campo de su visión ampliada, sobre un fondo de estrellas espiraladas. Finalmente fue la nada. Nada que indicase que alguna vez había habido allí un solitario planeta interestelar, ni una base excavada en sus entrañas, ni una fuerza de ataque, ni una batalla espacial. Ni una sola voz, ni amiga ni enemiga, ni leal ni traidora, se oía en su intercomunicador. Nadie más había sobrevivido para responder a sus llamadas. Estaba solo en el espacio, a diez años luz de cualquier otro ser humano.

Estaba completamente solo.