Walter Kirkbride había convocado una reunión en su oficina de Ciudad del Sur. Iba con ropa informal y la barba todavía sin teñir, un puro cubano en una mano y un sable de la caballería confederada en la otra. Arlen Novis, Eugene Dean, Bob Hoon y su hermano Newton entraron y tomaron asiento delante mismo del escritorio. Arlen llevaba el sombrero de confederado, Eugene, una botella de medio litro de Pepsi, Bob Hoon, una colilla de puro en medio de su enmarañada barba, y Newton, manchas de tabaco de mascar en la suya.
Todos daban por supuesto que el motivo de la reunión era la recreación.
Walter los sacó de su error. Alzó la empuñadura del sable a la altura de los ojos y dio un tajo al escritorio de roble. Los cuatro dieron un respingo.
—¿Me prestáis atención? —exclamó.
Estaban mirando la nueva marca que tenía el escritorio junto a las barnizadas.
Walter se dirigió a Arlen:
—Me explicaste que mataste a Floyd por un asunto personal que no tenía arreglo —dijo en voz más baja, pero todavía con brusquedad—. Ahora has matado al Bicho sin dar explicaciones. Quiero que me digas por qué.
—No era mi intención, Walter.
—¿Lo hizo el Pez por ti?
—Es mi pistolero.
—¿Dónde está? —preguntó Walter, levantando la vista, como si Jim Rein pudiera estar escondido detrás de ellos.
Fue Eugene quien respondió:
—Está cuidando a mi perra.
Walter se le quedó mirando y se preguntó: ¿Cómo que está cuidando a su perra? Necesitaba una explicación. Luego pensó: ¿Cómo es posible que su perra sea más importante que…? Al final dijo:
—Os dije que vinierais los cinco.
—Si no la vigila alguien, mi perra es capaz de destrozar la casa entera a mordiscos.
Walter nunca había visto a aquella perra y sintió curiosidad, pero no quería apartarse del tema. Se volvió hacia Arlen y preguntó:
—¿Por qué el Bicho?
—Le ordené que se lo cargara porque estaba emborrachándose y yéndose de la lengua.
—Pero luego dejas que un testigo ocular del asesinato de Floyd se pasee por la calle y haga lo que le dé la gana.
—Ya he hablado con él. Sabe a qué se expone si abre la boca.
—¿Y qué pasa con Charlie Hoke?
—Charlie ya sabe a qué atenerse. —Arlen carraspeó y añadió—: No sé qué tiene esto que ver con el negocio. Lo de Floyd es asunto nuestro. No sé por qué te metes donde no te llaman.
—Sí que tiene que ver con el negocio —respondió Walter—, porque pone a la policía sobre aviso. Sé que no van a encontrar nada que me relacione con vuestros asuntos, pero quién sabe. Pongamos que a alguno de vosotros lo condenan por algo, me da igual el qué, y me lía para que le reduzcan la sentencia. O que da todos los nombres, los de todos sus amigos y socios, para que le concedan inmunidad.
Arlen se volvió hacia Bob Hoon, que estaba sentado a su lado, y luego hacia Eugene, que se encontraba al otro.
—Cualquiera diría que Walter es el jefe.
—Yo creía que lo era —dijo Bob Hoon. Y le dio un codazo a Newton, su hermano.
—Si no me equivoco, le pedimos que trabajara para nosotros —explicó Arlen.
—A punta de pistola —precisó Walter.
La pistola era una fotografía en color de Walter desnudo dentro de una caravana, metiéndose crack con una puta también desnuda llamada Kikky. Había sido una fiesta por todo lo alto hasta que el flash de la cámara había destellado. Le enseñaron la foto, le pidieron doscientos cincuenta mil dólares y le informaron de que se habían hecho cargo del negocio de la droga en la zona y que necesitaban dinero en efectivo para comprar los productos, el azúcar, los aparatos y todo el material necesario para fabricar metanfetaminas.
—Hazle caso a Bob Hoon —dijo Walter—. Es el fabricante de speed de la empresa, el único de vosotros que sabe algo sobre el negocio. ¿Cómo vais a mostrar un mínimo de sensatez con lo patanes que sois? ¿Cuánto tiempo me costó equilibraros las cuentas, haceros ver la necesidad de llevar un balance del negocio, y enseñaros a obtener beneficios constantes y ocultarlos? ¿Qué fue lo primero que te dije, Arlen?
—Pues se me ha olvidado.
—Te dije que te deshicieras del coche. Vale cincuenta mil dólares y tú no eres más que un segurata que gana diez dólares por hora.
—Te dejamos entrar y te sentiste como en casa, eso es lo que ha pasado —respondió Arlen.
