69

Tonina despertó inquieta.

Había dormido mal, porque había tenido sueños extraños y tormentosos. La imagen profética había vuelto: un llano cubierto de muertos, humo negro en el cielo, y su padre pidiendo ayuda. Pero esta vez había más cosas: gente que corría en todas direcciones, ciegamente, presa del pánico, en medio de un gran caos. Parecía el fin del mundo.

Aún no había amanecido, pero el cielo empezaba a clarear. Miró a Kaan, que dormía pacíficamente a su lado.

Sí, allí tenía otro amor, un amor que jamás habría imaginado. Antes pensaba que estaba enamorada de Kaan. Pero la plenitud que había sentido con aquella unión física había aumentado su amor hasta tal punto que se preguntó si un corazón humano bastaba para contenerlo.

No quería separarse nunca de él.

Sin embargo, una vez más, como parecían dictar los dioses, sus caminos volverían a separarse. Pero Tonina no tenía ningún argumento para disuadirle de aquella obsesión por encontrar a Balam. No tenía palabras para convencerle de que su destino era mucho más elevado.

Cerró los ojos y rezó, temblando: «Por favor, Quetzalcóatl, envíame una señal…».

Tonina escuchó en el silencio del amanecer, vio la débil luz del alba que penetraba entre los palos del refugio y entonces…

Un sonido extraño…

Tras echarse el manto de Kaan por encima, miró fuera. El bosque estaba en sombras, y el día apenas se insinuaba entre los árboles. Tonina notaba el olor de las hogueras apagadas y las ascuas, y oía los sonidos habituales de la mañana: alguien que orinaba sobre un arbusto cercano, el familiar jadeo de Poki, que sin duda andaba acechando a algún pequeño lagarto que había escapado de la olla, cópulas, el llanto de los niños.

Pero entre todo ello, Tonina percibió algo que no estaba allí por la noche.

Salió de la choza y se puso derecha; miró a su alrededor, esperando a que sus ojos se adaptaran a la luz y a que se hiciera totalmente de día. Aguzó el oído, tratando de identificar aquel sonido: era como un zumbido, la vibración de una cuerda, un lamento. Parecía que venía de lejos y de cerca a la vez, como si el sonido la envolviera.

Una pálida luz se extendió sobre el bosque y convirtió las oscuras siluetas en objetos conocidos. Los ojos de Tonina se abrieron desmesuradamente. Cuando comprendió lo que estaba viendo su sorpresa se convirtió en admiración; luego en alegría.

Todo estaba cubierto de mariposas, millones de ellas, negras y naranjas; aleteaban, creando con sus alas un murmullo, mientras cubrían cada rama, cada aguja de cada pino, doblándolas con el peso de tantas y tantas.

Oyó un crujido y vio que una rama caía al suelo, cubierta de mariposas.

Mientras la luz nacarada del nuevo día envolvía el campamento, el dorado de las mariposas saturaba sus ojos; cubrían cada arbusto, cada brizna de hierba, cada choza y refugio, como una nieve dorada. Contuvo el aliento, temblando bajo el manto de Kaan, y de pronto, en aquel instante, una certeza penetró en su mente, como si le hubieran abierto el cerebro y los dioses estuvieran vertiendo en su interior aquel antiguo saber.

Cayó contra el árbol que sujetaba su tosco refugio, lo que hizo que las mariposas echaran a volar. Mientras el saber de los dioses penetraba como un sol líquido en su mente, como una luminosa cascada cegadora, mientras veía a las mariposas agrupadas pacíficamente sobre las ramas, Tonina sintió que le faltaba el aire. Entonces vio que las mariposas se transformaban en algo diferente ante sus ojos, y lanzó una exclamación, sintiendo que el sudor cubría su cuerpo.

Las mariposas se habían convertido en la gente del valle de Anáhuac.

Los veía con tanta claridad como si estuviera en la cima del Popocatepetl, contemplando las aldeas y poblados, las granjas y asentamientos que ocupaban las orillas del lago Texcoco. Las mariposas se habían convertido en las tribus y los clanes dispersos de Aztlán… y estaban unidas, viviendo bajo un único mandato.

