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Tan ocupados estábamos en las simples ocurrencias de la vida diaria —mejor dicho, en la felicidad de encontramos juntos— que le juro que se me pasó por alto el 17, que es el aniversario del casamiento. Una noche, después de comer, no sé cómo recordé la fecha y ahí mismo junté valor y confesé el olvido. El coraje, de vez en cuando, recibe su recompensa. ¿A que no sabe qué me contestó Diana?

—Yo también lo olvidé. Si uno se quiere, todos los días son iguales.

—Igualmente importantes —dije, vocalizando con lentitud y satisfacción.

La miré a Ceferina: estaba con la boca abierta. Al rato Diana se fue a la cama. Yo le pregunté a la vieja:

—¿Qué te parece?

—Que habla como una maestrita.

—No seas mala. Yo creo que antes me hubiera hecho una escena.

—Es probable —dijo, apretando los labios.

—No me vas a negar que del Frenopático ha vuelto cambiada.

La vieja sonrió de su manera más desagradable y se fue.

A mí siempre me quedará el consuelo de pensar que a través de las alternativas de estos últimos tiempos me sentí invariablemente unido a Diana.