—¿Sabes por qué? —dijo Walter—. Porque los negocios son los negocios. Me dije: Si este tío me obliga a meterme en el asunto, entonces voy a estudiarlo bien, para ver primero cómo funciona. Igual con mi experiencia puedo hacer que funcione todavía mejor. Lo primero que hice fue averiguar qué hacíais con los beneficios, y os dije: Oye, ¿por qué no los blanqueamos mediante mi filial, Ciudad del Sur S.A., y se los pagamos a los proveedores, que sólo existen nominalmente?
—Esa parte nunca la he entendido.
—No te hace falta entenderla —dijo Walter—. Tenemos un contable que es un genio manipulando libros. No tiene ni idea de dónde sale el dinero y prefiere no enterarse. Corro más riesgos con vosotros que con él. Ahora estáis matando gente y eso atrae a la policía. Arlen, ¿qué te dije que hicieras con ese negrata, el tal Robert? Te dije que le dieras un susto, que lo ahuyentaras.
—Se me ha ocurrido —respondió Arlen— que un ayudante del sheriff podría detenerle en la carretera y encontrar la foto. Luego lo detiene y lo acusa de usarla para timar a la gente.
—No ha pedido dinero.
—Podemos decir que sí.
—¿Quieres declarar como testigo?
—Walter, sabes perfectamente que se trata de un timo. El tío del puente no puede ser tu abuelo y el mío al mismo tiempo.
—No, pero podría ser uno de ellos. ¿No sabía cosas sobre tu familia? ¿No sabía dónde trabajaba tu abuelo? Me dijiste que sí. ¿Qué te pedí que hicieras? Te pedí que lo ahuyentaras. Mejor que lo hagas tú, porque un ayudante del sheriff acabaría cagándola con los derechos civiles del puto negrata.
—También se me ha ocurrido —siguió Arlen— que podríamos pegarle un tiro accidentalmente durante la recreación de Brice.
—Si no fuera porque va a estar en nuestro bando —respondió Walter—. Además, examinan las armas para asegurarse de que no están cargadas.
—Pero a veces pasa —insistió Arlen—. ¿No le dispararon a uno en Gettysburg hace unos años?
—Durante la ciento treinta y cinco, tienes razón. A un hombre del Séptimo de Virginia le dispararon en el cuello. El médico le extrajo una bala procedente de una pistola del cuarenta y cuatro. Al final llegaron a la conclusión de que había sido un accidente. La bala debió de quedarse atascada en el cañón, porque habían examinado la pistola y la recámara estaba vacía.
—¿Y el saltador? —preguntó Eugene—. ¿Él también va a participar?
—Si muriera alguien, habría una investigación —insistió Walter.
Pero estaba pensándoselo. Y Arlen también. Éste dijo:
—Tenemos que matarlos a los dos durante la recreación: al saltador y al negrata, a ambos. Los arrastramos hasta el bosque, les pegamos un tiro y arrojamos los cadáveres a la zanja. Por la noche, volvemos y los enterramos al pie del terraplén. ¿Quién va a echarlos de menos? Nadie sabrá dónde buscarlos y a nadie le importará lo más mínimo.
—Así es como hay que hacerlo —dijo Newton. Se inclinó y le hizo un gesto de asentimiento a Arlen, que se encontraba al otro lado de su hermano—. Si quieres, me cargo yo al negrata.
Walter se dirigió a Arlen:
—Tienes ideas para todo, ¿eh? ¿Qué le respondiste a John Rau cuando te preguntó por el Bicho?
—Que había desaparecido, que no sabía dónde se había metido.
—El tío vino a casa —continuó Eugene—, echó un vistazo y preguntó dónde estaba el sofá. Supongo que porque vio la mesa baja ahí en medio, sin nada al lado. Yo le respondí que de qué sofá estaba hablando, que no era el dueño de la casa.
Bob Hoon explicó:
—Nos preguntó dónde estábamos, y Newton le dijo en broma: «En el campo, fabricando speed, ¿dónde íbamos a estar?» Este John Rau es un tío serio, porque dijo: «Voy a mandaros a la Brigada de Estupefacientes del Norte de Misisipí.» Yo le pregunté que qué equipo era ése, que nunca había oído hablar de él. Es fácil bromear con la mayoría de los policías, pero con John Rau no. Él se lo toma en serio.
Empezaban a relajarse. Arlen preguntó a Walter por qué no se había teñido la barba. Walter le explicó que el viejo Bedford tenía la barba negra como el carbón en las fotografías que le habían hecho durante la guerra vestido de uniforme. En cambio, diez años después ya salía en las fotos con la barba completamente blanca. Walter añadió que esto le hacía pensar que habían retocado las fotos hechas durante la guerra para que el general tuviera un aspecto más fiero.
