10

A Charlie le gustaba la manera en que había empezado el partido. Para él, Robert era un lanzador nuevo que no tenía mal brazo. Acababa de entrar y al tercer intento lanzaría la pelota a ciento diez por hora.

—A Dennis ya lo conoce —dijo—: es campeón del mundo de saltos. Le presento a Arlen Novis. Arlen fue ayudante del sheriff hasta que lo metieron en la cárcel. —Charlie le dijo a Robert que se sentara al otro lado de la mesa, enfrente de Arlen. Éste no le quitaba los ojos de encima a Robert. Ninguno de los dos se molestó en tenderle la mano al otro. Charlie hizo ademán de coger el maletín que Robert tenía sobre las rodillas—. ¿Se lo pongo en alguna parte?

Robert dijo que no, que iba a dejarlo a su lado, en el suelo.

—¿Cerveza, whisky, un refresco?

Robert dijo que un Early Times estaría bien. Charlie puso hielo en un vaso. Todos estaban servidos.

—Bien, pues… —dijo Charlie.

Entonces Robert se dirigió a Arlen Novis con su cordialidad habitual:

—Veo que lleva el auténtico sombrero flexible de los confederados. Le sienta bien. Parece que lo ha llevado en una guerra.

Arlen lo cogió por la parte curva del ala y se lo caló, como hacen los que llevan sombrero. Pero no dio las gracias, ni dijo nada. Robert siguió hablando.

—Lo vi ayer por la noche junto a la piscina, ¿sabe? Iba con un sombrero de vaquero. Estaba con otro hombre. Pero no vio saltar a Dennis, ¿verdad? Yo sí. Hizo una preciosa carpa inversa. Le puse un diez.

Nada como ir directamente al grano. Charlie levantó el vaso y bebió un trago de whisky mientras Dennis se volvía hacia Robert y le decía:

—Precisamente estábamos hablando de lo de anoche. Acabo de preguntarle a Arlen cómo es posible que ande contándole a la gente que yo me encontraba en la escalera cuando mató a Floyd.

Arlen miró fijamente a Dennis e hizo tal gesto que pareció que le salían arrugas y se le ponía la cara rígida, como si le costara esfuerzo contenerse. A Charlie le sorprendió que no hablara.

—Le he preguntado —le dijo Dennis a Robert— si lo cuenta de manera que parezca un chiste, si dice que yo tenía tanto miedo que la escalera temblaba.

Arlen seguía conteniéndose. No se sabía si trataba de mantener la calma o se sentía perplejo, pero en cualquier caso debía de estar preguntándose qué demonios estaba ocurriendo.

Robert le dijo a Dennis:

—¿El señor Novis y ese tío bajito eran las únicas personas que había?

—Charlie también estaba.

—Yo me encontraba en mi puesto de lanzamiento —aclaró éste. Creía que Arlen estaba pensando qué hacer y que, cuando se decidiera, se levantaría de la silla hecho una furia y con cara de pocos amigos.

Robert le dijo a Dennis:

—¿Así que alguien te ha contado que uno de ellos anda diciendo eso?

—Alguien lo oyó e hizo correr la voz. Así se enteró Diane, la presentadora de televisión. Fue ella quien me lo contó.

—Una fuente fidedigna —comentó Robert—. De modo que el que ha contado que estabas en la escalera ha sido o el señor Novis aquí presente o el tío bajito, el Bicho. Yo diría que ha sido el Bicho y no el señor Novis. Lo digo porque el otro día pasé por el local del Bicho para comprarle un producto que él vende. Que yo sepa, no dijo nada sobre la muerte de Floyd, pero parece la clase de persona capaz de fanfarronear de una cosa así.

Charlie vio que Robert clavaba la mirada en Arlen y fruncía ligeramente el entrecejo, como con curiosidad.

