—Por mi fe, hermano —replicó el del Bosque—, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas ni a piruétanos ni a raíces de los montes. Allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellas mandaren; fiambreras traigo, y esta bota colgando del arzón de la silla por sí o por no, y es tan devota mía, y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.
Y diciendo esto se la puso en las manos a Sancho; el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y en acabando de beber dejó caer la cabeza a un lado, y dando un gran suspiro dijo:
—¡Oh, hideputa, bellaco, y cómo es católico!
—¿Veis ahí —dijo el del Bosque, en oyendo el «hideputa» de Sancho— cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?
DON QUIJOTE, Segunda Parte