Yo estaba completamente despierto cuando entró la enfermera, a la otra mañana, con el café con leche, pero simulé que dormía. Creo que obré así con el vago propósito de espiarla, sin recordar que los ojos cerrados no ven. Sucedió entonces un hecho inexplicable. Si piensa que le miento, no ha leído con atención lo que llevo escrito; mi relato prueba, me parece, que digo la verdad sin preocuparme de quedar bien. En la circunstancia, además, quedé menos bien que asombrado y molesto.
Ya es hora que le diga que la enfermera dejó la bandeja en la mesita, se inclinó sobre mí, para observarme de cerca y me dio un beso. Con mayor razón perseveré en mi simulacro, que se extendió a los movimientos propios de quien despierta de un sueño profundo. Me preguntó:
—¿Cómo está? ¿Durmió bien?
La mujer escuchaba con sincero interés mis contestaciones. Me dije que tanto escrúpulo profesional no condecía con el besito anterior. En el fuero interno peco de malicioso.
Esa enfermera no me dejará mentirle. Despaché el desayuno con un hambre que daba gusto. Creo que me dijo:
—No sabe lo contenta que me pongo al verlo comer.
De pronto reflexioné: «Con su apariencia afable, da a entender que estuve, o que estoy, enfermo y justifica al doctor».
Como si leyera mis pensamientos, la enfermera dijo:
—Estoy de parte suya. Quiero ayudarlo. Confíe en mí. No podía creer lo que oía.
—Si no le interpreto mal —observé— ¿mi situación aquí sería delicada?
—Todos tratan de escapar —contestó— pero ninguno lo consigue. Usted debe escaparse, debe escaparse.
En ese momento me convencí de la urgencia de escribirle. Me serené un poco y le dije:
—Le voy a pedir un favor. Papel de carta.
—Más tarde me corro al quiosco y se lo traigo.
—Va a guardarme el secreto ¿no es verdad?
—Ya se lo dije: confíe en mí.
Machaqué:
—Con tal de que me guarde el secreto.
—Malo. Desconfiado —dijo con un mohín. Me miró de muy cerca.
—Es una carta para un amigo —expliqué—. ¿Se la podrá llevar? No vive lejos.
—Aunque viva en el fin del mundo.
—No sabe el favor que me hace. Es muy urgente. Contestó:
—Más urgente sería que usted se escapara, pero no veo el modo. Entró el enfermero y me dijo:
—Vamos al baño.