El primer escritor de verdad que conocí fue un hombre que escribió toda su obra bajo el nombre de August van Zorn. Vivió en el hotel McClelland, que era propiedad de mi abuela, en la habitación más alta de su torreta, y daba clases de literatura inglesa en Coxley, una pequeña universidad al otro lado del pequeño río de Pensilvania que dividía nuestro pueblo en dos. Su verdadero nombre era Albert Vetch y creo que su especialidad era Blake. Recuerdo que tenía una reproducción enmarcada del Anciano de los días sobre el papel descolorido y pintado con relieve de terciopelo de la pared de su habitación, por encima del perchero de madera de hombros caídos que había pertenecido a su padre. La mujer del señor Vetch llevaba viviendo en un sanatorio de las inmediaciones de Erie desde las muertes de sus hijos adolescentes en una explosión en su jardín hacía unos años, y siempre tuve la impresión de que escribía, en parte, para ganar el dinero que necesitaba para mantenerla allí. Escribió relatos de terror, centenares, muchos de los cuales acabaron publicados en revistas de la época como Weird Tales, Strange Stories, Black Towery otras similares… Trabajaba por las noches, usando una estilográfica, en una mecedora de madera alabeada, con una manta de Hudson Bay sobre el regazo y una botella de bourbon encima de la mesa. Cuando le iba bien el trabajo, se le podía oír desde el último rincón del hotel durmiente, meciéndose y meciéndose como un poseso mientras sometía a sus héroes a las truculentas recompensas de sus pasiones por cosas innombrables.
Grady Tripp,
Jóvenes prodigiosos