—Arlen, ¿estaba usted allí, en el Bichero? No se encontraba entre los que salieron a mirar mi Jaguar, ¿verdad? —Robert esbozó una sonrisa—. Cómo me gusta ese sombrero. Seguro que usted no es ningún aficionado, ¿eh? ¿A que no? Preferiría que le pegaran un tiro a que lo cogiesen con algo que no fuera confederado puro. Me refiero a un tiro de verdad. —Robert levantó la mano hacia Arlen, cuyos ojos parecían dos piedras engastadas en su cabeza—. Oiga, no estoy burlándome de usted. Le hablo en serio: estoy elogiando su integridad. Yo voy a llevar el uniforme gris igual que usted porque soy un sureño de toda la vida. —Hizo una pausa y miró a Arlen con expresión grave—. ¿Sabía que sesenta mil confederados africanos lucharon por su tierra igual que los blancos? Pero al principio nadie los quería. Me refiero a los dos bandos. Los gerifaltes pensaban que los chicos de color no iban a coger las armas y luchar, pues no tenían experiencia. ¿Experiencia? ¿Los muy cabrones andan desnudos por África cazando leones con lanzas y ahora resulta que no tienen experiencia? ¿Sabe lo que le estoy diciendo, Arlen? Una estirpe de guerreros es lo que todos esos cabrones trajeron aquí.

Robert bebió un sorbo de whisky, dejó el vaso sobre la mesa y volvió a poner cara de cordialidad.

—En el cruce de Brice formaré parte de la escolta de Forrest. Tengo entendido que usted suele ponerse a las órdenes del señor Kirkbride en estas recreaciones. Eso significa que en el campo estaremos cerca el uno del otro, ¿no? Me refiero al campo de batalla. A todo esto, quisiera enseñarle una cosa, para demostrarle que tengo raíces sureñas. Y también para que vea que el pasado nos une a usted y a mí.

—Esta vez yo voy a hacer de yanqui —informó Charlie.

Robert cogió el maletín y se lo apoyó en las piernas.

—Creo que Don Mattingly fue el único yanqui al que eliminé durante mi trayectoria en el béisbol profesional.

Robert abrió la tapa del maletín.

—Pero no fueron tantos los yanquis que se enfrentaron conmigo, de eso sí me acuerdo.

—¿Dónde está? —preguntó Robert mirando dentro del maletín.

Le vieron sacar una carpeta y ponerla sobre la mesa. A continuación sacó unos mapas y luego una pistola, una automática de acero pavonado, y, manteniendo la cabeza inclinada sobre el maletín, la dejó encima de la carpeta.

Charlie vio cómo Arlen clavaba la mirada en la pistola sin mover ni un músculo de la cara. Dennis contemplaba el espectáculo inalterable, sin cara de preocupación o de sorpresa.

Entonces Robert dijo:

—Aquí está.

Y Charlie le vio sacar una fotografía de aspecto viejo y tono sepia en la que aparecían unas personas y un puente, y extender el brazo para ponerla en medio de la mesa, junto a la botella de Early Times.

Robert dijo:

—Arlen, ¿sabe quién es ése?

Arlen no sabía qué hacer. Se inclinó un momento sobre la mesa, volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y dijo:

—Parece un negrata colgado de un puente.

—Linchado.

Arlen asintió.

—Eso parece.

—Es mi bisabuelo —explicó Robert. Se calló para fijarse en la foto, que estaba del revés, delante de él, y luego preguntó—: ¿Y sabe quién es ese caballero que va vestido con un traje? ¿El que está en el puente, a la derecha? —Robert irguió la cabeza—. Es el abuelo de usted, Arlen.

Charlie vio a Robert lanzar una mirada a Dennis, que seguía tranquilo, con el rostro absolutamente inexpresivo. Ambos aguardaron mientras Arlen cogía la foto y volvía a reclinarse en la silla.

—Éste no es Bobba.

—Usted se refiere a su abuelo, si no me equivoco —dijo Robert—. Pero ese hombre es su bisabuelo, no Bobba.

Arlen siguió negando con la cabeza.

—Lawrence Novis —explicó Robert—, capataz de la plantación Mayflower, condado de Tippah. —Se volvió hacia Dennis y preguntó—: ¿No es así?

—Según consta en los archivos del condado —respondió Dennis.

Charlie miró a Dennis y luego a Robert. Éste dijo:

—Nacido en Holly Springs, condado de Marshall, en 1874, si no me equivoco.

