Kaan había buscado por todo el valle y por las montañas circundantes. Había preguntado en cada poblado y cada granja, había parado a cada viajero y mercader del camino. Se había mantenido con su trabajo: labrando los campos, cortando madera, recogiendo redes de pesca… y todo con un único pensamiento: encontrar a Tonina.
Ahora, tras buscar todo el verano infructuosamente, porque seguía sin tener ninguna pista sobre su paradero, había decidido volver a la ruta comercial del este, al plácido arroyo donde la vio por última vez, o al fin del mundo si hacía falta. No pararía hasta encontrarla, aunque para ello tuviera que arrancar hasta el último árbol, destrozar todas las montañas.
Aunque el paso de la cima de la montaña no era más que un angosto sendero entre empinadas paredes de piedra, estaba muy concurrido. Sacerdotes, peregrinos y penitentes subían para visitar los altares que se habían erigido a los dioses en aquella cima fría y ventosa que, según las medidas de otros hombres que habrían de venir en un tiempo futuro, estaba a más de tres mil metros por encima del nivel del mar. Mercaderes y viajeros también pasaban por allí, y algunos aventurados comerciantes habían levantado puestos de madera en aquel lugar inhóspito, donde no crecían árboles ni arbustos, y en los que vendían comida caliente, mantas y capas de piel a precios desorbitados.
Estaban a finales de verano, el día era gris y lloviznaba. Kaan avanzaba con dificultad con otras gentes por el sendero, entre los dos picos volcánicos, Popocatepetl y Mujer Blanca. En su viaje a la costa este, primero visitaría la accidentada población de Cholula y luego buscaría en cada poblado, cada granja, en cada colina y cada valle, hasta el mismísimo istmo de Tehuantepec si hacía falta, porque cabía la posibilidad de que Humo Turquesa se hubiera llevado a Tonina con él a su territorio.
¿O la habría abandonado cuando el niño nació y todos se dieron cuenta de que no podía ser suyo?
Balam. Kaan nunca había sentido tanto odio, tanta ira. Lo haría pedazos por lo que le había hecho a Tonina.
Kaan había oído hablar del incidente con el jefe culhua y de la ofensa de Balam, que había matado a la princesa que se le ofreció para sellar la alianza. Todo el valle hablaba de ello. Nadie sabía exactamente adónde habían ido Balam y sus hombres. Al norte, decían, a la región de Tlaxcala, donde una tribu sanguinaria les había dado cobijo.
Pero no iría a por él, no todavía. Primero tenía que encontrar a Tonina.
Mientras subía con paso firme y el sol de la mañana bendecía la pendiente oriental de la montaña y proyectaba una extensa sombra con forma de cono que cubría el valle como un manto hacia el oeste, Kaan dio la espalda al valle de Anáhuac y a su pueblo, los mexicas, con un único objetivo grabado a fuego en el corazón.