Tan intensa y maravillosa era la visión que Tonina se puso a llorar de alegría, porque veía a la gente trabajando la tierra, intercambiando productos, visitando a sus vecinos, honrando a los dioses, alabando a su jefe… Kaan. No había crímenes, no había guerras ni ataques, y todos vivían unidos, como las mariposas, en la gloriosa unicidad prometida hacía tiempo por Quetzalcóatl-Pahana, profetizada en el Libro de los mil secretos, vaticinada por una mítica antepasada llamada Hoshi’tiwa, que vivió en una tierra de mesetas y cañones.

La revelación se desvaneció; el campamento volvía a estar ahí, las figuras de las mariposas vacilaban sobre las ramas de los árboles y Tonina se dio cuenta de que estaba apoyada contra la corteza áspera de un árbol, y su manto estaba cubierto de aquellas criaturas doradas.

Cuando logró recuperarse volvió a entrar en la choza.

—Kaan —susurró sacudiéndole la pierna—. Kaan, tienes que ver esto.

Él se sentó, se restregó los ojos y, cuando la vio, sonrió.

—Ven aquí —le dijo en tono juguetón.

—No, ven tú. Tienes que ver una cosa. Durante la noche ha habido un milagro.

Kaan se lió una piel a la cintura y salió del refugio, bostezó, pestañeó. Cuando consiguió enfocar, frunció el ceño, y luego sus cejas se arquearon.

—¡Madre luna! —susurró—. ¿De dónde han salido?

—Quetzalcóatl las envía —dijo Tonina emocionada, sin saber que estaba presenciando la migración anual de una mariposa que algún día se conocería con el nombre de monarca y que aquellos millones de criaturas acababan de terminar un viaje de casi cinco mil kilómetros, desde un lugar muy lejano del norte que se conocería como los Grandes Lagos—. Recé a Quetzalcóatl, le pedí que me mandara una señal, y esto es lo que ha respondido.

Kaan la miró.

—¿Una señal de qué?

—Recé para que me mostrara tu tonali. ¡Y ésta es la respuesta!

Las comisuras de la boca de Kaan se curvaron en una mueca divertida.

—¿Mi destino es coleccionar mariposas?

Tonina lo cogió del brazo y le obligó a mirarla. Quería que la mirara a los ojos y comprendiera que estaba hablando en serio, que comprendiera la trascendencia de lo que acababa de vivir.

—Has sido elegido para unir las tribus y los clanes del valle de Anáhuac y ponerlos a todos bajo un mismo mandato.

La expresión divertida se prolongó aún un instante, pero enseguida desapareció.

—Tonina —dijo con un suspiro—, por razones que no acabo de entender, me ves como a un líder. Desde que salimos de Mayapán. Pero te aseguro que esa persona no existe. ¿Unificar a todas esas tribus que no dejan de pelear? Sería una tarea imposible incluso para el hombre más decidido.

Pero ella no cedía. Quetzalcóatl le había enseñado el camino.

—Es tu tonali —dijo con convicción—. Las tierras altas son una región hostil y están continuamente en guerra. Y a menos que los diferentes bandos se unan, nunca se acabará. Piensa en Mayapán. Eso es lo que nuestro pueblo necesita. Un centro fuerte, normas, leyes. Tú eres el líder que han estado esperando.

—Es imposible —dijo él—, ni siquiera con un líder fuerte.

—Contéstame a esto: ¿cómo puede una mariposa, el ser más ligero, hacer tanta fuerza con su peso como para romper la rama de un pino? ¡Mira! Esa rama se rompió cuando yo estaba mirando. La mariposa puede hacerlo con ayuda de sus compañeras. Y si hay suficientes, hasta podrían mover una montaña. Kaan, ésta es la unidad del pueblo de mi padre. Mira las mariposas. ¿Por qué han venido todas aquí, al mismo lugar, en el mismo momento? No hablan, no tienen libros, no se comunican entre ellas, y sin embargo saben cuál es su sitio y adónde tienen que ir. Están conectadas por los hilos invisibles de la unicidad del cosmos.