—En realidad no tenía la barba más oscura que la mía.
—¿No será porque tu mujer te echará la bronca si te la tiñes? —dijo Arlen.
Antiguamente un comentario de este tipo habría molestado a Walter. Ahora ya no. Ahora Walter era capaz de decirle a Arlen que, en efecto, su mujer era una pesada de los cojones que se las daba de íntegra, estaba acostumbrada a hacer las cosas a su manera y seguía controlando a sus dos hijas a pesar de que estaban casadas y vivían en Corinth. ¿Que si pediría a gritos que lo despellejaran y lo abandonaría si llegase a ver la foto en que aparecía metiéndose crack con Kikky? Ahora era capaz de responderle a Arlen que sí, que por supuesto que lo haría. Ahora podía decirle que se la enseñara si le apetecía. Walter tenía una parte de los beneficios de la droga repartida entre Jackson y las islas Caimán, y Arlen y los idiotas de sus secuaces no la encontrarían jamás de los jamases. Ahora creía que podría desaparecer en un abrir y cerrar de ojos y convertirse en otra persona.
—No metas a mi mujer en esto, por favor —respondió al final, tratando de no darle importancia, como si se tratara de una frase del cómico Henny Youngman. Entonces vio entrar a Jim Rein y dijo—: Pez, coge una silla.
Pero Eugene ya se le había echado encima:
—Joder, no me digas que has dejado a Rose sola.
Jim levantó una mano envuelta en un trapo de cocina.
—Me ha mordido.
—Pez, te dije que no se la puede dejar sola. Va a destrozar las cortinas y las sillas. Se comerá la moqueta…
—No te preocupes por la casa —dijo Jim Rein—. Le he pegado un tiro.
Carla salió a verlo saltar y luego estuvieron un rato sentados en unas sillas de jardín, a la sombra, detrás de la piscina, hablando y conociéndose mejor.
Tras conocer a los Malaroni, Dennis había estado varios días saltando por la tarde: subía a la palanca, buscaba con la mirada un sombrero vaquero entre el público y ejecutaba una carpa inversa. Luego se ponía las gafas de sol y, con una toalla al cuello, les contaba a las chicas de Tunica lo que suponía correr a diario el riesgo de morir o de sufrir una lesión grave. Era capaz de soltar aquel rollo sin pensarlo: las palabras le salían solas, tranquilamente. Pero aquella semana había visto cómo mataban a un hombre de un tiro, había conocido y visto actuar a Robert Taylor, y de pronto el osado numerito de saltar desde veinticinco metros se había quedado anticuado. Cuando estaba con Robert, se sentía como un pelele o, como él mismo le había dicho, como el payaso que da la réplica. Había dejado de ser la estrella. Pero hacía dos días que no lo veía: andaba por ahí haciendo su propio numerito con su colega indio, Toro Rey. Mejor así. Joder, ¿qué necesidad tenía él de relacionarse con un estafador? Daba igual que le dijera que iba a llevarlo a más de veinticinco metros de altura, que con él iba a correr riesgos increíbles y sentir emociones auténticas. Y luego estaba el rollo ese de vender el alma… Vamos, hombre. Para colmo, cuando le preguntaba qué significaba todo eso, Robert le respondía que esperase.
Apareció Carla, y las chicas de Tunica, que no le llegaban a la suela del zapato, desaparecieron.
—Ya sabes que no tienes que saltar por la mañana —le recordó. Dennis le respondió que sí, que ya lo sabía, pero que era su trabajo, y Carla le dijo—: Tú y yo no hemos hablado mucho, ¿verdad? No hemos hablado casi nada. —Parecía que quería contarle algo, que deseaba hacerle una confidencia. Llevaron unas sillas de jardín a la sombra que había detrás de la piscina, la zona reservada donde habían matado a Floyd. Carla llevaba un pantalón corto y una holgada camiseta sin mangas azul marino que resaltaba la esbeltez de sus hombros y brazos. Luego añadió—: No tengo con quién hablar.
Dennis mencionó a Billy Darwin.
—Pensaba que estabais muy unidos.
—¿Por qué?
—Como vinisteis juntos de Atlantic City.
—No conviene tener confianzas con el jefe. Ya sabes a lo que me refiero. No se puede hacer el tonto y decir lo que uno quiera, a menos que haya algo. Y entre nosotros no hay nada.
Dennis dio un paso más.
—Pensaba que os atraíais mutuamente.