—En el 73 —precisó Dennis.

Arlen, que no paraba de hacer gestos de negación, dijo:

—No, no. No es él. Joder, pero si lo conocí cuando era pequeño.

—Oiga, Arlen —dijo Robert—. Escúcheme. No era mi intención molestarle. Pensaba que igual ya sabía que su bisabuelo linchó a ese hombre de la foto, a mi bisabuelo, descanse en paz. Y que le cortó la polla. ¿Cómo es posible que un hombre le haga eso a otro, incluso si va a lincharlo? Oiga, Arlen. Devuélvame esa foto, no vaya a estropearla.

Dennis le arrebató la foto y se la tendió a Robert mientras éste decía:

—No pensaba enseñársela. Pero me he enterado de que íbamos a participar juntos en la recreación de Tunica y me he dicho: Fíjate, gracias al vínculo de nuestros antepasados resulta que tenemos las mismas raíces. Voy a enseñarle los hechos históricos.

Arlen se levantó bruscamente y se quedó de pie, con su camisa almidonada.

Se encasquetó el sombrero hasta los ojos y, mirando fijamente a Robert, exclamó:

—Se lo digo por última vez, joder. Ése no es mi puto abuelo. —Luego se volvió hacia Dennis y después hacia Charlie, y dijo—: Ya sabes cuál es el trato. —Y salió de la cocina.

—Sigue pensando que me refiero a Bobba —comentó Robert—. Y ya digo que no es él, que es su bisabuelo. Será gilipollas. Este tío no sabe escuchar. Tiene el cerebro de un pollo y se cree todo lo que tiene dentro de él.

Robert permaneció un momento sentado. Luego se puso en pie de un salto. De pronto tenía prisa; algo le preocupaba. Dejó el maletín en la silla y salió de la cocina a todo correr.

Dennis y Charlie se miraron.

Charlie cogió la botella de Early Times y se sirvió una buena ración. Entonces preguntó:

—¿Sabes adónde ha ido?

—Supongo que a decirle algo a Arlen.

—¿A decirle qué?

Dennis hizo un gesto de negación.

—No lo sé.

—Qué manera de hablar, ¿eh?

—Sí, pero siempre cuenta buenas historias.

—¿Tú crees que lincharon a su abuelo?

—A su bisabuelo.

—Me pasa lo mismo que a Arlen. ¿Así que el del puente es pariente suyo?

—Eso dice Robert.

—Da la impresión de que estás al corriente de todo.

—No creas.

Charlie no insistió. Miró la pistola que había sobre la mesa y le entraron ganas de sopesarla, pero se abstuvo.

—¿Por qué lleva un arma? —le dijo a Dennis.

—Ha oído decir que aquí hay mucha delincuencia.

—¿En Tunica? Pero si es de Detroit.

—Supongo que allí también la llevará.

—¿Sabes de qué tipo es?

—Es una PPK, la que lleva James Bond.

—Ya decía yo que me resultaba familiar.

Se produjo un breve silencio. Al cabo de unos segundos Dennis dijo:

—Anoche Arlen quería matarme. Y esta noche viene y se sienta a esta mesa.

—No va a pasar nada —le aseguró Charlie.

—Creo que debería contárselo a John Rau y quitármelo de encima. No dejo de pensar en ello y sé que es lo correcto. Joder, igual acabo en la cárcel por quedarme callado.

—Ya le has oído —le recordó Charlie—. Hemos hecho un trato.

—Si hablas, te pegamos un tiro. Menudo trato.

—A nadie le importa una mierda Floyd —insistió Charlie—. Hazme caso: no va a pasar nada.

Cuando Robert entró en la cocina, ambos levantaron la vista. Dennis le preguntó:

—¿Qué se te había olvidado decirle?

—Que no voy a contarle a nadie que mató a Floyd. —Y añadió—: Vosotros no vais a decir nada, ¿verdad? Más vale que no lo hagáis, os lo advierto.

—No pienso en otra cosa —dijo Dennis.

Robert sacudió la cabeza.

—Que las cosas sigan su curso.