Tonina miró aquellas espléndidas criaturas negras y naranjas, que aleteaban con delicadeza y doblaban las ramas con su peso.

—Kaan, ahora sé que los dioses te han traído hasta aquí para que unas a las siete tribus de Aztlán. No es una coincidencia que mi madre y yo vayamos hacia las sagradas cuevas donde crece la flor roja. Tú formas parte del designio divino. Es la voluntad de los dioses que tú impongas un orden en el lago Texcoco. —E insistió—: Anoche, cuando me hablaste de Balam, no era solo por ti y por tu pasado en común con él, ¿verdad? Y tampoco era por lo que me hizo a mí. Vas en pos de Balam porque sospechas que tiene planes para subyugar a las tribus del valle y establecerse como gobernador supremo, y esclavizarlos bajo el dominio de los mayas. Ahora que eres un orgulloso mexica, no puedes permitirlo.

Kaan la miró, perplejo por su perspicacia y buen juicio, porque tenía razón.

—Le detendré —dijo con expresión sombría.

—¿Y de qué sirve que lo detengas si no vas a sacar nada? ¿Si no va a cambiar nada para tu gente? Seguirán errando, seguirán siendo expulsados por las otras tribus. O quizá aparezca un nuevo Balam. Debes tomar partido.

—Y lo tomaré —dijo Kaan—. Puedes estar segura. Pero no soy un líder.

—Lo eres, desde que saliste de Mayapán.

—La gente me siguió porque quiso, yo no les obligué.

—Eso es lo que distingue a un buen líder. No lo es quien obliga a los demás a seguirle, sino aquel a quien la gente sigue por voluntad propia. Kaan —dijo con apasionamiento, clavando los dedos en su brazo—. Si nuestro destino es vivir en el valle de Anáhuac, si la flor roja y las cuevas están allí, como profetizó Huitzilopochtli, quiero que sea un lugar donde mi hijo pueda crecer con honor, y donde se respete la ley y la tradición.

Kaan no contestó. Mientras ellos hablaban, el sol bañó con su luz el claro y la gente empezó a salir de sus refugios; todos se admiraron ante el milagro de las mariposas. Kaan besó a Tonina y fue a organizar una partida de caza y a dar instrucciones para que empezaran a prepararse para el camino.

Cuando el día empezó a templarse, las mariposas doradas y naranjas descendieron al suelo húmedo del bosque, y para media tarde eran como un manto brillante y colorido que lo cubría todo. La gente siguió con sus tareas, tratando de no pisarlas. Kaan y Tonina cumplieron con sus obligaciones, aunque habrían querido zafarse de aquella pesada carga que recaía sobre ellos. Huir juntos y buscar un lugar donde llevar una vida pacífica y tranquila. Pero ambos tenían una misión: Tonina encontrar la flor roja y las cuevas, y Kaan evitar que Balam aniquilara a su pueblo.

Nuestro pueblo, pensó Tonina mientras miraba cómo entrenaba a sus guerreros para el combate. En otro tiempo, ella era una joven isleña que buscaba perlas. Él era un héroe del juego de pelota. Pero ahora ella era una mujer mexica, guardiana del Libro de los mil secretos; él era Tenoch de Chapultepec, destinado a ser el héroe de los mexicas. Nunca habían estado tan cerca y a la vez tan lejos.

Tres días después levantaron el campamento, más fuertes, porque habían comido, porque volvían a tener esperanza, y porque contaban con la protección de hombres jóvenes que deseaban complacer a Kaan. Todos soñaban con el paraíso que les esperaba en un lugar llamado Amecameca.

Cuando llegaron al inicio del camino occidental, un explorador llegó corriendo e informó que el ejército de ocho mil hombres de Balam se había puesto en marcha.

—¿Adónde se dirige?

—Hacia Amecameca.