—Algo de eso hay, pero los dos sabemos que no funcionaría. A Billy le van los casinos y a mí no. Igual vuelvo a la universidad y hago un máster. Billy está contento: anda con una chica que suele venir de Nueva York a verlo. Se conocieron cuando ella trabajaba en un espectáculo en Las Vegas.
—Creía que le iba otro tipo.
—Los tíos son todos iguales, Dennis.
—¿Tiene líos aquí?
—¿Por qué lo preguntas?
—Decías que necesitabas alguien con quien hablar, y es lo que estamos haciendo. Yo estoy en la misma situación que tú. En la casa donde vivo hablamos de béisbol o de dietas de adelgazamiento.
—Últimamente has estado hablando con la policía.
Dennis creyó que por fin iban a hablar en serio.
—Y tú con Robert.
—¿Cómo te has enterado?
—Él me lo contó. Vino a ver a Bill con el aparato de música y le puso un disco. Marvin Pontiac. ¿Lo conoces?
—¿El de I’m a Doggy? ¿Ésa en la que dice «apesto cuando me mojo»? Sí, me gusta Marvin. Es diferente.
—Robert dice que los derechos de las canciones están libres y que Billy podría sacar tajada si quisiera.
—¿Qué le respondió?
—¿Tú qué crees? Que no.
—¿No le gusta?
—Es por Robert. Billy dice que tiene mentalidad de delincuente. Ni siquiera está seguro de que Marvin Pontiac exista.
—Está muerto. Lo atropello un autobús en Detroit.
—Ya sabes a qué me refiero. Uno nunca sabe a qué atenerse con Robert. —Carla le obsequió con una sonrisa—. Pero cae bien a todo el mundo.
—¿Hablas mucho con él?
—Suele pasar por la oficina a charlar. Piensa que estabas en la escalera cuando mataron a ese hombre. —Y, sin dejar de mirarlo con sus ojos castaños, añadió—: Y que lo viste todo.
—La primera vez que vi a Robert fue cuando bajé.
—¿Y es cierto?
—¿Qué?
—Que estabas subido a la escalera cuando mataron a ese hombre. —Dennis no supo qué responder. Ella insistió—: ¿Estabas sí o no?
No respondió porque no quería mentirle, pero no sabía muy bien por qué. ¿Porque estaban hablando con franqueza? ¿Porque estaban haciéndose confidencias?
Ella añadió:
—Uno de seguridad me ha dicho que corre el rumor de que sí estabas.
—¿Entonces por qué sigo aquí?
—Según Robert, porque te han amenazado.
—¿Y él qué sabe?
—Imagino que será una suposición. Me dijo: «De todas formas, viendo cómo se gana la vida, seguro que Dennis no le tiene miedo a nada. —Carla no imitaba nada mal a Robert—. Pero no va a hacer el tonto con alguien que va pegándole tiros a la gente que le cae mal.»
—No lo haces nada mal.
—También sé imitar a Charlie Hoke y a Billy. —Carraspeó y, poniendo la voz tranquila y pausada de Billy, dijo—: «Hoy he subido a lo alto de la escalera. La próxima vez salto.»
—Te sale idéntico —dijo Dennis.
—Y lo dice en serio —apuntó Carla—. Va a probar.
—Está loco si lo hace.
—Es lo que ha dicho.
—Pero si no sabe cómo caer en el agua. Se romperá las piernas.
—Antes se preparará de alguna manera —dijo Carla—. Billy nunca corre un riesgo sin informarse previamente. Tengo que investigar el pasado de prácticamente toda las personas a las que contrata. También investigué el tuyo, Dennis. ¿Por qué te casaste tan joven?
—Era una chica preciosa.
—¿Qué pasó?
—Las personas que han nacido y se han criado en Nueva Orleans sólo se trasladan a otro sitio si se ven en la obligación.
—Y tú no la querías lo suficiente para quedarte.
—¿Y tener un trabajo normal para toda la vida? No. ¿Investigas el pasado de todo el mundo?
—Más o menos. Charlie fue el más divertido.
—¿También investigas a los huéspedes del hotel?
—A algunos.
—¿También a Germano Malaroni?
—¿Y a su encantadora mujer Anne? Sí, a ellos también.
—¿A qué se dedica Germano?
—Es un mafioso. Creí que ya lo sabías.
A Dennis le sorprendió que Carla se lo dijera, pero no que Malaroni fuese un mafioso.
—¿De la mafia de Detroit?
—No, pero es bastante turbio. Ha estado una vez en la cárcel, por fraude fiscal.
—Así pues, ¿Robert…?
—Trabaja para él, pero eso no significa gran cosa en el fondo, ¿no crees? Piensa en la recreación que están organizando, por ejemplo —dijo Carla—. ¿Por qué Jerry está en un bando y Robert en el otro?